Tuvieron que venir batallones de soldados para contener los ánimos caldeados de los coatlichaneses, y es que este pueblo del centro de México, cercano a la la gran Tenochtitlan, no quería que se llevaran a su diosa, a la piedra de los Tecomates. El Estado mexicano, el etnocida y etnofágico e indigenista Estado mexicano, al final le importó madres que niños, mujeres, hombres y viejos se subieran hasta en el tráiler, que hicieran vallas humanas para detener el despojo que se les hacía llevándose a su madre, a su abuela y esposa, porque todo eso era la diosa Chalchiuhtlicue. Un nuevo tlatoani institucional, de apellido López Mateos, viendo la resistencia, el alboroto y hasta brotes de violencia, mandó a sus esbirros uniformados a ocupar el pueblo, a ocuparlo. Y la piedra de 160 toneladas, la diosa Chalchiutlicue fue arrancada de sus hijos, la vieja historia de la llorona desde tiempos de la conquista se recreó de nuevo.
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Hace 50 años pasó esto que cuento. Hace 50 años que el Estado mexicano hizo un culturicidio con el pueblo de San Miguel Coatlinchán: le robaron a su diosa Chalchiuhtlicue (los graniceros la extrañan), y para colmo de males, el machismo de antropólogos y otras basuras oficiales, le decidieron cambiarle de sexo a la diosa, ponerle verga y llamarla Tlaloc. Si uno se fija bien cuando llega al Museo de Antropología (donde sólo lo mexica, al parecer, es importante), comprobará que ese Tlaloc tiene falda, tiene tetas, es mujer y no hombre.
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Los graniceros de esa región de San Miguel Coatlinchán, que todavía hablan con los vientos y las nubes gordas de agua, ven hacia la ciudad de México, hacia la gran Tenochtitlan, y pronostican: toda la furia de la diosa algún día caerá sobre esos perros. Ayer, me dicen, pedazos de hielo de hasta un kilo caían sobre los hombres y mujeres de esa ciudad de albañal, de esa ciudad enferma. Los graniceros no mienten, algún día la ciudad de México morirá bajo el agua. Muerte por agua, y ningún Noé tendrá para librarla.
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