martes, 15 de abril de 2014

LA MISA NEGRA DE EL PADRE CLARENCIO

Maestro Felipe Escalante Tió, ayer, por si no recuerda, me topé con usted donde siempre coinciden los amantes (o amasios, también es valedera esa palabra) de Clío: en un archivo. Estaba usted en la Carlos R. Menéndez cuando recién, minutos antes, había yo comprado en la librería de Sedeculta, que queda a una esquina de la Carlos R., su opera prima llamada –un título feliz siempre da envidia- La misa negra de El Padre Clarencio. Me decía que bien valía la pena desembolsar 150 pesitos por este libro que, estaba seguro, saldría, después de su lectura, con una visión enriquecedora del Porfiriato en Yucatán. No lo compré porque conozco a su autor –una autoridad de la prensa yucateca durante el porfiriato-, sino que lo compré, arriado en mi voluntad, por los recuerdos de aquel artículo suyo que había aparecido en el libro de 2002 que usted fue uno de sus coordinadores: Los Aguafiestas, desafíos a la hegemonía de la élite yucateca. Comprado a un payoobispense de 90 años, en Los aguafiestas... había un artículo que me llamó mucho la atención porque “tenía monitos”. Esa frase fue la que me dijo don Marcelo Cambranis, un payobispense al cual le interesaba mucho la historia, y me recomendó insistentemente que leyera “la que tiene monitos”. Fue así como leí su trabajo “Las pulgas y el maquinista: la prensa satírica yucateca. 1872-1908”. No puedo negar que soy un lector hedonista, que si no me gusta lo que leo, paso a otro libro más interesante, pero ese trabajo suyo de hace años me llamó mucho la atención, y decidí ver si había en las bibliotecas de Chetumal algo más de este historiador llamado Felipe Escalante Tió: el desierto y la telaraña solamente. Este fue mi primer acercamiento con el trabajo del maestro Escalante Tió.
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Me acuerdo la primera vez que lo conocí, cuando nos presentamos los miembros de la primera generación de doctorado en Historia del CIESAS Peninsular (2010-2014). Ahí estaba el maestro Escalante Tió: cuando dijo su nombre, libresco como era, rápidamente se me vino a la mente “Las pulgas y el maquinista”, y decidí acercarme para decirle que gracias por haber escrito ese artículo que “tenía monitos” (Cambranis dixit). Desde entonces, le guardo respeto, y en varios momentos coincidí con el maestro Escalante en los archivos meridanos. Neófito como era, no voy a negar que le pedí consejos de cómo moverme entre las moles de periódicos por el cual el maestro Escalante recorría con rapidez de nadador olímpico. En Guadalajara, en un Segundo Encuentro de Historiadores del CIESAS (septiembre, 2013), algunos compañeros del doctorado fuimos a exponer avances de nuestros trabajos, y en la mesa que coordinaba la doctora Laura Machuca, compartí espacio con el maestro Escalante, que revisitaba, en dos tiempos, “la primera chispa de la Revolución en Yucatán”.
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En la FILEY pasada, la opera prima del maestro, La misa negra de El padre Clarencio, fue presentada por dos escritores yucatecos: el poeta Jorge Cortés Ancona, quien alabó la facilidad expositiva del maestro Escalante Tió, y el también poeta Jorge Álvarez Rendón. Éste último habló de la “rigurosidad académica” de La misa negra, entre otras cosas. Es una lástima que, por cosas ajenas a mi voluntad, no pude estar presente ante un hecho significativo para la nueva historiografía yucateca (creo que la nueva historiografía yucateca se está creando apenas, trabajos como Los hacendados de Yucatán, de Laura Machuca, o La misa negra, son ejemplos de ello).
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Sin embargo, ayer, como decía, me conseguí La misa negra de El Padre Clarencio, y coincidí en la Carlos R… con su autor. Inmediatamente le dije: “maestro, rubríquelo”. La dedicación me pareció una manera más de cómo un espíritu festivo como el de El Padre Clarencio, se presenta de vez en vez en su médium Escalante Tió: “Para el apreciado y vitriólico Gilberto, querido compañero de aventuras en la historia”.
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Esperando ayer a una luna roja que llegó tarde a la cita, me dio insomnio de tanto esperarla maestro Escalante, y decidí acabar la madrugada con la lectura de tu bello libro La misa negra de El Padre Clarencio. Bello, no solamente por su excelente factura, su papel de calidad, su portada que atrae a uno desde que se le ve al jefe del clan real Moliwopposki (Olegario Molina) con el terno de mestiza perseguido por un gorro frigio que parece un gnomo, así como las varias impresiones y caricaturas satíricas que insertas como documento histórico (alejado de la simple "plástica" que señalas) de ese periódico yucateco que no le pide nada a El hijo del Ahuizote ni a los grabados de Posadas, pero que fue magonista desde los primeros momentos y que su creador, un jovencísimo periodista (dices que Escoffié tenía 19 años cuando empezó su faena contra el poder podrido de la oligarquía de los reyezuelos del henequén, sobre todo la de Molina y sus achichincles y chalanes), Carlos Escoffié Zetina, que visito 58 veces la Penitenciaría Juárez y otros calabozos de mejor fama, a lo largo de su vida de tábano de la tranquilidad yucateca; que dio cabida en su periódico, a tratar del esclavismo en Yucatán cuando ningún periódico o intelectual yucateco (los Inecitos Novelo y los bufos Pérez Alcalá, hasta el ominoso Carlos R. Menéndez, no trataron el tema porque ellos eran parte del tema de la esclavitud en Yucatán) tenía ni la idea ni los cojones necesarios para hacerlo.
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Bello no solamente por eso, Felipe, sino porque en 236 páginas, escritas con prosa elegante y enganchadora (la claridad y la transparencia no se destila en estos andurriales de historiadores yucatecos con la mala fama de prosistas estreñidos), nos demuestras que la caricatura cuenta, y como la fotografía, es un documento importante que los historiadores no deben desdeñar, so pena de ser como los pelagatos del gato mayor (Audomaro Molina) que fueron en su momento los Inecitos Novelo y los Menéndez de la Peña, et al…

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