martes, 30 de junio de 2015

DICTERIOS CONTRA LA HUAYA: EL FRUTO IDÓLATRA



No sé si es anti cancerígeno como aseguran por ahí los hierbateros del internet, pero sí sé que puede provocar ahogamiento en los chiquitos. Lo digo de buena fuente: mi tío Mey ya mero se nos muere debido a una huaya del demonio que un día decidió quedarse en su esófago. Desde entonces, mi madre, aunque no me prohibió comerla, desde infante que no había dejado la teta me dio lecciones de cómo comerla sin peligro alguno. Me decía que me embrocara, con mi cara viendo a las hormigas del suelo, y que por ningún motivo hablara o dijera una grosería porque si eso hiciera, el diablo metería su cola hedionda en mi boca y haría que me tragara la huaya y esta cerraría mi garganta y en menos de lo que estoy contando esto, me ahogaría y me moriría. ¿Quieres ver a una madre sin su hijo?, decía mi madre, y yo lloraba y lloraba y le respondía que “no, mamita linda, no como ni comeré nunca en mi vida esa maldita huaya”.
Esto, desde luego, no era cierto, porque a todos los chiquitos les gana por ser imitadores por naturaleza, simios imitadores por naturaleza como decía el bueno de Aristóteles, y aunque a mí no me gustaba ni el olor ni la consistencia de la carne de la huaya, pues recuerdo que me dejaba con un sarro agrio los dientes y la lengua, a semejanza del primo Diego, que nunca se lavaba los dientes, mis primos la comían como cerdos, y creo que eso eran, cerdos, y yo quería saber qué se sentía ser un chancho de vez en cuando, y le decía a mi madre que quería comer huaya con chile molido y limón para que me agrie la boca, y mi madre me hacía la huaya con chile y limón pero partía en dos cada frutito y me decía que así no me ahogaría, pues si la tragara, pasaría por mi garganta y en la tarde la cagaría.
Pero ya basta de recordar esos años pasados, no me gusta vomitar mi infancia, mejor digo por qué no paso esas huayas. En otras regiones distintas de la geografía peninsular, a este fruto “tropical” se le nombra como quenepa, mamón, mamoncillo, cotoperi, guayum, papamundo y otros nombres barrocos. Se encuentra en la región de Centroamérica, en la Península de Yucatán y, tal vez, en Cuba. En mi pueblo, al parecer, existen dos clases de huayas: la huaya propiamente, y el mamoncillo, un fruto más gordo y robusto que la primera. El mamoncillo tiene una cáscara patinada de verde intenso, mientras que la huaya se pudre y humedece su envoltura rápidamente debido a las lluvias torrenciales que la hacen germinar.
Dicen que es rica en hierro y en vitaminas B 1-3-6 y12, igual aseguran que es antidiarrréico y desparasitante, y como el brócoli, previene el cáncer aunque la Agencia de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (Food Drug Administration en inglés) no le reconoce hasta ahora esa propiedad, como sí al brócoli. Pueden decir lo que quieran los defensores glotones de la huaya, pero yo sólo sé que no me gusta, que siempre las repelía, y años después de la anécdota infantil líneas arriba contada, cuando a los diez u once años ya veía claro y ya sabía que cosas sí y que otras igual me fastidiaban, sentía que la huaya era un fruto bárbaro, y mi cuerpo reaccionaba al instante vomitándola cada vez que veía a los idólatras comerla.
Si detesto ese fruto bárbaro y me fastidia ver la basura enlodada (pues la huaya se da en tiempos de lluvia, cuando las calles de los pueblos yucatecos se enlodan y hieden a k’omoj, a mariscoso) que dejan los comedores o “anoladores” de huayas (en Mérida, junto con el nance, otro olor que detesto, son los frutos que acostumbran a comer como bellacos todos los bellacos), podemos endilgarle a la huaya de ser la razón principal de que las rejillas de las coladeras se obstruyan debido a los kilos sobre kilos que consumen de forma industrial los yucatecos. Y podemos achacarle un delito más a las huayas: ellas son las culpables de muchas fracturas de pierna, de dolores lumbares, de caídas sufrientes al pavimento de la fatalidad al pisar tus zapatos sin querer el lomo bruto de una huaya que fue anolada por un chiquito masca huayas, o un gordo mofletudo anti ecológico.
Que Dios ampare al hombre de las huayas, que Dios elimine para siempre del rastro de la humanidad, a esos sempiternos anoladores y adoradores de las huayas.

sábado, 27 de junio de 2015

EN MODERNAS CÁSCARAS DE COCOYOL

Una vista desde el interior del cenote de Maní.


En cáscaras de cocoyol, un cenote enano que no parece cenote, el de Maní,  dará agua a toda la humanidad cuando llegue la última carga de los tiempos. Si en 1562 ardió en este pueblo la memoria indígena gracias a los mastines hipócritas del dios del madero, llegará el día en que esa memoria que intentaron extirpar, recorra de nuevo esta tierra cuando la cuerda que tiene vida haya sido nuevamente anudada para que la ardilla le gane al caballo de Castilla.
Será entonces cuando una vieja milenaria, cansada de caminar los caminos del tiempo, se apropie de nuevo del cenote enano ayudada por una antigua tzukán, la enorme serpiente vieja, alada y con cabeza de caballo. Tal vez la tzukán sea la vieja, pero el mito no lo cuenta.
Ella, la madre de todos, repartirá el agua empozada a cambio de los hijos de los destructores de la tierra, y desde luego que nos moriremos, no de hambre sino de sed.
La guerra por el agua se ha iniciado, el mito era verdad: hoy se reparte ja’,[1] privada y en modernas cáscaras de cocoyol llamadas botellas de plástico.




[1] Agua en maya yucateco. 

martes, 23 de junio de 2015

IRLANDESES MEXICANOS

Placa en memoria del Batallón de San Patricio, en Plaza de San Jacinto, San Ángel, Ciudad de México.


De Dublín hasta San Diego atestiguamos la libertad negada...
Y eramos los guerreros cabeza-roja de la libertad
en medio de estos hombres y mujeres morenos

Cuando para 1847, el general norteamericano Winfield Scott, un dandi lector de William H. Prescott (el libro de la conquista de México de Prescott había sido publicado en 1843) que hizo lo que Hernán Cortés 300 años atrás (desembarco en Veracruz, ascensión a la Meseta central de Anáhuac con su ejército de conquista), se encontraba en Churubusco, a un palmo de la victoria estadounidense que arrebataría a México la mitad de su territorio (ya antes, los esclavistas colonos sureños de Texas se habían alzado con esa provincia septentrional), una división mexicana de valerosos y numantinos soldados irlandeses –desertores del ejército yanqui- se enfrentaron con furia y valentía a las tropas de Scott: era el batallón de San Patricio, cuyas arremetidas lograron eliminar a uno de cada siete soldados invasores. Sin embargo, la derrota mexicana nadie la detendría.

A los irlandeses capturados los yanquis les dieron las mayores pruebas de barbarie de un imperio que crecía a punta de despojos: desde azotes, trabajos forzados, y hasta grabarles en la cara la D de desertores con hierros candentes. Ya muy pocos recuerdan a esos irlandeses que pelearon del lado de los mexicanos. Ellos, al igual que el rayo español Mina, forman parte de nuestros héroes olvidados. 




martes, 9 de junio de 2015

¿Qué tienen que alegar los priístas de Peto?


La democracia no es el peligro. La democracia es la oportunidad….Carlos Castillo Peraza.

Las elecciones del domingo en Peto arrojaron 800 votos de diferencia entre el PAN y el PRI local.  El PAN obtuvo 5,544 votos, y el PRI, 4749. En un universo poblacional petuleño, cuyo padrón de votantes totales es de 15,711, 800 votos es una diferencia enorme, y este dígito no da pie a impugnaciones, a dudas o a objeciones. El día 7 de junio, los petuleños decidieron que el PAN era la mejor opción para gobierno, y esa decisión hay que respetarla. No hay pie para recursos legaloides, y aunque los hubiera, dudo mucho que votos más o votos menos para el PAN o para el PRI, pudieran cambiar los resultados. Los panistas petuleños, en ese tenor, pueden sentirse seguros y tranquilos de que las instituciones les harán ratificar su indiscutible triunfo electoral.
            Es por eso que resulta fastidioso y molesto, leer sandeces de uno de los lacayitos menores del PRI local, Antonio Moo Ceh, en el entendido de que la inefable facción del PRI local que contendió en esta ocasión, impugnará los resultados porque el PAN local supuestamente rebasó su tope de campaña en un 5 % (¿cómo lo saben?), y supuestamente a los priístas la “ignorancia” de los funcionarios de casilla les restó votos. Moo Ceh, al cual arguyo retraso mental y cuyo padre no le enseñó bien las sumas y restas en la escuela, dijo que con la coalición con otros partidos de su candidato, “hay que sumar los votos, además de que aun no se ha contabilizado todas las casillas”. La pregunta es, ¿con cuántos partidos contendió el priísta Édgar Calderón? Los tres partidos de izquierda en Peto (PRD, PT y Morena) tuvieron sendos candidatos. En ese sentido, sólo quedan el Verde, Movimiento Ciudadano y Nueva Alianza. Estos tres partidos obtuvieron la pírrica suma total de 90 votos. Estos votos, sumados a los que obtuvo el PRI local, le darían a ese partido 4839 sufragios finales, cifra que hace poca mella a los votos obtenidos por el PAN local. Las matemáticas, desde luego, no son lo fuerte de Moo Ceh, y arguyo que tampoco de todos los priístas de Peto que no reconocen la aritmética simple que le da el triunfo al panismo petuleño. Pero objetemos algo más que dice Moo Ceh: dice este ignorante, que por la “ignorancia” de los funcionarios de casilla de Peto, se le restaron puntos a su candidato: ¿olvida Moo Ceh el regimiento de camisas rojas que participó el día de las elecciones?, ¿pone en entredicho la capacitación del INE para dichos funcionarios? Yo en lo personal he sido presidente de casilla en las dos últimas elecciones, y siempre me ha sorprendido lo sistemáticos que son los priístas de Peto para vigilar el voto, así como sistemáticos resultan con chicaneadas y delitos electorales, para la inducción y coacción del mismo. En todo caso, Moo Ceh y la dirigencia priísta local petuleña, así como su candidato, deberían pedirle cuentas a sus vigilantes de casilla.
En un universo de 15,711 votantes, el domingo 7 de junio, el 74 por ciento de la lista nominal de Peto, a pesar de actos execrables de barbarie política perpetrados contra panistas; a pesar de que días previos a la elección, Peto fue tapiado de soldados, federales y estatales; a pesar de que vándalos del PRI (costumbre heredada por Chan Acosta) comenzaron a arriar gente, a amenazar, a suplicar por el voto para su candidato sin carisma, sin prestancia y sin que él mismo se terminara de creer su papel de samaritano; fue a votar, y unos, el voto duro priísta, votó por el pasado, pero otros, los más, votaron contra la barbarie. El 7 de junio se ganaron varias comisarías que antes eran feudos indiscutibles de los caciques priístas que infectan la Villa de Peto. Este pueblo, la Villa de Peto, demostró una vez más su plena madurez en la política (la alternancia de partidos se da desde 2001), su plena democracia: votó en contra de los tres últimos años de desgobierno y de pésima administración del envejecido y rumiante Higinio Chan Acosta, manchado de sangre al inicio (los dos muertos de Tixhualatún) y al final de su trienio (de algún modo, su gobierno es responsable de la muerte de Marco Francisco Canché Moo por ser omiso y no generar los mecanismos necesarios en materia de políticas públicas para contrarrestar las pandillas) por no tener la inteligencia suficiente para gobernar un municipio como Peto, pero sí para no respetar el sentir popular y plantarles a los petuleños una gasolinera que pone en peligro la vida de la gente del centro.
Pero si algo tienen que objetar los priístas, si la peor propaganda política en su contra  que tuvieron que soportar, no fue solamente el trienio gris, “cultural” y ramplón de Chan Acosta, sino la figura del mismo candidato que eligieron los priístas de Mérida (no los priístas de Peto): como en Valladolid con la figura aborrecible de Mario Peniche, la cúpula priísta en Mérida puso a un candidato que, es cierto, nunca había participado en política, como sí es el caso de Mario Peniche. Él no, pero su suegro sí. ¿No pensaron los priístas de Peto que el antecedente familiar de su candidato jugaría totalmente en su contra, hasta el punto de que varios ex priístas dignos votaron de manera indiscutible por el candidato del PAN? Además, es un hecho que el candidato de los priístas –gris, sin carisma, que no sabe las mínimas dicciones correctas y la gramática necesaria para darse a entender- por sí solo se hizo contra campaña.
Al contrario de ciertos sulfúreos de la izquierda más radical petuleña, descreo que los petuleños se muevan por el único impulso de la compra de votos. El triunfo del panismo en la Villa de Peto no da lugar a dudas, es inobjetable y se debió en exclusiva al admirable trabajo de masas del panismo petuleño, a su presencia constante, al hartazgo político petuleño contra el gobierno de Chan Acosta y, por supuesto, al vitando fantasma de Catmís que traía el candidato tricolor. Los demócratas aceptan la derrota, y como personas maduras, la buscan primeramente en ellos, no en subterfugios y excusas infantiles que se caen por sí solas.


DE LOS IMPULSOS AUTORITARIOS (RELATOS DE POLÍTICA DE ALBARRADA)




ESCENARIO I: EL TRIUNFO.

Un político.

Esta gente es inmensamente inteligente, supo elegir bien el camino correcto, no se vende con nada ni con nadie, estoy orgulloso de mi pueblo, ahora es el momento en que las aguas de la historia desemboquen a mi pozo privado, lo cercaré con albarradas de discursos para que no se vayan al caudal de los fariseos, santiguaré este día imborrable, se lo ofrendaré a los dioses, y prometo no defraudarles, no oprimirlos y no insultarlos con palabras y actos. Dios ha elegido bien a este pueblo para mi nacimiento.

ESCENARIO II: LA DERROTA.


El mismo político.

Los odio, piara infame, por ser vendidos prostitutos, sin dignidad, miedosos y arrastrados que han regalado por migajas y miserias la oportunidad de cambiar el rumbo de la historia de este pueblo eligiendo el camino incorrecto de los ladrones y hienas; imploro a los dioses de mi gentilidad a otorgarles 100 años de soledades y sequías, y otros tantos de langostas y gorgojos. Las aguas de la historia iban directo a mi pozo privado, pero ustedes, fementidos bellacos, lo han hecho discurrir a la pocilga de los ladrones, pero hay un dios que todo lo ve, y esta afrenta que me han hecho será imborrable pero juro y perjuro que me vengaré con actos y palabras. Dios estaba borracho cuando eligió mal el lugar de mi nacimiento.

viernes, 5 de junio de 2015

De mi perenne fascinación por los huracanes en la Península: apuntes sobre el Gilberto

Portachernera 1, frente al hotel Imperial las perlas.

Era el número 12 de la temporada de huracanes de ese 1988, año emblemático para el país porque el Sistema creado por don Plutarco, el del carro completo que no daba espacio para la diversidad política, había caído por vez primera.
Se había formado el 3 de septiembre, luengas leguas marítimas de aguas atlánticas atrás del Caribe, de donde son los huracanes, debajo de las islas de Cabo Verde y cercano a las costas tórridas del África. El 8 de septiembre, cercano a este mar antillano de las vacas marinas y de los azules turquesas que marearon la brújula del deseo de los navegantes y conquistadores, la lluvia tomó fuerza, creció de manera sostenida, pero para las artes enigmáticas de los meteorólogos, todavía seguía siendo una depresión tropical cualquiera.
Un día después, para el nueve, había subido a tormenta tropical, y 72 horas posteriormente, los meteorólogos ya lo bautizaban como Gilberto, y el mundo asistía al crecimiento voraz y excesivo de “una tempestad descomunal que se ganaría un lugar de privilegio en los anales meteorológicos y volvería ese nombre, Gilberto, inolvidable para millones de personas”, según apunta una de las autoridades en la Península respecto a los huracanes, Juan José Morales.[1]
Recientemente, el Diario de Yucatán, conmemorando sus primeros noventa años de vida, sacó un artículo en internet con 54 fotografías que registran gráficamente el paso del huracán en la Península.[2] En esa serie fotográfica, se pueden observar el nivel de fuerza de los vientos del Gilberto: Mérida fue rapada de flamboyanes y laureles; la gente trabajadora de los pueblos buscando, afiebrada, un refugio seguro y seco de agua y de los vientos; en Chelem, el carguero Lady C fue arrastrado de mar adentro hasta las arenas blancas de ese puerto yucateco.
Algo importante que refiere Juan José Morales, y que nos pone a repensar nuestras inclinaciones peninsulares por el ornato de nuestros pueblos y ciudades con árboles fuereños como el flamboyán (tabachines, le dicen en la región de los estados de Morelos y Guerrero), es que el Gilberto se ensañó contra esta flora traída de otras partes del mundo:[3]

Una de las lecciones que dejó el Gilberto es que, en materia de vegetación, lo autóctono es mejor que lo exótico. Un reconocimiento realizado por biólogos del ya desaparecido Instituto Nacional de Investigaciones sobre Recursos Bióticos (INIREB) en la ciudad de Mérida después del paso del huracán, reveló que en su mayor parte los árboles derribados en parques, patios, jardines y camellones eran de especies exóticas –o sea, no nativas de la región sino introducidas--, como flamboyanes, almendros, laureles, lluvia de oro y tulipán… Aparentemente, lo que ocurre es que como resultado de un largo proceso de adaptación y selección natural, los árboles nativos poseen raíces más adecuadas para soportar el empuje del viento. Por eso se recomienda que en lugares especialmente expuestos a los huracanes se empleen árboles autóctonos para fines de ornato en vez de las tradicionales especies introducidas.[4]

El Gilberto fue bautizado como el huracán del siglo, o el huracán asesino (aunque en la Península dejó pocos muertos), y hubo un momento en que el diámetro terrorífico de este monstruo de más de 800 kilómetros de largo, que pasó a punta de pico y zapapico por la geografía peninsular con más de 200 km/ h y rachas de 295, llegó a tocar al mismo tiempo la Florida, todo el Golfo de México, Cuba, la Península, Belice, Guatemala y otras partes de Centroamérica. El 14 de septiembre tocaría tierra peninsular en la mañana de ese día, en un punto cercano a Playa del Carmen: con 5 grados en la escala Saffir-Simpson (desde 1969 no se había registrado esa escala del espanto), en Yucatán dejó pocos muertos como hemos apuntado, pero los destrozos fueron de consideración, sobre todo, para el casi recién nacido centro turístico de Cancún. A las siete de la noche de ese día, el Gilberto dejaría las costas yucatecas, saliendo por un punto cercano a Telchac Puerto, sosteniendo una respetable categoría 3, en la escala referida.
En la Península, casi todo el ruido y furia del Gilberto se concentró en el norte de Quintana Roo, pues en la región de Cancún el semicírculo derecho del huracán, con los vientos más potentes, arrió todo tras su paso. La flotilla del Portachernera 1, un buque cubano moderno de pesca, al contemplar la cercanía rugiente del monstruo venir en el encapotado horizonte marino, buscó refugio en una ensenada de Isla Mujeres: desde ahí mismo fue arrastrado como barquito de papel por los muros del agua y viento del Gilberto, encallando varios metros tierra adentro de Cancún, rozando la nariz del hotel Imperial las Perlas. Cancún fue casi borrado del mapa peninsular. En otras partes, como Chetumal, el centro de Quintana Roo, la región de Peto o Mérida, el semicírculo izquierdo del ciclón no hizo gran daño, aunque sí regó de lluvias, arrancó árboles exóticos, hizo volar láminas, y puso en zozobra a la población.
Entre las brumas de mis pocos recuerdos de ese año de 1988, hay una imagen recurrente todavía: estábamos mis padres y hermanos en  casa, sin luz y alumbrando las tinieblas solamente con las velas y los focos de manos. Con cinco años apenas, recuerdo que todos mis mayores decían constantemente mi nombre con suma preocupación, que por Gilberto llenaron la cisterna, cargaron las alacenas con laterías y comestibles duraderos, y por Gilberto mi padre subió al techo de la casa del abuelo y a la nuestra a bajar las antenas, a cortar ramas de un almendro que voló, a asegurar tinacos y los tanques de gas, a tapiar algunas ventanas. Horas antes, en la tarde del día 13, mi padre le dijo a mi madre que pusiera a resguardo las gallinas y los tiestos de flores, que fuera a hacer despensa, que prohibiera a las “chiquitas”, mis hermanas mayores, salir a casa, que sólo trabajaría unas horas y vendría luego, pues Gilberto es fuerte, según el periódico. Ese día, el nombre de ese terrible huracán me dio una clave y me dio la perenne fascinación que tengo por los huracanes de la Península.





[1] “El huracán Gilberto. Pequeña historia de un Gran Huracán”, por Juan José Morales, texto en línea.
[2] “El huracán Gilberto en Yucatán”. Diario de Yucatán, 5 de junio de 2015, edición digital.
[3] Se dice que un gobernador yucateco, Manuel Cirerol, dueño de haciendas azucareras en la región de Peto, fue el que introdujo a Yucatán en la segunda mitad del siglo XIX, los pintorescos “flamboyanes”, que ahora, con el correr de los años, se han vuelto emblema de los paisajes yucatecos: un pueblo que se dé a respetar en Yucatán, no puede dejar de tener, en sus entradas, sombrillas de flamboyanes que bordean los caminos formando un típico arco anaranjado.
[4] “El huracán Gilberto. Pequeña historia de un Gran Huracán”, por Juan José Morales, texto en línea.

lunes, 1 de junio de 2015

UN MUERTO O DOS MUERTOS

Choza maya de Peto, donde seguramente viven otros miles de Marcos Franciscos

In Memoriam, Marco Francisco Canché Moo 

En verso sencillos, para que cabalguen mejor estas palabras
salidas de mi costado izquierdo
y lleguen al erial donde pasta la ira del chacal.

Un muerto o dos muertos
o mil muertos,
la cifra es lo de menos.
Marco Francisco Canché Moo,
 la pobreza lo inundaba,
 tal vez venía de unas hambres atroces.
Un muerto o dos muertos
o mil muertos, dice la verdad jurídica,
pero la cifra es lo de menos.
Lo que no dice es la verdad histórica,
lo que no dice y lo que no es de menos
 es la violencia construida,
la violencia recetada,
la violencia dirigida, la violencia administrada,
la violencia en sus cantinas,
la violencia en sus letrinas
la violencia en las esquinas
la violencia agazapada, la violencia en el polvo
 y la violencia en la indiferencia.
Un muerto o dos muertos o miles de muertos,
el número es lo de menos.

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