miércoles, 26 de junio de 2013

FRANCISCO SARABIA Y CONQUISTADOR DEL CIELO: LA ÚLTIMA BITÁCORA DE VUELO


A la memoria de los que todavía recuerdan los aviones del chicle que aterrizaban y salían desde la colonia Francisco Sarabia.

“El avión es solamente una máquina, pero qué invento tan maravilloso, qué magnífico instrumento de análisis: nos descubre la verdadera faz de la tierra”. Antoine de Saint-Exúpery.


“Sarabia atravesaba la larga cordillera 
volando como nunca lo hiciera otro aviador”. 
                                                            Corrido de Francisco Sarabia.

Uno por uno, los récords comenzaron a caer del cielo
El 11 de marzo de 1939, el Diario de Yucatán (DY) traía en su primera plana la siguiente noticia: “Sarabia vuela de México a Chetumal en 2 H. 40 minutos”. En efecto, piloteando el avión Gee-Bee NXI-4037, de matrícula norteamericana, y que sería conocido para la posteridad como “Conquistador del Cielo”, el día 10 de marzo Sarabia rompió el cielo de México a las 7:20 horas y dirigió la proa de su ave de acero con destino a Chetumal, en un vuelo rápido, sin escalas.

En Chetumal, una multitud tropical, sufriendo los calores palúdicos, ya esperaba el aterrizaje de Conquistador del Cielo. Apenas y lo divisaron planear, la turba comenzó a aclamar enardecida, y al bajar Sarabia al suelo, los chetumaleños, hijos de los viejos payoobispenses, le arrojaron flores a su paso. Del campo de aterrizaje a la explanada Hidalgo, Sarabia, “en hombros del pueblo”, recorrió las calles con las lánguidas casitas de madera de la Chetumal de finales de la década de los años 1930. Un pueblo entusiasmado vitoreaba a su héroe con estridencia demoniaca, que hacía espantar hasta a los saraguatos de las selvas cercanas, y hacía despabilar el sueño matutino de los lagartos dormilones del Hondo. Ese día, Chetumal se vería inundada por el tráfago de fiesta y verbena popular “en honor del solitario viajero, que por vez primera en la historia de las comunicaciones aéreas, realiza el vuelo directo de México-Chetumal, absolutamente solo, con el deseo de acercar más, a esta apartada región de la patria, al centro del país”. Un tiempo antes, Sarabia había batido otro récord de viaje en solitario, en la ruta México-Los Ángeles, récord que se mantenía desde 1936.

Desde México llegó la noticia de que, a su regreso, a Sarabia se le impondría una medalla simbólica que probaría, a los ojos de toda la nación, que el Territorio de Quintana Roo se había incorporado, vía aérea, al resto de la República; y Sarabia, nacido en Lerdo Durango, de 39 años, tenía mucho que ver en ello, pues con su Compañía Transportes Aéreos de Chiapas, del cual era socio fundador y presidente, conectaba a Chiapas (y a los hatos chicheros chiapanecos), con los tres estados de la Península, las Islas y Belice. Región, apuntemos, de chicleros y benqueros.

¿Pero quién era Francisco Sarabia? Adelantándonos un poco en esta bitácora que busca la crónica, El Siglo de Torreón, al día siguiente que Sarabia rompiera el récord de vuelo de México a Nueva York (que detallaremos más adelante), nos daría unos datos biográficos del personaje:
Sarabia nació en Lerdo en 1900, Durango, en la casa número 511 de la calle Madero y fue a estudiar a la capital del vecino estado de donde se trasladó a Kansas City recibiéndose como mecánico e ingresando a la Escuela de Aviación de Chicago Illinois donde alcanzó las mejores calificaciones. Su esposa, Sra. Agripina Díaz de Sarabia, y sus hijos Tachis (Francisco), Carlos y Nivea, quienes lo recibieron en Nueva York, son también oriundos de Durango. El padre de Sarabia, don Santiago Sarabia, nació en Avilés y falleció hace algunos años en Lerdo. Su madre, doña María Tinoco viuda de Sarabia, vive en Torreón. Francisco Sarabia estuvo en Lerdo en 1926 tratando de hacer vivir una escuela de aviación, pero fracasó por la falta de dinero…De Lerdo Sarabia se fue a Monterrey donde corrió la misma suerte, pero sin decepcionarse, sin perder la fe en el porvenir emprendió el viaje a Morelia y encontró nuevos obstáculos, pues aún no había sonado la hora de la victoria. Siguió a Quintana Roo y luego se instaló en Tonalá, Chiapas, donde al fin pudo acomodarse y formar una compañía de transportes la que se ha transformado en la línea única entre Yucatán y Quintana Roo y de la que es gerente el piloto aviador lerdense”.
El 13 de marzo, Sarabia rompería un segundo récord consecutivo en la Península: Piloteando a Conquistador del Cielo, acercó Chetumal a Mérida, a 46 minutos escasos. De 8:45 am a 9:31 am, fue el lapso que duró el viaje de Conquistador del Cielo por la Montaña chiclera de Quintana Roo, pasando la Sierrita Puuc y los pueblos de Yucatán, hasta llegar a Mérida. En el aeródromo de esa ciudad, frente al repórter Marcial Cásares Baqueiro, y después de posar para la posteridad, con su sencillez y modestia que lo caracterizaba, Sarabia tuvo algunas palabras para el pueblo chetumaleño: “Nunca podré olvidar –dijo el modesto piloto-, las afectuosas demostraciones que allí fui objeto con motivo del raid México-Chetumal”.



Los grandes fastos chetumaleños celebrando la gesta aeronáutica de tan insigne aguilucho, iban desde comilonas, bebilonas, agasajos en su honor, la inauguración del Hospital Morelos, una fiesta en el teatro al aire libre de la escuela Belisario Domínguez en construcción, así como un sabroso baile popular en la rotonda del parque Hidalgo. Sarabia y los chetumaleños no sabían que esas bacanales serían las de la despedida eterna.
***
Ese día 13 de marzo, en Mérida, Sarabia externó por primera vez, en charla informal con amigos, que quería hacer “un vuelo de buena voluntad de México a Nueva York, en 8 horas y media”, tratando de batir el récord de la infortunada aviadora norteamericana, Amelia Earhart. Era cosa, decía, que el presidente Cárdenas dé su visto bueno: “Será mi contribución –decía Sarabia-, como mexicano, a la idea de confraternidad entre nuestro pueblo y el de Estados Unidos”. Recordemos que esa “confraternidad”, para ese entonces, era más que ríspida porque estaba reciente la expropiación petrolera cardenista.


Ese mismo día 13 de marzo, al preguntarle por “su avión” Conquistador del Cielo, Sarabia diría que el monoplano costaba la friolera de 60 mil dólares, y que no era de él: “Ya quisiera. Es de un buen amigo que me lo ha facilitado para estos vuelos”. El repórter Cásares atraparía para la posteridad algo de la personalidad del gran aviador: aparte de modesto, de sencillo, sonreía. Sarabia sonríe siempre, “y sus ojos azules, claros, clavados en el azul del cielo, que tantas veces ha visto de cerca”, desde que 13 años antes en que voló por primera vez, sonríen. Sarabia, otra vez el repórter, “sonríe también a la esperanza y a la gloria”.  
El día 15 de marzo, antes de partir hacia México, Sarabia, sin Conquistador del Cielo, llegaría al Peto de la fiebre del chicle, en un simple avión, trayendo a 2 funcionarios de Seguros de México, S.A, para negocios con los contratistas del pueblo, y ese mismo día regresarían a Mérida.

Los reportes de prensa del DY informaban que el martes 21, Sarabia, en busca de otro récord –el de Mérida a México-, saldría de la Ciudad Blanca entre las 5 y las 7 am, entrando al Golfo de México por Celestún y saliendo por Gutiérrez Zamora, Veracruz, entre Vega de Alatorre y Misantla, para dirigirse a la capital. Conquistador del Cielo sería cargado con 1,200 litros de gasolina para 5 horas de vuelo. Para Sarabia, eso de surcar los cielos y esquilar las nubes, es como si de un picnic se tratara, confía en su pájaro de acero.

El 22 de marzo, el DY noticiaría que Sarabia era un hombre de récords, porque otra vez lo volvió a hacer: volando en 2 horas 49 minutos de Mérida a México, el gran piloto se adjudicaría un nuevo récord, al mejorar en más de una hora la marca establecida de forma informal el 5 de febrero de 1938, por un turista norteamericano. El periplo Mérida-México comenzó a las 8:15 am, y terminó a las 11:044 am. Del trayecto, Sarabia comentó que encontró condiciones desfavorables para su vuelo, sobre todo en la costa del Golfo, donde se vio obstaculizado por un bravo norte, que lo obligó a buscar más altura para librar a Conquistador del Cielo de los ramalazos de lluvia y mal viento. El aviador no volvió a ver tierra desde que elevó su nave, hasta apenas surcar el valle de Puebla.

El domingo 9 de abril, en un viaje sin escalas, en solitario, de México a Guatemala, Sarabia había pulverizado otro récord perteneciente a otro norteamericano, Frank Hawks. A las 7 H. 49 M, Sarabia y Conquistador del Cielo salieron del Campo de Balbuena en medio de vítores y aplausos de cientos de personas (entre militares y civiles), que habían acudido a despedirlo. Sarabia le llevaba cartas de buena voluntad del General Cárdenas al presidente Ubico, es decir, al dictador Ubico. A las 10 H, 51 M, el pueblo y las autoridades guatemaltecas le dieron una cordial bienvenida. El cronómetro se detuvo en 3 H. 2 M.

El Conquistador del Cielo alista sus motores para el Gran Salto a Nueva York

El 13 de mayo, reportes del DY señalaban que Sarabia había probado un día antes su avión, Conquistador del Cielo, y lo halló “en perfectas condiciones para volar, después de que los trabajadores de los talleres de aeronáutica militar lo revisaron y ajustaron hasta el último de sus tornillos”. Elevándose dos veces Sarabia sobre el Valle de México, quedó satisfecho con el rugido poderoso y templado de Conquistador del Cielo. Entre el 15 y 20 de mayo, tenía pensado salir hacia New York, llevando la bandera de la confraternidad. La nota del DY apuntaba que, en caso de que Sarabia no saliera uno de esos días, en el gimnasio de la Secretaría de Defensa se le impondría “la medalla de oro que le otorgan el pueblo y las autoridades de Quintana Roo”, presididos por el general Melgar. Ese día de las pruebas al monoplano convencieron al ingeniero militar Sarabia, que no veía ningún impedimento para derretir el récord de velocidad existente entre México y Nueva York, y que todo estaba listo para dar “el Gran Salto México-Nueva York”.

El 18 de mayo, el Secretario de Comunicaciones del Gobierno Cardenista, Ing. Melquiades Angulo, impuso la medalla de oro Emilio Carranza a Francisco Sarabia, medalla “que sólo se otorga a los pilotos aviadores civiles por actos de heroísmo o de marcada importancia”. Toda la plana mayor del ejército cardenista, salvo Cárdenas, de gira por el norte de México, rindió sentidos honores militares a un piloto civil designado ya como héroe nacional. Acto seguido, Sarabia, para demostrar su matemática pericia, ante la mirada de generales claveteados de charreteras, y otros pilotos militares, realizó varios vuelos atravesando campechanamente el Valle de México alrededor de una hora. El mal tiempo que predominaría los siguientes días en la ruta trazada para Conquistador del Cielo, aplazarían el viaje de Sarabia hasta el día 24 de mayo de 1939, fecha histórica para la aviación mexicana.

El Gran Salto México-Nueva York: ¡Goodbye, Amelia linda!

El día 25 de mayo de 1939, el DY rotularía, con efusividad manifiesta, la llegada un día antes, 24 de mayo, de Sarabia a Nueva York: “El aviador Sarabia estableció un nuevo récord de velocidad en la ruta México-Nueva York”. Alguien, seguramente un duranguense, al leer la feliz noticia que recorrería todos los pueblos y ciudades del México Cardenista, tomaría su vieja guitarra porque ya se sentía obligado a escribir un Corrido a Francisco Sarabia:

“Del Campo de Balbuena
se alzó hasta el firmamento
Un pájaro de acero con rumbo a Nueva York.
Liviano como el aire
Más rápido que el viento
Perdiéndose en las nubes
A todos dijo adiós…”

El compositor de corridos pospondría el Corrido de Francisco Sarabia, porque la lectura de los periódicos lo inundaba. En efecto, el 24 de mayo, a las 6 Horas 51 Minutos, Sarabia, dice bien el corrido, se alzaría del Campo de Balbuena hasta el firmamento. Vítores y aplausos despidieron al solitario aviador. 15 minutos después de haber salido, de Conquistador del Cielo apenas si se escuchaba, débilmente, el ronquido de sus poderosos motores, porque Sarabia ya se disponía a atravesar “la larga cordillera volando como nunca lo hiciera otro aviador”. Antes de salir hacia el Gran Salto a Nueva York, Sarabia platicaría vía telefónica con la autora de sus días, señora María Tinoco, viuda de Sarabia, domiciliada en Torreón. Frutos y pan tostado, su desayuno; y otras dos raciones para el camino.

En la Ciudad de México, tan pronto se supo que Sarabia había llegado a Nueva York despatarrando el récord de Amelia Earhart, las sirenas de los Cuerpos de Bomberos y las campanas de todas las iglesias y hasta la mole toda de la Catedral Metropolitana construida en tiempos de los virreyes, sonaron a rebato con un estrépito que hizo rasgar de emoción la región más trasparente del aire. Las rotativas de los diarios capitalinos no se dieron abasto para lanzar extras de extras, que fueron inmediatamente comprados como salchichas calientes de tinta. Con esto, los periódicos acallaron la falsa versión de una radiotransmisora de alta mala leche, que difundió el rumor de que Sarabia había aterrizado en Floyd Bennett sin llegar a la meta que se propuso. ¡Falso de toda falsedad! Aquel día 24 de mayo, más de un mexicano mandó un ¡Viva Sarabia!, al cielo de Conquistador del Cielo.

Un reporte venido desde Nueva York, y capturado por el teletipo de la prensa mexicana, decía:
Francisco Sarabia, el “Lindbergh Mexicano”, rompió el récord de velocidad entre México y Nueva York, que estableció la finada aviadora norteamericana Amelia Earhart, al aterrizar hoy en el aeródromo de Floyd Bennett, después de una travesía de 2,085 millas, en diez horas cuarentiocho minutos, contra catorce horas diecinueve minutos que empleó Amelia.
Al tocar tierra el monoplano Conquistador del Cielo (construido cinco años antes), varios cientos de espectadores lanzaron vivas a Sarabia y a México. Con parcas palabras, pero con una honda felicidad, Sarabia apenas dijo en un perfecto inglés: “Creo que me queda como un galón de gasolina”.

En Floyd Bennett lo esperaban funcionarios mexicanos y norteamericanos, el representante y la familia de Sarabia conformada por Agripina su mujer y sus tres hijos; así como sus hermanos Leonora y Santiago; y cuatro cuñadas. Además de perseguir el récord de Amelia, Sarabia traía mensajes autógrafos del General Cárdenas para el presidente Roosevelt, así como estampillas conmemorativas de su vuelo. Dijo frente al micrófono:
“Me siento contento de estar aquí. Este es uno de los vuelos más difíciles que he hecho…Dos veces volé ayudado por los instrumentos, durando veinte minutos cada periodo, sobre la región de Alleghanies, debido a que no podía ver nada”.
El Secretario de Estado de EUA, Cordell Hull, envió felicitaciones a Sarabia, y manifestó que su hazaña sin duda creará otro lazo de unidad entre las dos naciones. Charles H. Badd, comerciante de aviones de medio uso y amigo cercano de Sarabia, manifestó lo siguiente sobre el vuelo:
“El avión de Sarabia –dictaba cátedra el experto Badd- fue construido primordialmente como aparato de carrera, y no para vuelos a larga distancia. El despegue que se hizo a una altura considerable, tomando en cuenta la carga que llevaba el aparato y la necesidad de alcanzar altura inmediatamente, para salvar las montañas, es un testimonio elocuente de la habilidad de Sarabia, a quien considero como uno de los más hábiles pilotos del mundo”.
Un reportero apuntaría una frase que Sarabia dejó escapar. Dejando de sonreír, Sarabia dijo: “Hice el viaje porque Carranza no pudo”, aludiendo al infortunado capitán Emilio Carranza, muerto el 12 de julio de 1938 cuando apenas había iniciado el vuelo de Nueva York- México.

Después de leer casi todos los extras de los periódicos de aquel 25 de mayo de 1939, el compositor de corridos decidió seguir arrejuntando palabras y pellizcándole la panza a la inspiración:
“Y a veces desafiando la muerte traicionera
surcaba el horizonte rugiendo su motor…
Y las palabras del compositor se juntaban solitas:
"En menos de 12 horas de continuado vuelo
Sarabia victorioso llega a Nueva York
Intrépido piloto que al descender del cielo
le daba a nuestra patria con ella un grande honor…
Tan sólo por la gloria de ver que su bandera flotaba con orgullo allá en tierras yanquis: los momentos antes de la tragedia.

“Un afectuoso saludo al pueblo yucateco por conducto del Gran Diario de la Vida Peninsular, el Diario de Yucatán”. New York, mayo 25 de 1939, Francisco Sarabia.
El saludo autógrafo de Sarabia apareció el 1 de junio de 1939 en la parte izquierda de la primera plana del Diario de Yucatán, junto con una fotografía de un extraño Francisco Sarabia bien entacuchado y leyendo “un ejemplar del periódico de la vida peninsular” en su hotel de Nueva York. El reportero del DY que le tomó la foto, comentaba que Sarabia había sido “muy agasajado”: El “Aéreo Club” de esa urbe dio en su honor un opíparo banquete, y varias sociedades mexicanas le ofrecieron fiestas. Sarabia le confesó al periodista que su intención era residir en Mérida, que Mérida era un buen lugar para vivir.

El 4 de junio, Sarabia y Conquistador del Cielo salieron hacia Washington, y en la capital estadounidense, al día siguiente le entregaría a Roosevelt el mensaje autógrafo del General Cárdenas. La intención de Sarabia consistía en salir el miércoles 7 a México, haciendo escala en Ciudad Lerdo, Durango, su pueblo natal. Su familia, acompañada del señor Felipe Torres, lo seguiría de regreso, pero en automóvil.


El día 7 de junio, día miércoles, en Yucatán tal vez ya se sabía lo que sucedió a tempranas horas del día, pero el periódico ya había salido de las rotativas desde la madrugada. Ese día el DY informaba, que después de que Sarabia hubiese entregado el mensaje de buena voluntad del general Cárdenas, el “as de la aviación mexicana saldrá hoy para Torreón con el objeto de visitar a la autora de sus días”, arribando el día 8 a la ciudad de México para los homenajes que el pueblo y el gobierno cardenista rendirían ese día al héroe nacional oriundo Lerdo, Durango. En Washington, Sarabia no pudo entregarle personalmente el mensaje autógrafo de Cárdenas, junto con 4 sellos postales conmemorativos de su vuelo, a Roosevelt, porque el presidente yanqui se reponía de un fuerte ataque de gripe. El mensaje y los sellos fueron recibidos por un coronel ayudante personal de Roosevelt.

La Secretaría de Comunicaciones, preparando el escenario de la inminente llegada apoteósica de Sarabia, pretendía organizar para el día 8 en México, “un desfile, que seguirá al automóvil abierto que ocupará Sarabia, formada por el personal de Comunicaciones, estudiantes, pelotones militares y elementos civiles. Escoltarán el vehículo motociclistas de caminos y cuando el aviador llegue al edificio de la Secretaría de Comunicaciones, el general Gustavo Salinas, en nombre del Gobierno, le dará la bienvenida. El personal femenino de la repetida Secretaría y de otras dependencias del Gobierno arrojarán a Sarabia, a su paso, flores, confeti y serpentinas”. Una nota contradecía la anterior, señalando que no sería en la Secretaría de Comunicaciones, sino en el Palacio de Bellas Artes el festejo, y en donde el aviador dirigirá “un saludo al pueblo de México por medio del radio, y que una valla militar desde Balbuena hasta Bellas Artes coadyuvaría al orden”. No se hizo ni lo uno ni lo otro.
Desde las aguas del río Potomac comenzó el llanto mexicano
Ahora voy a comenzar a escribir la parte más triste de mi crónica, relatar los pormenores de la muerte de un héroe personal no es cosa fácil, no es cosa que se despacha así como si nada. No puedo imaginar lo que han de haber sentido buena parte de ese México sencillo, de ese México a ras de tierra, lo que sintieron los lectores del DY cuando el jueves 8 de junio de 1939, a ocho columnas, leyeran lo impensable:
“La aviación mexicana de duelo: Trágica muerte del Gran Piloto Francisco Sarabia”.
¿Y qué pasó?, más de uno se ha de haber hecho la pregunta, ¿y qué pasó? Si todo iba bien, si la destreza de Sarabia espantaba a cualquiera, si su intrepidez y precisión pulverizaban todos los récords… ¿Acaso es una maldita broma de periodistas absurdos? Pero no era una broma. El reporte de prensa decía que Conquistador del Cielo se precipitó en las turbias aguas del río Potomac apenas saliendo de Washington, el 7 de junio de 1939. La caída del avión de Sarabia lo presenciarían varias personas, funcionarios gringos y mexicanos de la embajada en Washington, su esposa y el pequeño Francisco, y un hermano del “infortunado As de la Aviación”. La noticia fue difundida por el radio en las primeras horas de la mañana. The AssociatedPress confirmaría la tragedia. El duelo general, la tristeza, el llanto, el carajo, pronto, como malditas yedras, como heraldos negros emponzoñándolo todo, comenzaron a recorrer los pueblos, avanzaron a las ciudades, treparon a los desiertos y a todas las selvas de México. Sobre todo, a esa selva peninsular que Sarabia conocía más que cualquiera. Sarabia había muerto.


Quebrándosele a uno la voz a más de 70 años de los hechos que enlutaron a no sólo la aviación mexicana, leo este reporte de prensa: “La muerte de Sarabia es tanto más sensible y lamentable cuanto que el piloto durangueño era por sus proezas una legítima gloria para México, y por sus características de idoneidad, pericia, modestia y, sobre todo, conciencia en la arriesgada profesión que había abrazado con tenacidad, con fe y con cariño ejemplares…El Conquistador del Cielo cayó abatido ayer en la corriente del Potomac, y su piloto, su bravo piloto, su Gran Piloto, Francisco Sarabia, el aguilucho, que lo reivindicó paseándolo victorioso por cielos de la patria, y cielos extraños, sucumbió con él”.

La anciana madre de Sarabia recibió la noticia con un silencio que dolía, porque era un silencio que golpeaba. La casa de Torreón de la señora María Tinoco, viuda de Sarabia, de 72 años, inmediatamente se llenó de un ramillete de personas para acompañarla en su dolor. Las autoridades de Torreón apresuraron los trámites para que el aeródromo de esa ciudad llevara desde ahora el nombre del hijo de doña María. En esa ciudad norteña no hubo comercio ese día 7. Desde Washington, vía Brownsville, la esposa y los hijos de Sarabia arribarían a Tampico en avión y seguirían a México para los funerales. Doña María Tinoco, “con los ojos rojos por el copioso llanto derramado durante 72 interminables horas”, ahogada por la emoción, modesta como su hijo, recibía con maternales abrazos al pueblo doliente de Torreón, y los consolaba, “haciendo que su corazón y sus bendiciones llegaran hasta el que apartado por los brazos maternales ha escrito una nueva página en la historia de la aviación nacional”. “Yo no quería que Pancho haga otro viaje de esta naturaleza”, fue una de las frases que dijo la madre del héroe.


El mismo día 7 de junio, en la Secretaría de Defensa, se izó a media asta el lábaro patrio, y un prolongado toque de silencio con el redoble lento de los tambores, fue la forma como el ejército rindió homenajes a la memoria del piloto civil.

De la misma forma desde que se supo que Sarabia había batido el récord de Amelia Earhart días antes, el día de la tragedia las rotativas de todos los diarios de la capital lanzaron ediciones extras. Rostros tristes, caras largas, sollozos y melancolía. (En esta parte de mi crónica quisiera obviar las maquinaciones de mentes laceradas por el dolor, y decir que en la caída de Conquistador del Cielo no hubo ni sabotaje, ni complot del gobierno de los Estados Unidos).

Detalles de la caída informaban, que Conquistador del Cielo quedó metido como cinco metros entre las aguas del Potomac y a 25 metros de la orilla…Roosevelt ofreció mandar el cadáver en un avión militar, y la embajada mexicana aceptó. Charles Babb, testigo de la tragedia y experto en aviones, pontificó que el motor falló, y que Sarabia tal vez se dio cuenta que no podía retomar el aeródromo, e hizo lo que todo experto aviador haría: tratar de descender en línea recta sobre el agua.

El 9 de junio, el DY, en su primera plana, presentaría imágenes de la tragedia. La primera es la última foto en vida de Sarabia subido a Conquistador del Cielo; la segunda es de Conquistador del Cielo en las aguas frías del río Potomac, al momento de remolcarlo. Otra foto es de la viuda, Agripina, sollozando junto a su pequeño Francisco, acompañada por Salvador Duhan, segundo secretario de la embajada mexicana en Washington.

Las pompas fúnebres de un héroe nacional
El día 9 de junio, el DY daría a conocer una carta que el presidente Roosevelt le envió el día 7 a la inconsolable viuda de Sarabia, Agripina Díaz, que entre otras cosas, decía:
“Estimada señora: Apenas ayer vuestro esposo me dejó un hermoso pergamino y un bloque de timbres postales conmemorativo de su vuelo de la ciudad de México a New York, rompiendo las marcas anteriores, y deseo que vos sepáis, cuán profundamente lamento la trágica muerte de vuestro esposo, y lo mucho que he estimado el pergamino y los timbres postales que me dejó. Vuestro esposo contribuyó grandemente a fomentar las buenas relaciones entre su país y el mío”.
El sábado 10, apuntaba el DY, a las 2 de la tarde el cadáver de Sarabia, en un avión fortaleza B-15, de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos, llegaría a México, media hora después que la viuda y los deudos.

El domingo 11, el DY hacía eco del tumultuoso recibimiento que el pueblo de México le hizo al cadáver del aviador: “Una enorme multitud –escribía a ocho columnas el diario- presenció la llega del cadáver de Sarabia”. Este recibimiento del sábado 10 de junio, se describía de la siguiente manera: “No menos de trescientas mil personas asistieron a la llegada del cadáver del valiente aviador Francisco Sarabia, pudiendo asegurarse que hacía muchos años que no se presenciaba una demostración tan magna y sincera como la de hoy”. Los 300 mil no se rebasarían nuevamente, porque, al parecer, unos macanazos de más que le dieron a la gente aquel día por tratar de arremolinarse para ver bajar el féretro del avión, tal vez fue el motivo para que el número de asistentes se redujera en los homenajes a Sarabia, al día siguiente en el edificio de la Secretaría de Comunicaciones y el Zócalo de la ciudad.

Desde tempranas horas del sábado 10, las 300 mil personas habían ya atestado el Puerto Central Aéreo, entre funcionarios, políticos y politicastros, diplomáticos, reporteros, estudiantes y el pueblo en general. No bastó el fuerte dispositivo de seguridad policiaca de la ciudad, ni todo el cuerpo de vigilancia de tránsito y de motociclistas, ni los 1,800 policías salidos del cuartel, para controlar a una multitud que exigía estar cerca del féretro del héroe caído. Cuando a las 2:45 de la tarde de aquel día de duelo nacional, la muchedumbre avistó al poderoso avión fortaleza yanqui, “rompió las vallas y se precipitó hacia el Puerto Aéreo, pretendiendo ver el aterrizaje”. Sólo la ayuda de tropas federales, macanazos de más, pudo abrir cancha al féretro en medio de la multitud arracimada, tupida, para que la comitiva que acompañaba al cadáver trasladara el féretro hasta el edificio de la Secretaría de Comunicaciones. Secretarios de Defensa, de Relaciones Exteriores, de Economía, diputados, senadores (sus presidentes), y el presidente de la SCJN estuvieron presentes en el acto de recibimiento.

El reporte de prensa del día 10, decía que “por primera vez en México, se alza en el Zócalo, un enorme catafalco, en el cual será expuesto el cadáver de Sarabia, a fin de que todo el pueblo de México pueda desfilar ante él”, calculándose en más de 500 mil el número que acudiría al día siguiente a rendir homenaje al gran Aguilucho, cosa que se redujo a 50 mil, seguramente por la prepotencia cuartelaría de las tropas que con dobles máuseres vigilarían las ceremonias fúnebres ese día. El Presidente de la República, General Lázaro Cárdenas, palpando en lo más hondo de la fibra nacional de un pueblo que se desparramaba por contemplar el cadáver de Sarabia, a iniciativa del Secretario de la Defensa y del secretario particular de la Presidencia, desde el norte donde seguía llevando la reforma agraria a los pueblos sin tierra, concedió permiso para que sean sepultados los restos de Sarabia “en la Rotonda de los Hombres Ilustres, con todo el ceremonial de rigor, que será grandioso”.

El lunes 12 de junio, el DY, nuevamente a 8 columnas, decía: “Al lado de Emilio Carranza, desde ayer, reposa para siempre Francisco Sarabia”. El día de las ceremonias fúnebres, día 11 de junio de 1939, y sin que se terminara ese día, no menos de 200 mil personas habían circulado ante la capilla ardiente de la Secretaría de Comunicaciones, pero el desfile “del pueblo para rendir el último tributo al desaparecido aviador”, se suspendió a la una y media, hora en que se hicieron las últimas guardias de honor por los diplomáticos y la familia del solitario aviador.

Los embajadores de Estados Unidos, del Brasil, de Chile, de Cuba y de Guatemala, así como el comandante norteamericano Haynies, piloto que tuvo el honor de conducir el avión fortaleza que devolvió a su patria el cadáver del gran Sarabia, hicieron, con su comitiva, los honores respectivos. Antes de que el féretro fuera llevado a la Plaza de la Constitución, la madre, la esposa y los hijos de Sarabia, hicieron guardia de honor ante el hijo, el esposo y el padre muerto. La nota de prensa, a más de 70 años, todavía logra captar el clima de dolor, pero también de entrega, de amor y cariño, de esos momentos climáticos:
“Los veteranos de las guerras patrias, llevando la gloriosa bandera del Batallón de San Blas, escoltada por un grupo de marinos, de la Armada Nacional, también dieron guardia; y en un avión especial llegó una delegación de Cananea, trayendo una corona en homenaje de Sarabia, y para dar guardia y asistir a los funerales”.
Entonando la banda de guerra de la Secretaría de Comunicaciones la Marcha de Honor, y bajo una lluvia de flores, fue conducido el féretro de Sarabia a la Plaza de la Constitución. Cuando el féretro se colocó en la carroza, las fuerzas de policía que hacían valla, presentaron armas y por en medio pasó la carroza. De Secretaría de Comunicaciones al Zócalo, y estacionándose la carroza frente a Palacio Nacional, la multitud, el pueblo mexicano tras las vallas, lanzaban flores a la carroza.

Ahí, en la Plaza Mayor, el Zócalo, la antigua plaza de los sacrificios, el centro geográfico y el centro del poder de este país desde tiempos de los virreyes, y aun antes, desde tiempos de los tlatoanis, el general Jesús Agustín Castro, secretario de la Defensa, prendió en la bandera nacional que cubría el féretro, la condecoración de Mérito Aeronáutico Civil en medio de los acordes de la Marcha de Honor, y ante la expectación de más de 50 mil almas congregadas en la plaza mayor de la metrópoli. El hijo de Sarabia, el pequeño Francisco, al lado del general veía las acciones. Castro le dijo: “Aprende con esto, a hacer como tu padre, por el bien de la Patria”. En el mismo momento en que Castro condecoraba al féretro, las bandas de guerra del Ejército allí presentes, tocaron llamada de honor, y la pesada campana mayor de la Catedral dobló a duelo durante todo el tiempo que el cadáver estuvo expuesto.

A las 3 y media de la tarde, el cortejo fúnebre inició la marcha hacia el Panteón Civil, lugar en el que Sarabia iba a ser inhumado junto al lugar que ya ocupaba Emilio Carranza. Al llegar al Bosque de Chapultepec, las tropas que antecedían el cortejo fúnebre, se desplegaron para rendirle los últimos honores al cadáver. El secretario de la Defensa, la familia y otros secretarios, embajadores y altos militares, llegaron al panteón a las cinco de la tarde. Un licenciado, de apellido Kubli, fue el encargado de pronunciar la oración fúnebre del que ya en vida era un héroe nacional. En los justos momentos en que el ataúd bajaba a la fosa, “la batería de artillería instalada en las cercanías del panteón, hizo una salva de diecinueve cañonazos; y las tropas presentaron armas y las bandas de guerra tocaron a silencio”

Fuentes

Diario de Yucatán de los meses de marzo a junio de 1939.

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