miércoles, 29 de octubre de 2008

Tres poemas

De mi trabajo poético para mis dos lectoras desconocidas, ahí les va estos desbalagados poemitas...



Mar

No se analiza el mar
Ni una muchacha recién parida por la noche.

Borgeana

Que otros se jacten de las mujeres que han tenido,
a mi me enorgullece Violeta,
la que no me ha correspondido.

Necrológica

Señor fumador, tal es tu vicio.
Gaitero de músicas perdidas.
Hermano filósofo,
acaso nietzscheano.
Buscador de oro, mustio oro,
en las lapas incestuosas de la mujer unánime.
Divagador insistente, siempre siempre
en las noches de humo y vicios circunspectos
en donde murmuran, sin nada decir,
mujeres muertas (no de la risa, no del amor,
muertas muertas, irremisiblemente,
estúpidamente, nerudianamente,
bellamente muertas)
y sangran óxido las espaldas del viento.
Calles de mi pueblo
a la intemperie de noches occisas
dirigen mis pasos a las puertas de las casas que yo mas odio.

jueves, 23 de octubre de 2008

La poesía: Un revulsivo social

Octavio Paz creía en el valor social de la poesía, entre otras cosas, valiosa en sí misma. Ella nos salva, no contra la muerte (todos estamos sentenciados desde el principio y el fiel patíbulo nos aguarda), previene (no contra las pasiones del alma, que obstruyen a la sospechosa razón de su análisis abstracto, inhumano), nos desencanta de los artilugios de una sociedad avocada al reino inefable de las cosas.
Cura el alma del marasmo espiritual, acrítico, de abobamiento destructivo. Desencadena el descontento de una sociedad estatuida sobre estructuras mercantiles o tribales, que expolian la vida de los hombres. “Dudo mucho –dice Paz- que podamos tener una sociedad buena si carecemos de buena poesía”[1]. Lo que Paz señala no es buscar dentro del lugar en que discurre nuestra fantasmagórica existencia, el verso clásico desprovisto de ripios, sonsonetes o grillas pasajeras.
Fuerzo la interpretación de este juicio pazceano –discúlpeme si me lee un hermeneuta del maestro – y afirmo que la poesía, lenguaje en segunda o tercera potencia, desintegra cualquier modelo de ídolo (no se si fue Francis Bacon el que habló sobre las rémoras ídolo de la razón); adjetívese a estos con la abigarrada muestra que la mujer ha creado. Porque la mujer –y no sólo el hombre- también crea ídolos. Si unos hablan del Hombre en abstracto, déjenme a mí hablar de la Mujer por igual término, aunque, soy sincero, prefiero a la mujer concreta, carne de mi carne, huesos de mis huesos.
La mujer, o el hombre, o entrambos (el monstruo de dos espaldas), crea, a su imagen y semejanza, los distintos ídolos que le han venido dando lata desde que esta parejita ilusa fue expulsada del paraíso, bajada de los árboles por el hambre o salida de las cavernas ante el miedo a la humedad oscura de Altamira.
Crea, crea constantemente, no se cansa esta parejita de crear sus ídolos que les arruinan la comida o les impide conocerse.
La función principal de la poesía es romper esos pinches ídolos, esos cánones acedos, esos cepos sociales imbéciles, las mazmorras mojigatas de la razón, de la teología, del tabú convenido, de las divisiones de clases, del desdén de la amada por crear a la parejita. Rompe los ídolos que impiden que la parejita se vuelva a encontrar.
La poesía, y me sirvo de una metáfora de John Rawls (poeta hermético de la justicia social) descorre el velo de la ignorancia, transparentando el ser. No instaura una única, unívoca razón; instaura un multisentido, afligiendo el seso de toda lógica políticamente correcta. Un multisentido que no es este sentido canallesco, desquijotado del stablishment actual, imbuido del imaginario occidental:

“Me niego a aceptar que la producción y el consumo pueda dar sentido a la vida humana. Todas las grandes religiones y filosofías nos dicen que los seres humanos somos algo más que productores y consumidores. En fin, sin una sociedad sin justicia social no es sociedad buena, una sociedad sin poesía es una sociedad sin lenguaje o en la que el lenguaje se degrada”[2].

Uno, rebelde antes de darse de topes contra el sentido de la realidad, (es decir, con la pregunta ontológica que tarde o temprano –más tarde que temprano- todo bicho que no sea miembro de ninguna incestuosa burguesía, se hace: la de que cómo coños voy a comer, follar, sobrevivir en el reino cáustico de lo necesario) ve al valemadrismo como una mística de la anarquía de los selectos vagos cuyo primer mandamiento es la devastación de todo pensamiento burocrático, defendiendo de lejos el ocio que saca almorranas al culo moralista del capitalista hormiga, que nos jode con sus ucases de producción la memoria de los días inútiles, de los días felices – o arropados con el disfraz de un día en apariencia feliz-, agarrados con fruición de las tetas de la amada, de los días en que te pasabas kilométricas horas revisando estanterías en la biblioteca en que conociste a esos cabrones que deconstruían con su escritura la verdad única del cura del pueblo, verdad cortada por el mandamás de la tribu o la funambulesca raza de ventrílocuos divinos que con sotana y asperjeantes hacen unívoco el caos del ojo herético, de la mirada polisémica…
Una mística de la anarquía que, pasado cierto tiempo (apurados por el mes de la novia que no se presenta o los remordimientos de un zángano en proceso de extinción), añoramos con furia el cada vez lejano reino de la vagancia donde las preocupaciones cotidianas eran pesadillas de otros, no nuestras.
Y así, la hermosa, desbalagada, eterna y anárquica poesía, la arrinconamos, pero no excluimos, la ponemos, hierática, en el estuche estridente de la fiesta, a nuestras horas mejores, noche o día : Ella, como la mujer y todo lo que es lúcido sin monotonía alguna, se mueve, sin embargo se mueve, rumbera de piel canela, puta siempre virgen, a la izquierda y a la derecha de los paréntesis que encierran la verdadera vida, esa vida no regida dictatorialmente por los preceptos inexorables del chequeo de la tarjeta laboral. Porque la vida, la verdadera vida, recordemos a Paz, siempre está en otra parte.



[1] “Tiempos, lugares, encuentros”, Revista Vuelta, año XV, Dic. de 1991, página 20.

miércoles, 22 de octubre de 2008

DE CÓMO LA GLOBALIZACIÓN LLEGÓ AL MAYAB PARA ¿QUEDARSE?

“Si uno de los motivos de la caída del socialismo real fue un economicismo planificador que olvidó cualquier propósito humanista, el moderno capitalismo reserva a los políticos el mero papel de policías y jueces del autoritarismo del mercado, sin permitirle salirse de pautas predeterminadas por los centros de poder económico y financiero.” Manuel Vázquez Montalbán. “Panfleto desde el planeta de los simios”.
Los mayas, o la etnogénesis maya fue, dice Restall[1], una invención –yo diría ficción- de los vencedores de la Conquista, que tomó cuerpo en la Colonia, pasó subrepticiamente entra las heteróclitas milicias de la Guerra de Castas[2], y culminó su formación en la etnopolítica del Estado moderno homogéneo; indicando que en el periodo colonial, este vocablo connotaba una dirección peyorativa entre los propios “mayas” –como sucede en la actualidad, donde, según Ever Canul, catedrático de la Universidad de Quintana Roo, en las zonas donde asentaron sus huestes los gloriosos “mayas” cruzob (después de haber leído a Restall, a Gab, concuerdo con la tesis de que en las zonas de refugio que hoy ocupa el actual estado de Quintana Roo, los descendientes de los vencidos no se reconocen como tal[3], no logran imaginarse como tal- o de subordinación entre los vencedores.

Sobre esta difícil imaginación cultural de los grupos mayas peninsulares insertos en un proceso etnofágico cultural de los grupos hegemónicos, Bernardo Caamal Itzá, periodista, agrónomo versátil, y estudioso de las tradiciones de su pueblo, se ha preguntado por el paradero de los mayas, del Mayab y de los aportes de un pueblo en decadencia, aculturalizado:
“¿Dónde están los Mayas? ¿Será que es posible visualizarlos por la forma en que practican la agricultura, uso del monte, idioma, alimentación, religiosidad ó en los centros arqueológicos? ¿Pero qué pasa con esta cultura? ¿Quien sabe más de ella?, será que uniformizando su alfabeto es posible que ‘los Mayas’ puedan comunicarse y realmente funcione el ‘Kuxan Suun’[4] (la soga viviente) ó con ello poder publicar múltiples libros ó organizar cursos-taller que permitan que unos cuantos “Mayistas” continúen gozando de sus privilegios de ser los únicos portadores de la “verdad” sobre esta gran cultura.
¿Dónde esta el Mayab? En alusión a lo que significa ser Mayas; de esto recuerdo a un viejo amigo que al cuestionarme, me decía: Cuando duermes ¿Sueñas en maya? u otros decir: ‘¿le platicas en maya a tus hijos?’; ‘¿le enseñas a ser cómo Mayas?’; lo que dices ¿Realmente lo practicas?; sigues los usos y costumbres de los abuelos: cómo el interpretar los sueños, el canto de los pájaros, insectos, entre otros; el culto a ‘Yuum Ch’aac’ (ofrendar a los dioses de la lluvia); ¿Te desparasitas con las plantas medicinales antes de la temporada en que se mueve el “tzab” (pléyades) y la ‘canícula’; ¿Sigues las indicaciones de bajarte la ‘bilis’? ó que te masajeen el cuerpo cada 6 meses, ¿Siembras bajo los efectos lunares?; a tus hijos le inculcas a que aprendan diversas actividades para que no tengan problemas en cuanto al trabajo y le facilite su inclusión a la sociedad donde le corresponderá vivir.
Otros dirán ¿Cómo llevar el “desarrollo” a los Mayas? y sobre todo ¿Cómo organizarlos para que hagan sus empresas y produzcan de acuerdo a las exigencias del mercado para que no sean tan “pobres”, porque el no saber leer y escribir, dudo mucho que ellos posean esos conocimientos de aquellos mayas que construyeron esta séptima maravilla del mundo moderno, en alusión a Chichén Itzá.
Quién tendrá la verdad entonces, ¿Qué aporte hace la civilización maya al mundo entero?, y sobre todo si los Mayas no hubiesen existido en Yucatán ¿Será que es posible atraer a los turistas y florezcan los múltiples negocios dedicados al ramo tal como sucede hoy en día?[5]

Una primera respuesta que se podría dar a la pregunta del paradero de los mayas, es que el maya está, como el propio Bernardo Caamal Itzá indica muy a su pesar, en la cabeza teórica de los Mayistas como Restall, que gozan “los privilegios de ser los únicos portadores de la ‘verdad’ sobre esta gran cultura”, o aherrojados en el Palacio Cantón y vigilados por el sumo Mayista. Es decir, el Mayab ya no existe sino, para los pocos que lo leen, en la literatura de Mediz Bolio, o en las piedras hoy mudas de Chichén, Uxmal y Mayapan. Los mayas ya no existen, han muerto, los mató la seducción de Occidente o los olvidaron los propios mayas yucatecos.
La tierra del Mayab, como convienen geógrafos y cartógrafos de buena fe, no se encuentra en el sur de México. Por azares políticos, económicos, se encuentra encasillada ahí, en el mismo saco que Chiapas, Oaxaca y Guerrero. La península yucateca es la nariz de México que tira a oler hacia el norte. (En Peto esto es axioma, largarse a los Estados Unidos después de la secundaria o del bachillerato). Pero eso no me interesa, me da igual si la pusieran en China o en el culo del mundo (aunque tengo entendido que, China, efectivamente, es el culo del mundo).
Hablando de regiones, Yucatán es netamente región histórica, donde todos los pasados, desde la Conquista, se encuentran vivos, sangrantes. Sin menospreciar las pinzas de lo económico, pienso que una región se configura y realza en el tiempo, ya que la temporalidad es el segundo elemento para conformar el binomio espacio-tiempo de todo lo existente. Tanto las fuerzas económicas, sociales y políticas, remojan sus barbas, no en las aguas heladas del cálculo egoísta, sino en las aguas del río de Heráclito; río muy majadero porque no permite a nadie bañarse dos veces.
Pero no metamos en este texto que se pretende ensayo, al viejo Heráclito con su río. Dejemos a un lado las herramientas de la retórica que hemos venido ensayando (pura digresión y circunloquio reiterativo), para darle vuelta al asunto que nos truje: a saber, el cómo de la llegada para quedarse de la tan mentada globalización en los lares del Mayab.
El sur de México es polimorfo, políglota, poliétnico (¿o se escribe pluriétnico?) y, ¿por qué no?, político. En el sur hay una parte –para muchos la menos bella – que me interesa en demasía. Esa parte –o región –es el Mayab, que, según Mediz Bolio, significa “nación de los hombres verdaderos”. Verdaderos o no, eso no me interesa. Del Mayab es esta villa, a veces bella, y a veces no tanto.
En el Mayab lo indígena es mayoría. La fisonomía, el apellido, la toponimia, el “coox viramiento” político[6], las mitologías y las consejas de las abuelas refrendan con mayor profundidad la tesis de Mario Humberto Ruz acerca del sur de México:
“En él, al mismo tiempo que se cobijan en ruinas artes civilizatorias que otras latitudes todavía no alcanzan, es presente lo que para otros es pasado. Aquí Mesoamérica no es un concepto arqueológico, es horizonte cotidiano. Los indios no son ni defensores de la Patria ni solemnes antepasados, son presencia viva y corpórea, a veces dulce, a veces violenta como todas las vecindades. Indios y mestizos se detestan y se extrañan, se toleran o se evitan, se enamoran y se matan, como cualquier otro ser humano”.
Esta cita de Humberto Ruz me fuerza a hacer una digresión: Cuando Ruz escribe que “Indios y mestizos se detestan y se extrañan, se toleran o se evitan, se enamoran o se matan, como cualquier otro ser humano”, no se olvide y se pase de largo la certeza de que en Latinoamérica, en el Mayab, y en Peto[7], el racismo es bullente: desde el complejo del color de la raza como concepción estética, pasando, incluso -el ejemplo se da preponderantemente en Yucatán-, en los apellidos indígenas, en los rasgos o la omisión voluntaria del idioma materno. América, como sabemos, es producto de una conquista, un ayuntamiento feroz, violento, de españoles e indígenas. El elemento dominante en mayoría, el indígena, pronto se vio disminuido por pandemias, segregación, mestizaje y sobre explotación por el elemento conquistador. Los hijos de estos dos pueblos, los mestizos, al momento de tomar conciencia de su “semiorfandad shakesperiana”, se pusieron en la disyuntiva de decidir: ¿a cual árbol me arrimo? ¿O al ceibo –hablo de la flora peninsular, la única que conozco –, el Yaxché mitológico (comunicador de los tres mundos) de su madre maya, quemado y requemado por el auto de fe de De Landa y la catequesis cristiana; o a la encina, el alcornoque y la higuera de su padre español (reticente y siempre lejano), que le otorgó la lengua, sus vicios y prejuicios? Al igual que su padre, el mestizo – los caxlanes o los dzules- acabó por menospreciar a sus tíos (los indios) llamándoles “perros sin alma”, sin derecho a entrar en las principales calles o en las plazas de armas de sus villas[8]; a su madre –con el impulso misógino de su padre acrecentado en su cerebro machista-, la empezó a ver con indiferencia, callándola siempre; o, cuando en el color de su piel predominaba el tono de su padre, avergonzándose del lustre cobrizo de su progenitora; y rehuía de su presencia. Llegó un momento en que el mestizo (con lecturas poéticas en su haber), le espetó a su progenitora el ominoso apodo despectivo de “La chingada”. Y así, de ese hallazgo verbal, un tipo tan inteligente como Octavio Paz llegó a sondear en los bajos fondos del ser del mexicano, diciendo que todos somos “hijos de la chingada”.
Frente a estas aberraciones tropológicas de escritores de la talla de nuestro Nobel (su discípulo, el sesudo Krauze, llegó a afirmar que el fin de todo problema en México –léase étnico- se encuentra en el mestizaje; nada original si se rastrea su pensamiento nazi derechista en el plan etnocida del nazi-cristiano José Vasconcelos, con su concepto de la “raza cósmica” como crisol de los pueblos autóctonos de América –con predominio del elemento español, por supuesto- y del juez de paz, Andrés Molina Enríquez en su libro “Los grandes…”) lo único que se puede decir es que Paz escribió desde una posición liberal, hegemónica, urbana, aristócrata, cosmopolita, donde el país solamente es México City y sus pinches chilangos que se creen que en verdad viven en el ombligo del mundo; poeta que da primacía al México imaginario a costa del otro México, el México del hombre de las comisarías petuleñas, el México Profundo, es decir, el de los “jodidos” del Sureste mexicano.
En el sur y en el Mayab, Mesoamérica es pasado vivo en presente muerto. Aunque dicho presente es conjugado mal por las élites, malas en gramática. Y aunque uno no se cansa de recordarles el sabio consejo de Don Quijote a Sancho, de que los que gobiernan ínsulas – o penínsulas, o villas – han de saber gramática, los muy cabezas duras, cacasenos, no prestan atención. El desarrollismo chambón, irle todo lo que tengo a los Estados Unidos o a la Riviera Maya sin crear capital humano crítico del sistema de cosas de la villa, el afán de lucro como norma administrativa de gobierno, el trasiego inmoderado del erario público a las cuentas privadas de los que gobiernan, se ha propuesto, en los últimos años más que nada, a echar fuego al viejo tronco milenario del Yaxché, espoleado en su interior por las termitas casta divinas teledirigidas por el Gran capital.
Pero esto no se proponía ser un ensayo de crítica política, no obstante que todo escrito, tengo entendido, es político. Lo que pasa con la vida aburrida y mefistofélica de los políticos es cosa que no me interesa historiar. Me interesan, eso sí, las consecuencias que sus yerros y aberraciones producen en el contorno en que me muevo. Cuando digo que la globalización llegó al Mayab para quedarse, lo que a las claras quiero decir, es lo siguiente: ¿Cuánto es el tiempo acordado para devastar y aniquilar a los mayas, aquel “elemento arcaico y derrelicto” que hay que suprimir o aventar al “basurero de la historia”? Esta es una pregunta que me planteo a diario, y quienes me la pueden contestar, no les interesa discutirla porque, seguramente, andan demasiado ocupados en acrecentar sus inmensas fortunas, o en pactar “planes de desarrollo” (léase planes de explotación) para Yucatán con empresarios trotamundos[9]. No tengo la respuesta, pero la pregunta que me hago la considero más importante que toda respuesta que se pudiera darle. Estos planes de desarrollo, son la manera con que Occidente neo coloniza a estas tierras:
“Porque lo que aquí llamamos avanzado, moderno y urbano, no es la punta de lanza de un desarrollo propio, interno, sino la resultante de la implantación de la civilización occidental desde arriba; y lo que llamamos atrasado, tradicional y rural, no es el punto de partida de aquella avanzada, sino el sustrato indio de civilización mesoamericana. La relación entre ambos polos no fue nunca armónica ni lo es ahora; por lo contrario, es una oposición hasta hoy irreconciliable, porque descansa en la imposición de la civilización occidental y la consecuente subyugación de la civilización india. No hay una simple coexistencia entre ambas, que facilitaría probablemente el intercambio cultural recíproco y podría culminar en su unificación, tal como lo proclama la ideología oficial. Lo que hay es una relación asimétrica, de dominación y subordinación, en la que no se concede a sectores de cultura india (mayoritarios en el país como hemos visto) ningún derecho a conservar y desarrollar su propio proyecto civilizatorio; si tal ocurre, es sólo por la incesante resistencia de esos grupos, que se manifiesta en las formas más variadas. En términos de la ideología dominante, la civilización india no existe; la oposición se enmascara bajo la fraseología del desarrollo –en cualquiera de sus modalidades- que convierte la imposición de una civilización ajena en un proceso natural e inevitable de avance histórico”.[10]

Toda buena pedagogía crítica no debe hacer de los hombres receptáculos de respuestas sino creadores de preguntas, dudas y más dudas, el por qué y el para qué de que el Mayab se abra a la modernidad. Tener un ciento de preguntas sobre el estatus quo es más reconfortante que si se posee –y sólo la derecha casta divina, o casta beduina, en la actualidad, lo posee – un sistema clasificador del mundo, un sistema cuadrado, sin aristas, moldeado según nuestros pareceres y nuestros prejuicios económicos, sociales o étnicos. Porque, en el fondo, todo sistema de categorías – y la globalización es la categoría más acabada con que se intenta de forma totalitaria acelerar a los mayas a trasmigrar, largarse de las futuras zonas de intereses económicos del poder trasnacional – (normas del Estado-Nación, religiones que instan a la servidumbre, morales abyectas de los detentadores del poder) se diluyen en el oleaje inmarcesible del poder de la ironía: la ironía como un instrumento de lucidez para luchar contra la estupidez de cualquier tipo de poder. Toda utopía (o distopía) que sea forzosamente colectiva (como las actuales utopías de los tanques pensantes, de los halcones de Washington, o las utopías de las Sociedades Anónimas), lo que desencadenan, ineluctablemente, son Gulags, cerrojos y murallas totalitarias. El por qué y el para qué, dudar contra todas las consignas políticas que conciben a la libertad como una estatua de cemento. Es un deber poseer la seguridad de que todo en este mundo es criticable, discutible, analizable, dialogable, disentible. Lo que se persigue es la obra abierta, o, mutatis mutandis, como dijera Kart Raimund Popper, las sociedades abiertas instaurando dentro de su seno a lo diverso.
Y es que el Mayab, dentro del abigarramiento que implica el sur de México, pareciera ser un monolito del neolítico, o una estela de la Venta. No, el Mayab está abierto al cambio dentro de su cultura. Mario Humberto Ruz, refiriéndose al Sur, lo visualiza como un crisol de identidades:… “Coincidencias, sincretismos, síntesis, yuxtaposiciones, nuevas creaciones. El Sur es un inmenso arsenal de estrategias para re-crear identidades, para imaginarlas, para soñarlas”. En el Mayab, además de lo que señala el autor, se suceden enredos, mixturas, “achocamientos”, mancebías de identidades comidas por la identidad predominante: lo indígena como demiurgo creador. La esencia del Mayab –si es que existen esencias en los pueblos - es el yucateco como dialecto sonoro del español (si no me apuran, escribiré germanía en algunos casos). Es una jerga enrevesada, peor –cuando se lo propone – que el difícil lunfardo. Para un yucateco de solera, es normal mentársela al imbécil que gobierna, recordándole su condición de coprófago con el vocablo maldito de mactaá, que significa lo mismo que el excelso “comemierda” de los cubanos.
En fin, he hablado en este ensayo disparejo y deshilvanado de todo, que es lo mismo a hablar de nada. Seamos un poco rigurosos con el lápiz, y no dejemos a nuestra musa cantar canciones de otro sarao que no vienen al caso.
Algo que pasa muy mucho en estas tierras de los libaneses y el bolero apendejado[11], es la integración acelerada del México profundo –del yucateco profundo – a las zonas de mayor despeje económico a nivel internacional. Las lajas yucatecas son –como el Sur desde la desaparición jurídica del campo en 1992-, una inveterada exportadora de Tutul Xius (la culpa no es sólo de los Xius), Cocomes, Peches, etcétera, al polo turístico más racista que conozco: Cancún y la Riviera Maya. La integración es económica, lingüística, telenovelera (“los nuevos altares se estructuran en torno al televisor”, dice Humberto Ruz), educativa, neoliberal.
Matterlart, refiriéndose al neoliberalismo, lo ve como la “mundialización del capitalismo integrado”. Decornoy lo visualiza como el “apartheid mundial”. Goldsmith, hablando del heraldo por antonomasia de dicho sistema de mercadeo, las multinacionales, nos previene de su expansión inmoderada: “Se afronta la época de la planificación central a escala planetaria: el colonialismo global de las empresas. Este nuevo colonialismo de las empresas trasnacionales pueden ser el más descarado y brutal que se haya visto. Podría tranquilamente empobrecer y marginar a las personas, destruir a las culturas, causar desastres ecológicos más de lo que haya hecho el colonialismo anterior…”
Querámoslo o no, es imposible frenar la oleada de la historia (del Mayab, y de Peto desde luego) a ese vertedero sucio de la globalización económica. Rehuirla sería un gravísimo error de cálculo; desazolvarla de las pirañas y las lacras, un acto de cordura. Porque si se entiende a la globalización sólo como el saqueo sistemático del norte industrializado versus el sur asilvestrado, me parece que dicho entender es propio de un oligofrénico. De los programas (o pogromos) de desarrollo implantado en los países subdesarrollados, Roberto Gonzáles Sousa[12] escribe lo siguiente:
“Con demasiada frecuencia la realización de estos programas ha estado en manos del capital privado internacional y, en mucha menor medida del nacional, en un contexto donde ha cambiado el papel asumido por el Estado en la planificación y desarrollo del territorio.”

Se verifica a diario la asimetría del mundo –ese barrio de pueblo tan asimétrico en su urbanismo donde se yuxtaponen a diario los Estados chabolas villamiseria con los Estados bunkers aislados de los dueños del poder internacional; se yuxtaponen, es decir: los Estados bunkers demoliendo, expoliando, aniquilando a los Estados miseria; el mundo, dijo Vázquez Montalbán, se ha convertido en una mala adaptación a la realidad imaginaria de la profecía cinemática de Blade Runner: “en lugar de un mundo una mega-empresa”.
Mientras los teóricos del antiestatismo sacan en conclusión –apoltronados en los textos cuasi-sacros de Popper o Noszik –el devenir histórico del desarticulamiento-descuartizamiento del Estado, las sociedades del humo afianzan al infinito sus posicionamientos de poder inapelable; los holdings internacionales se atrincheran descomedidamente; los grupos oligarcas derrocan soberanías ficticias, y el Gran Capital colonializa sin pudor pueblos derrengados –y esto cuando las cosas se dan a la buena, cuando existe oposición, esos pueblos entran en la mirilla del etnocidio o, como en el caso cubano, se embarga el mercado de un país-; y esta novísima colonización se estructura en torno a redes simbólicas de mercado, redes de poder diría Bartra; demiurgo el mercado que no cree en su creación), o tiran al basurero de la historia a los inadaptados a correr la maratón enfermiza de la abundancia y el desarrollo.
Frente a esa innúmera hueste de perdedores por naturaleza, afianzan su destino ganador los poquísimos que se encuentran nadando en el nihilismo de la abundancia. En esta situación pesimista de la historia, de pensamiento único, de neurosis colectiva única (¿en qué punto de la enajenación se encuentra el malestar de la cultura?), el ucase contra la izquierda abonada por la CIA reconfigura un pensamiento acrítico, de adaptación al molde ejecutivo, burocrático, mercantilista, donde la literatura sería solamente la lectura diaria de la sección económica de los periódicos oficiales.
La “jauría mediática e intelectual adicta al poder” consigna, convencidos de forma inequívoca, el acta de defunción de la izquierda. Los doctores del extremismo derechista, enmascarados en una seudo ideología liberal, concluyen la lectura de lo social con el imperativo inamovible de la muerte de la historia y el anacronismo de las luchas sociales. Y se dice: “no te vayas a la sierra indígena de Guerrero, vete a Huatulco; no subas a Las Cañadas indígena de Chiapas, emigra al norte, emigra a Quintana Roo”.
Estos apologistas intelectuales del mercado, mamadores a ultranza de los caprichos y las volubilidades de una trashumante oligarquía financiera anónima (literalmente, el poder económico es anónimo, no así sus bombas económicas, sus guerras de reconfiguración geopolítica), descubridores siniestros de los textos de Hayek y Fridman malévolo, escrituran lo siguiente: palo contra todo lo que se considere de izquierda; lo necesaria es la total supresión de esa “infame turba” , etnia subversiva: todos los medios (y la mediología) están justificados por el fin (la defensa y preservación de los valores capitalistas-calvinistas frente a las maquinaciones truculentas de la izquierda incendiaria): detenciones arbitrarias, homenajes académicos, tortura, embajadas europeas, ejecuciones sumarias, ediciones de libros, desapariciones, miserias, postgrados, becas Guggeinhim, entrar al sistema nacional de investigadores, secuestros y premios Nobel.
El planeta quedó pequeño ante las inconmensurables ambiciones de las corporaciones trasnacionales. El mundo, siendo un profesional del pesimismo en cuestiones universales (alguien ha dicho que el pesimismo es una forma de optimismo, y yo lo suscribo), se reduce a seres competentes fraguando un destino gris, pasteurizado. El pensamiento crítico es difícil de encontrar en los lugares en que supuestamente se hallarían. Nadie escribirá, como en el Mayo francés, la frase cáustica de “desabotónense el cerebro tantas veces como la bragueta”(a veces hasta ni la bragueta cuando escasean los amores). Y es que, en el sistema capitalista actuante que perpetra su imaginario genocida, es difícil no querer formar parte de la inmensa grey lobotomizada por los artilugios tecnológicos –ya no teológicos- que el Gran Capital articula para la pasividad selecta de los elementos sociales.
Con parsimonioso caminar, las sociedades agrarias –como las del cono sur de Yucatán, como Peto; no así Tahdziú, o las comisarías petuleñas- van siendo desbrozadas, de forma ineluctable, por una reconfiguración absoluta, con tópicos tecnológicos, necesidades autoimpuestas, multimedia, capacidad de autoaniquilamiento de las estructuras identitarias, erradicación del verso o de la prosa combativa. A la pregunta “¿Qué es la literatura?” Sartre se respondía que es el lugar en donde hablan “los que no tienen voz”. No olvidemos que, los que no tienen voz, las más de las veces no cuentan con el tiempo de la lectura: el trabajo en los complejos hoteleros, aburrición total, apenas les suelta horas de vida.
La consigna del pensamiento único, su objetivo es producir y producir, embotar el ser con el tener, crear el imaginario de lo posible rodeando la conciencia con trabajo embrutecedor y ocio inútil. Este sistema atroz, que desmitifica pueblos, excluye a millones de humanos, ha convertido al hombre (me refiero únicamente al occidental.-los pueblos indígenas son las pocas bolsas de resistencia que quedan…en estado miserable) en un “¡Ángel con grandes alas de cadenas!” (el verso es de Blas de Otero). Dudo que esas alas, por su peso, lleven algo bueno a los pueblos. La polución del ambiente corrobora esta cláusula.

“Existe una creciente evidencia –señala González Sousa –de que nuestro estilo de desarrollo, patrones y niveles de consumo, formas de producción y explotación de los recursos) tiene un impacto significativo sobre la sustentabilidad de las estructuras y procesos espaciales de que depende la humanidad para su supervivencia…”[13]

Todas las pruebas que se aplican (desde los estudios interdisciplinarios, oblicuos, donde se correlacionan teorías antropológicas, sociológicas, estudios urbanísticos, poéticos, económicos, ecológicos) a esta forma de desarrollo tan caníbal que se viene perpetrando en el mundo, indica la gravedad del sistema en que se mueve más de media humanidad, el daño cuasi irreparable a la naturaleza del hombre y la tierra. El neoliberalismo rompe todos los esquemas íntimos de vida de los pueblos.
El dato que refiere González Sousa, “de que la economía global hoy en día –y este dato es una cita de Brow L et al. (1991) “Del crecimiento al desarrollo sustentable”, escrita en 1997 por González Sousa- con una producción anual de más de 25 billones de dólares (1994) produce en 17 días lo que en 1990 tomaba un año y la tendencia es acortar este plazo…”, con estupor, me lleva a cuestionar: ¿en donde se palpa esa gigantesca riqueza, y por qué media humanidad –o más- muere en los estragos del hambre; y por qué el África subsahariana, excluida es de toda esperanza; en donde acaba esa cifra? Se ha dicho que la libertad no existe cuando no hay libertad de pensamiento; digo también que, sin la justicia social y la dignidad del hombre, la libertad devendría en una idea abstracta, alejada de todo amarre con la realidad lancinante.
Vemos que todo tipo de poder (religioso, político, científico, cultural, económico) gestan contratos leoninos cuyo fin estriba en la instauración de islas de confort para los hijos y bastardos del Gran Capital (oligarquías y clases medias aburguesadas, respectivamente. Y para obtener dicho fin, se crean mecanismos de control (jurídico, militar, de presión económica, ideológica) encargados del desmantelamiento de todo dique de contención de las zarpas invisibles del mercado caníbal:
“En América Latina –señala Galeano- vivimos tiempos de desmantelamiento del Estado. La hora de la verdad, a cada uno su deuda y cada cual en su sitio. El Estado no merece existir sino para pagar la deuda exterior y garantizar la paz social, lo que significa, en otras palabras: vigilar y castigar…El sistema fabrica a los pobres y les declara la guerra. Multiplica el número de desesperados y de los presos…Los amos del mundo han alcanzado en este fin de siglo un nivel deslumbrante de perfección jamás igualado en la historia humana, en la tecnología de la información y la muerte. Nunca tan pequeño número alcanzó a manipular o a suprimir a un número tan grande…”
Charles Baudelaire pensó que “la mayor astucia del diablo consiste en persuadirnos de que no existe”. En el desorden de cosas actuales –donde el terror al “salvaje” por parte de occidente se cierne sobre todo a Al Qaeda[14]- la mayor astucia de los halcones y los tanques pensantes del pentágono, es decirnos que el sistema de libre mercado es el único capaz de corregirle la plana de la creación a Dios, creando “el mejor de los mundos posibles”. El desproporcionado regodeo en sus dogmas de los atalayeros del poder económico, les hace pensar que todos los hombres son los Cándidos creyendo a pie juntillas esa crasa falacia.
Refiriéndose al slogan de cabecera del gobierno municipal de Othon P. Blanco (“Juntos pulimos el diamante del sur”) una compañera antropóloga del ENAH hizo la exégesis rotunda y lúcida del precitado slogan: “Fíjate en la frase con que se presenta este plan regional de desarrollo. El verbo pulir es demasiado explícito: significa apartar, allanar el camino para las inversiones privadas (no de empresarios locales, esos son minoría), comprando o robando (ya no digo expropiando por que eso no va) tierras ejidales. Pulir el diamante es quitar las aristas, las corrugaciones autóctonas que, en un momento dado –pienso en Atenco, le sugerí –pudieran oponerse a la depuración del diamante. Es una cosa tan cínica decir: “Juntos pulimos el diamante del sur”: ¿Juntos quienes? Desde luego que las trasnacionales hoteleras y sus lacayos políticos.
Este pulimento-acoto aquí- es un ejemplo claro de lo que teoriza González Sousa:
“En la actual fase de globalización de la economía, con crecientes exigencias de eficiencia productiva y competitividad, la calidad del territorio constituye un requisito a fin de lograr comunicarle a las estructuras productivas la velocidad, virtualidad y flexibilidad que demanda el nuevo paradigma de desarrollo”[15].
La calidad de territorio se busca, es decir: se crea la infraestructura necesaria en la región a invertir; pero es necesario quitar de las tierras que entran en el plan a los campesinos, a los indígenas, a los teóricos deconstruyendo el discurso político con opiniones no del todo políticamente correctas.
Si como escribidor consiente de las tremendas cotas tremebundas de iniquidad social que existe en México, se me hace un deber salir de la pleonexia literaria (cito de memoria a Mallarmé: el mundo se hizo para habitar en un libro), no menos cierto es decir que me da flojera escuchar discursos hueros de politicastros veniales. Y de ahí mi agradecimiento a la estudiante de la ENAH por ese detalle que se me venía escapando. Ella ha metido su incisiva inteligencia, descodificando el discurso del poder. Ha hecho talacha de campo en la basura de las palabras, extrayendo ideas invaluables. A propósito de basuras, Leonardo Sciascia, en “El caballero y la muerte”, escribió lo siguiente:
“La ciencia de la basura, la garbaje sciencie: una parábola, una metáfora: ya vamos a por la basura: la buscamos, la manipulamos, la interpretamos; esperamos que nos proporcione algún vestigio de verdad. Las inmundicias…La basura nunca miente: ya se había convertido en un precepto sociológico”.
Algún vestigio de verdad se puede encontrar en las palabras basura de los politicastros autóctonos.
Las concepciones teóricas de las reivindicaciones sociales de los años sesenta o setenta (teoría de la dependencia del oprimido, el imperialismo como fase superior del capitalismo, el neoimperialismo, la liberación educativa teorizada por Freire, el Concilio Vaticano segundo, la lucha a muerte de los condenados de la tierra por ansiar morir de una manera digna y humana) aún son válidas para interpretar las redes de poder que se perpetran en “nuestras repúblicas dolorosas de América”. Nuestro pueblo, Peto, no es la excepción.
Quintana Roo –y en gran medida México entero, por no referirme a la villa, enclave gringo –se podría decir que es un estado bananero; los países bananeros son los dirigidos exclusivamente por un grupo cerrado, elitista, autista, oligárquicamente imbécil. Favor de no confundir el concepto con los países productores de bananas.
El grupo de poder en Quintana Roo, Yucatán y México, sin distinciones, son los comisarios políticos del poder económico ahondando el poder de las trasnacionales. Un ejemplo paradigmático: la principal ciudad de Quintana Roo no es la capital donde se asienta el congreso local y el palacio del ejecutivo, sino Cancún. Cancún es un lugar imaginado, la Venus seductora de muchedumbres famélicas de mayas ex-rebeldes que se pasteurizan como por ensalmo cuando se topan con este no-lugar de la sobremodernidad. Cancún, han sentenciado variadas voces de respeto (antropólogos, urbanistas, ambientalistas, demógrafos, teóricos de la crisis, criminalistas, ingenieros de las estadísticas, filósofos y poetas) es una mierda urbana. Cierto, una mierda que produce, aunque el costo de vivir en ella (no solamente económico) es ineluctablemente inmensurable. Los antropólogos llaman a Cancún como un No lugar, un espacio sin historia, de puros lugares cerrados; los urbanistas dicen: “no concuerdan las arquitecturas de los dos Cancún”; los ambientalistas se dan golpes de pecho por que la salvajada al ambiente (laguna Nichupté, un claro ejemplo) por parte de los hoteles se ha concentrado contra la fauna y la los manglares; los demógrafos vaticinan la Babel tenochca en el Caribe mexicano, y ponen de plazo menos de una generación; los teóricos de la crisis vociferan: esto es una Mierda (compruebo que yo soy un teórico de la crisis); los criminalistas hacen prospectivas: el narcotráfico y el pandillerismo se disparará; los ingenieros de las estadísticas se embrollan con las estadísticas y las estadísticas ni les hacen caso, por que, según ellas, los demógrafos las necesitan; los filósofos –antes vitalistas –se han convertido al pesimismo más extremoso al caminar por el Parián y salir medio trasquilados; y, por último, los poetas, al no ver poesía en el ambiente, deciden seguir el camino de Acuña o Faulkner, es decir, tomar cianuro o largarse a un congal. Esto son los problemas de esta Venus del Caribe mexicano.
Es el turismo en mi opinión –escribe lúcido Eduardo José Torres Maldonado sobre el proceso migratorio y de desarraigo de los pueblos de la zona maya de Quintana Roo hacia el polo Cancún Riviera, válido por supuesto al mismo proceso de reconfiguración y reconstrucción histórica que sufren los mayas del sur de Yucatán: hombres de Peto y sus comisarías, Tzucacab, Tadzhiu –, la estrategia modernizadora que se ha revelado como el instrumento para incorporar al indígena maya a la vorágine del trabajo asalariado…Los jóvenes, sobre todo, encuentran la posibilidad de incorporarse a un mundo moderno, más libre e informal, que les permita trabajar, aventurarse, divertirse, disfrutar –desde lejos y sin ser parte integrante de ella –de la modernidad turística y “ser libres” en un mundo capitalista dorado…En la península de Yucatán se vive hoy un tercer encuentro cultural, similar en dimensiones e impacto al de la Conquista y la Colonia. Quizá ese encuentro sea más poderoso y profundo en sus alcances. Así como hubo esfuerzos denodados para intentar una especie de sincretismo (no siempre exitoso) de las culturas cristiana y maya como base de la ideología de los nuevos katún (ciclos de aproximadamente 20 años), hoy podemos decir que se instala una nueva síntesis en el encuentro de culturas que el turismo provoca…Culturalmente los efectos de la sangría migratoria son también muy profundos y significativos. La migración desliga a los jóvenes de los ritos, fiestas y prácticas religiosas y culturales que crean los lazos comunales de sus pueblos…Un dato curioso, pero no sorprendente, es que el turismo los ha convertido en asalariados, los ha utilizado como trabajadores turísticos, pero no ha provocado el surgimiento de empresarios mayas, que pudieren revertir con mayor eficacia los beneficios para sus comunidades. (Páginas 161-166, del Ensayo “El caribe mexicano hacia el siglo XXI).
Notas:
[1] Impresiones de los ensayos Etnogénesis Maya, “De amigos y Enemigos: La guerra de Castas y la Etnicidad en Yucatán”, y “Repensando la Etnicidad Maya, 1500-1940”; de Mathew Restall, Wolfgang Gabbert y Ueli Hostettler, leído desde un contexto de aculturación indiscriminada en la vorágine etnofágica del siglo XXI yucateco.
[2] Una cita de Don E. Dumond hecho por Gabbert, indica lo siguiente: “Con las líneas divisorias enlodadas entre ‘indios’ y ‘españoles’ en un sentido social, si es que no en uno legal; con la mitad o más de todos los vecinos pudiendo contar una madre, una abuela, o ambas, que había sido indias legalmente antes del matrimonio; con relaciones afectivas vueltas ambiguas…” (Ibídem).
[3] El no reconocimiento podría pensarse y tomarse de varias maneras: a) como una postura racionalizada de la crítica voluntaria del individuo ante tradiciones acedas y castrantes, con el fin de lograr un “cosmopolitismo” negador del nexo comunal o aldeático, y así mutar sus identidades, sus mitos y tradiciones; o b) como un impulso suicida de los individuos de la comunidad ante la hegemonía racista de los grupos dirigentes, de la élite racista. Desde esa óptica, veríamos la des-identidad de las poblaciones de la actual zona maya de Quintana Roo, como un efecto negativo de la vorágine etnofágica de la globalización turística de las costumbres de occidente, en un contexto bárbaro de dominación y depredación neocolonial. Sobrevivientes a despecho de las élites racistas ante el trauma de la Conquista, la Colonia y la violencia de la Guerra de liberación maya de mediados del siglo XIX, el actual Estado nacional –valiéndose de las técnicas educativas, mediáticas y, a últimas fechas, discursivas de los mass media-, ha logrado su cometido integracionista cultural en las zonas donde asentaron sus dominios los hijos de la cruz parlante. En este contexto, López y Rivas escribió que “En muchos países, los Estados nacionales aplicaron políticas que tendencialmente variaban entre el aislacionismo o integracionismo racial y cultural, por un lado, y el diferencialismo segregacionista que separaba a los grupos de las instituciones y las conquistas de las sociedades nacionales. Las dos políticas, el integracionismo y el diferencialismo, mantenían un mismo fundamento racista encaminado a romper con las identidades étnicas a favor de las nacionales en un proceso que los antropólogos denominan etnocidio, esto es, la desaparición de las características culturales de centenares de pueblos que alguna vez formaron parte de las extraordinarias culturas precolombinas”. (López y Rivas, Gilberto, Problemática de los pueblos indígenas en América Latina)
[4] El estudioso de las culturas populares, Margarito Molina, antropólogo de la ENAH, nos da una descripción de este mito maya de liberación que aún se cuenta entre los descendientes de los cruzob: “Estaba yo recién llegado con ellos, con los mayas, y el tema de su historia era fascinante, especialmente el de la Guerra de Castas. Daba por hecho que aquello había tenido un punto final, pero pronto supe que no era así: en el mundo mítico, la guerra continuará, volverá. Para ellos, el tiempo es cíclico, retorna, es como una espiral, como la cuerda de un tornillo y en esos futuros tiempos reinará la abundancia y la justicia.
Ellos hablan de un viejo
[5] Caamal Itzá, Bernardo, “¿Se cumple la profecía de los mayas de Yucatán?”, artículo en prensa virtual del 11 de febrero de 2008, cedido por el autor a este investigador.
[6] Un caso patético del cambio de chaqueta, o coox viramiento, fue el coqueteo de Ana Rosa la ultramocha (ex panista) con el partido de izquierda (PRD) en las elecciones de 2007.
[7]La mayor parte de la población nativa de la villa de Peto que vive en las goteras de la parte urbana y en las comisarías, étnicamente –además de sus usos, costumbres y lengua- es maya. De los grupos blancos y blanqueados, son pocos los que se asientan en barrios marginales. Los primeros cuadros de la villa que rodean al municipio y la iglesia, generalmente son los lugares en donde transcurre la vida cotidiana de los “blanqueados” que detentan el poder político y obtienen mayores ingresos: profesores, médicos, profesionistas, mojados hijos de profesores, comerciantes, vendedores de cervezas, proxenetas, narcos.
[8] El resabio de los edictos coloniales y decimonónicos que criminalizaron el transito en ciertas calles y la plaza de armas de los pueblos de Yucatán, se observa aún en la composición de los que habitan el centro de Peto: ningún Canul, Xiu, Pech, vive en las casonas decimonónicas; en una palabra, ningún macehual habita el primer cuadro de la villa.
[9] A Peto, lugar pre-moderno en las vías de la explotación económica universal, le llegará su hora; por de pronto es cosmopolita al modo que la contracultura de los Estados Unidos le ofrece, y su explotación corre a cuenta de los politicastros autóctonos. Peto es una provincia maya de los Estados Unidos. Si anteriormente la intelectualidad veía hacia el norte -Chomsky, Pound, Faulkner, los principios de El Federalista, las tetas de las actrices de Hollywood, Allen Ginsberg y la generación Beat-, hoy la masa informe –capturados en una uniformación que pulveriza condiciones étnicas o de clase- bebe de los esquemas contraculturales –el cholo que es un pachuco ambivalente postlaberinto de la soledad- del American Way of Life. Como en la mayor parte del mundo, Estados unidos es el monopolizador-productor de las imágenes de felicidad en este pueblo yucateco.
[10] Bonfil Batalla, Guillermo, México Profundo, una civilización negada, CIESAS, SEP, pp. 94-95. (El subrayado es mío).
[11] ¿Creían que iba a escribir “del faisán y del venado”? No hay faisán, y el último venado hubiera sido yo ayer por la noche cuando fui de ronda a ver a mi k’eech (traducción: amante, querida, barragana, concubina, íntima), al toparme con su marido, que me quiso venadear.
[12] “Turismo y Desarrollo Regional: algunas reflexiones para el estudio de la inserción de la actividad turística en las Economías subdesarrolladas”.
[13] “Medio ambiente y desarrollo regional sustentable en el contexto de la globalización económica”, En: II Taller Internacional sobre ordenamiento geoecológico de los paisajes. La Habana, noviembre de 1997, pp. 111.
[14] Cf. el libro de Roger Bartra, “El mito del salvaje”.
[15] Op. Cit

jueves, 9 de octubre de 2008

APOSTILLAS A DESTIEMPO (CARTA ABIERTA) AL LIBRO “SEMBLANZA HISTÓRICA DE PETO”: BOTELLA AL INTERNET


Escribir, por ejemplo, un futuro libro de la historia petuleña que llevase por título “El porvenir de una desilusión”.

“A todos nos persiguen nuestros orígenes”. Emile Michel Cioran.

Mi muy respetable cronista pepenador de ideúcas comunes de su cansino y difunteado ancestro, le escribo. Le escribo desde aquí, enmedio de la náusea de la lectura de su banalísimo libro, tachonado de punta a cabo con desplantes insufribles de megalómano acabado; enmedio de la turbiedad de sus palabras, le escribo: sépase que, en un tiempo (breve) en que estuve convencido que este pueblo se merecía algo más que anécdotas familiares, me dio la casquivana idea de llevar mi vieja Rémington[1] a la Sierrita del Sureste Yucateco para, emboscado y con mi pipa de palo de rosa, con ninguna luz por las noches que no sea la luz de la cazoleta y del fulgor opaco de la luna, realizar una contratesis exhaustiva de su libraco en comento. Pero mi abuelo, que posee una inteligencia schopenhaureana -senil es cierto, pero schopenhaureana-, me dijo que no era necesario, que el libraco no servía más que para una apostilla chambona. Y aquí me tiene, señor cronista, escribiéndole esta apostilla chambona e intempestiva (que en realidad, no es una apostilla sino los comentarios de un lector todólogo a un autor de vaguedades), embotado con el olor agudo de los tímidos jazmines y la frescura intacta de los flamboyanes de la India recorriendo el jardín sereno de mi casa, donde practico el viejo arte de la escritura de a gratis. Yo creo, señor cronista, que sus opiniones de la villa en que nacimos (que son muy respetables, y nadie le impide opinar. Yo mismo lo hago, soy un opinador convulsivo, lo reconozco) se derivan, más que del estudio concienzudo de los hechos, de un encoñamiento avasallante de amor patermaterfamiliar. Eso yo no lo veo con malos ojos: poner por encima de todo a vuestra familia es cosa que todos hacemos, sin ser descastados, a diario…
Pero no se necesita ser la sibila de Cumas, señor cronista, para escribir que el proceso de ficcionalización de la frugal historia -o historieta parvularia- de Peto, llevado a cabo por su pluma afásica –aun a sabiendas de que peca de visión valetudinaria como para realizar las prospectivas sociales y el análisis lógico de las situaciones estructurales de la población-, me parece la forma más atroz y despiadada de manipular la memoria histórica de los petuleños. Con intermitentes sombras y lagunas historiográficas, o con perezas bibliográficas propias de una angosta y atrofiada mirada intelectual, el cronista urde la historia amelcochada de su familia, refocilándose de lo lindo en imaginar, o en tratar de imaginar, que escribe el inapelable y definitorio libro sobre Peto, y que por tanto se siente facultado, él más que nadie, a discurrir de manera indiscriminada sobre los asuntos más disímbolos en que Peto, el imaginario pueblo, llegare a recaer.
Como álbum fotográfico, o como memoria evocativa de sus ancestrales amores familiares, no me interesa; pero usted, señor cronista, ha decidido, sin sombra de duda, a cumplir con la imbecilización exhaustiva de las raquíticas mentes petuleñas, al no respetar la jurisdicción de la realidad objetiva, de los hechos no sólo comprobados sino cotejados, confrontados con la variabilidad de fuentes que un historiador-cronista dispone en su taller de reconstructor del pasado o del devenir constante de los días. Uno de tantos peros que le pondría, y este es, por decirlo de algún modo, el pero más light: la fuente histórica principal que utiliza son las memorias (o desmemorias) de su abuelo, quedando así su libro como calca, sino fiel, al menos no del todo lejano de los muy particulares juicios subjetivos de su ancestro. Incluso en los errores de sintaxis, del modo de conjugar los verbos, de trabajar con palabras híbridas (¡no me destruyas, por favor señor cronista, la lengua de Cervantes, de Paz, o del poeta Orlando Ojeda y Cetina!), ¡para que alargarlo!, de desconocer por completo la redacción más simple que un manual de ortografía pueda otorgar, el señor Arturo Rodríguez sigue, con la perfección de olfato de un sabueso tras su presa, las disquisiciones grises, pueriles y anacrónicas de su ínclito ancestro.
Su semblanza dizque-histórica (o para-histórica, por que en realidad no es una historia, lo que se dice historia, en la cual podamos confiar) es en realidad, como ya cite líneas arriba, un álbum fotográfico, un compendio genealógico y amiguero (la de usted, señor cronista), un “club de tobi” donde sólo entran unas cuantas personas. Créame, no me interesa ser parte de esa historia esquizofrénica.
En dicha "crónica" no veo ahí al indio maya aporreando su humanidad en las lajas yucatecas, pudriéndose de hambre en los días de fiesta; no vislumbro al campesino, no observo ninguna crítica a las familias que se hicieron acomodadas debido al cargo público, a la usura o a la explotación absoluta y totalitaria de los descendientes de Tutul Xiu. Nuestro egotista cronista, ya es hora de decirlo, es un bachillerango pasante de pendolista chabacano, que no comprende que la historia de Peto no es, ni por accidente o equívoco, lo que él y su cascarrabias abuelo idealizaron: su historia, eso sí, es la semblanza para-histórica de un Peto Imaginario, existente a medias…Por estos únicos motivos le hago saber mi desavenencia, mi desacuerdo total y mi incredulidad manifiesta ante su relato de ficción pueblerina, aquejado de lo que los filósofos marxistas denominaran a esa mistificación de la realidad: enajenación de la historia. Tlacaélel petuleño, quiero creer que el señor cronista conoce el libro de George Orwell, “1984”. En esa novela, Orwell narra el proceso de creación y recreación de la historia, según los intereses primos del Gran Hermano, que no duda en reconstruir el pasado de acuerdo a sus fines inhumanos. Eso, mutatis mutandis, salvando la universal diferencia que existe entre Orwell y el señor cronista por supuesto, que ni madera le encuentro para ser escribano público como lo fue su fallecido ancestro ilustre, es lo que más o menos quiso realizar con su escrito de poca monta. En dicho texto, el del cronista por supuesto, sólo encuentro vanagloria solipsista, atrincheramiento esquizofrénico en su yo, autismo en grado sumo que niega voluntariamente o excluye la realidad circundante, entrampando a la inteligencia del lector en la gran noche en que nunca llega el alba…
Del libro en comento del cronista existe una sentencia de Walter Benjamin que me sirve para esclarecer mi posicionamiento: “Todo documento de cultura –escribe Benjamin- es también un documento de barbarie”. Aparte de la intrascendencia de los aspectos históricos,[2] los juicios estéticos del cronista son frívolos, a veces parvularios. Al tratar de escribir acerca del estilo del retablo de la iglesia, se refiere a su objeto de análisis con un juicio demasiado facilón que comprueba su olímpica ignorancia acerca de la arquitectura sacra: “El bonito retablo que existe –escribe Arturo Rodríguez –es de madera tallada, retocado con pintura blanca y dorada.” ¡Esa descripción –solamente y malamente descripción- no se la soporto ni al más deficiente bachillerango!
Confieso que mi radical anticlericalismo no me impide reconocer el religioso fervor que siento por el trazado sobrio del templo católico (“Coloso del sur” le llegó a designar el bardo petuleño Orlando Ojeda y Cetina); sus esbeltas torres viriles ascendiendo hacia la noche caliginosa me producen, siempre que las observo, un silencio cómplice de confraternidad. Pero el contraste de luz y sombra, que le da un aire novohispano al perímetro que vigila, invoca la memoria de sus constructores. ¿Quiénes fueron? Respuesta: Mayas esclavos, los sobrevivientes y vencidos del genocidio despiadado de la Conquista. Neruda, en unos versos desesperanzados de su poema “Alturas de Machu Pichu”, pregunta lo siguiente:

“…Piedra en la piedra, el hombre, dónde estuvo?"

Y más adelante, en el mismo poema, se explaya con su rabia:

“Devuélveme al esclavo que enterraste!
Sacude de las tierras el pan duro
del miserable, muéstrame los vestidos
del siervo y su ventana.
Dime cómo durmió cuando vivía.
Dime si fue su sueño
Ronco, entreabierto, como un hoyo negro
hecho por la fatiga sobre el muro.
El muro, el muro! Si sobre su sueño
gravitó cada piso de piedra, y si calló bajo ella
como bajo una luna, con el sueño!"


Y Octavio Paz, en su “Nocturno de San Ildefonso”, escribió lo siguiente:

“golpear con la cruz
fundar con sangre
levantar la casa con ladrillos de crimen
decretar la comunión obligatoria."


Dos poetas hablando sobre el mismo tema: el sufrimiento del indio en las grandes construcciones concebidas por las élites. En Machu Pichu fue la élite inca; en la de Paz fue la gesta nada heroica de las fundaciones que los conquistadores, una vez caída la ciudad de los mexicas, empezaron a levantar “con ladrillos de crimen” sus cotas urbanas de poder.

El tiempo de la tristeza

La justicia histórica al pasado de crímenes nefandos, pasado criminal de los frailes constructores de la iglesia petuleña, en este libro es imposible de encontrar; no se halla ninguna relación de agravios y, error de errores, como si la cosa no existiera, el mundo indígena, de ahora y de ayer, el mundo maya no se vislumbra. El autor escamotea la cuestión, pasa sin querer, brincando con saltitos pequeño burgueses, al decir que “la guerra de castas fue una lucha de exterminio racial pues cada bando trató de acabar con su oponente, hasta la extinción total de sus últimos vestigios de vida…”. Este texto que trascribo es una contumaz falacia de un sicofante. La lucha de castas no se reduce a una guerra simplona y maniquea de la destrucción de dos grupos entre sí. Es impensable que las revueltas mayas del siglo XIX (Léase bien los libros “La Guerra de Castas” de Reed, la novela “Cecilio Chi”, de Javier Gómez Navarrete o “La conjura de Xinum” de Ermilo Abreu Gómez) contra el predominio de los descendientes de los conquistadores, se deba a un hecho solamente: la destrucción sistemática del blanco. Por el contrario, la lucha de castas se mueve en un contexto histórico donde los grupos de poder colonizador, desde el inicio de la conquista, crearon redes de dominación, sometiendo al pueblo maya a exacciones innúmeras, con negación sistemática de su cultura. La lucha de castas fue la explosión de la indiferencia (ante la muerte de un pueblo), la reacción de los oprimidos ante los desmanes desaforados de los conquistadores, el racismo de la casta divina contra los mayas, la explotación inmisericorde en las encomiendas, repartimientos, mitas, naborías, haciendas, la ofensa constante al valor de los mayas como seres humanos dignos de respeto. Los mayas ni por un momento pensaron en el exterminio de los “bebedores de chocolate”, de la cultura de los dzules, profetizado su tiempo hegemónico por el Libro de Chilam Balam de Chumayel de un modo fatalista:

“¡Ay, hermanitos niños, dentro del Once Ahau Katún viene el peso del dolor, el rigor de la miseria, y el tributo! Apenas nacéis y ya estáis corcoveando bajo el tributo, ¡ramas de los árboles de mañana! Ahora que ha venido, hijos, preparaos a pasar la carga de la amargura que llega en este Katún, que es el tiempo de la tristeza, el tiempo del pleito del diablo, que llega dentro del once Ahau Katún”.[3]

Frente a esa negación cultural de los pueblos mayas, el maya, bajo el acaudillamiento de los líderes de la revuelta –en orden de prelación: Cecilio, Jacinto y Manuel Antonio- lo que intentaron fue la reivindicación de lo que desde un principio eran de ellos: estas tierras del Mayab manchadas por las injusticias de los dzules, de los bárbaros casta divina y los frailes pirómanos...Reivindicación que es, a un tiempo, reactivación de sus elementos culturales, de su palabra omitida, su pensamiento “enclaustrado” y sus modos de estructurar libremente su densidad histórica, que imposible fue soslayarla como por ensalmo por el elemento conquistador exógeno. Densidad histórica fraguado por milenios:
"La densidad histórica de los grupos étnicos, su carácter de fenómenos de larga temporalidad, le confieren a la conciencia de la propia historia una importancia especial. La referencia a un pasado lejano, a un origen común, mitificado en muchas ocasiones, se plantea siempre como base de la legitimidad del grupo. En la condición de dominados, la conciencia de una época anterior de libertad le asigna a la dominación un carácter necesariamente transitorio... La continuidad del grupo étnico resulta en una lenta pero incesante acumulación de ‘capital intangible’: conocimientos tradicionales, estrategias de lucha y resistencia, experiencias, actitudes probadas; todo un arsenal difícilmente expropiable, una base creciente de elementos distintivos que posibilitan y fundamentan la identidad." (Bonfil, 1981, p. 27. Utopía y Revolución)
No importa que se perpetre la adoración a la cruz hierática[4] en los templos urbanos de los barbudos, el maya la transforma en cruz parlante en su selva ubérrima y apartada; no importa que la lengua original fuera omitida, por alguna rendija de la gramática hegemónica cruzaron subrepticias las palabras del canto, los nombres verdaderos de los pájaros, los árboles, de los lugares y las pasiones de estos hombres. Atrás, a un lado de las haciendas regidas por la producción a gran escala que quisieron implementar los conquistadores y sus descendientes, la economía de subsistencia de estos pueblos, realizadas desde los umbrales perdidos en el tiempo, persistió con terquedad en la milpa, en el maíz creador de estos hombres, los hombres taciturnos del maíz. La resistencia, la lucha, sus consejas, mitologías, teologías, literaturas orales, cuentos escuchados a los viejos alrededor de las tres piedras del fuego en la choza, la comida, la enseñanza que producen los pájaros y árboles, es capital “difícilmente expropiable”. En el gran crisol de esa “densidad histórica” con que se toparon los conquistadores, el alma de este pueblo venció, a su modo, al duro hierro de los castellanos.
A los nuevos explotadores y denegadores de la historia autónoma del pueblo maya (curas y dzules urdidores de una historia imaginaria, por ejemplo la de esta "Semblanza" que comento), hay que recordarles lo que dijera Nachi Cocom al pirómano de Diego de Landa a través de la escritura del gran Ermilo Abreu Gómez:


“Óyeme, tu. Estas palabras no podrás quemarlas nunca. Esta voz que es mi voz y la voz de los indios, traspasará tus orejas y no podrás olvidarla nunca. Esto que está en mi lengua no podrá repetirlo tu lengua sin caer cercenada. Esto que vuela sobre la tortura y el fuego y la muerte es la Verdad y la razón de la vida de los hombres de esta tierra que tú pisas. Esto que ahora digo quedará alzado delante de tus ojos y tus ojos morirán contemplando el espanto del dolor que causaste.”


Notas:



[1] Comprobará mi respetable cronista, que no cuento con laptop de universitario mimado por papi a mi disposición, ni estilográfica Montblanc de político mafioso que firma cheques a su cuenta personal; un simple porquero como yo sólo cuenta con su vieja Rémington, herencia de mi abuelo, desportillada por los años y el tráfago del tecleo incesante.
[2] Por ejemplo: no conjetura la forma despiadada con que fue realizada la iglesia principal, a punta de esclavitud de indígenas mayas por tonsurados clérigos segados por visiones del infierno; otra conjetura que omite: en el templo inacabado que se encuentra en el descampado conocido como “la placita”, el autor no concluye el silogismo: si fue la primera construcción arquitectónica colonial, la concepción original del centro de Peto no se vislumbró donde actualmente se encuentra. El centro, conjeturo, hubiese sido la placita.
[3] “Libro de Chilam Balam de Chumayel”, con prólogo, introducción y notas de Mercedes de la Garza, editado por SEP cultura en 1985, p. 161.
[4] La palabra para definir la instauración de la cruz parlante entre los mayas rebeldes después de la muerte de los tres caudillos que promovieron la reivindicación por estar sometidos a una discriminación económica, social y cultural sistemática inmediatamente después de que cayera el último bastión de la resistencia indígena contra los españoles en el proceso de Conquista, es el sincretismo. Comúnmente se entiende como aquella disposición de las civilizaciones de conciliar culturas diferentes, doctrinas contrarias, religiones no del todo opuestas. En ese sentido, el sincretismo maya va más allá del concepto y reformula el símbolo de la cruz: la vuelve el baluarte, el imán en el cual gravitan la fe de autonomía de los cruzoob. En 1852, José María Barrera, un mestizo, toma la batuta dejada al garete por Pat; y en un acto de genialidad política y guerrera (tal vez hubiese sido elogiado por Clausewitz o Maquiavelo), y como consecuencia de la cada vez más desesperante persecución a que estaban sometidos los mayas tras la muerte de los primeros caudillos, echó mano de un recurso sobrenatural: No sólo el espíritu, sino incluso hasta la voz de Dios iba a presentarse en la cruz. (Lecturas básicas para la historia de Quintana Roo, Tomo IV, recopilación de textos de Lorena Careaga Viliesid, p. 65). Eligio Ancona, el historiador reaccionario de la Casta Divina que no creía que los mayas tuvieran imaginación, sobre este hecho “sobrenatural” escribe, con la tinta del desprecio, lo siguiente: “La inmensa mayoría de los sublevados sentía un vacío al derredor de sí, al verse desamparada de aquellos signos materiales de la divinidad, y se hacía necesario inventar un medio que neutralizase los efectos de este sentimiento y que hiciera comprender al creyente que se hallaba equivocado. Es preciso decir, sin embargo, que el gran recurso no parece haber brotado de ninguna imaginación indígena, sino de uno de esos hombres de la raza mestiza que desde 1847, venía prestando a la causa de la barbarie, el concurso de su inteligencia y de su valor. Dícese que vagando un día José María Barrera por el despoblado que se extiende á lo largo de la costa oriental de la península, encontró un manantial de agua que brotaba a la entrada de una gruta, y al cual prestaban su frescura algunos árboles corpulentos de aquella selva casi virgen todavía. El descubrimiento de un manantial de agua es un gran acontecimiento en un país árido, como el nuestro, y Barrera marcó el lugar grabando tres cruces pequeñas en la corteza del árbol principal. Pronto se divulgó el hallazgo entre los sublevados y como la fuente se hallaba á ocho leguas apenas de la bahía de la Ascención (SIC), visitada fácilmente por los ingleses, y á notable distancia de los cantones más avanzados de nuestra línea, varias familias indias comenzaron á levantar sus chozas al rededor de la gruta para evitarse la molestia de hacer un viaje diario en busca de agua. Así comenzó a formarse en los siglos anti-colombinos la opulenta ciudad de Chichen, y tal fue también probablemente el origen de todas o casi todas l as poblaciones mayas. Las pequeñas cruces grabadas en la corteza de un árbol comenzaron a ser un objeto de adoración para los moradores de la nueva guarida y con tal motivo sin duda, ésta recibió el nombre de Chan Santa Cruz. El descubridor del manantial comenzó de esta manera á agrupar en derredor de sí un considerable número de sublevados, y temeroso de que desapareciesen las primitivas cruces, mandó fabricar otras de bulto, que hizo colocar en el mismo lugar. Si Cogolludo y el Dr. Sánchez hubiesen conocido á Barrera, habrían dicho de él que era un mestizo muy ladino…Conociendo la inclinación que tiene a lo maravilloso, no solamente el hombre salvaje, sino aun el educado en los países más cultos del antiguo y del nuevo continente, hizo correr la voz de que las cruces que se veneraban en la nueva población, habían bajado del cielo para hacer importantes revelaciones a los sublevados. Pero como por grande que sea la credulidad del vulgo de todos los países, siempre necesita de una prueba cualquiera para hacerse de la ilusión de que ha sido convencido, Barrera asoció á su empresa á un indio llamado Manuel Nauat, de quien se dice que era ventrílocuo, y quien, en las grandes reuniones á que eran llevadas las cruces, pronunciaba largos discursos que parecían proceder de éstas. Estos discursos tenían por principal objeto el de excitar á los indios contra los blancos asegurándoles que pronto iba á cambiar el aspecto de la guerra; y pronto comenzaron a palparse los efectos del fanatismo que se apoderó del ánimo de los primero” (Ibídem, p.65-66). A su vez, Enrique Florescano, en “Etnia, Estado y Nación”, se pregunta si en realidad, la guerra entre los mayas y el gobierno yucateco en el siglo XIX se trató de una “Guerra de Castas”, o bien, fue una lucha de clases o un conflicto agrario (no obstante, no omitamos la negación y el desprecio hacia la cultura de los vencidos por parte de los herederos de los conquistadores). Refiere el hecho evidente de la historiografía existente del conflicto que solamente describe los prejuicios racistas de los historiadores de la clase dominante, que en su mayoría, son criollos muy alejados de la visión rural y selvática de la Península Yucateca. La revuelta indígena fue bautizada por los Baqueiro, los Ancona y los Molina Solís como una conflagración racial, el desprecio de los bárbaros, de los dipsómanos, de los promiscuos, los perezosos e idólatras mayas, contra los civilizados, los sobrios, los continentes, los laboriosos y católicos criollos. Por que dichos historiadores, como refiere Florescano, “eran descendientes de la élite yucateca que acumuló un odio visceral contra los indígenas que resistieron la expansión de la agricultura comercial y el desarrollo capitalista. Consecuentes con sus intereses, elaboraron una interpretación étnica de los conflictos que vivieron sus padres y afirmaron que el origen de la llamada Guerra de Castas fue el odio indígena a la raza blanca, sedimentada a lo largo de siglos” (p. 475, Ibídem).

miércoles, 8 de octubre de 2008

Apuntes de un lugareño

Desde el 27 de diciembre hasta el 4 de enero, la Villa entra en un tiempo de fe, de tiempo bárbaro, simbólico: es la época esperada tanto por creídos como descreídos a lo largo de un año de vicisitudes e historias extintas -la mayoría para olvidar, muy pocas para recordar. Es el tiempo de la feria anual en honor a una virgencita con una arruga estrellada en su frente puritana, y en honor también al reencuentro de los hijos pródigos de la villa con sus demonios familiares, ese criadero de alacranes que dijera el poeta. Es el momento en el que sus calles empolvadas y tapizadas de baches se embotan de gringos cabezudos que regresan a su patria chica execrable; de pródigos hijos –no se descarte, desde luego, a los bastardos y a los descastados- radicados en la blanca Mérida o en la zona turística de Quintana Roo, haciendo de turistas en su aldea.
El calor, no obstante que en este rincón de la Península es donde más desciende el termómetro en las noches y las madrugadas invernales, se deja sentir: es un calor de cuerpos que hace añicos la frialdad canina del aire, la modorra somnolienta de las dos, tres, cuatro de la madrugada. Porque el pueblo está enfiestado, el pueblo no duerme: bebe, y los excesos en el alcohol arrasan la nostalgia de un año más que se pudre, de un año donde nuevos petuleños llegaron; y se fueron otros, esos otros que ahora son imágenes, polvos de la memoria inmarcesible, los fantasmas que andan por ahí.
Ahora sí, como en “La feria” de Arreola, la villa se embaraza nuevamente de sus hijos y de ruidos de parto que hacen difícil la noche del anacoreta. No hay calles recoletas, noctívagos en busca de la doncella más bella o menos impura del pueblo –buscadores inconscientes de la Xtabay (“la Xtabay es la mujer que deseas en todas las mujeres y la que no has encontrado en ninguna todavía”, escribió Mediz Bolio)-, o de una infancia irrecuperable, surcan la colonia “Fátima”, se esperanzan de encontrarla en la “Esperanza”. En estos tiempos no es difícil que alguien por fin encuentre al tan mentado Niño perdido.
Los perros, que antes de estas fechas son, junto con sus hermanos priístas, los dueños indiscutibles de la noche, arredrados por el estallido de las carcajadas humanas o el crepitar de los voladores en el cielo decembrino, se afantasman, pertrechan su miedo en el más solitario rincón del jacal de las goteras o de las casonas céntricas.
En este periodo de comunión, rigor es visitar al “Coloso del sur”, es decir, la iglesia de la Villa. Si se ha dicho que los mexicanos, más que católicos somos guadalupanos, en esta parte central de la Península, no hay descreído alguno que no rinda honor al Coloso del sur. No importa que el descreído sea ateo, agnóstico o beato por interés a las beatas: la admiración por esa arquitectura altiva que mira desde hace más de dos centurias el atardecer adormilado de la Villa, es indiscutible, sin disenso.
Esta feria podría ser una más de las múltiples que se dan en la Península, pero la característica que la diferencia estriba en que se aúna con los festejos navideños y de fin de año. Señalo que el pavo navideño es una hipótesis a comprobar en las casas de los humildes jodidos, y de tanto imaginarlo, indigesta con las complicadas maneras con que es guisado en la marmita imaginaria de los pobres. En esta parte del sureste yucateco, el 24 de diciembre -según la conseja cristiana día del nacimiento del soberano del mundo y del universo-, muy pocos, la minoría selecta, “mata su pavo” y lo “envenena” con chícharos, hongos, pasas, entre otras especias asesinas; o postmortem lo embriagan con vino.
Imaginemos que ahora, mientras leemos este artículo, el pavo de la minoría selecta, o el bacalao si para colmo son extranjerizantes o un poco vizcaínos, se encuentra en el horno infernal, dorándose a fuego lento, reconcentrando sus jugos que los paladares selectos lamerán. Una persona, la más descreída de la familia –puede ser el abuelo cascarrabias-, se quedará para vigilarlo, pues no vaya a ser de malas y que el alma del plumífero regrese a vengarse de sus “caníbales” atroces. Entonces la selectita familia se va, no a la feria que todavía no empieza, sino a “oír misa” casta y católicamente en el Coloso del sur, donde el párroco priísta lanzará las letanías tan manidas, pasteurizadas, des-cristianizadas; contará los pasajes del evangelio que narran la encarnación del Señor, humilde él entre los humildes, que no supo de pavos carísimos y alcoholizados, pues su pan era el pan común de cada día comido con el sudor de su frente sencilla. Si acaso, el bueno de Jesús, en sus banquetes sencillos, se escabechaba una perdicita o una liebre del desierto.
El 24, hemos dicho, es el prólogo al estallido del paganismo de los festejos, a las charlotadas en las que vaquerillos inexpertos no se cansan de lazar becerros sin atinarles en más de 500 ocasiones. En esta feria, ríos de cervezas y “Orinocos” de orines irrigan la tierra de saskab o roja de la villa. El indio maya, que por fin comprobó la inexistencia siniestra para él y su familia de los pavos, y en su resignada comprobación silencia el canto de sus amibas con unas chicharritas, a falta del balché sagrado de sus mayores, bebe “Superior” en un estado inferior para olvidar sus congojas, sus hambres atroces o las injusticias sociales que no logra explicarse, seguramente porque no ha leído al barbudo alemán, excelente para dar explicaciones detalladas sobre explotaciones e injusticias sociales.
Los machos de esta población, misóginos las más de las veces, se enfrascan en peleas idiotas por cosas banales, insignificantes. Porque estamos de fiesta, y el pacto social de concordia que teorizara Rousseau se “des-pacta” cuando el llamado de la tribu obliga a sacar la valentonada irrisoria, y la jerga se convierte en frases de cuchillo, o de hacha. No hay feria sin bronca, pues el pueblo se embroncaría. De vez en cuando una “catarsita” no le cae mal a ningún cristiano. Uno, si recorre los lugares donde los vaquerillos se posicionan para lazar a sus enemigos los mansos becerros, comprobará que la fe de estos hombres se reduce únicamente a comprobar quién tiene más pelo en pecho o se rasca con más pundonor y pericia los cojones. Los actos de “machonería”, si se mal actúan, se vuelven esperpento.
La lascivia es el pecado capital que no puede faltar en la feria de esta población. Las pasiones se encabritan, el ojo no se cansa de buscar redondeces femeninas. Los “condenados de las lajas petuleñas”, los catrines y currutacos hijos de profesorangos, inclusive este escriba lugareño que borronea estos apuntes descabezados y los campesinos que bajan a la cabecera municipal, estimulados por el guaro o la abstinencia franciscana producida por la esposa entrada no en carnes sino en grasas tumultuarias, son embrujados por “La bailarina” que, aunque pasada de peso al igual que la de casa, los ojos beodos omiten ese rasgo fisiológico. Toda una mitología erótica, unos poemas no escritos, una confesión de amor idiota, de lujuria enfermiza, se decanta bajo los gruesos chamorros de “La bailarina”. Medio pueblo, sin faltar las beatas y puritanas, habla desde diversas aristas acerca de “La bailarina”. Nadie sabe su nombre y nadie se atreve a preguntarlo. El que escribe estos apuntes, medio mareado de tanto analizar su bailable entangado, llegó a la conclusión inesperada: la bailarina no es humana, es hija de los dioses gordos del abismo teibolero. Cuando “La bailarina” baila, las letanías del cura se acallan, la moral de mis mayores se emputece, y el presidente municipal y sus adláteres tiemblan de miedo, pues no vaya a ser que “La bailarina” sea mujer de izquierda y marxista comprometida con la frase esa de la violencia partera de la historia, e inste a las masas afiebradas de “bailarinanitis”
[1] a tomar el palacio municipal y quemar todo rastro de iniquidad y corrupción sistemática. A los luchadores sociales de esta villa, si en verdad quieren tomar el poder, es necesario hacer del bando de los izquierdosos a “La bailarina”, pues esta divinidad encalzonada es la líder –no lideresa, pues sonaría a “lideresas de colonias”- que llevaría a Peto a las cumbres de la felicidad, o en su defecto y ya en plan guerrillero, a la sierrita del sureste yucateco.
[1] La “bailarinanitis” es una enfermedad muy contagiosa, y en casos extremos mortal. Es la enfermedad de la bailarina, que sólo se quita de dos formas: bailar con la bailarina, o casarse con ella. Yo prefiero el primer remedio, pues soy un soltero empedernido.

lunes, 6 de octubre de 2008

Un día cualquiera

El presente contiene el pasado
Gramsci



El dos de octubre me levanté tempranísimo. La lluvia griseaba el horizonte, y la humedad del sol caía en los asfaltos encharcados y las aceras bañadas de la ciudad, mientras el recuerdo de la señorita de la esquina iba imponiendo un armisticio a la guerra silenciosa que hace un buen rato traigo comprado con el mundo y sus Susanas. Hurgué entre la mesa repleta de cachivaches, para buscar el libro que me andaba leyendo días previos a esa fecha mortuoria –“Los días y los años”. Después de encontrarlo, lo puse en la mochila y me fui al baño y me afeité lo necesario como requisito previo para replantear, enfrente del espejo opacado por los vapores del agua fría, las infaltables ideas que me ayuden a escribir esta madre de botella virtual que tiro ahora al mar de algoritmos y cliks del mouse conocido como la puta internet, pensando en imposibles encallamientos, en imposibles naufragios con el lector desconocido…Sentí que era un día redondo y feliz como para gritar de odio el grito de lucha que en esa fecha cabalística se acostumbra entre los que aún conservan el mínimo de dignidad incrustado en su corteza cerebral: ¡Dos de octubre no se olvida!

Quería empezar este ensayo botella de escritura con una pregunta que es, al mismo tiempo, una petición de principio: ¿Qué significa el 68, dos de octubre, Tlatelolco? Como por instinto, lo primero que se me viene a las mientes cuando escucho esas palabras, es que dos de octubre, 68 y Tlatelolco significan, irremediablemente, muerte, genocidio, intolerancia cuasi teológica, sangre joven derramada, dictadura vieja y absoluta resguardada en un ficticio Estado de derecho, violencia del Mandril, abuso del criminal sistema represor mexicano diazordacista-echeverrista, inexistencia de garantías individuales en un país oscuro donde hasta las piedras de los eriales con sus indios taciturnos votaban por default por el pinche PRI. En una palabra, injusticia: una notoria, gorda y pesadísima injusticia con licencia para masacrar a un nuevo México que brotaba de la revolución petrificada de los carranclanes, pidiendo, exigiendo a los viejos ex cachorros de la revolución traicionada justicia por igual, radical democracia y libertad y autonomía para la toma de decisiones, sin la corteza de la burocracia y su partido de sátrapas de horca y cuchillo. El dos de octubre fue un destino fracturado por las metrallas, destino hecho trizas, plum, cataplum, plum plum, primero con el bazucaso a rectoría del hoy héroe Javier Barros Sierra, y después con las ráfagas homicidas del Batallón Olimpia y el Ejército en la plaza de las Tres Culturas… Así quería empezar este diálogo, así y no hablando de lluvias, ni de mi dolor de cabeza que es la señorita de la esquina...

¿Eso es todo?, ¿hasta ahí reduzco el significado de esas tres palabras? No, eso es una parte de la moneda, la parte oxidada del níquel. La otra, oscura como la otra cara de la luna, pero con luces que iban creciendo en la marcha del estruendoso silencio que hicieran los jóvenes días anteriores al genocidio de la plaza de las Tres Culturas, significaba el comienzo de la desintegración de un sistema corrupto hasta las heces, con complejo de Saturno devorándose las manifestaciones de libertad de sus hijos. Dos de octubre vendría a ser el año “axial” de esa década de los sesenta (Beatles, LSD, liberación sexual y “haz el amor y no la guerra” de los jipis por un lado; Sartre, Foucault, Revolución cubana, Fannon, la muerte de Guevara y el acabamiento de su mito en pancartas y camisetas; el derecho a la diferencia, libertad, libertad, y radicalismos contestatarios de la izquierda mexicana, por el otro) que materializaron las ideas y el pensamiento revolucionario de Occidente de los últimos 300 años en una frase lapidaria pintado por la mano de un filósofo anónimo en unos de los muros de la Sorbona de París: la imaginación al poder. Un fantasma recorría al mundo en 1968: era el fantasma de la imaginación revolucionando todos los mayos franceses, primaveras praguenses, y todos los octubres mexicanos cuestionando al Estado burgués de la “momiza”, de los que no agarraban la “onda” libertaria, ese choque de generaciones teorizada por Ortega y Gasset...Fue el año de las revueltas juveniles en Praga, Berlín, Berkeley, Ciudad de México. En ninguna, salvo en esta última, otoñal, la visión utópica de los jóvenes desembocó en una matanza que, a cuarenta años de los hechos, los responsables siguen impunes, resguardados por la muerte o la chochez, propia y de su partido.

jueves, 2 de octubre de 2008

¡Sal al balcón, bocón!


Hoy se cumple 40 años de la matanza de estudiantes (300 en cifras oficiales, más de mil en números extraoficiales)...Decir "2 de octubre no se olvida" no es un simple eslogan para salir al paso...Es una propuesta ética, política, y utópica para que ese día persista en la memoria por la justicia social, para que ese negro día quede en un lugar prístino, rodeado de tanta oscuridad y desidia gubernamental, de tanto crimen de los criminales de siempre...Dos de octubre no se olvida, porque las causas que llevaron a ese acto bárbaro del bocón y sus secuaces (grupos empresariales, el perro Ejército, la alta clerecía), siguen, continúan...

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