sábado, 22 de diciembre de 2012

#TeEngañoComoLosMayas

El día previo al 21 de diciembre, fecha en que supuestamente se “acababa el mundo” gracias a la propaganda falaz de medios de comunicación masivos, de fundamentalistas newageanos, escribí un artículo donde señalaba el desconocimiento profundo tanto de tirios (newageanos) como de troyanos (fundamentalistas étnicos e indigenistas que creen en el mito del “buen salvaje”), y entre otras cosas, asentaba que:
Mañana…comienza otro “bactun”, etc., y yo me pregunto, ¿quién lo dice? No lo dice el campesino que va a su milpa y escucha el aire recorriendo los árboles, ni lo dice el que está en la obra de sol a sol: lo dicen, además de la propaganda racista de la clase política y económica preparada para hacer su viernes de feria con sus turistas obesos; lo dicen los ideólogos indigenistas, los intelectuales orgánicos enamorados de un pasado idealizado, y muy poco conocido”.
En efecto, el 21 de diciembre de 2012, fecha supuestamente apocalíptica, que yo sepa, no fue voceado por ningún pueblo, por ninguna asociación maya que se dé a respetar, por ningún campesino desconocedor de esas chácharas efectuadas desde capitales regionales y nacionales. Por el contrario, fue voceado por un gran complejo mediático para atraer el turismo a las zonas arqueológicas. En Yucatán, 2012 fue el año de la cultura maya.
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Pero al llegar el 21 de diciembre, obviamente que ni hubo maremotos, ni terremotos, tsunamis gigantescos o fiebre volcánica y meteoritos cayendo: nadie murió, y el mundo sigue girando en su eje acostumbrado.
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Sin embargo, el terremoto, este virtual, que se presentó el mismo 21 de diciembre, corrió como lava bajando por los cerros y colinas de las redes sociales. Con el Trendig Topic "#TeEngañoComoLosMayas, dio inicio a una especie bufa de linchamiento contra los “mentirosos” mayas. Un merolico obsesionado por el twitter, Federico Arreola, escribió ese día una columna donde hacía alusión al tópico de moda y a la marcha que los zapatistas hicieron el día del comienzo de un nuevo bactún:
El TT más relevante sobre el fin del mundo ha sido, al menos en México, #TeEngañoComoLosMayas, y es que después de tanto hablar de que todo acabaría el 21 de diciembre, en cuanto se pudo comprobar que no pasó nada (¿sigue todo operando normalmente? Parece que sí) pues, carajo, los mayas merecieron el pitorreo.
¿Cuál pitorreo? Además de que soportan en sus espaldas la exclusión y la histórica pobreza, ahora, gracias al racismo fraguado por la clase económica dueña del turismo y sus voceros políticos-mediáticos, los mayas se merecen, según Arreola, el justo pitorreo. Arreola, haciendo alusión a la frase que escribió Marcos en el comunicado de ayer sobre el mundo capitalista que se derrumba, preguntó que
¿Cuál es, según Marcos, el mundo que se derrumba? El nuestro, es decir, un mundo que ha logrado los mayores avances democráticos de la historia, en el que se respetan los derechos humanos más que en ninguna otra época, que combate cada día con más éxito las enfermedades y que ha puesto al alcance de cualquiera con un mínimo de curiosidad los desarrollos principales de la ciencia y la tecnología.
Y acto seguido, este chilango conservador, demostraba el nulo conocimiento que tiene de la sociedad maya, escribiendo una sandez. Cual nuevo Ginés de Sepúlveda redivivo, señaló estas siguientes aberraciones históricas que se pueden objetar si alguien leyera un poco de historia mayista:
¿Cuál es, en la lógica del Subcomandante Insurgente, el mundo que resurge? El maya, en el que unos pocos sacerdotes y nobles explotaban brutalmente y hasta llegaban a esclavizar a muchos campesinos, basado en una mala economía agrícola y en el que se practicaba un juego de pelota en el que, solía ocurrir, se castigaba con crueldad a los perdedores.
Definitivamente, el tipo, Federico Arreola, apesta al por mayor. Además de que eso de "democracia" y "libertades" para todos nadie se lo cree (el mínimo de lucidez, comprobará que la democracia y libertad, etc., es de pocos, de poquísimos, aquí en México -país de pocos y de 50 millones de pobres- y el mundo), el twittero del SDP dio muestras de su desconocimiento profundo del movimiento zapatista. El EZLN no propone, ¡nunca ha propuesto!, regresar a épocas de barbarie, pero estas épocas de barbarie, habría que apuntar, fueron interrumpidas por movimientos de liberación campesina en el mundo maya. En el siglo IX, un gran movimiento de liberación campesina sirvió para que la cuota tributaria de sangre de los “pocos sacerdotes y nobles” que “explotaban brutalmente” a los campesinos mayas, fuera suprimida, y el periodo clásico entrado a una decadencia progresiva. Sin embargo, lo que queda del 21 de diciembre de 2012, es la frase TeEngañoComoLosMayas, una frase que demuestra el racismo galopante de una sociedad mexicana a todas luces racistas. ¿A quiénes engañaron, cuándo los engañaron, y por qué se dejaron engañar? No le echen la culpa a los mayas de las imbecilidades de los otros.

jueves, 20 de diciembre de 2012

REFLEXIONES DE OTRO INTRUSO: A PROPÓSITO DEL “FIN DEL MUNDO”.



Desde el siglo XVI, en menor o mayor medida, todo es ineluctablemente Occidente. Paz decía que somos un occidente “excéntrico” por nuestro pasado mesoamericano, latente y vivo todavía, pero al final de cuentas, nada nos quita el derecho de reconocernos parte de esa gran civilización occidental, sin obviar, por supuesto, a la civilización mesoamericana.

Yucatán y sus 3 siglos de colonia con sus iglesias de pueblo y sus catecismos y su economía de despojo y su inclusión-exclusión bilingüe de la población nativa y su mestizaje y su siglo liberal decimonónico y su proceso integracionista en el siglo XX, ¡por supuesto que es parte de occidente! Los que no reconocen esto, está de más decirlo, son los fundamentalistas enamorados de un pasado “enigmático”, “místico”, por no decir desconocido para ellos, a pesar de que hablen a la perfección el maya.

Mañana, señalan esos fundamentalistas, comienza otro “bactun”, etc., y yo me pregunto, ¿quién lo dice? No lo dice el campesino que va a su milpa y escucha el aire recorriendo los árboles, ni lo dice el que está en la obra de sol a sol: lo dicen, además de la propaganda racista de la clase política y económica preparada para hacer su viernes de feria con sus turistas obesos; lo dicen los ideólogos indigenistas, los intelectuales orgánicos enamorados de un pasado idealizado, y muy poco conocido. Porque de sobra es sabido: la pereza intelectual de estos indigenistas y “mayas profesionales” es abismalmente insoportable. Este mote de “mayas profesionales”, habría que explicarlo. Borges una vez dijo esto de Federico García Lorca:
Jamás me gustó Lorca. Vi “Yerma” y lo encontré tan estúpida que me marché del teatro…Charlé con él en Buenos Aires. Me pareció un hombre que actuaba, que representaba un papel. Yo he vivido en Andalucía y los andaluces no son así. Tal vez pensó que en Buenos Aires debía mantener ese personaje. Bueno, pues cuando yo conocí a Lorca, él era un andaluz profesional. Quería deslumbrarnos.
Considero a los fundamentalistas étnicos peores que los newageanos: los primeros, al contrario de la sinceridad vacuna de los segundos, son insinceros, representan un papel, y descreen de las verdades evidentes. Y la occidentalización de la Península de Yucatán es una de esas verdades, por no decir la verdad incontrastable. A propósito de los bactunes y de las fiebres del “despertar” a la nueva vida (discurso edénico de los fundamentalistas indigenistas), o de la debacle mundial (discurso de ciertos newageanos estólidos, como la tribu de italianos que hoy o mañana se inmolan en sus bunkers, allá en los montes de Xul), López Austin ha señalado claramente la supina ignorancia tanto de tirios (los fundamentalistas) como de troyanos (los newageanos): las concepciones del México antiguo, explica el historiador del pasado indígena, “pudieron ser verdaderamente admirables, pero eran las suyas, las correspondientes a la cosmovisión por ellos creada y usada. Tratar de adoptarlas en nuestros días, buenas o malas, es algo anacrónico, ilusorio e inútil”.
Algo peor que el anacronismo, es romper con una tradición de pensamiento incoada desde los albores mismos de la colonización: somos, mal que les pese a los viciosos del “pensamiento mágico”, escolásticos algunos, descarteanos otros: no hay fines y comienzos cíclicos, hay una sola oportunidad para todo, y el renacer será, lo dijo el hombre del madero, en el polvo.

López Austin ha criticado esa vieja tradición de las élites mexicanas: la idealización del “indio muerto”, excluyendo al indio vivo: “el fin del mundo” será una jalada mercantilista, una tomadura de pelo creada para troquelar billete para los restauranteros, abultar la cartera de los hoteleros, una excursión “mística” del turismo que quiere ver si en verdad el perro mundo se acaba. Mientras tanto, la exclusión tumultuaria de los que no son fundamentalistas, de los que no son “mayas profesionales”, tiene proporciones giganteas.

Hace días señalé mi seriedad a la hora de hablar de ciencia y universo maya. Decía que hacía mis pininos estos días de asueto leyendo sin cuartel puros textos de arqueología e historia mayista, desde Landa, pasando por Thompson y doña Linda Schele; y que los absurdos del bactun no los trato ni en mis conversaciones privadas, y que me dan pena esas gentes que hasta se atreven a pensar socarronamente el tema de que ¡se acaba el mundo, se acaba!, y ni se me ocurre seguir el chistecito mercantilista.

Sin embargo, observé que el fin no se dará por medio de una roca de varias leguas de longitud que anda errante en el éter, sino por las nuevas condiciones económicas actuales de los mayas “no profesionales”. Como dijo el doctor Lizama en la presentación de un libro de folklor, el fin de los mayas llegó hace varios años con las políticas neoliberales y con la desregulación del campo mexicano. Hace una semana apenas, mi amigo Pascual Vera Palomo me decía que con el Procede (Programa de Certificación de Derechos Ejidales y Titulación Ejidales) y el PROCECOM (lo mismo, pero para tierras comunales), varios campesinos de San Francisco, comisaría de Peto, vendieron sus "lotes", y ahora, mal picando el poco dinero que les queda de esa venta, sobreviven de la "tricitaxiada" en las calles de Peto (de ahí los miles de tricitaxis en la Villa), o en su defecto, viven de las entregas de dinero que les otorgan sus hijos descampesinados y, eso sí, convertidos en obreros de la construcción que hacen la riqueza arquitectónica de la Mérida blanca o del turismo de tierras del oriente de la península. El fin del mundo maya es ese, tiene que ver con la muerte –y no hablo de metáforas- de la milpa, con la descampesinización galopante que ha durado más de una generación.

López Austin, como todo historiador seminal, no cree en “idealizaciones”, en ingenuidades del mundo salvaje, y está convencido de que:
[…] muchos de nuestros errores actuales descansan en nuestra ignorancia de la historia, la cual no es una máquina para fabricar héroes y traidores, sino un medio inapreciable para crear conciencia social. El saber de nuestra historia debe ser profundo, sin idealizaciones ni ingenuidades. O somos conscientes o simplemente nos dejamos llevar por la corriente. O conducimos nuestro destino o nos transformamos en dóciles navegantes, obedientes a voluntades ajenas.
El mundo prehispánico hizo sus teorías del universo, sus escatologías propias, sus visiones del tiempo, formó sus normas y reguló la vida de sus gentes. Pero del mundo clásico prehispánico al mundo colonial, pasando al mundo actual, hay un hiato insalvable que dudo que reconozcan los fundamentalistas y los “mayas profesionales”. Pero del hiato histórico a que me refiero, no se dio con la “conquista” europea, sino mucho antes, cuando se rompió el equilibrio social entre las élites mayas y el pueblo macehual.

 


La idealización no se circunscribe a los ingenuos. Thompson y Morley pecaron de esa tara, idealizando el periodo clásico como de paz y amor. En Reflexiones de un intruso, Octavio Paz sintetizó las ideas del libro de Linda Schele y Mary Ellen Miller, The Blood of Kings, Dinasty and Ritual in Maya Art (1986, hay traducción al castellano), de la siguiente manera: con el desciframiento paulatino de la escritura maya, la vieja hipótesis del “paz y amor” suscrita por Thompson y el gran Morley, fue hecha pedazos. Las “teocracias pacíficas” del periodo clásico fue una interpretación errónea propia de los comienzos de la arqueología maya, y en su lugar, “aparece un mundo de ciudades-Estados en perpetua guerra unas contra otras y regidas por reyes que se proclaman de sangre divina. Las guerras no tenían por objeto la anexión de territorios sino la imposición de tributos y la captura de prisioneros. La guerra era el deber y el privilegio de los reyes y de la nobleza militar. Los prisioneros pertenecían a esta clase y su destino final era el sacrificio, ya en lo alto de la pirámide o en el juego de pelota”. El libro de Schele y Miller invertía la anterior visión hegemónica cincelada tanto por Morley como por Thompson:
Su pintura del mundo maya es –dice Paz-, a ratos, una imagen invertida de la que tenían Thompson y Morley. Para aquellos, la verdadera historia maya era la del cielo; aquí abajo, bajo el dominio de las ‘pacíficas teocracias’, no pasaba nada. Para la nueva concepción, la historia desciende del cielo y regresa a la Tierra: aquí abajo pasan muchas cosas. Lo malo es que siempre son las mismas cosas: reyes que ascienden al trono, combaten, triunfan o son vencidos, mueren.
Sin embargo, la nueva generalización guerrera propuesta por Schele y Miller, tendría que ser matizada, ya que en una sociedad, en cualquier sociedad humana, no existe un solo elemento dinamizador que mueva la maquinaria social: existen diversos dinamizadores: el comercio, el arte, la literatura, la filosofía del tiempo y, por supuesto, la guerra. Thompson se sorprendía del poco espíritu práctico de los escrutadores del cielo, interpretando los datos de una forma unilateral:
La civilización de este grupo humano no sólo dio genios al mundo, sino que los dio dentro de una atmósfera que nos parece increíble. Cuando se estudia este pueblo, uno no puede elaborar sus razonamientos sobre la base de lo que cree que es obvio y lo que no lo es, pues se da cuenta de que llegó a alturas insospechadas en lo abstracto y en cambio alcanzó casi sólo magros resultados en lo práctico. ¿Qué extraños fenómenos mentales, por ejemplo (desde el punto de vista nuestro), llevaron a las clases ilustradas a escrutar los cielos, pero no a concebir el principio de la rueda…?
Sencillamente porque en América no había animales de tiro, sencillamente porque el pueblo maya se adaptó a la perfección a la lujuriosa selva del Petén como ningún otro pueblo –salvo los kmer del sudeste asiático-, concibiendo tecnologías hidráulicas, rutas comerciales, y materias diversas para la rauda florescencia de la civilización maya. Sin animales de tiro, con pocas rutas al interior terrestre navegable, los mayas fueron demasiados prácticos como para crear en seis siglos una civilización admirable. Además, ¿qué cosa no es la más práctica que la invención de la escritura para un pueblo obsesionado por el paso del tiempo?

Hemos dicho que el hiato histórico entre la civilización clásica se dio mucho antes que los europeos vinieran a crear su sociedad mezclada con la sociedad mesoamericana. Recientemente, el arqueólogo e historiador Julio Cesar Hoil Gutiérrez, señaló que las visiones catastrofistas de las élites opresoras que crearon los variados centros ceremoniales del periodo clásico, con la disrupción producida por el campesinado maya a finales del periodo de "grandeza" (sigo la terminología del ameno Thompson), fueron completamente olvidadas, incluso señaladas como elementos arquitectónicos o ideológicos opresores. Entre el universo clásico del siglo III al siglo IX de la era cristiana, Thompson ve en el enmudecimiento sistemático de las ciudades mayas en todo lo largo del siglo IX (las estelas dejaron de esculpirse), una gigantesca revuelta campesina contra las élites, la cual se asemejaría mucho, muy mucho, a la gran rebelión maya de mediados del siglo XIX (Si estamos de acuerdo con el pensamiento cíclico, cada mil años hay grandes revueltas en la Península). Con esta aseveración, Thompson, aunque sustentó la tesis de las “teocracias pacíficas”, le da la razón a la visión sangrienta de la selva de reyes descritas por Schele y Miller. Los mayas del siglo IX, como sus descendientes de mediados del siglo XIX, se cansaron de las fuertes tributaciones (de sangre, unos; de brazos, tierras y obvenciones, los otros) que cada vez se cernían sobre ellos, y comenzaron una revuelta que duró más de un siglo (la Guerra de Castas duró medio siglo, y por lo visto, las Grandes Rebeliones campesinas mayas son de larga, larguísima duración). Dice Thompson al respecto:
No es ilógico tampoco pensar que hubo una serie de rebeliones de la gente del campo contra la minoría teocrática de los oficiantes, los “squarson”…y los nobles. Este levantamiento puede haberse originado en las incesantes y cada vez mayores demandas de servicio para trabajos de construcción y para la consecución de alimentos destinados a un número también creciente de personas que no se dedicaban a la producción.
Thompson asegura que, aunado a los incesantes servicios personales, las nuevas ideas venusinas traídas por itzalanos invasores (culto a Kukulkán, influencia “mexicana” con sus ritualidades fálicas) hizo pensar a los labriegos que la élite ya no realizaba “su función más genuina, o sea la de propiciar a los dioses del suelo, únicos en los que aquella gente humilde creía de todo corazón”. Sin embargo, podría señalar la hipótesis, en base a las ideas de Schele y Miller, que el tributo de sangre se fue acrecentando, y esto desencadenó una tremenda revuelta campesina contra los opresores que discurrieron sus ideas del “fin del mundo”, que pusieron los planos de los centros ceremoniales que cobraban vidas de la sociedad campesina; preocupada esta última, en exclusiva, de su vida cotidiana de subsistencia, y que no le preocupaba entender esas quimeras matemáticas de los katunes, baktunes y otras nomenclaturas que degustan con fruición los “mayas profesionales” actuales.

Podría decir, para terminar este artículo, que las ideas del nuevo renacer, o del inminente fenecer, son ideas extrañas para la sociedad maya actual que no lee literatura “indígena” de los mayas profesionales, que no fabrica conjeturas newageanas, que vive su vida como lo comenzaron a vivir los “labriegos revolucionarios” del siglo IX que demostraron su odio contra la élite esclavista de ese siglo haciendo varias tomas de la Bastilla en cada centro ceremonial que caía ante su ira subalterna. La idea actual que los mayas no profesionales tienen de esos centros ceremoniales, hecha mucha luz, bastante tea ardiente, sobre ese desprecio milenario contra esas ciudades y templos de la antigua casta dirigente del siglo IX:
“Los mayas modernos –dice Thompson- creen que las estelas, los quemadores de incienso, adornados con caras y otras reliquias por el estilo albergan espíritus malignos que cobran vida por las noches y causan enfermedades y aun la muerte”.
Al contrario de Thompson, me niego a creer que estas ideas que el pueblo maya (no aludo a los “mayas profesionales”) tienen de los “mules” y otras piedras amontonadas, no estriban en la “superstición y el miedo”. Por el contrario, creo que estas ideas de los labriegos del siglo XX y XXI sobre las ciudades prehispánicas, dice mucho de esa fuerte tradición oral impregnada en las estructuras mentales de los herederos de los campesinos mayas que se levantaron en armas contra sus opresores de la élite. Al fin y al cabo, Walter Benjamin habló de que no existe documento de cultura que no sea documento de barbarie. Los mayas del siglo IX, al devastar estelas, lo supieron. Los mayas de mediados del siglo XIX, al destechar iglesias y prender pueblos, ciudades y haciendas de los dzules, no lo olvidaron.

Fuentes

Mateos-Vega, Mónica, “La idea del fin del mundo, ajena a los mayas. Ignorancia de la historia causa interpretaciones equivocadas: Alfredo López Austin”, Periódico La Jornada, Jueves 20 de diciembre de 2012, p. a40, consultado en: http://www.jornada.unam.mx/2012/12/20/cultura/a40n1cul

Paz, Octavio (1987), “Reflexiones de un intruso. Post-Scriptum”, en Octavio Paz, Los privilegios de la vista. Arte de México, México, Fondo de Cultura Económica, pp. 126-144.

Thompson, J. Eric S. (1959), Grandeza y decadencia de los mayas, México, Fondo de Cultura Económica.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

DE LA CONDICIÓN APÁTRIDA

Me emputa el ombliguismo de los pobres de espíritu...Apátrida es una condición más esperanzadora, creo yo que más humana, porque sin una patria fija, sin un solar inmóvil, sin unas costumbres colectivas, todas las patrias te pertenecen o pueden ser parte de ti.
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El apátrida es condición de pocos, y generalmente los espíritus más débiles son los que están encasquillados a su mecate de terreno ejidal, a su plaza pública y su iglesia colonial.
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Esos ombliguistas de armas tomar, esos teóricos de las albarradas y de las gestas del pueblo, se asemejan a aquellos que no salieron a ver qué hay detrás de la sierrita de Tzucacab, o qué otras cosas tiene el perro mundo que dar, aparte de las glorias municipales, las bellezas marchitas de la patria chica, o los chocarreros espíritus de cantina de pueblo...
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Hace 10 años que no tengo patria, aunque no omito decir en qué patria nací por accidente, y eso está bien, bastante bien, civilizadoramente rebién. Como dijera el poeta: mi patria son esas imágenes de tierra, unas cuantas personas, y dos que tres momentos circulares. ...

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Comandante Sóstenes Mendoza

A lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, el partido de Peto, como hemos dicho en anteriores entregas en este blog, fue objeto de innumerables ataques, excursiones y escaramuzas de los rebeldes de Chan Santa Cruz. Estos ataques a la frontera de la “civilización”, con el final del siglo cesaron en su acritud, pero dejaron una impronta entre la población sureña en los años subsecuentes que se ahondaría en el “época del chicle”: la violencia rural pueblerina por un lado; y por el otro, la fuerte presencia étnica y de resistencia maya en la región, el cual se hace prístino en los expedientes agrarios de los pueblos comarcanos a Peto que voy analizando.
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Chan Santa Cruz fue como un referente para la vida cotidiana de los pueblerinos petuleños, de los cuales, muchos pasaron por voluntad propia a vivir fuera del dominio yucateco, y otros fueron “capturados” para acrecentar la demografía rebelde. Un ejemplo de esto, es el caso del comandante Sóstenes Mendoza, que fue raptado de niño en una incursión de los rebeldes a Peto, y que cuando el “Torquemada de Quintana Roo”, en los estertores del Porfiriato, el viejísimo general Ignacio Bravo (tenía 70 años, y en verdad era un Torquemada despiadado) comenzó la “pacificación” de los rebeldes de Chan Santa Cruz a mediados de 1899, Sóstenes Mendoza, junto con su cuadrilla de aguerridos rebeldes hijos de la Cruz Parlante, se batieron en armas, haciéndole frente a un enemigo mayor equipado. Sobre su captura, Mendoza le había contado a Menéndez, en 1935, la forma como entró a engrosar las filas de la sociedad rebelde:
[…] desde muy niño caí en poder de los que hoy son mis hermanos, y esto fue en una ocasión, hace setenta y cinco años, poco más o menos, en que mis hermanos atacaron la plaza de Peto. Yo iba, en aquella ocasión, acompañado de mi padre, a una milpa cercana a aquella población. El ataque nos sorprendió en pleno monte, habiendo sido aprehendido mi padre y yo conducido por otro grupo a un lugar que después supe se llamaba Xpichil, a tres días de camino de Peto. De ese sitio me llevaron a Nohcá, pequeña población de la tribu que existía antes de que el actual camino entre Santa Cruz Chico fuese abierto. Como el idioma maya era y es el mío, desde entonces pude darme cuenta de que mis hermanos no trataban de matarme, aunque sí acordaron cambiarme de nombre, pues el mío propio no es el de Sóstenes Mendoza, sino el de Hipólito Vázquez.
En el trayecto irreversible de Peto a Chan Santa Cruz, Bravo tenía a su mando cuatro batallones federales y varias compañías de guardias nacionales. La consigna era acabar con 50 años de sociedad maya en resistencia, primero; y después, a partir de 1902, facilitar las concesiones de tierras para los proyectos expansionistas de la rica oligarquía yucateca. Bravo y sus “mexicanos” (llegaría el tiempo que los “mexicanos” serían más odiados por los hijos de la Cruz, sustituyendo el viejo odio que estos últimos sentían hacia los “yucatecos”) tenían, además, la superioridad tecnológica en armamento, que aunado con las epidemias de sarampión que habían diezmado las filas de los mayas rebeldes, así como las relaciones diplomáticas conseguidas entre el Estado cada vez más centralizado de Don Porfirio y la reina Victoria, fue de vital importancia a la hora de mover el fiel de la balanza de la guerra.
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En 1900 las condiciones militares estaban muy cambiadas con relación a las que existían cuando los rebeldes y los yucatecos habían trabado batalla por vez primera (Dumond, 2005: 609). En la medianía del siglo XIX, los ejércitos yucatecos –los comandados por Eulogio Rosado, José María Novelo, Cetina, etc.-, como los ejércitos rebeldes de Chi, Pat, Barrera, o el genio militar del combativo Crescencio Poot, “habían peleado con fusiles de chispa, los cuales se silenciaban por completo durante las lluvias, y las muertes quedaban para las bayonetas y los machetes”. Bernardino Cen, caudillo militar maya, todavía era recordado hace años en el centro de Quintana Roo mediante la imagen de su machete ensangrentado y pegado a su mano derecha con la misma sangre de las víctimas que degollaba. Los caballos bien servían de poco en la espesa manigua del oriente de la Península, pues los espinosos arbustos no permitían el rápido tránsito de las cabalgaduras. Pero al finalizar el siglo XIX, y aunque los mayas rebeldes del oriente habían hecho todo por modernizar su armamento inglés, sus armas de avancarga habían sido desbancadas por las armas de retrocarga (los remington), de mayor sofisticación, y fue este tipo de armamento que utilizaron los batallones de Bravo.
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A marchas forzadas, los federales intentaban abrir “un camino de Peto a Chan Santa Cruz, por donde se pudiese extender una vía férrea hasta este último lugar”. Tras de sí, al mismo tiempo que abrían la brecha y los “aproches” requeridos, iban sembrando el telégrafo con el cual el 4 de mayo de 1901, Bravo daría la noticia a Mérida con su lacónico telegrama: “Hoy a las siete am., he ocupado esta histórica plaza, capital de los rebeldes” (Revista de Mérida, 5 de mayo de 1901). En su marcha, los federales no hacían prisioneros, al indio que agarraban inmediatamente se le fusilaba. Mendoza contaba que Bravo los “asesinaba sin piedad”.
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Sobre dicha marcha, iniciada a mediados de 1899, una nota de El Eco del Comercio del 12 de mayo de 1901 señalaba que “ha ofrecido serias dificultades para el avance, pues el primer obstáculo que se presentó fue lo cerrado del bosque, entre cuyos robustos y añejos troncos fue necesario abrir brechas y sostener combates”; y el paludismo, endémico en las selvas orientales de la Península, fue “en sus diversas manifestaciones, otro enemigo voraz e invencible” que se cebó contra los mexicanos. Los batallones de Bravo avanzaban cerca de 2 kilómetros diarios:
[…] y haciéndolo en tramos estudiados desde sus regulares trincheras, a la cabeza del avance iba una patrulla de perros entrenados para olfatear los matorrales y alertar sobre la presencia de humanos. Estos eran seguidos por patrullas regulares de avance, después por líneas de tropas especializadas en escaramuzas, trabajadores para abrir brecha y finalmente por el cuerpo principal de tropas y la batería de artillería en formación (Dumond, p. 612).
2200 rebeldes macehuales hacían frente a unas más pertrechadas, avitualladas y disciplinadas tropas mexicanas que casi les triplicaban en número a los rebeldes. Demasiados años de paz, sentenciaba Dumond, habían hecho estragos en el pulso combativo de la sociedad rebelde. El Eco del Comercio, en marzo de 1901, refería nuevamente sobre el tópico de la marcha inexorable:
La marcha como es lógico, ha tenido que ser relativamente lenta, pues los bosques en aquella región son casi impenetrables, y en el avance era necesario dejar bien despejados los flancos, a fin de evitar cualquier sorpresa del enemigo…No obstante se han ido ocupando y guarneciendo los puntos siguientes: Balché, Uaixmax, Sabán, El Pozo, Okop, Dzoyolá, Chuncab, Santa María, Hobompich y Tabi hasta llegar a Nohpop, último punto de la línea de aproche, que tan solo dista dieciséis o diecisiete kilómetros de Chan Santa Cruz. Para el establecimiento de la base y línea de operaciones, se han librado varios combates en los que el enemigo ha sido desalojado siempre de sus posiciones, después de hacer una resistencia de mayor o menor duración…Por lo demás, y en honor a la verdad, justo es decir que en los referidos encuentros, el enemigo se ha defendido con intrepidez, especialmente en el asalto al fuerte de Okop, que lo intentó varias veces con brío, sufriendo la consiguiente derrota que llevó la desmoralización al campo rebelde (El Eco del Comercio, jueves 28 de marzo de 1901).
En Okop, como hemos dicho, el comandante Sóstenes Mendoza hizo lo imposible por defender las posiciones rebeldes. A Mendoza, que para 1899 tenía como 40 ó 45 años (esto lo calculo por la entrevista que Gabriel Menéndez le hiciera para su Álbum monográfico de Quintana Roo), se le había ordenado que hiciese resistencia a las fuerzas del Gobierno en ese punto. Okop estaba a veinticinco leguas de Chan Santa Cruz:
Apenas el general Bravo acababa de salir de Peto, hallándose a 17 leguas al Sureste, con intenciones de dirigirse a Chan Santa Cruz. Más de doce semanas (cuatro meses de veinte y ocho días) detuvimos la marcha del general Bravo, habiendo sabido que se trataba de este militar porque logramos rescatar a algunos hermanos nuestros que fueron hechos prisioneros por aquél.
Sin embargo, el pueblo en resistencia de la Cruz Parlante estaba, para esos momentos, sumamente diezmado tanto por las epidemias de sarampión, el poco y desfasado armamento, el hambre que se cebaba sobre las tropas y, en efecto, la tiranía de sus nuevos caudillos. Para marzo de 1901, La Revista de Mérida hacía palpable esta desmoralización, con las declaraciones de un sargento rebelde aprehendido. Este, de nombre Anastacio Puc, sargento 2º de los rebeldes, declaró que:
[…] hacía 3 días que habían comido desde que salieron á combatir: que pelean obligados contra su voluntad y obligados por los generales (León) Pat, (Prudencio) May y Ek; que sólo cuentan con unas 30 armas (?) y que ellos son como 800 á la más; que entre ellos mismos se proveen de municiones de boca y guerra; pues que con nadie comercian en este sentido…El fusil que le recogieron es de percusión y parece más bien una escopeta”.
El 20 de marzo de 1901, a días de la entrada pacífica de Bravo a Chan Santa Cruz, una carta de tres yucatecos escrita desde Corozal, referían la huida de “algunos indios rebeldes” del mismo Chan Santa Cruz:
Desde el sábado 16 del corriente empezaron á llegar á Pahchakán, perteneciente á esta colonia, algunos indios rebeldes. Hasta el momento en que escribimos estas líneas han arribado á dicho punto treinta indígenas sublevados con sus respectivas familias. Traen algunas piezas de ganado vacuno para vender. Han referido que son obligados por medio de crueles castigos, por los titulados Generales May, Cob y Pat, á tomar parte en la guerra contra las fuerzas del Supremo Gobierno. Que á ellos no les conviene la guerra porque tienen la convicción de que son impotentes para oponerse al empuje de nuestros soldados, y que por ese motivo procuraron y consiguieron huir de Chan Santa Cruz. En su marcha pasaron por Bacalar, pues sabían que en dicho lugar no había soldados porque á todos se les había llevado al cuartel general, en donde se están reuniendo las fuerzas para combatir contra el señor General Bravo…Agregan que en la capital maya no hay ahora familias, pues todas se han ido al campo en donde se procuran el sustento. La carencia de maíz es casi absoluta entre los rebeldes. Cuando los jefes los mandan citar, ya reunidos les interrogan si están por la guerra, “como están juramentados”, ó por la paz. Y ¡ay! de aquel que opte por lo último, pues inmediatamente es asesinado de manera cruelísima.
Mendoza, en la entrevista que Gabriel Menéndez le hizo en los años 30 del siglo pasado, daba la razón de por qué dejaron pasar tranquilamente a Bravo hasta Chan Santa Cruz. Al principio, la resistencia fue tenaz, porque sabían los rebeldes que Bravo y sus fuerzas “querían acabar con nosotros”. Seis meses después, en Xpecmachó (Sarteneja Verde), los ataques cesaron “debido a la epidemia de sarampión que comenzó a diezmar nuestras fuerzas. Entonces el general Bravo avanzó con las suyas, sin ser molestado por nadie, hasta un sitio denominado Nohpop, en donde permaneció algunos días, observando”. Chan Santa Cruz, para ese entonces, era un erial sin sombra de personas.
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Las magras fuerzas rebeldes en resistencia, “se replegaron hacia las rancherías de la montaña, acosadas por el sarampión”. Mendoza señala cómo fue por equívoco “la entrada triunfal” a un Chan Santa Cruz desértico:
Por esos días, una de las bestias de carga de las fuerzas del general Bravo escapó, y uno de los arrieros, siguiendo las huellas del animal, llegó hasta Chan Santa Cruz, encontrando en la plaza de la población, que estaba totalmente abandonada por nosotros, a su mula, pastando. Inmediatamente regresó el arriero a su campamento informando al general Bravo de esa novedad. Y al día siguiente, sin resistencia de ninguna clase, las fuerzas del general Bravo tomaban posesión de nuestra plaza. No se disparó, según recuerdo, un solo tiro en esa ocasión.
Un año después, los rebeldes, repuestos de nuevo, reiniciaron la defensiva contra el general Bravo, defensiva que perseguía “la defensa de nuestros derechos”; y que en la perspectiva que nos da la historia, tiene mucho de actualidad si somos capaces de observar la claudicación brutal de los derechos de los mayas rebeldes:
Hasta pasado un año, que logramos reponernos, reiniciamos la ofensiva contra el general Bravo, quien ya había iniciado la apertura del actual camino de hierro de Santa Cruz a Vigía Chico. La explosión de las bombas de dinamita nos hicieron saber, recordar, mejor dicho, que nuestros enemigos nos habían despojado de todo lo que nos pertenecía. Así se reinició la defensa de nuestros derechos, defensa en la que perecieron miles de hermanos nuestros.
Felipe Pérez Alcalá, el autor de los Ensayos biográficos, cuadros históricos, hojas dispersas (1914), al saber la noticia de la “caída” de Chan Santa Cruz, escribía un poco profético, lo siguiente:
Es la ocupación, la posesión, no transitoria, sino permanente, de Chan Santa Cruz; es la recuperación, después de más de medio siglo, de la región más exuberante y fértil del territorio yucateco, que en breve tiempo será invadida por un ejército de obreros armados con los instrumentos del trabajo y surcada por cintas de acero, sobre las que rodará la rápida locomotora, haciendo surgir a su mágico roce la vida, el movimiento y la prosperidad, y nuevas poblaciones y nuevas industrias; es el desenlace, el último acto de esa epopeya, de esa gran tragedia social que comenzó el 30 de Julio de 1847…es la reconquista y completa consolidación de la tranquilidad, confianza y seguridad de las fronteras, cuyos sufridos, valientes y laboriosos habitantes ya podrán arrimar sus fusiles y reposar y trabajar serenos y contentos, sin temor a ver reducidas en un instante a escombros y cenizas sus haciendas, frutos de constante y penosa faena; es la reconciliación y reincorporación a la patria común, a la sociedad culta, de esos nuestros desgraciados hermanos, desheredados de la luz y del adelanto, que hace cincuenta y cuatro años que se rebelaron y nos consideran y tratan como a inexorables y sanguinarios enmigos…es, en fin, la victoria definitiva, la apoteosis del hermoso estandarte del trabajo, de la civilización y del progreso, que flota yá sobre Chan Santa Cruz y Bacalar…
El discurso de Pérez Alcalá suena a campanas de la Iglesia Catedral meridana dadas a rebato: triunfalista, positivista, etnocéntrico, lo que el yucateco hablaba como “civilización”, Kenneth Turner y otros –en los cuales me suscribo, a pesar de las reinterpretaciones de los revisionistas como los Savarino, et al- lo vieron como barbarie, como esclavismo, como degradación y servidumbre de la sociedad maya en las haciendas de la Casta Divina, o como brutales asimetrías sociales entre los distintos estratos étnicos de la sociedad yucateca de ese entonces, que hoy todavía subsisten y persisten. Eso, y no el discurso triunfalista de los ideólogos de la “ciudad letrada”, es lo que cuenta. Sóstenes Mendoza, petuleño de origen pero adoptado desde niño por sus “hermanos” rebeldes, preveía más claro que el letrado Pérez Alcalá, la situación que se les avecinaba a los de Chan Santa Cruz. En esa plática sostenida con Gabriel Menéndez la noche del lunes 18 de febrero de 1935, frente al tufillo de humo de leña verde de las hogueras de la ciudad de “Santa Cruz de Bravo” (Menéndez era, al fin y al cabo, meridano con los mismos prejuicios de Pérez Alcalá, de ahí que se refiera a Chan Santa Cruz como Santa Cruz de Bravo), Menéndez apuntó que:
Varios eran los jefes reunidos que asentían constantemente con la cabeza, demostrando que las palabras del comandante Mendoza decían la verdad y sólo la verdad. Y para cerrar nuestra plática les preguntamos qué esperaban del actual Gobierno del Territorio, habiendo respondido que esperan garantías y seguridad para sus intereses, confiando que sus bosques –los considerados como montes comunales- no serán invadidos por aventureros y explotadores que sólo van a restarles medios de vida y a expoliarlos y engañarlos sin consideración.
Hoy, Quintana Roo no sólo es invadido en sus montes. Es invadido de distintas maneras: desde la invasión más inicua, la política manejada por el turismo; hasta la invasión más tenue, esa que se cocina entre los grupos de poder y las academias adocenadas fraguando una historia de finales felices…De hecho, los aventureros y explotadores todavía siguen ahí, restando medios de vida, expoliando y engañando sin consideración a la sociedad maya peninsular.

domingo, 2 de diciembre de 2012

EL MOVIMIENTO YO SOY 132, O LA MANIFESTACIÓN "JUVENIL" DEL SALINISMO

Mi tesis es simple: el movimiento "juvenil" "Yo soy 132" es un movimiento creado por la peste del Salinismo.
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Mi otra tesis, concuerda con la de Julio Hernández López, que abajo inserto: los actos vandálicos (porque sí hubo actos vandálicos: hay fotos donde se ven a jóvenes "luchadores populares" haciendo estropicios a granel, saqueando bancos, quemando infraestructura urbana) de ayer, van a darle pábulo al PRI de EPN para instaurar el "autoritarismo necesario" contra los porros que se dicen estudiantes valiéndose de vías de hecho, y otras manifestaciones execrables de violencia porril.
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Ayer, Marcelo Ebrard, en su cuenta de Facebook, tajante y en sintonía con el discurso peñanietista, señaló que los "actos vandálicos" fueron provocados, y que no van a quedar impunes y se actuará con todo el peso de la ley:
La ciudad se encuentra indignada, luego de los actos vandálicos y violentos que se registraron este día en la Ciudad de México, estos hechos no quedarán impunes. Estas agresiones fueron diseñadas y planeadas deliberadamente para destruir y afectar la Alameda Central que acababa de ser restaurada. Paseo de la Reforma, Avenida Juárez y parte de la zona aledaña a Insurgentes, no tenían nada que ver con los acontecimientos de este día. El sentimiento de la Ciudad de México hoy es de indignación frente a esta agresión y no va a quedar impune. Vamos a actuar con toda seriedad como lo hemos hecho hasta el día de hoy y con toda seriedad vamos a aplicar lo que la ley dispone.
Ahora, el discurso peñanietista contra la disidencia, verá cada acto de inconformidad como un acto vandálico, y en eso, los irresponsables, inmaduros y dementes del Movimiento Yo Soy 132 (caca) tienen mucha, sobrada culpa...
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Oscar de la Borbolla, también en su cuenta del Facebook, señaló unas palabras precisas, refiriéndose a los actos deleznables de la turba juvenil:
Entiendo que las ganas de protestar se hayan intensificado hoy: por lo menos 15 millones de ciudadanos no estamos de acuerdo; pero la violencia, insisto, no tiene sentido, sólo trae represión. Se recorrieron todos los cauces legales y no se pudo, por las razones o sin razones que se quiera, ante esto debe de trabajarse en una organización pacífica que articule la inconformidad y que difunda la conciencia política. Hoy no se acaba México.
En fin, mi tesis de que el movimiento "juvenil" del 132 es un movimiento creado por el salinismo (¡claro!, hay sus bobos de Coria que se creen eso de la "lucha popular" y la lucha contra la "imposición", etc, etc) está más firme que nunca, porque con sus acciones animalescas de ayer, ya le dieron armas al PRI de Peña Nieto. Julio Hernández López, en la misma red social, ha manifestado seis puntos a rescatar de lo sucedido ayer en el centro histórico de México, mismos que suscribo y recontrasuscribo:
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Seis puntos sobre lo sucedido este 1 de diciembre:
1) La turbia provocación ayuda políticamente a @EPN Como si fuera un Quinazo juvenil, abre camino a legitimación por la fuerza.
2) El vandalismo "juvenil" daña la imagen del 132, adjudicándole conductas que no han sido naturales ni propias de ese movimiento.
3) Instalar un linchamiento mediático a partir de escenas reprobables, pavimenta la promoción del autoritarismo "necesario."
4) La línea discursiva ya está: el PRI-EPN promueve q lo sucedido hoy es consecuencia de discursos de odio y disidencia.
5) El salvajismo de hoy le dará inmejorable cuadro a EPN para firmar mañana el Pacto por México, ya con el PRD negociado.
6) Quien se oponga a EPN y su Pacto corporativo será equiparado al porrismo d hoy: disentir fuera del Pacto será satanizado.

sábado, 1 de diciembre de 2012

CAMINAR LA LEGUA

Hay personas que caminan dos esquinas, y se cansan. Otras, kilómetros y se cansan. Pero hay hombres y mujeres acostumbrados a caminar no una ni dos esquinas, ni kilómetros todos los días...Estos hombres y mujeres con la tenacidad de hierro y el alma telúrica no se cansan, tienen prohibido cansarse, o no les queda de otra que caminar...
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Sus pasos no se miden en centímetros, se miden en leguas. Obrador es uno de ellos, un hombre acostumbrado a caminar la legua...Y hoy, en la mañana, lo dijo claramente:
"Morena no va a ser un partido palero y con él, volveré a recorrer los municipios del país".
Y si no él, ¿quién entonces?

BALAS DE GOMA, O DE LA PSICOLOGÍA DE LOS ENANOS

Cuando desayunaba esta mañana a dos esquinas de donde vivo, oía y veía por la tele al cerdo de López Dóriga y al asqueante meridano Loret de Mola, hablar de "balas de goma" que se dispararon, que una persona no había muerto pero estaba herida, y pensé que se trataba de palestinos baleados por judíos...¡Pero no!, eran simples jóvenes mexicanos que externaban su molestia ciudadana contra el cerco amurallado de San Lázaro, disparados con balas de goma e intoxicados con gases lacrimógenos por policías federales sin excluir al Estado Mayor Presidencial...¿En verdad sus mandos creían que unas simples bombas molotov podrían llegar a macular la mañana de la "familia revolucionaria" (¡guácala!)?.
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Lo que me han dicho es cierto: los enanos como Peña Nieto (no pasa los 1.60 metros), como casi todos los enanos con poder son demasiado paranoicos, controladores, golpeadores, autoritarios; y he ahí la prueba manifiesta de ello, objetivado en las balas de goma disparadas contra la ciudadanía
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En ese momento, dejé de masticar, me encabroné por un lado, pero me alegré, por el otro, al saber que yo rebaso los 1.70 metros.

DEL PERIODO PRI-CÁMBRICO

A la media noche del 30 de noviembre, entroncándose con los primeros minutos del 1 de diciembre de este año maldito, fue el aquelarre tétrico, tenebroso, ritual nacionalista en donde, desde la hecatombe del 2 de julio de 2012, fecha en que cayó un meteorito de imbecilidad ciudadana, la evolución en México retrocedió varias eras geológicas, y desde ese entonces, poco a poco comenzaron a desaparecer criaturas evolucionadas como el hombre y la mujer, y dimos varios pasos atrás para llegar a la era PRICÁMBRICA, donde el PRI-LOBITE reina y se aparea con las ratas (fueron los únicos mamíferos que no murieron) y las victoriosas cucarachas...

jueves, 29 de noviembre de 2012

"Y harán volver las tierras vendidas por el superior Gobierno á varios particulares": causa agraria de la Guerra de Castas

La tesis que sustenta Güemez Pineda en su libro Mayas, gobierno y tierras frente a la acometida liberal en Yucatán. 1812-1847 (2005), estriba en que la rebelión de 1847 de los mayas del sur y oriente de la Península, no tuvo un peso agrario profundo, sino que otros factores, como el fiscal, incidieron en la rebelión de mediados del siglo XIX.
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Si bien no se puede ser monocausal a la hora de señalar orígenes de la guerra de 1847 (en el orbe histórico, ningún fenómeno se puede explicar a partir de una causa única. Bloch ya advertía de eso: “Tengamos cuidado porque la superstición de la causa única, en historia, es a menudo insidiosa de la búsqueda del culpable: es decir, del juicio de valor. ‘¿De quién es la culpa o el mérito?’, dice el juez. El sabio se contenta con preguntar ‘¿Por qué?’, y aceptar que la contestación no es tan sencilla. Prejuicio del sentido común, postulado de lógico o tic de magistrado instructor, el monismo de la causa no sería más que un estorbo para la explicación histórica, que busca haces de ondas causales y no se espanta en que sean múltiples, ya que la vida los muestra así”), es un hecho que en la década de los cuarenta del siglo XIX, los ánimos estaban caldeados por el rompimiento agrario sucedido como consecuencia de factores sociales y económicos iniciados en la etapa postindependente de Yucatán. Sintetizando las apreciaciones del más serio investigador agrario de la primera parte del siglo XIX, podemos señalar que:
[...] Arturo Güémez (2005:309-310) ha calculado que el número de tierras adjudicadas no representaba más de un 7% del total de la superficie peninsular y 32% de las enajenables. Según el, el problema no era la falta de tierras, sino el que las solicitadas eran precisamente las cercanas a los pueblos o ranchos, pues nadie quería irse a las zonas despobladas e inhóspitas más allá de Tekax. Güémez (2003:78) considera que la política agraria no tuvo un corte lineal y triunfante y que no fue un apoyo a la industria azucarera, como lo habían señalado algunos autores, como Cline (1978). Afirma que no hay evidencias de que los azucareros hayan solicitado tierras, por lo que opina que el plan de la Guerra de Castas no consideraba la cuestión agraria. Esta hipótesis está a discusión y es una muestra de las diferentes versiones existentes en torno al problema de la tierra” (Machuca, 2011, el subrayado es mío porque concuerdo con las apreciaciones de la autora).
En una causa seguida contra desertores de Chan Santa Cruz entre febrero y marzo de 1857, es sintomático que los líderes José María Barrera, Venancio Pec y Lira, hayan establecido tantos las causas fiscales, como las agrarias de las ventas de tierras. Esto da indicios de que, a pesar de las cuentas, los dígitos y las "interpretaciones revisionistas" de Güémez, es un hecho que el factor agrario de la Guerra de Castas, no puede ser ninguneado, o en su defecto minusvalorado. A continuación, trascribo unos fragmentos del deteriorado documento donde se asientan los motivos de los segundos jefes rebeldes, tras las muertes de Jacinto Pat y Chi en 1849:
Foja 2.
En la Villa de Hunucmá de los diez y siete días del mes de marzo?, de mil ochoscientos cincuenta y dos años, por…habiéndose denunciado al señor alcalde don Joaquín Pasos la llegada en esta población de varios desertores que…pasaporte del campo enemigo…dispuso citarse en la habitación de los relacionados desertores, para que tomándoles declaración bajo la gravedad…todo cuanto sepan sobre el particular […]
Foja3.
En la Villa de Hunucmá a los diez y siete días del mes de marzo de mil ochocientos ciencuenta y dos años se constituyó el señor alcalde don Joaquín Pasos acompañado de nos los de su asistencia…juramentados a la habitación del desertor Silverio Peña á quien su mujer lo recivio….por el cual prometió decir verdad en todo lo que supiera y fuera preguntado…dijo: que habrá dos meses…¿saliendo, de la villa de Bacalar en compañoa de Doroteo Solís, Leocadio Solís, Eleuterio Canul, Eusebio Bacab, Agustín Canul […deteriorado el documento] y que otros dos últimos quedaron en el campo enemigo…para escribiente de un comandante indígena…
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Preguntado quienes hacen de comandantes principales en aquel punto, dijo: que los señores José María Barrera, Venancio Pec, y José María Lira que dicen entre los sublevados ser Meridano, y que también oyó vociferar entre estos que para Santa Cruz de Mayo del presente año estarán en la capital de Mérida, para quitar las contribuciones, obenciones y toda clase de pagos, principalmente las tierras que tiene vendido el Gobierno ….
Otra foja en donde se pregunta lo mismo a Eleuterio Canul
Preguntado: a quiénes conoció de Gefes principales en el cantón enemigo, y si oyó de qué cosas se tratavan, dijo: que un tal Lira, Barrera y Venancio Pec hacían de comandantes con diferentes puntos, y que las cosas que conocía entre ellos es que en Santa Cruz de Mayo del presente año ocuparán la capital de Mérida, que quitarán toda clase de contribuciones, y harán volver las tierras vendidas por el superior Gobierno á varios particulares…
Nueva Foja. Preguntado a Agustín Canul.
Preguntado: en qué punto los desalojó de sus armas el enemigo, si conoció a los que hacían de Gefes principales, y qué número de gente tendrían, dijo que en Petcacab fue en donde les quitaron sus fusiles, y que según oyó decir, los comandantes heran (sic) Barrera, Lira y un tal Pec, y que la gente de los dos o tres cantones en que pasaron, pasaba de cuatro a cinco mil…
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Preguntado: si conocía a algunos de sus compañeros entre ellos, dijo que sí conocía á José María Aldana y Eugenio Medina, que desertaron unos días antes que ellos, y que el primero servía con el cantón enemigo…y el segundo de criado al comandante Lira, y responde.
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Preguntado: si sabe alguna cosa más, dijo: que oyó decía entre los sublevados que en Santa Cruz de mayo próximo ganaban la capital de Mérida, que quitarían las contribuciones, y tierras bendidas (sic) por el superior Gobierno […]
Fuentes:
AGEY, PE, sección juzgado primero de paz de Tetiz, serie Justicia. Asunto: Causa seguida contra varios desertores a los que se les encontró un pasaporte de los sublevados y en la que describen su estancia en Chan Santa Cruz. Fecha inicial 12/02/1852. Caja 145, vol. 95, exp. 27, fojas 8.
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Bloch, Marc (1975), Introducción a la historia, México, FCE.
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Güémez Pineda, Arturo (2005), Mayas, gobierno y tierras frente a la acometida liberal en Yucatán. 1812-1847, México, El Colegio de Michoacán-UADY coeditores.
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Machuca Gallegos, Laura (2011), Los hacendados de Yucatán (1785-1847), México, CIESAS-Instituto de Cultura de Yucatán

viernes, 16 de noviembre de 2012

EL NEGACIONISMO DEL "ELEMENTO INDÍGENA" EN UNAS PÁGINAS DE SIERRA O'REILLY


El siguiente apunte de lectura me surgió de la revisión de un artículo de Arturo Taracena, que habla del negacionismo historiográfico con que las élites guatemaltecas se han enfocado al estudio del pueblo maya en la construcción del Estado Nación homogéneo del “Guatemala imaginario”. En dicho negacionismo hegemónico, los indios guatemaltecos, prescindibles cultural y políticamente por su supuesta situación secular de “decadencia cultural” que se retrotrae con anterioridad al tiempo de la invasión europea, no son el elemento necesario para la forja de la nación moderna guatemalteca. Por el contrario, es el elemento ladino el idóneo, es decir, el mestizo y el mixtificante discurso mítico del mestizaje; y en un párrafo liminar, el doctor Taracena explicita unos pareceres contra el ahistórico proyecto panmaya de revitalización “lingüística” en esas tierras chapinas –la idea multicultural de poner énfasis en cuestiones “lingüísticas” y culturales, en vez de políticas y sociales-; y que en ciertas aristas de su reivindicativo discurso, pregona un fundamentalismo étnico negador de las sociedades abiertas, del pasado colonial y decimonónico, y oblitera la idea dinámica y procesal continua de creación y recreación de la sociedad maya: Por una parte, en el discurso (del movimiento panmaya y de la mayoría del deshilvanado espectro de movimiento indígena latinoamericano actual, o de los discursos radicales de la "mayanidad" en Yucatán), “se intenta hacer una utopía cerrada en torno al origen maya, utopía que solamente tiene contacto con el actual proyecto político panmaya, y que puede explicarse sin la necesidad de dar luces sobre el ‘vacío histórico’ de los siglos X al XVI y sin abordar el terrible legado del periodo colonial y republicano decimonónico”. 

El mundo colonial, el siglo XIX y buena parte del integracionista siglo XX, en los discursos recientes de reivindicación étnica, son abordados como una etapa de oscurantismo, explotación y negacionismo para el pueblo indígena. Y eso exactamente fueron, pero no solamente en eso se redujo la presencia invasora europea, nacional y republicana en tierras del “Nuevo Mundo”. Frente a un negacionismo historiográfico de las élites no sólo guatemaltecas sino yucatecas o mexicanas, el discurso ahistórico del movimiento indígena se emparenta con una peregrina versión que de la historia mexicana han fraguado las élites del país. Siguiendo a Octavio Paz, esta versión “puede reducirse a lo siguiente: México nace con el Estado azteca o aun antes; pierde su independencia en el siglo XVI y la recobra en 1821. Según esta idea, entre el México azteca y el moderno no sólo hay continuidad sino identidad; se trata de la misma nación y por eso se dice que México recobra su independencia en 1821. Nueva España es un interregno, un paréntesis histórico, una zona vacía en la que apenas si algo sucede”. Y sucedió, ¡vaya que sucedió algo! La reconfiguración, el trastocamiento del mundo cultural, religioso, económico, social, lingüístico, biológico, político y urbano del mundo indígena, aunque esta salga sobrando en las paradisiacas e inmóviles visiones de ciertos discursos antropológicos y políticos del movimiento indígena y sus anexas fundamentalistas.

En lo que respecta a este negacionismo historiográfico, el hombre de letras de Tixcacaltuyub, el polémico y separatista don Justo Sierra O’Reilly (1814-1861, sobre Sierra O'Reilly, un bosquejo de su vida y obra se puede ver en Chuchiak Jonh F, 1997, “Los intelectuales, los indios y la prensa: el periodismo polémico de Justo Sierra O’Reilly”, en Saastun. Revista de Cultura Maya, Mérida, Universidad del Mayab, Año 0 No. 2, agosto 1997., pp. 3-50. ), en la medianía del siglo XIX ya señalaba que una cosa muy distinta eran los pretéritos constructores de las ruinas de Uxmal, Nohpat, Chichén e Izamal, y otra cosa más distinta era el “elemento indígena” explotado en las haciendas de las élites yucatecas, o esos -refiriéndose a los rebeldes del oriente de la Península- “infames que se están cebando en sangre, en incendios y destrucción”. Comprensible en su contexto histórico –no había ni estudios mayistas en esa época, y el Viaje a Yucatán de Stepehens, fue visto en las metrópolis occidentales como el libro de descubrimiento del continente maya-, para don Justo Sierra O’Reilly no había ningún parentesco entre los magníficos urbanistas de la selva yucateca y los brutos infames actuales que vivían en una degradación genésica y cultural.

Empezaré el escolio del negacionismo del elemento indígena de Sierra O’Reilly mediante unas interesantes transcripciones del doctor Taracena, por el hecho de que los juicios, o malsanos prejuicios de los historiadores guatemaltecos, están cortados con el mismo bisturí historiográfico de sus pares yucatecos del XIX. En una sociedad dual, o sistema interétnico signado por el colonialismo interno, y en donde la frontera étnica es cruzada a diario por los grupos dominantes y los dominados, como es concebido el Yucatán del XIX, los prejuicios coloniales, la secular explotación eran, y son, cosa corriente de todos los días. 

Y en este tenor, se puede comprender los epítetos de prejuicios raciales que se les profirieron a los “bárbaros”, a los dipsómanos del Quisteil de 1761, a los perezosos, apáticos, desprevenidos y taimados indios mayas de la Guerra de Castas de 1847, hacia y contra la bondad de los “civilizados”, los sobrios, los continentes, los laboriosos y católicos criollos que escribieron desde una posición e interpretación étnica sobre el conflicto. Porque dichos historiadores –los Serapio Baqueiro, los Molina Solís, los Eligio Ancona, el “anónimo” y, por supuesto, don Sierra O’Reilly-, como refiere Enrique Florescano, “eran descendientes de la élite yucateca que acumuló un odio visceral contra los indígenas que resistieron la expansión de la agricultura comercial y el desarrollo capitalista. Consecuentes con sus intereses, elaboraron una interpretación étnica, por no decir racista de los conflictos que vivieron sus padres y afirmaron que el origen de la llamada Guerra de Castas fue el odio indígena a la raza blanca, sedimentada a lo largo de siglos”. El literato Sierra O’Reilly, de origen humilde –fue un bastardo de cura-, fue consecuente con su nueva clase, e interpretó el pasado indígena desde los filtros liberales en boga, cediendo poco derecho de duda para la libertad creadora de los dominados.

Pero volvamos con Taracena. Este autor señala en qué consiste el negacionismo historiográfico con respecto a los indígenas guatemaltecos: “Como veremos, la polémica sobre los orígenes de la nacionalidad guatemalteca se da en el marco de un preterismo, que sublima el pasado prehistórico monumental, y de un negacionismo que afirma que ya no se reconoce ninguna traza de aquel pasado glorioso en los indígenas contemporáneos –por el olvido de la monumentalidad arquitectónica, de la escritura, de los cálculos astronómicos, del uso calendárico solar, etcétera. Pues han sido víctimas de un proceso degenerativo a lo largo de la historia o son producto de otras procedencias no mayas...” 

En ese discurso historiográfico negacionista, el mejor indio, es el indio muerto y no el actual, que sirve para los designios capitalistas. El 14 de junio de 1926, el historiador guatemalteco José Antonio Villacorta, asentaba que los mayas no eran “ancestros” sino “antecesores” en ocupar las tierras guatemaltecas, eran una “vasta civilización pasada, que no nos ha dejado sino el recuerdo trunco de sus ruinas”. Una civilización parangonada con las más grandes de la humanidad, pero que no guardaba relación alguna con los indígenas contemporáneos que en la segunda parte del siglo XX serían arrasados, muertos y vilipendiados por Ríos Mont y las prácticas genocidas de los militares guatemaltecos.

El caso de negacionismo historiográfico de Sierra O’Reilly es similar pero más radical que la interpretación de Villacorta, porque si bien es cierto que concuerda con la declinación indígena a partir de la caída de Mayapán, el yucateco es un convencido del hiato histórico de quiénes fueron realmente los constructores de los edificios prehispánicos. Por nada del mundo el literato O’Reilly le da cabida a la estrambótica idea de John L. Stephens: “Algunos escritores –señala Sierra O’Reilly-, principalmente Mr. Stephens, creen que aquellos edificios en ruina ni son de una antigüedad remota, ni construidos por una raza diferente de la que hoy existe”. Para Sierra O’Reilly, es un hecho que:

[...] no fue la raza conquistada por los españoles la que construyó aquellos edificios. Este hecho, aunque es puramente conjetural, se funda en un principio lógico irrechazable. Cuantos bustos o estatuas se han descubierto en las ruinas de Yucatán tienen un tipo diverso de la fisonomía de la actual raza indígena, que fue la sometida por los españoles.
Con esa parca prueba “fisonomista”, el “arqueólogo” –además de abogado y novelista folletinesco- Sierra O’Reilly concluye su negacionismo historiográfico, que desborda el hiato desvinculante entre un remoto pasado de gloria de un pueblo perdido en las brumas de una lejana historia clausurada, y una raza conquistada y degenerada, una “ignorante generación indígena que existe en el presente”, y a la cual O’Reilly le da la categoría de esclava de los antiguos constructores de los edificios:

Así pues, no apareciendo esa identidad entre aquellas obras de escultura y los individuos de la presente raza, debemos inferir que fue otra la que poseyó este país en la época de las primitivas construcciones yucatecas. Ni es improbable que esta raza de hoy, hubiese sido la raza esclava que en opinión del barón Frederickshall; construyó para sus amos los edificios que hoy existen en cabal ruina. La una raza pudo muy bien haber sido destruida y suplantada por la otra, ¿La nuestra, no ha estado a punto de ser exterminada o arrojada del país por la raza conquistada?
Concluyo este breve repaso a las ideas negacionistas del hombre que, en su día, hizo gestiones para vender la soberanía yucateca a la vileza imperial yanqui cuando la “raza conquistada” prendió, en la medianía del XIX, a la Península con “la cruz y el machete” de la libertad, diciendo que tal vez las interpretaciones históricas de O’Reilly, como toda interpretación, no fueron neutrales sino que sirvieron para desargumentar posibles ideas reivindicatorias de la “ignorante generación” maya. Los mayas modernos, sin nexos con su grandeza antigua por ser advenedizos como los padres de O’Reilly, en la interpretación histórica de este último no es posible que apelen a ningún derecho histórico, no es posible que aleguen herencias culturales, ni que vinculen su oprobioso presente con un grandioso pasado de una raza extinta, clausurada, fenecida, porque la pluma negacionista de O’Reilly los desheredó. Huérfanos de nada.

Bibliografía
Florescano, Enrique, 1997, Etnia, Estado y Nación, ensayo de las identidades colectivas en México, México, Aguilar. 
Taracena, Arturo, La civilización maya y sus herederos. Un debate negacionista en la historiografía moderna guatemalteca. Texto en línea. 
Paz, Octavio, 1994, Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, México, Fondo de Cultura Económica. 
Sierra O‘Reilly, Justo, 1994, Los indios de Yucatán, tomo 1, México, Universidad Autónoma de Yucatán.

lunes, 12 de noviembre de 2012

"Los libros habían profetizado que un Chachac-mac iría a hacer preguntas y a ver las aldeas": en torno a Nelson Reed

La bibliografía que Nelson Reed presenta en su libro La Guerra de Castas de Yucatán (1964 en su edición en inglés, 1971 en su primera edición en español), aunque parca, no tiene desperdicio alguno a pesar de que hoy su clásico libro lleva 48 años en que se diera a la estampa por vez primera. El libro ha pasado la prueba de fuego de las generaciones, y considero que sigue siendo el más recomendable para comenzar a entender lo que significó esa lucha de liberación anticolonial maya, iniciada en Tepich, Yucatán, el 30 de julio de 1847.
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Tengo a la mano como el 80 por ciento de los libros que el gran Reed utilizó para escribir ese novelón histórico-literario, y esto me lleva a pensar que Reed fue (o es, porque no sé si siga vivo todavía, allá en St. Louis Missouri) un gran escritor de la estirpe faulkneriana dueño de una pluma insuperable, que con poco pero preciso material a su alcance, supo condensar en su libro las gestas, programas, ideologías, estructuras económicas del Yucatán de mediados del siglo XIX, las acciones de batalla, las escaramuzas, los afanes de los caudillos indios, mestizos y criollos, los saqueos y enfrentamientos entre los yucatecos y los rebeldes del oriente, en eso que se conoce como Guerra de Castas.
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Además, era abogado ese gringo, ese Chachac-mac (hombre rojo) que llevó a cabo lo que el señorón de Howard Cline no pudo, o le dio flojera hacer: mediante una bibliografía selecta de la Guerra de Castas presentada por Cline como anexo al libro The Maya of East Central Quintana Roo, de Villa Rojas, Reed entregó al gran público lo que Cline ideó historiar y no hizo: la actualización, en el siglo XX, de la historia de esa rebeldía indígena de los mayas del oriente de la península, que de “todas las rebeldías de los indígenas, desde que los araguacos dispararan sus flechas contra los marinos de Colón, ésta era la única que había tenido éxito. Y si no podían impedirse, el orgullo yucateco decretó que debía ignorarse” en la segunda mitad del siglo XIX. Pero, de hecho, nunca fue ignorada, y hubo intentos infructuosos por parte de los gobiernos yucatecos (republicanos, imperialistas, barones henequeneros y porfirianos) por terminar la guerra con los “bárbaros” a lo largo de toda la segunda mitad del siglo XIX, y que solo fue acabada bien entrado el siglo XX.
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Dice Reed, en su prefacio a su célebre libro, la forma como le entró el interés por escribir esa gesta que cimbró al Yucatán neocolonial en todos sus cimientos racistas e injustos:
Se me ocurrió la idea de este libro cuando visité Bacalar, en 1948. Como no sabía nada del lugar, me sorprendió hallar las ruinas cubiertas de hierba de una ciudad española, con una iglesia y una fortaleza rodeada de fosos y pintorescamente situada en una altura que dominaba un lago. Vivían allí unas cuantas personas, y un sacerdote misionero había reparado parcialmente la iglesia, pero calles y calles de edificios de piedra destechados eran prueba de su pasado. En respuesta a mis preguntas me dijeron que la habían destruido los indios en algo que denominaron la Guerra de Castas.
Reed quedó intrigado por aquello que le contaron los lugareños. Al regresar a Estados Unidos, buscó literatura del tema, y llegó a sus manos el libro de Villa Rojas sobre los mayas de Quintana Roo, que había sido impreso tres años antes, en 1945. En ese texto, Reed quedó fascinado por el alzamiento de los indios, que como una gran manga de langosta, habían estado a un paso de sacar a todos los blancos y mestizos de la Península en 1848, y que después se habían retirado a lo más espeso de la selva del oriente de la Península, para fundar una nueva sociedad independiente, regida por “una cruz que habla”. Reed, al principio, pensó que el facilitador del “Remarks on a Selected Bibliography of the Caste War and Allied Topic”, Howard Cline, trabajaría en el tema y compondría un libro sobre el tópico. Cline nunca lo hizo, pero Reed no se despegaba de esa “obra que pedía ser escrita”:
Mis estudios habían sido más de arqueología que de antropología o historia, y además pensé que Cline probablemente publicaría los resultados de sus investigaciones. Pasaron los años, y de vez en cuando me topaba en mis lecturas con la Guerra de Castas, y en cada ocasión tenía presente el recuerdo de la bibliografía de Cline. Después leí el Ensayo histórico sobre las revoluciones de Yucatán, de Serapio Baqueiro, que daba más detalle de los primeros años de la revuelta, y quedé cautivado: si nadie iba a escribir la obra que Cline había esbozado, yo lo haría.
Una vez embarcado en ese proyecto literario, Reed se puso el overol de historiador, y esa idea fija lo impulsaba a ser sistemáticamente inflexible en la búsqueda de datos: en un año recopiló los trabajos de Cline, revisó bibliotecas y archivos de Mérida, se fue a la antigua Honduras Británica (Belice) a indagar en sus repositorios oficiales, hizo viajes exprofeso para auscultar la memoria oral de los herederos de los rebeldes de la Guerra de Castas, en el centro de Quintana Roo. Papagayos, oropéndolas, canarios y mirlos lo vieron pasar con su guía llamado Mundo, y la selva, la feraz selva del oriente de la Península que servía de barrera para aislar y apartar a los descendientes de los rebeldes, lo vieron recorrer trillos, trochas y veredas a lomo de mula, preguntando y preguntando a los jefes rebeldes que le abrían las puertas entusiasmados por ese Chachac-mac cuya llegada había sido vaticinada:
Fueron momentos –cuenta Reed- muy agradables, con todo los placeres de la investigación: descubrimiento del detalle que corrige una situación mal entendida y del hecho que ilumina un rincón particularmente oscuro de la historia.
En ese viaje exploratorio al centro de Quintana Roo, fue notorio el encuentro entre el historiador con la historia viva, de esas cosas que ocurren una vez en la vida. Cuando Reed se presentó en el pueblo de Chancá, y dialogó con el viejo jefe don Norberto Yeh, toda la historia de resistencia a contrapelo del Estado-Nación de los cruzoob, se presentó con la cauda de la nostalgia por un pasado que revivía en el recuerdo, en la lucha pertinaz de un pueblo por aferrarse a su viejo impulso autonómico. Era el año de 1959, la memoria de los cruzoob (con esta palabra, Reed “bautizó” a los mayas macehuales del centro de Quintana Roo, y que muchos todavía no le perdonan ese neologismo híbrido) estaba fresca, así como el olor a pólvora de sus viejos budtbizones (carabinas). El diálogo entre Reed y el viejo patrón de la Cruz se desenvolvió de la siguiente manera:
Después dijo (refiriéndose Reed a Norberto Yeh) que estaba muy contento de hablar conmigo y, con una sonrisa tímida, como si me participara un secreto, explicó que los antiguos libros habían profetizado que un Chachac-mac (norteamericano) iría a hacer preguntas y a ver las aldeas. Me preguntó si iría a todas y si me mandaba el jefe de San Luis. “Ya no podemos ir a Belice –añadió-, y por eso no podemos comprar las cosas que necesitamos”…, le pregunté qué clase de cosas quería comprar en Belice. “Carabinas” dijo. Y la palabra no necesitaba traducción.
Posteriormente, Yeh le indicó a Reed que Nohoch Santa Cruz Balam Ná (lo que actualmente es Felipe Carrillo Puerto) era de ellos, su ciudad; que ellos, y no los dzulob, la construyeron. Yeh también externó la queja sobre los misioneros protestantes y los legos yucatecos, que iban por los pueblos cruzoob convirtiendo a los mayas: “¿Por qué vienen a nosotros? –preguntaba-. Nosotros no vamos a las ciudades a decirles cómo adorar a Dios. Ésta es nuestra tierra y nosotros la conocemos mejor que ellos”.
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Cuando Reed se disponía a ir por sus mulas para partir de la comunidad de Chancah después de haber hablado con Román Cruz, comandante y subdelegado del lugar, Yeh le dio alcance en la plaza con un gran número de hombres y muchachos del poblado. Iba a terminar la entrevista inconclusa con Reed:
Desnudo hasta la cintura, con pantalones blancos a la antigua, cortados en forma de media luna por las caderas, debajo del cinturón, pasado por bastillas para ceñir bien, como se ve en los dibujos de Catherwood; llevaba un delgado bastón, más bien una varita, y le seguía una caterva de hombres y muchachos… como un sacerdote maya de miles de años antes. Tenía más cosas que decirme. Siguiendo su ejemplo, todos nos sentamos en algunas piedras que había sombreadas por los árboles a que estaban sujetas las mulas. Sin la camisa parecía más pequeño y más viejo, más maya… Yeh le dijo a Reed que “El libro prometió que su pueblo vendría y prestaría ayuda a los macehuales”.
Reed contestó: “¿Qué clase de ayuda necesitan?” La respuesta de Yeh puso nuevamente a la historia de los cruzoob en movimiento:
“Rifles y hombres para ayudarnos a sacar a los mexicanos. ¿Cuándo sucederá? ¿Debo enviar una delegación a San Luis para arreglar el asunto?”
El historiador se encontró con la disyuntiva de, o seguirle el juego, o ser honesto y decirle que eso no sería posible:
Esto era lo que yo había evitado antes –escribe Reed- y lo que sabía que él esperaba, y me lo decía tan claramente que no había evasiva posible. Yo había ido en busca de recuerdos de la Guerra de Castas y ahora me invitaban a enrolarme. La investigación había dejado el lugar a la realidad humana; lo que para mí era una nota al margen era para él la fe y la esperanza de toda una vida; yo tenía la obligación de contestarle honradamente, y le dije que eso ya no era posible…
Paul Sullivan ha señalado, que a pesar de estos pedimentos de armas de los mayas a los extranjeros, son muy pocos los que creen en la guerra, y cuando se habla de esta, se hace referencia a términos apocalípticos. Tal vez haciendo referencia al pensamiento cíclico entre los mayas, explicaría que este nuevo diálogo entre Yeh y Reed, sería la continuación cíclica de los diálogos que en su momento los jefes mayas sostuvieron con Morley: “Para ellos –escribe Sullivan-, tratar con extranjeros para hablar sobre los relevantes asuntos de las conspiraciones pasadas equivale a recobrar por un instante lo que ahora consideran una esencia de su cargo sagrado y oficia”.
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La ayuda solamente podía ser económica, no de otro tipo, les respondió Reed. Los demás asintieron, pero Yeh no seguía en el juego, y contestó: “Hablan, prometen, pero no hacen nada por nosotros…Quieren que tengamos una iglesia libre. Quieren acabar con la Guardia”:
El quid de la cuestión era que el viejo Yeh, como estandarte de su pueblo, nunca se rendiría: “Allí está el quid –escribía Reed-, la rendición que él [Norberto Yeh], por su parte, jamás efectuaría; las derrotas y humillaciones acumuladas durante un siglo no habían acabado con su fe en la legendaria promesa de ayuda o en el destino de todos cuando llegara el fin del mundo”.
No puedo terminar un artículo de la misma forma como quería al principio, si lo dejo a medio hacer omitiendo la manera como un historiador profesional, ponderado y “reflexivo”, comentó el trabajo de Reed…Quiero acabar hoy este boceto sobre el libro de Reed comenzado hace tres días, señalando como J. Ignacio Rubio Mañé diseccionó, con prejuicio de criollo meridano, al libro "politizado" de don Nelson, en el año de 1968. Rubio Mañé lo desdeña de inmediato, dizque porque Reed no era "historiador profesional", porque en su libro existen “inexactitudes” (llamarle “ladinos a los dzules de Yucatán era algo grave, pero la palabra venía siendo lo de menos), discordancias en la escritura, anacronismos garrafales, carencias de notas bibliográficas e historiográficas en el cuerpo del texto, y pecado grave o gravísimo: Rubio Mañé no perdonaba a Reed el hecho de que fuese dueño de una exquisita, amena y magistral prosa de escritor supremo. A pesar de que Cline le dio el visto bueno al trabajo de Reed haciendo una nota preliminar donde señalaba la precisión de relojero suizo de Reed para trabajar las fuentes del mismo Cline (“Le dije –cuenta Cline- que los profesionales verían cómo él había seguido las reglas fundamentales de su arte y que a muchos de ellos les podrían parecer las notas inútil alarde de técnica…”), Rubio Mañé objetaba que:
La carencia de una obra esforzada de investigación que describa fundamentalmente y examine concienzudamente ese fenómeno histórico, ha pretendido el autor de este libro llenarla con una amena narración, fácil, sin preocupaciones bibliográficas, cuya organización cuidadosa se ha sacrificado lamentablemente.
Sin duda, como señaló Cline, a muchos historiadores profesionales les pudo haber incomodado esta elusión bibliográfica, pero el hecho es que Reed estuvo en la libertad para escribir como se le plazca una obra que hoy sigue más actual que nunca. Rubio Mañé, un católico de sepa que no está para “idolatrías”, se quejaba también de que Reed admitiera en su trabajo “razones curiosas y deleznables, concediendo crédito a leyendas que no son más que supercherías. Que una cruz hablaba a los mayas y que esto se hacía con la habilidad de un ventrílocuo. Que el fanatismo de los indios pudo más en su espíritu, profundamente religioso, que la conquista del triunfo total, y entonces por medio de esa cruz fueron gobernados, ordenándoles se retirasen hasta alcanzar las costas del Caribe…Tanto ha creído el autor en tales informes, que denomina ‘cruzob’ a todo lo de este período de retirada de los rebeldes”.
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Es increíble el desdén meridano por estos “informes” que solo sirven para calentar la cabeza a los extranjeros. Sin duda, don Rubio Mañé era un desconocedor total de las etnografías recientes, o de los trabajos periodísticos o informes tanto de la parte yucateca como de la parte inglesa sobre este impulso que la Cruz diera en los primeros años de resistencia. Eso ya no se discute, es una verdad de Perogrullo.
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Aunque las críticas de Rubio Mañé al libro de Reed son demasiado endebles (el colonialista muestra su asombro porque Reed no colgara la pluma de su narrativa hasta 1901, supuestamente, año en que termina la “Guerra de Castas” con la entrada de tropas federales a Chan Santa Cruz, avalado tanto por la historia oficialista de los yucatecos conservadores, como por las campanas de la catedral meridana que repicaron a rebato cuando se supo que Bravo había ondeado el pabellón nacional en la tierra de los bárbaros), se podría rescatar varias preguntas apuntadas por el historiador meridano: ¿Por qué durante los tres siglos de Colonia no acaeció una rebelión indígena en Yucatán como la Guerra de Castas?, ¿por qué con pocas tropas el régimen español pudo acabar con levantamientos indígenas, como el de Cisteil, del año de 1761?
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Rubio Mañé, increíble en un colonialista, no responde a dichos cuestionamientos, pero podríamos apuntar que, como ha referido Nancy Farris, la respuesta a dichas preguntas estriba en la tierra, en la sobrevivencia de las comunidades indígenas durante esos tres siglos de colonia, porque los españoles, acota Farris, “simplemente hacían uso de la economía nativa y dejaban los medios de producción, en su mayoría, en manos de los indios”. En la colonia había tierras “más que suficientes para satisfacer la demanda de los españoles y las necesidades de los indígenas a lo largo de la mayor parte de la época colonial”, que sólo comenzó a cambiar a fines del siglo XVIII, para que la lucha por la tierra se agudizara bien entrado el siglo XIX, y cuyo objetivo era la incorporación (obviamente que en la base de una sociedad injusta y racista como fue la sociedad yucateca cuando el henequén reverdecía el suelo pedregoso del noroeste yucateco) de los mayas a un sistema económico capitalista que iba contra sus órdenes normativos de vida, una acometida comparada por Farris como de segunda conquista. La Guerra de Castas fue la respuesta a ello.
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Al final, el reseñista criollo del libro de Reed, no puede dejar de externar su molestia principal, con un argumento ad hominen. Rubio Mañé dejó un momento su gravedad de historiador cargado de abultadas lecturas, para salir con una simpleza de blanco encabronado, al espetarle a Reed lo siguiente:
Hay en las páginas de este libro –indica don Rubio- un espíritu muy inclinado a darle toda la razón a la causa indígena y hostil a la de los ‘dzulo’. Se desprecia la obra informativa de Serapio Baqueiro, considerándola indigna de confianza porque sus datos fueron proporcionados por los ‘ladinos’, cuyo término es siempre empleado con algún menosprecio y vulgaridad. Considera que el estado social de los mayas en Yucatán era en el siglo XIX de una cruel esclavitud. Un juicio reposado y sereno sólo puede ver en ello una servidumbre muy injusta…
Defendiendo al Yucatán decimonónico y neocolonial (con colonialismo interno por parte de las élites urbanas y rurales yucatecas hacia la sociedad maya), el historiador hispanista le recuerda a Reed, que si en Yucatán hubo abusos y se llegó a utilizar el látigo para castigar a los mayas (a la “servidumbre”, dice Rubio Mañé), no debe olvidar el autor de La guerra de castas de Yucatán:
[…]que en peores condiciones sociales vivían hasta no hace poco los negros en un país que mantiene instituciones políticas de muy elevado nivel humano…No sólo en Yucatán hubo entonces ignominiosa opresión, que algunos se complacen en pintar. También hay hoy desaciertos vituperables y vejaciones criminales en teatros donde debía esperarse una elevada situación social por los superiores progresos científicos en marcha.
Sin duda, la reseña al libro de Reed escrita por Rubio Mañé, dice mucho, bastante, de una sociedad yucateca (me refiero a cierto estrato yucateco) que no perdona todavía la osadía de los rebeldes mayas del oriente y sur de Yucatán, que en 1847 prendieron la tea, siguieron a sus líderes, dejaron de hacer caso a los curas, se ciñeron el machete y se fueron a poner el mundo neocolonial yucateco patas arriba...El pecado mayor de Reed, leyendo entre líneas a don Rubio, no estribó en no ceñirse al aburrido corset de los historiadores de cuna estreñidos, sino al hecho evidente de que Reed, aunque no facilitó armas al viejo Yeh, supo desde el primer momento que él ya había tomado partido de una buena vez por todas. Los antiguos libros, guardados celosamente por los cruzoob, ya “habían profetizado que un Chachac-mac (norteamericano) iría a hacer preguntas y a ver las aldeas”. Reed no sería el último.

jueves, 8 de noviembre de 2012

¿POR QUÉ HAS CALLADO, MARCOS?

Si se hace un estudio de 1994 a 2001, años que van del levantamiento zapatista en Chiapas y el momento en que se llevó al pleno de la Cámara de Diputados la ley en materia indígena federal, uno no puede dejar de sospechar de ese protagonismo del hombre que estuvo detrás del pasamontañas. ¿Por qué el ejército no barrió a los insurrectos?, ¿por qué se detuvo todo en una llamarada de petate de menos de 20 días?
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Lucio Cabañas, en los 70, hizo más como guerrillero que ese burgués barbudo enamorado de su culto a su personalidad revolucionaria...Lucio guerreó, Lucio se jugó el pellejo y murió por sus ideas, y Lucio no escribió poemas, y Lucio no se tomó fotos con intelectuales progres de la Europa in-civilizada, y Lucio no imitaba ni a argentinos ni a cubanos. Lucio era Lucio, un macho de Guerrero, región siempre revolucionaria desde la Independencia...
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¿Y qué hizo Marcos y su ejército virtual? Casi nada, o muy poco, aparte de enriquecer a los coletos de San Cristobal con el turismo revolucionario que desencadenó desde 1994. Lo han llamado referente moral, media izquierda irreal del mundo (desde Saramago hasta Galeano, pasando por Vázquez Montalbán) hizo caravanas a su zona "liberada", ¿y qué más? Pues de 2001 a esta parte Marcos y el EZLN comenzaron a morir, a desaparecer, a mimetizarse en la soledad de las Cañadas, y no ha habido más que "encuentros galácticos" para discutir abstracciones aburridas como la globalización y el "neoliberalismo" que sucede en el texto de los autistas y burgueses académicos.
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Cuando fue lo de Atenco, el encapuchado blandió y restregó en la carretera el machete de los atenquistas, como un intento patético por volver a su frívolo protagonismo. Le duró poco el paseíllo...Cuando Obrador iba a llevar de calle, y la llevó de calle, las elecciones fraudulentas de 2006, el protagonismo insufrible de este camaján "guerrillero" comenzó a tirarle estocadas con sus críticas infundadas, propias de un resentido que había perdido el tren de la historia, hombre del basurero de la historia que sólo está para el ayer nostálgico.
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¿Y qué más? Unas cartas virtuales con un Villoro senecto escritas hace un año, y el silencio brutal ante las defenestraciones políticas de Juan Sabines, el silencio condenable y execrable ante el regreso de ese PRI que tanto aborreció, las complacencias filiares tal vez, por el hecho de que la hermana de Marcos, Paloma Guillén Vicente, es parte del primer círculo del cacaseno elegido para el sexenio que se avecina...
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¿Y qué más? ¡Nada más!

En torno a las "florecillas del rosal": una polémica con el fantasma del estalinista Pérez Betancourt, c.c.p Manuel Sarkisyanz y en defensa de mi tocayo Gilbert Joseph

En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue fusilada. Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque. Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura….Augusto Monterroso.
Thomas Benjamin, en su libro sobre la memoria, el mito y la historia en la Revolución Mexicana, escribe sobre ese regusto de los gobiernos de la “revolución hecha gobierno” por crear a su “mártires”: valiéndose de sus grandes muertos hizo de la Revolución, o las distintas revoluciones acaecidas en el periodo armado de 1910-1920, simples monumentos y estatuas que homogenizan las tremendas contradicciones de sus figuras “míticas”, transformadas a puro mito y retórica de licenciados del Partido. Antes de las estatuas hagiográficas (no podemos escribir historiográficas) de Carrillo Puerto escritas por historiadores oficiales como Bustillos Carrillo (1959), Sarkisyanz (1995) y Sandoval y Mantilla (1994), las estatuas-estatuas dieron la pauta broncística a seguir para los encoñados de Clío. Sobre el ícono de la Revolución en Yucatán, Carrillo Puerto, Benjamin escribió que:
“Carrillo Puerto fue, tal vez, el revolucionario al que se le dedicaron más monumentos en la década de los años veinte. El primero, un busto sobre un pedestal elevado fue erigido en Tacuba (Distrito Federal) en 1925 y se convirtió en el punto de reunión simbólico para los manifestantes de los radicales durante la nueva administración callista. Obregón inauguró un monumento en Mérida, Yucatán, durante su campaña presidencial en la primavera de 1928, ‘un templo y monumento para unir por siempre al pueblo de la Península para defender el precioso legado que [Carrillo Puerto nos] transmitió con su sangre’. En 1932 el gobierno de Yucatán hizo la propuesta de construir, en anticipación del décimo aniversario del asesinato, uno de los monumentos más grandes de toda América Latina. ‘[El monumento] proclamará, por muchos años, que la obra de la Revolución y el esfuerzo de sus mártires no pasará inadvertido para las generaciones venideras. Por esta razón, el monumento que construiremos es de grandes dimensiones’. Un monumento de dimensiones considerablemente menores fue finalmente erigido” (Benjamin, 2009: 169-170).
El himno a Felipe Carrillo Puerto es un elemento broncístico, pero no historiográfico, y ni “cronístico” con el que los gobiernos postrevolucionarios educaron a varias generaciones de yucatecos, y con el que le rindieron o le siguen rindiendo homenaje a un prócer que no sólo repartió tierras y creó leyes laborales y estuvo en sintonía con la defensa de los mayas de Yucatán, sino que también tuvo sus momentos de claroscuro, obsedido por la peste autoritaria:
“Fue tu bandera la unión, Tu escudo, la virtud. Por eso el indio con fe, Te tiene gratitud”
Y la letrilla de marras no dejaba apología sin cabeza, no escatimaba metáforas para el gran “líder socialista”:
“Felipe Carrillo, tu nombre es inmortal”,
Y repite, por si a alguien le queda la duda sobre su condición olímpica:
“Es inmortal”.
¿Y quién asegura la inmortalidad del “Dragón Rojo con ojos de Jade” de Motul? Nada menos que las aves canoras y…
“Las florecillas del Rosal…”
Ex agrimensor zapatista allá en la región morelense, su lema, según el himno, era de
“¡Tierra, tierra y libertad!”
Y esas dos ciudades que hoy son todo menos ciudades prehispánicas a causa del turismo, su
“ausencia llorarán”.
Un resumen de su gobierno puede hacer mención, a grandes rasgos, del reparto de tierras, la creación de la Universidad del Sureste en 1922, la regulación laboral campesina (Carrillo Puerto no estuvo en buenos términos con el elemento obrero de Progreso o Mérida, y eso que era socialista, pero de la tendencia maoísta cuando el maoísmo estaba en pañales), fijó salarios mínimos, le dio “orgullo étnico” a los campesinos, hizo leyes como la de Inquilinato o la ley de Divorcio. Todo eso estuvo bien, estoy convencido de que Felipe Carrillo Puerto hizo varias cosas insuperables todavía, pero no olvidemos un defecto importante de ese motuleño: no era demócrata, ejerció el poder con mano dura (todos los escorpiones son así), y según Gilbert Joseph, torturó y persiguió a sus rivales políticos. Además, era un nepotista de lo peor, a sus 13 hermanos les repartió su poder mediante cargos públicos. Elvia Carrillo Puerto, esa feminista de armas y belleza tomar, llegó a diputada y creadora de la liga feminista Rita Cetina Gutiérrez gracias a la venia de su hermano...
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Cuando Gilbert Joseph escribió en su libro Revolución desde afuera (2010), que Carrillo Puerto torturó e hizo, valido de la policía secreta comandada por su hermano “Wilo” Carrillo Puerto, asesinatos y desapariciones de contrincantes políticos, no sabía que habría un iraní, avecindado todavía en Yucatán, que “desmitificaría” al “desmitificador” de la Revolución desde afuera. En su libro, Joseph escribe que:
Contra lo que sostiene la mitología popular que presenta a Carrillo como un pacifista por naturaleza, imbuido de las cualidades gentiles propias de un mártir ejecutado en unión de 12 ‘discípulos’, las pruebas documentales revelan a un jefe pragmático que no retrocedía ante el uso de la violencia o el homicidio político para obtener el poder o mantenerse en él…por órdenes de Carrillo Puerro, la pequeña pero eficiente fuerza de policía secreta (Policía Judicial) de su hermano Wilfrido, trabajando en asociación con agentes locales, combatía el disentimiento por toda la región, en forma vioelenta y sistemática, aplastando al rival Partido Liberal Yucateco y su prensa conservadora, desbandando los partidos competidores en Campeche, y estableciendo el Partido Socialista del Sureste como el único partido de la península a fines de 1922. A fin de establecer un monopolio de la fuerza dentro de la región, lo que le permitiría implantar un programa socialista, Carrillo no vaciló en aterrorizar y torturar a sus oponentes (Joseph, 2010:235-236).
Esta señalización exacta y certera de la manera como ejercía el poder Carrillo Puerto, emparienta con la de los otros gobernadores radicales del Golfo de México para esos años, como Garrido Canabal en Tabasco, o Tejeda en Veracruz, y es la tónica de la política matona y balacera de esos años “revolucionarios”. Joseph no decía nada que no se pueda leer en La sombra del Caudillo: Carrillo Puerto era de esos hombres que no estaban para complacencias con el viejo régimen que se resistía a perecer para dar entrada a un México menos oligárquico pero, al final de cuentas, igual de desigual, capitalista, asimétrico e injusto a pesar de las revolucioncitas; y el contexto histórico de su acción política sería impensable que estuviese encaminado en el carril de la “civilidad” y las “buenas costumbres democráticas”. Para esos años, el México bronco era de los “caminos sin ley” como tal lo vio Graham Greene. Sin embargo, el iraní que en los noventa hizo la más sentimental biografía de Felipe Carrillo Puerto (rebasa en mucho a las biografías de Edmundo Bolio o de Castillo Torre, y tiene barruntos de New Age), mediante un suplemento a su libro Felipe Carrillo Puerto. Actuación y Muerte del apóstol “rojo” de los mayas, publicado por el Congreso de Yucatán en 1995, intentó componer el rumbo hagiográfico devastado por la profunda revisión documental y bibliográfica que Gilbert Joseph hiciera a fines de los 70 del siglo pasado. El suplemento se llamó “Felipe Carrillo Puerto, Mr. Gilbert Joseph, y la Asociación Norteamericana de Historiadores: Una desmitificación de un ‘desmitificador’”, publicado un año después de la biografía sentimental. En dicho suplemento, hay un texto del estalinista polemista profesor Antonio Betancourt Pérez. Sin duda, el folleto dice mucho con esta síntesis de pensamiento homicida que el fenecido Betancourt refiere:
“Detrás de estas afirmaciones –las de Joseph, obviamente-, y de la labor de zapa que puedan realizar autores, investigadores o intelectuales, está el afán de debilitar el orgullo y la unidad de un pueblo, de reducir a sus héroes, de minar sus elementos de unidad e identidad. La vida contemporánea nos da ejemplos clarísimos de la manera tan burda y tan interesada como se fabrican héroes o villanos, de acuerdo a los intereses de la ‘metrópoli imperial’ en todos los rincones del orbe. Baste recordar la atención brindada por el mundo a aquella caricatura africana: Idi Amín Dada. ¿Y qué decir de las patrañas divulgadas en torno a Nicolás Ceacescu? La Plaza Tianamen, el régimen de Fidel Castro, Chechenia y Bosnia, pudieran ser otros ejemplos de escenarios políticos ‘arreglados’ por la manipulación informativa”.
Me detengo hasta aquí porque no puedo seguir transcribiendo el pensamiento burdo de este connotado historiador meridano que no salía de sus anteojeras ideológicas… ¿Decir del brutal régimen totalitario de Ceacescu que eran puras “patrañas” de la “metrópoli imperial”, en algo benefició a la desmitificación del desmitificador Gilbert Joseph? La perspectiva histórica nos dice que no, y que Betancourt Pérez murió como vivió: entrampado en esa dialéctica homicida de los dogmáticos.
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Mandó o no Felipe Carrillo Puerto a sus esbirros a torturar, la polémica que se presentó en aquel suplemento al libro de Sarkisyanz, giraba en torno a una fuente “única” de la supuesta tortura, la señalada, según Sarkisyanz, por el libro de Álvaro Gamboa Ricalde, Yucatán desde 1910. Sin embargo, en la revisión documental que refiere Joseph, y que yo mismo he consultado (sobre todo periodística), los años socialistas están plagados de imputaciones a la forma despiadada con que solventaban sus diferencias políticas tanto tirios como troyanos: socialistas de pueblo van contra los liberales del mismo pueblo, y ambos son enemigos acérrimos y se comen y se reconcomen. Mediante el método indiciario, no puedo señalar el hecho de que Carrillo Puerto no se comportó distinto a lo que Enzensberger había señalado sobre el poder omnímodo, autoritario:
“Entre asesinato y política existe una dependencia antigua, estrecha y oscura. Dicha dependencia se halla en los cimientos de todo poder, hasta ahora: ejerce el poder quien pude dar muerte a los súbditos. El gobernante es el superviviente”.
Carrillo Puerto ejerció el poder valiéndose, dice Joseph, de los caciques locales de los pueblos. No podemos ni siquiera pensar que ese poder fue tenue cuando lo que se necesitaba, era justamente un poder que practicara seguidamente la violencia. Como un no demócrata, en Motul Carrillo Puerto dejó como presidente municipal a otro hermano, le dio cargos hasta a su yerno, etc., hizo que sus poetas y literatos le compusieran versos y ditirambos a su "querida" gringa, la Peregrina. Pero eso no es lo grave, lo grave fue que Carrillo Puerto haya ejercido el poder mediante caciques de pueblos (los Euan de Opichen, los de Muna, incluso Elías Rivero, de Peto) que contribuyeron al terror político en esos malhadados años "socialistas". Claro que no podemos negar que Carrillo Puerto dio tierras a los campesinos, pero como no soy hagiógrafo de los grandes íconos que son parte del cementerio cívico del Priato, no puedo rendir homenaje a este hombre que ni siquiera dijo, al momento de ser fusilado, la frase inventada por Edmundo Bolio (ver De la tumba al paredón) o José Castillo Torre (ver A la luz del relámpago) de "no abandonéis a mis indios" (como ha señalado Faulo Sánchez Novelo, al momento de ser fusilado, Carrillo Puerto no dijo palabra alguna, estaba callado, tal vez iniciando el diálogo eterno con la nada) porque no puedo ser parte alguna, retrospectivamente o en tiempo presente, de un hombre que le dio la policía secreta a su hermano Wilfrido, y que permitió, tácita o explícitamente, el asesinato y la tortura como forma de ejercer el poder...
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Podría decir, para terminar esta polémica con el fantasma del polemista Betancourt c.c.p. Sarkisyanz, que el general Plutarco Elías Calles tomó nota del Partido Socialista de Yucatán, cómo era la estructura de poder de ese partido, y cómo tejía sus redes mediante estructuras caciquiles en los pueblos de Yucatán, para en 1929 crear un superpartido a imagen y semejanza del nada socialista Partido Socialista de Yucatán: el PNR, abuelo del PRI, fue una calca mejorada y des-ideologizada del "partido de los socialistas" del Yucatán turbulento de los años 20 del siglo pasado.

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