viernes, 17 de junio de 2011

La historia burguesa y la historia del "México descalzo"


“Los estudios históricos –señala Octavio Paz –son descripciones e interpretaciones del pasado de una sociedad; mejor dicho, de sus pasados pues en todas las sociedades y singularmente en la mexicana el pasado es plural: confluencia de pueblos, civilizaciones, historias. Pero también son una terapéutica de sus males presentes…” Pasados vivos, siempre sesgados, mixtificados o mitificados, las historias plurales de México. Escribe Paz: “Al lado de los mitos: los silencios y las lagunas”. Sírvase este apunte del maestro, para argumentar contra todo intento de interpretación del pasado sustentado desde la óptica unívoca de la falacia de pensar que sólo la voz de mi tribu, grupo, clase social, secta partidaria, es indispensable para conformar el texto que clarifique las estructuras del presente (y hay que señalar que son estructuras nefastas y nefandas). Cuanto más, la historiografía del grupo hegemónico vendría a ser la piedra de Roseta que teorice las aberraciones, los dislates, las estolideces y las injusticias del presente. Porque, como dice Bachelard refiriéndose al avance del conocimiento…“solamente en nuestros días es cuando podemos juzgar plenamente los errores del pasado (espiritual)”.

Frente a una historia única, burguesa, del poder político y económico que lo respalda (con actos criminales, porque todas las emanaciones del poder son actos criminales) narremos una historia de luchas, de confrontaciones sociales, de contra dominio; una historia de los oprimidos, historia por y desde abajo, historia del "México descalzo"; historia de la “cultura de la resistencia de la civilización negada” (Bonfil Batalla, dixit), que es una respuesta a la conjura de las máscaras historiográficas y los silencios y desmemorias que se imponen desde arriba. De esta civilización negada por los caxlanes o los dzules (pienso en la historiografía liberal del XIX yucateco), de este “Mexico Negado”, Bonfil Batalla teoriza con lucidez su conformación secundaria en el imaginario social:

El México profundo está formado por una gran diversidad de pueblos, comunidades y sectores sociales que constituyen la mayoría de la población del país. Lo que los une y los distingue del resto de la sociedad mexicana es que son grupos portadores de maneras de entender el mundo y organizar la vida que tienen su origen en la civilización mesoamericana, forjada aquí a lo largo de un dilatado y complejo proceso histórico. Las expresiones actuales de esa civilización son muy diversas: desde las culturas que algunos pueblos indios han sabido conservar con mayor grado de cohesión interna, hasta la gran cantidad de rasgos aislados que se distribuyen de manera diferente en los distintos sectores urbanos. La civilización mesoamericana es una civilización negada, cuya presencia es imprescindible reconocer.

Reconer, pero no sólo reconocer sino también escribir, aprehender su historia de resistencia. En la historia del poder en México, en sus tres niveles de gobierno, los grupos indígenas son devorados, excluidos de forma sistemática en la toma de decisiones tanto político-económicas como de propuestas culturales, por el poder esquizofrénico de los grupos hegemónicos. Su respuesta, actualmente, son las autonomías indígenas y los postulados plurales cuyos ejemplos paradigmáticos son el neo zapatismo y, a nivel latinoamericano, el Evismo. Yucatán es un estado puntal en la esquizofrenia - "miopía sociológica", diría Manuel Gamio- de sus grupos dirigentes frente a la conflictiva social de los indígenas. En Yucatán, dice el discurso hegemónico jurídico, no hay indios, cuando mucho, campesinos. El caso más representativo de esta esquizofrenia es el antecedente histórico de la Casta Divina (actualmente beduina), descendiente directa de los conquistadores (se jactaban de eso, como disculpándose de su colonialismo de poder, o queriendo justificar las brutales explotaciones del pueblo maya). En Yucatán, tierra de mayas, el maya es omitido, sesgado, apartado, estigmatizado, o cuando más, “reconocida” sus tradiciones, pero hasta ahí. No necesitamos, nosotros los yucatecos, el ejemplo ominoso de Sudáfrica para entender a la perfección el apartheid.

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