lunes, 25 de abril de 2011

Partículas fugaces de eternidad visible





Me entero por el periódico de la muerte del gran poeta Gonzalo Rojas. Aunque dejé de frecuentar la poesía hara casi un lustro (es relativo mi alejamiento, porque como las fiebres tercianas, recaigo en esa enfermedad de vez en vez), los recuerdos de mis fervorosas lecturas de Rojas, de Parra, de Paz, de Machado, de Borges, Sabines y tantos otros son, arguyo, lo que clarifican y humanizan mis días. No puedo olvidar aquel fragmento del poema del muerto Rojas, porque en su momento me forzó a pergeñar una composición sobre la inefable belleza:




¿O todo es un gran juego, Dios mío y no hay mujer
ni hay hombre, sino un solo
cuerpo: el tuyo,
repartido en estrellas de hermosura, en partículas
fugaces
de eternidad visible?

En aquella lejana, y casi olvidada ocasión, escribí que Rojas llegó hacia lo hondo descifrando la terrible condición humana: la solitaria presencia del hombre frente al silencio de lo que perpetuamente le rodea: “estrellas de hermosura, partículas fugaces de eternidad visible”. Hoy descreo de aquello. Ya no veo "estrellas de hermosura" por todos lados, sino una sóla hermosura, un sólo cuerpo de eternidad concreta a mi lado.

sábado, 9 de abril de 2011

Consideraciones sobre la dictadura perfecta y la inexistencia de la izquierda en Yucatán


El novelista Mario Vargas Llosa, en un artículo aparecido en mayo de 1992, retomaba su controversial, aunque real parecer, del sistema político mexicano que gobernó México durante más de 71 años. Recordemos que en septiembre de 1990, en el Encuentro de Intelectuales que organizó la revista Vuelta de Octavio Paz, Vargas Llosa, en cadena nacional y ante los ojos atónitos del mismo Octavio, desenmascaró la supuesta "democracia" mexicana de que se jactaban los hombres del sistema priísta y sus corifeos intelectuales, al proponer que más que el comunismo, la Unión Soviética o el régimen de Castro, al régimen que le quedaba a la perfección la categoría de Dictadura Perfecta, era el régimen priísta mexicano. “México es la dictadura perfecta”, decía convencido Vargas Llosa. Luego Paz precisaría las "inexactitudes" de Vargas Llosa, proponiendo la weberiana idea de que el sistema político mexicano creado por los Sonorenses y remachado por la organización de las masas campesinas y trabajadoras durante el cardenismo, se trató no de una dictadura o “dictablanda”, sino de un sistema de dominación con partido único. La perspectiva histórica, y la visión de cómo regía y articulaba su perfecto engranaje el Priísmo con la sociedad mexicana dominada en el lado educativo, cultural y político por los intereses faccionarios del Priísmo, nos fuerza a asentir la idea vargasllosiana: El PRI era la Dictadura Perfecta, pero una dictadura camaleónica, pragmática, que lo mismo podría tomar el ropaje populista con Cárdenas o Echeverría, o vestirse con el elegante traje de neoliberal tecnócrata con Salinas o Zedillo. Es un hecho que, desde 1929, a la muerte del último caudillo, Álvaro Obregón, el maquiavélico Plutarco Elías Calles consolidó a las facciones dispersas mediante un partido que dominó la escena política nacional de forma por lo de más sorprendente, si hacemos memoria del convulso siglo XIX y el no menos convulso periodo armado de la revolución. El intermezzo de estos dos periodos, fue esa treintañera pax porfiriana (y de algún modo, podríamos señalar la idea que se presenta en los estudios históricos, emparentando al Porfiriato con los regímenes de la postrevolución). Un partido que logró estar en todos los lugares era un partido dictatorial; un partido que pintó todas las bardas con sus siglas y deturpó y liquidó intentos de autonomía política era un partido dictatorial; un partido que le hizo la guerra a los opositores de izquierda (a los genuinos, no a sus “izquierdas” creadas por el), que fabricó guerras sucias y cruentas, que administró los terrores del Estado, que ideologizó y deformó la historia para legitimarse, degradando la verdad y proponiendo la esquizofrenia entre la sociedad, era un perfecto partido dictatorial. En su artículo de 1992, Vargas Llosa ahonda en sus apreciaciones de 1990, y señala algo que no hay que perder de vista: la idea de que la DICTADURA PERFECTA, para obtener la hegemonía y legitimarse ad eternum en su omnímodo y escatológico poder, recurrió, incluso, al reclutamiento de intelectuales "críticos" y “contestatarios” con el régimen dictatorial priísta. Conscientes o no, esos “intelectuales” críticos con el régimen, le hacían el favor al sistema hasta con las pedradas que le tiraban al régimen. Eso demostraba, dice Vargas Llosa, la prueba de que en México existía una oposición. En 1992, México apenas comenzaba su transición a la democracia, y Vargas Llosa escribía que:


Para todos los efectos prácticos, México es ahora el PRI, y lo que no es el PRI, incluidos sus más enérgicos críticos e impugnadores, también sirve, de una manera misteriosa, genial y horripilante, a perpetuar el control del PRI sobre la vida política y la sociedad mexicana.

Recordemos que la Dictadura Perfecta, el PRI, subsidiaba a los partidos comparsa, reclutaba y aleccionaba a distintos líderes (indígenas, estudiantes, lideresas de colonias), y de la mano de confederaciones charras como la CTM, imponía su presencia en todos los estratos de la sociedad. Con la Reforma Agraria y otras “ayudas” al campo, el PRI traía comiendo de la mano a los campesinos. Pero la estrategia que más impacta, y que señala Vargas Llosa, es la maquiavélica y sutil forma como el PRI obtenía a sus intelectuales “orgánicos”, cuyas “críticas” sólo abonaban reciedumbre al régimen:



A favor del sistema priísta suele señalarse la política del régimen con los intelectuales, a los que siempre ha sabido reclutar y poner a su servicio, sin exigirles a cambio la cortesanía o el servilismo abyectos que un Fidel Castro o un Kim II Sung piden a los suyos. Por el contrario, dentro del exquisito maquiavelismo del sistema, al intelectual le compete un rol que, a la vez que sirve para eternizar el embauque de que México es una democracia pruralista y de que reina en ella la libertad, a aquel lo libera de escrúpulos y le da buena conciencia: el de criticar al PRI.

Esta visión de la intelligentzia mexicana durante la dictadura, claro está, tenía sus valiosas excepciones entre la izquierda. El caso radical sería el de un marxista hereje como José Revueltas, que sufrió cárceles, hambres, persecusiones y demás vilezas, por el sólo hecho de estar contra todo lo que huela a tufos del régimen priísta. En Yucatán, la idea de Vargas Llosa sobre los intelectuales y la dictadura perfecta todavía es válida, es de tiempo actual. Es un hecho que en Yucatán tenemos un déficit de izquierda, y un superávit de izquierditis: todos, empezando por los autoritarios aduladores y besamanos del régimen priísta como el doctor Gilberto Balam Pereira, se creen izquierdistas. Son izquierdistas, incluso, los más tenaces priístas. Sin embargo, la idea de Vargas Llosa, señalando que aún con torpedear con “radicalidades” paleolíticas las consignas neoliberales, de denostar al otro, de vociferar luciferinamente contra el PRI yucateco, indica sólo una cosa: la relación orgánica de esa borrosa y pasadísima idea de izquierda que se ostenta en Yucatán con el régimen priísta. Mi hipótesis de que no existe una izquierda en Yucatán, se demostró el miércoles 6 de marzo pasado, en la marcha que un grupo de “izquierdistas” yucatecos (es decir, autoritarios que se dicen progres, pero que se trata de burdos y tristes estalinistas de derecha) hicieron en solidaridad con Javier Sicilia. En la crónica de la marcha, escrita por José Repetto Menéndez, me entero de que se juntaron, en dicha marcha, dinamiteros luciferinos como Pedro Echeverría, pendolistas del régimen priísta como el cobista Gilberto Balam Pereira, vates oficiales que declamaron sus poesías oficiales, uno que otro vendedor de mota de tugurio de mala muerte, y ensotanados de la teología de la liberación blasfemando contra el gobierno. También hubieron perredistas y petisos del PT local. Su consigna era clara. Contrario al parecer del poeta Javier Sicilia, quien los sacó de sus madrigueras de resentidos sociales con la invocación nacional de marchar ese día, los autoritarios hicieron honor a su relación consciente o inconsciente con el régimen priísta: No mandaron a chingar a su madre de forma parejo. Sicilia, por el contrario, mandó a chingar a su madre tanto a la clase política –sí, a la clase política, y no exclusivamente a Calderón-, así como también a la clase criminal. Los autoritarios, que son muy duchos en hacer la apología del crimen, fueron unilaterales en sus consignas: lavándoles las manos manchadas de sangre a los criminales, arremetieron contra la clase política, pero no contra toda la clase política, sino contra el gobierno federal y su partido. En ese punto, los que se dicen de izquierda en Yucatán se mostraron muy cabrones, es decir, muy priístas. La idea vargasllosiana, de que los más rijosos en sus “críticas”, en realidad son más priístas que los priístas con carnet, está más presente que nunca en Yucatán. De este modo, veamos el proceder de los Balam Pereira, de los Pedro Echeverría, de los Lugo Rodríguez y de los Macosay, con ojos críticos. En realidad, es un hecho que esos hombres, contrario al parecer de José Repetto Menéndez –del cual me sirvo de su nota “Lopezobradoristas y zapatistas encabezan marcha contra el gobierno Federal tras el llamado de Javier Sicilia”-, no representan a ninguna izquierda yucateca, por el hecho de que no hay tal izquierda yucateca. Son, eso sí, manzanas podridas del árbol podrido del priísmo yucateco.

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