martes, 30 de diciembre de 2008

La Nakba palestina



“la victoria militar sobre el pueblo palestino
tiene un nombre inequívoco: genocidio,
y que las masacres solo abren el curso de nuevas masacres”.
Declaración de Intelectuales Argentinos
publicada durante la Guerra del Líbano de 2006

Si tuviéramos un barómetro para medir el grado de deshumanización del mundo, ¿a qué escala del horror descenderíamos? Conrad Lorens, un cientista alemán citado alguna vez por Saramago, decía haber descubierto el nexo entre los monos y los seres humanos…y ese nexo éramos nosotros. Coincido con el pesimismo radical de Lorens y, aunque no contamos aún con ese artefacto para medir nuestra ilustrada bestialidad, no es difícil llegar a la conclusión de que existe, actualmente, una profunda deshumanización entre los seres humanos… Siempre la ha habido –Hegel decía que la historia es un inmenso matadero-, pero en estos momentos hemos rebasado un límite que faltaba por devastar: el límite del asombro. A nadie le asombra ya que un Estado criminal, con el chivo expiatorio de los ataques con morteros de Hamas, insignificantes si a costos humanos nos referimos, mate de forma fría y sistemática a 230 palestinos en menos de 48 horas, amparados y justificados esos crímenes por el gobierno de un idiota al que le vuelan zapatos de la dignidad (“para que te acuerdes, perro”) y le crecen muertes de iraquíes y afganos en su cerebro atrofiado, sin que la “esperanza” del Black Power” proteste por la justificación para tanta indiscriminada barbarie.
No obstante nuestro inveterado canibalismo hobbesiano, actos de repudio en contra de la “Shoá” (Holocausto) que ocurre en Franja de Gaza se dejan oír, no sólo en los zocos y mezquitas del mundo árabe, sino también sobre calles y avenidas de las principales capitales del mundo (Londres, París y Madrid ondean pancartas, banderas de esperanza, componen canciones y hienden el ruido urbano, demostrando así su solidaridad con el pueblo palestino). Desde Asia hasta la pintada de izquierda América del Sur, se alzan voces lúcidas para exigir al Estado genocida israelí, parar el holocausto contra las aldeas y campos de refugiados palestinos. En Londres, Amnistía Internacional (AI) pidió tanto a Hamas como al gobierno del chacal Ehud Olmert “el fin inmediato de los ataques ilegales”, y condenó el “uso desproporcionado de la fuerza por Israel”. El gobierno chavista, a su vez, expresó desde Caracas su profunda indignación ante el criminal ataque que constituye el bombardeo de Israel. Desde Asunción, Paraguay, el Mercosur externó su “preocupación y repudio por la escalada de violencia en la Franja de Gaza, así como su pesar por los trágicos resultados del prolongado bombardeo israelí sobre ese territorio palestino”.
También el monigote secretario general de la ONU -¿existe un derecho internacional al que se respete lo mínimo?, ¿en qué punto de la inercia de la ONU se encuentra el proyecto de autodeterminación del Estado palestino con su delimitación de tierras en donde los palestinos no encuentren ningún tanque asesino del gobierno israelí?, ¿qué tanto vale la vida de un palestino malcomido para los bien comidos detentadores del poder internacional acaparado por el Lobby Sionista?- Bain Ki Mon, con anuencia del “eslávico” parecer del Consejo de Seguridad para el cese inmediato de hostilidades en Gaza, en voz de su portavoz Michelle Montas, manifestó lo siguiente el domingo pasado: “Ban se une al pedido del Consejo de Seguridad para un alto inmediato de la violencia y de las actividades militares”, y deplora que “la violencia haya continuado hoy (domingo) y pide una vez más en los términos más fuertes el cese inmediato de todos los actos de violencia”. El adjetivo endosado al Consejo de Seguridad de la ONU, se debe a la puja neo imperial de Rusia como contrapunto a la fatiga imperial de los Estados Unidos, palpado explícitamente en agosto pasado, cuando el Zar Putin demostró que, en su zona de influencia, él, ¡que no Occidente!, es “el más rápido del este”; rapidez que se refrenda ahora con el dictamen de repulsa ante los bombardeos israelíes en Gaza, establecidos unánimemente el domingo por el Consejo de Seguridad, y cimentado dicha unanimidad por el embajador ruso ante la ONU, Vitaly Churkin que, según nota periodística de la agencia noticiosa AFP, tuvo un papel decisivo en lograr dicho consenso que estipula, tanto para Hamas como para el genocida gobierno israelí, el cese de toda violencia y acciones militares.
Mientras lo más granado y lo menos deshumanizado de Occidente vomita el asco que le provoca las negras acciones homicidas del Estado Israelí, en Franja de Gaza brota el hambre junto a la altanera muerte que se entroniza, cadáveres se apilan a un lado o debajo de escombros de edificios destruidos por los intensos bombardeos de los aviones sionistas, y las aldeas palestinas se vuelven funerarias. En unas de las imágenes de la deshumanización que me llega al ordenador vía internet, una familia palestina –mujer, hombre y niño-, como la familia del dios de los cristianos, huye despavorida de los bombardeos israelíes en medio de la destrucción, abriéndose paso entre columnas de humo, polvo y pólvora. El olor a muerte apresa sus narices. Esa imagen fue tomada en el campo de refugiados de Rafah, y, por un momento, mirándola, vislumbré la certeza de la nada en la mirada apagada del niño cargado por su padre. Junto a él, no había la sombra de ningún Gabriel, salvo las de sus afligidos padres desesperanzados. La mujer, en un rictus de pánico, mira al suelo resquebrajado, como para afianzar el camino que pisa con sus sandalias empolvadas, de pobre. Arriba, rompiendo las nubes del odio, los aviones sionistas les recordaban los 60 años de vivir en el tiempo de la Nakba (Catástrofe), desde el ominoso año de 1948 en que Israel declarara su independencia.
En ese año, como para limpiar el terreno de los indeseables hijos de Ismael, el gobierno sionista mataba a 13,000 palestinos, y forzaba al “éxodo” a otros 750,000, anexándose las tierras de los desterrados, tierras del desierto donde moran los huesos muertos de los hijos de Ismael. Cerca de 400 pueblos fueron barridos sin conmiseración durante 1948.
Desde la guerra de los Seis Días de 1967 entre Israel y lo países árabes, el número de muertos no había sido tan desproporcionado como ahora. Si entiendo bien el concepto de “guerra asimétrica”, –el sábado y el domingo anterior, más de cien bombas fueron dejadas caer por aviones de combate sionistas sobre posiciones de “organismos de seguridad” del gobierno de Hamas, obviamente con inconmensurables “efectos colaterales”- estos hechos de muerte que suceden en Franja de Gaza, no encuadran ni con la más “asimétrica” de las guerras asimétricas, ni con el cuento bíblico de David tirando con su honda el guijarro a Goliat (salvo si no se omiten las indefensas piedras que jóvenes palestinos avientan al óxido de los tanques): es una simple y bestial masacre en contra de un pueblo que únicamente exige su autodeterminación por motivos históricos de sojuzgamiento e injusticia colonial desde el repartimiento que Inglaterra y Francia se hicieran de Oriente Próximo (es decir, el desmembramiento efectuado por estas dos carroñeras potencias a lo que quedaba del Imperio Otomano) posterior al fin de la Gran Guerra de principios del siglo XX.
Hay que recordar que el 15 de mayo de 2008, el mundo asistía indiferente al aniversario de la ignominia contra el pueblo palestino. En esa fecha se cumplían 60 años de la NAKBA (la catástrofe) palestina: 60 años de infaltables y constantes vilezas y violaciones contra los derechos humanos de los palestinos (tal parece que los derechos humanos son productos suntuarios y exquisitos únicamente posibles de obtener si se es propietario de una abultada cartera); sesenta años de discriminación y apartheid: en 2002, como respuesta soberbia a la iniciativa de paz de la Liga Árabe, que inopinadamente ofrecía a Israel el reconocimiento y la paz a cambio de una retirada militar de los territorios ocupados desde 1967, con el fin de buscar una salida pacífica al problema de los refugiados palestinos, el ahora comatoso Ariel Sharon no sólo ignoró esa “buena voluntad” árabe, sino que invadió con sus pesados tanques y tropas siniestras todas las ciudades palestinas, y comenzó lo que vendría a conocerse, para la historia universal de la infamia reciente, como el MURO DE LA SEPARACIÓN (no el de los LAMENTOS, al cual llenan de mocos los hipócritas ortodoxos), EL MURO DE LA IGNOMINIA, EL MURO DEL APARTHEID sionista contra el empobrecido y hambriento pueblo palestino: una barda gigantesca de más de 400 kilómetros que corta de tajo el territorio ocupado de Cisjordania. Desde Holanda, tierra del humanista Erasmo de Rotterdam, el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya declaró como ilegal el MURO DE SHARON el 9 de junio de 2004, dando con esto una señal de que todavía existe cordura y conciencia en el sistema jurídico internacional. En fin, el 15 de mayo de 2008, el mundo, decía, asistía indiferente al aniversario sesenta de la expropiación de tierras palestinas; pero, también, un reducidísimo número de los más de 6,000 mil millones de des-humanos que conforman al tan aporreado y prostituido mundo, asistía, con esperanza y florilegios de utopías, al ejemplo de lucha y resistencia de un pueblo que se niega a vivir sin dignidad (prefiriendo morir con dignidad), frente a la indiferencia de una comunidad internacional no tan comunitaria como su nombre lo indica.

viernes, 26 de diciembre de 2008

Harold Pinter, in memoria


“¿A cuántas personas hay que matar para calificar como un asesino en masa y un criminal de guerra? ¿Cien mil?”


Para Harold Pinter, in memoria




Leyendo los periódicos, me entero de la muerte de Harold Pinter, el dramaturgo inglés premio Nobel de literatura 2005, creador de una obra en el que el yo se disgrega en la inanidad del diálogo cincelado con la finura lingüística con el que se encuentran construidas sus piezas teatrales herederas del teatro del absurdo. Tenía 78 años, y un cáncer en la garganta, su viejo enemigo, corrió el telón de su vida, cimentada por el engagé pactado con su conciencia moral para señalar los crímenes nefandos de la imbecilidad del homúnculo que ocupó la presidencia de los Estados Unidos en estos últimos ocho años de pesadilla para el mundo entero.
Cuando el Nobel le fue concedido, la Academia Sueca subrayó que “Pinter devolvió al teatro a sus elemento básicos: un espacio cerrado y un diálogo imprevisible, en el que la gente está a merced de los otros y la pretensión se desmorona”. Es decir, en el mundo de la imagen y de la mediocridad televisada, en el mundo de lo bonito y de lo confortable que nos ofrece la visión noratlántica de la vida, el autismo de sus sociedades (ese pavor ante el sentimiento trágico de la vida, diría Unamuno, que es, en distintas palabras, una claudicación ante el compromiso social), es una metáfora, sino fiel, al menos casi exacta de la enajenación de las sociedades capitalistas, en el que las naciones que se encuentran abajito de ellas, en el sur de las Mecas del poder internacional, esos que son los nadie al cual Galeano se refería, africanos, latinoamericanos, árabes, están a merced de los caprichos y la estulticia de un complejo petrolero militar que fabrica sus enemigos, sus ejes del mal, sus guerras genocidas, apaleando al derecho internacional y a la cordura civilizatoria. Estados Canallas, los llamó Chomsky.
Alguien escribió que el existencialismo de Camus y Sartre, fue engendrado por el horror de las matanzas sucedidas en los campos –de concentración y de batalla- de la Segunda Guerra Mundial. El teatro del absurdo, del cual Pinter fue ruta y vanguardia con sus piezas minimalistas, hizo trisas –al menos para sus lectores comprometidos- la irrisoria tesis capitalista del progreso y la confianza en la ineluctabilidad de su sistema neoliberal. Como en Esperando a Godot, de pronto, uno, leyendo “The Quiller Memorandum”, o “La amante del teniente francés”, concibe la angustia, una angustia velada, preñada de la nada, de la cosificación de la vida en un mundo en el que la solidaridad y la lucidez ante la mentira y el crimen institucional, se afantasman en la mesa del diálogo matinal, o en las charlas cafeinómanas o etílicas.
Sólo lo difícil es estimulante, decía Lezama Lima, pero lo ligero, lo fácil, se ha vuelto dogma para los que, sin saberlo, son postmodernos en un sentido negativo: renegando de las cuestiones vitales –la tan satanizada ideología, la solidaridad al prójimo que se encuentra “abajo y a la izquierda”, la creencia en la utopía-, se ha llegado a la convicción de que sólo lo fácil es estimulante. Y cuando digo sólo lo fácil, me estoy refiriendo a lo establecido, a lo dictado por el Gran Capital y el consorcio gansteril que nos mal gobierna desde 1982 con sus brutales esquemas neoliberales. Desde los centros universitarios, que antiguamente servían, además para la obtención de pergaminos académicos, también para fraguar nuevos caminos de lucha y críticas al stablishment y a la ideología con el cual justifican su darwinismo social los de arriba, corre la especie de la muerte de las ideologías, de la crisis de los paradigmas (el marxista sobre todo desde la caída del Muro ese), y se entroniza la primacía del investigador social alejado de un compromiso que no sea con la “objetividad” sobre todo, expurgado de juicios de valor que pudieran derogar su prístino discurso de lo social. Neonarcisas, las ideas apologistas del “pensamiento único” aíslan aún más los compartimientos estancos del individualismo de las sociedades de consumo, difuminan el campo del interés común, y refrendan el dictum derechista de que “cada cabeza es un mundo”, u otras sandeces de esa ralea. El neonarcisismo social, la atomización del individuo, leitmotiv en el discurso neoliberal vestido con el sayo pintoresco del postmodernismo, apapacha a los sujetos comprometidos únicamente con sí mismos, con sus intereses privados, y prioriza el desencanto político y el abandono de los proyectos colectivos. Este sería, a grandes rasgos, y leído con el ojo comprometido de las ciencias sociales, una visión sesgada (por no ser absoluta) de la obra de Harold Pinter.
Frente al desencanto político, apergollados por la estupidez de la mochiza derechista y la debacle de la economía mexicana producida por el “catarrito” del Imperio, menester es recordar la lucidez del fenecido inglés con unas opiniones suyas.
Pinter caracterizó a los EE.UU. como la pesadilla de la histeria, ignorancia, arrogancia, estupidez y beligerancia al más no poder...Un Estado criminal gobernado ocho años por un idiota que decidió el destino de una nación –Iraq- al oír la voz de su dios (Mammon) para declarar la cruzada petrolera. Develando la hipocresía o la esquizofrenia del Imperio, Pinter hizo suya la disonancia sontagniana referente al 11 de septiembre: “Los Estados Unidos creen que los tres mil muertos en Nueva York son los únicos muertos que cuentan, los únicos muertos que importan”. Ellos siempre serán los héroes de la película; parapetados en su atroz visión hollywoodense de la realidad, los neonarcisos piensan que sólo ellos cuentan en esta historia, que sólo ellos cuentan la historia. Etnocentrismo le llaman los antropólogos, gringocentrismo le digo yo. En su discurso de aceptación del Nobel, grabado y televisado por problemas de salud, Pinter dijo lo siguiente: “La invasión a Iraq fue un acto de bandolerismo, un acto de terrorismo estatal descarado, que demostró el desprecio absoluto por el concepto de derecho internacional”.
Bush, Blair y el racista Aznar, desde las Azores, escrituraron un pacto genocida contra el pueblo iraquí. Hoy, el cowboy de Texas está por largarse, Blair y Aznar ya no gobiernan; pero estos tres criminales, que no se cansaron de escupir la dignidad humana, tienen cuentas que saldar con la justicia internacional, y sus destinos han de estar ligados con las olas de muerte por el cual se desangra la antigua Mesopotamia. ¿Ocuparán algún día estas tres bestias el banquillo de los asesinos en el Tribunal Internacional de La Haya por sus crímenes de guerra? Esa es mi utopía para este 2009: que esos tres criminales sean procesados y sentenciados. Sobre esto, Pinter se preguntaba: “¿A cuántas personas hay que matar para calificar como un asesino en masa y un criminal de guerra? ¿Cien mil?”. Esa cantidad de muertos se ha rebasado, hay una guerra civil en Iraq, orfandad en la infancia de ese pueblo, y con el trauma de sus mujeres, hombres y ancianos en situaciones límite, como producto directo de un sistema capitalista altamente injusto e inhumano que, aunque derrengado por la recesión gringa, aún no se le quita de su cabeza la idea de llevar sus consignas asesinas al mundo entero. Varios países del cono sur latinoamericano, con el viraje a la izquierda en sus gobiernos, ha dicho no a esas consignas de muerte. México lo dijo en el 2006, pero los de arriba se hicieron a los sordos, a los desatendidos o los pendejos…

jueves, 18 de diciembre de 2008

Pueblerina

El martes anterior, en la madrugada, comprobé lo jodida que se encuentra la Villa. Habrá sido por el sereno, por el frío que se incrustaba en los huesos y la carne, o por los perros que le ladraban sin rencor a una luna que se resguardaba detrás de las nubes, lo cierto es que la Villa me dio la impresión, apenas bajado del frigorífico-Mayab, tomado en la ciudad de los curvatos (Chetumal), de que se había convertido en un lugar mortecino, estancado por la irresponsabilidad de sus habitantes (sin distinguir gobernados de gobernantes, por eso de que “cada pueblo tiene el gobierno”, etcétera), y en el que la vida era mecida por el recuerdo apagado de la vida. La Villa se había transformado, cosa previsible en estos nuevos tiempos pri-mitivos, en un pudridero lastrado por todas las desesperanzas humanas y por todas las triquiñuelas y las jugarretas de los marranos que la mal gobiernan.
Los focos públicos, encaramados en la punta de los postes, regaban un amarillo muerto dibujando la somnolencia de las calles con polvo, caca de perros y orines de borrachos, y hacían cierta la fétida sospecha mía de que me encontraba en un lugar rubricado por el tedio y la estupidez de sus des-gobernantes, en donde lo único que me une a él son unas cuantas personas, una tumba sin flores, y hasta ahí nomás. No es necesario decir que escribo con la tinta del fastidio, un fastidio entremezclado con las sobras de un odio difícil de digerir: el odio llamado Peto, el fastidio de mirar esa costra de abulia de los ignorantes con la que recubren sus imbecilidades los grillos petuleños.
Se ha dicho que Peto es una aldea de 25 mil almas al sur de Yucatán, en el que la zarpa del hambre y la garra de la pobreza rural de sus taciturnos indios, se contrasta con la ficticia condición “más o menos” de sus profesores analfabetos y la muchedumbre aculturalizada de sus gringos cabezudos, que acostumbraban regresar del Gabacho en estas fechas decembrinas para pasar unos días en sus “jacalitos” al estilo californiano, y, entre otras cosas más terrenales, para empanzonar a la esposa y así agrandar a la chamacada. Digo regresaban, pues una nota del Diario del 9 de diciembre de 2008, me señalaba que de los individuos que cruzan el Bravo, menos del 10 por ciento regresarán esta vez, y más si se tiene en mente este tiempo de recesión gringa, y de la chinga de los recortes laborares en el país de las hamburguesas transgénicas. En una palabra: de la debacle del imperio de los perros gringos.
Se ha dicho también que Yucatán ocupa el noveno lugar en los índices de marginación federal, y que Tahdziú, municipio hermano y cercano, es nuestra “África yucateca”; pero también, un petuleño consciente, como pocos, José Bautista, un “lupano” revolucionario, ha dicho que “en verdad hay mas pobreza en las mentes de nuestros gobernantes”, que en la casa de los pobres del sur yucateco, “la gente que sufre y tiene necesidades” en las comisarías, rancherías y comunidades mayas y periferia de la Villa…
Empecé este diagnóstico indicando lo jodida que se encuentra la Villa. Trataré ahora de explicar el por qué de mi dicho.
El sociólogo gringo, Inmanuel Wallerstein, más o menos desde hace una década ha venido teorizando sobre la crisis del “Sistema Mundo”, es decir, sobre la crisis estructural que aqueja de raíz a los Estado Unidos; y esta caída actual de la economía gringa (ese “catarrito” según Fecal, pero que a huevo a nosotros nos daría triple bronconeumonía fulminante si nos seguimos apendejando al no revitalizar nuestra economía local, soberanizándola), que ha llevado a nuestros paisas a fajarse los pantalones, mandar a la chingada la murria que produce, y cito otra vez a don José Bautista, el exilio forzado de los mexicanos por la muerte del campo mexicano desde 1982 (año del cambio del sistema de importaciones en la economía mexicana con el fin de estructurar una de corte neoliberal, que se agudizó en 1992 con las reformas a la ley agraria en el periodo salinista) podría verse, entonces, como los estertores de muerte de un chacal (léase los Estados Unidos) a punto de ahogarse en su historia de saqueos y crímenes nefandos. Y este hecho, como efecto, sólo y si seguimos dependiendo y mandando mano de obra morena y “barata” (¿barata?) a las vísceras de un imperio caníbal frisando su hora de muerte, sin diversificar nuestro mercado, sin planes urgentes para salvar al campo mexicano, sin mayores incentivos para la educación traería, por deducción simple, un escenario de muerte para la economía mexicana.
Esto que afirmo es, “en efecto querido Watson”, una verdad de Perogrullo: si dependemos absolutamente de alguien, y si este alguien, en medio del puente de San Francisco tiene una soga recesiva amarrada al cuello y cinchada a una lápida, lo aconsejable es estar precavidos cuando este alguien decida aventarse al agua para zafarnos antes de la catástrofe. Hay que predecir las locuras y las enfermedades de los otros, y no realizar diagnósticos extemporáneos como confundir un “catarrito” con una neumonía, similar si confundiéramos el culo con las témporas. En este tenor, una nota de La Jornada del 10 de diciembre, hacía referencia al informe Panorama Social de América Latina 2008, de la Comisión Económica para América y el Caribe (CEPAL), escribiendo que México, con un ochenta por ciento de sus exportaciones destinadas al mercado estadounidense, con una comunidad creciente de mexicanos forzados por el hambre o el paro a cruzar el Bravo en pos de horizontes que se les niegan en su propia tierra, sería el mayor afectado en esta crisis económica global surgida desde Estados Unidos; y recordaba que en los últimos 10 meses de 2008, las remesas de los paisas sufrieron una caída del 1.92 por ciento a tasa anual, es decir, de 19 mil 970 millones de dólares según el Banco de México. Y en estos números entra la Villa, una aldea –si alguien se olvida- desgobernada por un “honrado profesor”, ubicada al sur de Yucatán, jodida y re jodida desde inmemoriales tiempos priístas y panistas.
Si los índices de pobreza, acá en la Villa, son medio subsanados, medio paliados por las remesas de los paisas, y, si como dicen, Peto únicamente existe en el mapa por esos héroes en el exilio económico –no omitamos, desde luego, a esos albañiles que construyen los nuevos Palace de los gachupines al norte de Quintana Roo-, entonces, tal vez, en estas fiestas navideñas, esa caída de las remesas de nuestros “autóctonos gabachos”, se verá concretizada en menos guajolotes para sus familias que se quedan, o en una mayor importancia que le darán las señitos a la “barata” de los huaches. Por su parte, los campesinos petuleños la verán como la han visto desde siempre: negras y frías en su mundo carente de necesidades básicas. Y el alcohol, por más que nos encontremos en los umbrales de una depresión como la ocurrida en 1929 en Gringolandia, no sufrirá una merma en su consumo: va a correr a caudales; al fin y al cabo, el chillido de la barriga de los nenes no es impedimento para que se consumen las chelas en una de la múltiples cantinas de los regidores municipales, o en las chinguerales del “honorable profesor” que saquea el poquísimo caudal destinado a la Villa y que, en estos momentos, se le ha entrado la estúpida idea de candidatear a una de su parentela.
No es posible seguir dependiendo de un país solamente (un país que, si no recuerdo, fue el atracador, a mediados del siglo XIX, de medio territorio nuestro), y es falso decir que los mexicanos se encuentran acostumbrados a la carestía, que otra crisis económica no le hará mal a nadie, que tenemos en nuestros genes el grueso expediente de la chinga, que el fatalismo y la pérdida es nuestra cruz, que al edil lo apapachan las rígidas estructuras criminales de su partido de la ex dictadura Cerverista. Ese discurso de fatalismo (al no exigir lo que al ciudadano lúcido le corresponde; exigir que se cuenten bien los sacos de maíz a repartir, que no son uno ¡coño!, sino tres, tres sacos tres de maíz) no hay que aguantarlo a nadie, ni hasta al pinche cura de la aldea, que un día ve al cielo pintado de azul panucho, y al otro tricolor caníbal. Uno necesita comida, digno techo, vestimenta, educación, cultura, seguridad laboral y seguridad al caminar, además de una democracia efectiva y directa que no se gaste al día siguiente de las elecciones. En Peto, tanto los dos periodos de los panuchos, como todos los de la fauna de los PRI-mitivos, nos siguen debiendo lo mínimo: la efectiva democracia, el poder al pueblo resumido bellamente en la letra de fuego del artículo 39 constitucional: “La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo Poder Público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene, en todo tiempo, el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno”.
Si la mesma Constitución federal nos dice que nosotros, como integrantes del pueblo, somos la fuente de todo poder, ¿Por qué entonces no hacemos cumplir ese precepto constitucional, por qué no monitoreamos a los que nos des-gobiernan? Son preguntas que, me parece, no pecan de inoportunas.
La resignación, remacho, no le hace bien a nadie. Agacharnos y fajarnos los pantalones, aguantar vara, dar la otra mejilla a la prepotencia de los poderositos del solar, son consejos contra revolucionarios a los que uno tendría que oponer, sistemáticamente, un discurso ético soldado en la santidad de la justicia social.
Nadie está acostumbrado a la chinga, señor, lo que pasa es que la conciencia y la dignidad no se da en maceta. Un país, un estado, un municipio, no puede anclarse, fijarse en una economía de exportación de mano de obra al Gabacho. Desde aquí, desde esta trinchera que es México, el remedio se hará.
Y, para empezar la cura al pueblo, considero que lo primero a necesitar son los servicios de un contador y un diagnosticador de obras públicas para “desmaquillar”, en el caso del primero, las cuentas maquilladas del “honorable profesor”; y comprobar costos de construcción en el caso del segundo; ya que, a ojos del pueblo, la certeza de que se ha destripado los erarios públicos para personal servicio familiar del “honorable profesor” es más que sabido. Hoy precisamente, una nota del Diario de Yucatán me informa que con gran desfachatez e inconmensurable cinismo, el “maestro” Canto asegura que la oficina local de la UMAIP funciona a la perfección, y que “todo el que quiera algún tipo de información puede ir a solicitarlo con lo titulares de esa oficina”… El señor edil puede decir lo que se le ocurra, pero sabemos que eso no es así, que no hay UMAIP; y que de las cuentas públicas, estoy seguro que ni los mismos trabajadores de esa UMAIP fantasmática sabrían decirnos de su paradero.
Sin estructura social, sin valores (no moralina, como la moralina hipócrita que pontifica el cronista de la aldea), sin redes en movimiento, en fin, sin sociedad civil, tengan la certeza de que la Villa seguirá jodida como actualmente se encuentra: con la infantil creencia de que la panacea para todos lo males es la emigración al Gabacho, con altos índices de alcoholismo, con calles que parecen sumideros o basurales, con cero planes para el campo, con brutales saqueos al erario público por parte de unos buitres con botitas, con una creciente incultura política para exigir nuestros derechos, la Villa seguirá igual de jodida y rejodida, presa y rehén de chakcsinqueños, catmiceños y anexas bestezuelas.

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