Como en una canción de un grupo de subrock que no me acuerdo su nombre, me decía que él siempre había deseado seguir los pasos de Jesús y por eso, en un tiempo de hace milenios, lo crucificaron a las 2 de la tarde de un abril rompe piedras en una aldea palustre bajando el Hondo.
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Yo lo vi, días antes habíamos ido a pescar en el muelle de Chetumal unos pececitos puro hueso, y acabamos en un tiñoso local de la colonia Payo Obispo donde vendían la cerveza más caliente que haya pasado por mí esófago. Decía que quería personificar la última cena en medio de aquellos parroquianos de miradas apagadas aunque parlanchines, brindando por las mulatas que veía con furia y que yo veía también pero distante, y otras chingaderas que ya no me acuerdo.
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Al día siguiente tomaría su camión para dirigirse a su pueblo. Ahí, en aquella aldea perdida del Hondo, el Jesús del trópico con acento indiscutiblemente chetumaleño, volvería a morir por nosotros y, me decía, especialmente por los pecadillos que había cometido, “con su servilleta”, aquella mulata de Margot que nos servía el ceviche menos ceviche del mundo, porque tenía 3 camarones rodeados de un kilo de habanero. Empinándose para limpiar la mesa de las babas de otros parroquianos, Margot dejaba que el aire caliente que cruzaba el cuchitril, le diera de nalgadas en sus morenas redondeces.
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No supe más qué pasó esa noche entre Jesús y la mulata Margot, tal vez reventaron varias hamacas, no lo sé, la cuaresma me tenía jodiendo con sus pescados y sus carnes blandas, y decidí regresar a mí cueva de ex estudiante de derecho.
Al día siguiente, en la sala de redacción del diario pinche donde pasaba 8 horas abyectas componiendo notas y descifrando lo que me querían decir los reporteros disléxicos, arrellenado en mi silla tratando de sacar algo en limpio de la nota del mamón del Alex Dorado Dzul (Dorado Dzul era el corresponsal infame del periódico en Botes, pueblo perdido del Hondo), di con una cosa que, sin duda, supuse que se trataba de la mal sana influencia de García Márquez en la prosa aldeana y putrefacta de Dorado Dzul.
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Decía la nota de Dorado Dzul, que "a las 2 de la tarde del día de ayer, durante la personificación de la pasión de Cristo en una aldeíta cercana a Botes", el joven encargado de hacer del hijo de Dios, se entercó para que los romanos morenos que lo acompañaban, lo clavaran de verdad con unos clavos de “así de grandes” (frase idiota de Dorado Dzul) que traía en su mochila, y que el lugar del Gólgota de mentiras fuera, “no en el centro del pueblo como siempre ocurre”, sino a dos metros de la ribera del Hondo y mirando, “no en tierras mexicanas”, sino en “tierras de Belice”. Se hizo lo que aquel Cristo tirano había dicho a los pobres romanos, y el Cristo “aguantó como macho de pelo en pecho”, a que los ardientes clavos barrenaran las líneas de sus manos. Una vez clavado al madero, se hizo una poceta y se irguió la Cruz lo más alto posible; y el Cristo de aquella aldeíta cercana a Botes, comenzó a proferir “estentóreos gritos en una lengua antigua que luego se supo que era el arameo, según el profesor Silvano, docto en teologías, pero yo oía retazos de mentadas de madre por una tal Eréndira aunque el profesor Silvano, docto en la biblia, me decía que no seas pendejo Dorado, que no eran mentadas sino las siete palabras del
eli eli lama sabactani, ¿y que coños significa eso, profesor?, le dije a Silvano, y el maestro, significa D
ios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Pus será el sereno, le dije a Silvano, pero yo oigo clarito que dice Eréndira, y algo de chingas a tu madre, pérfida”. La cosa parecía que iba a llegar a su fin, “cuando de repente, el cielo se encapotó, unas nubes gordas rápidamente arriaron el sudor de las dos de la tarde, pues había comenzado la más pertinaz lluvia de la que se tenga memoria en los anales del pueblo. El río rápidamente abrió sus fauces para tragar las aguas que venían del cielo, y en menos de lo que escribo esta misiva, no nos percatamos de que el Cristo había dejado de decir su
Eréndira, ¿por qué me has abandonado?, cuando ya el agua del Hondo le había pasado la mitad de su cuerpo. Alguien, no sé quién, pudo haber sido el Cristo mismo, gritó: ¡lagartos, coño!, y ya no pudimos hacer nada, porque el río se había desmadrado y el Cristo se encontraba, ahora sí, abandonado no sólo por su padre sino por el pueblo mismo, que decidió correr con sus gallinas, cerdos y familia porque el Hondo estaba desatado. La lluvia no amainó en toda la tarde sino por ahí de las 8. Entre una nube de jejenes y luciérnagas, con focos de mano porque la luz se había cortado, nos acercamos con cuidado a donde habíamos hecho el Gólgota. Entre el ruidero de los saraguatos, el sonido del río recorría los senderos en arroyos como brazos. No avanzamos más que unos metros, cuando Silvano apuntó al lugar donde habíamos dejado a la Cruz. Lo que vimos heló a más de uno y a varios les puso la piel de gallina. ¿Alguien ha visto a un lagarto humano? Pues eso fue precisamente lo que vimos: en lugar del Cristo, triturado por los caimanes, en la cruz había un lagarto crucificado.
1 comentario:
El Jesucristo del barrio del Haragán...
Yo lo vi, yo estuve ahí nadie me lo va a contar ♪♪
jajaja :)
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