lunes, 30 de junio de 2014

Rogelio Chalé: el último socialista yucateco caído




                                      Los ideales de Carrillo Puerto, yo los voy a levantar...
                                                                                                                        Rogelio Chalé.

En Espita, Rogelio Chalé, el joven Presidente del Partido Socialista del Sureste, junto con una comitiva de cinco personas, presidía una asamblea popular la tarde del día 5 de septiembre de 1936. Los acompañantes de Chalé eran Alfonso Baqueiro Cantón, Guillermo Dzib, Venancio Solís, Pedro Salazar y Felipe Erosa. Chalé apenas tenía dos meses en el cargo de presidente del Partido Socialista del Sureste, y se veía seguro, radiante. Era un mestizo de frente amplia, ojos tristes, nariz pequeña y de labios que casi se perdían en su rostro imberbe. Chalé. El Diccionario Maya Cordemex no registra el significado de su patronímico maya, pero como Felipe Carrillo Puerto, su mentor, era un perfecto dzul de pueblo a todo lo largo de su rostro, salvo en los ojos: estos brillaban de una manera tranquila, silenciosa, maya.


La comitiva socialista fue invitada por las agrupaciones obreras de Dzitás y Espita, y el sábado 5 de septiembre de 1936 salieron de Mérida en un automóvil Ford modelo A de esa época. Se dirigieron sobre la carretera de Chichén Itzá hasta Dzitás. Ahí tuvieron una asamblea de trabajo muy concurrida. Horas después, en Espita, como decíamos, hubo otra nutrida asamblea. 

En esa villa oriental, Chalé y sus acompañantes permanecieron toda la noche; y el domingo 6,  por la mañana, emprendieron el retorno a Mérida. En Dzitás llegaron al medio día. Tal vez almorzaron, se asearon, y a las 15 horas, tres de la tarde, siguieron su trayecto de regreso. Tomaron la carretera que comunica Dzitás y Pisté, y a las 15:15 horas comenzaron las ráfagas, cerca de Xocempich: nutridas descargas salían de las malezas del camino. En las indagatorias judiciales que se realizarían, se sabría que esas ráfagas provenían de 4 escopetas de retrocarga Remington, calibre 16. Chalé conducía el automóvil, y a él le tocaron casi todos los tiros. Salvo Chalé, nadie de los otros cinco ocupantes del automóvil traía armas. A las ráfagas sólo respondieron diciendo “saquen las pistolas, saquen las pistolas” que no habían. Chalé, nacido en 1906 en Dzemul, pero radicado desde temprana edad en Motul, manaba sangre: sus oídos, su boca y su nariz se inundaron de la tinta roja de la vida que se le iba. Media hora después, murió. 31 años tenía esa última rama del socialismo yucateco, uno de los herederos más genuinos del Dragón Rojo con ojos de jade Motul. Dos heridas mortales lo acabaron, una que le cruzó la sien, y otra que le atravesó de costado a costado, a la altura del corazón. En Mérida, los galenos del Hospital O’Horan sólo certificaron su muerte.

El Diario del Sureste, periódico oficial o semioficial del gobierno yucateco, no supo dar noticias fehacientes del verdadero móvil del asesinato. Sólo apuntó que fueron 13 las personas, casi todas, campesinos mayas de Xocempich y de otros pueblos del oriente, los que balearon el automóvil, dizque argumentando los campesinos, que mataron a Chalé por su traición a Gualberto Carrillo Puerto y por no prestar oídos para destituir a las autoridades de Dzitás. Años atrás, en las reñidas elecciones de 1933 en que Opichén se bañó con la sangre de 38 campesinos gualbertistas matados por los esbirros uniformados del sátrapa callista del gobernador Bartolomé García Correa, alias el Box Pato (por negro y por tener culo inmenso de pato), Chalé estuvo con Gualberto Carrillo Puerto para la gubernatura porque creía que este último tenía los mismo ideales que el difunto don Felipe. Al percatarse que no era así, Chalé “cooxviró” y regresó a filas del “boxpatismo”: un cisne con ideales en medio de los patos negros que se enriquecían vomitando la memoria de don Felipe Carrillo Puerto, y teniendo orgías en fincas de la oligarquía yucateca, o en la finca Hollywood, de García Correa.

La primera noticia del asesinato de Chalé lo dio el Diario del Sureste el día 7 de septiembre, y el 10 de septiembre, es decir, menos de tres días después, las notas dejaron de salir en la primera plana. Ningún editorialista de ese periódico “socialista” dio tiempo y espacio entre sus notas a la muerte trágica de Rogelio Chalé. El ocho de septiembre, el “rojo” poetastro Ricardo Mimenza Castillo prefirió publicar un “Perfil de Juan Marinello”, y el 11 de septiembre habló a sus rojos lectores de “Díez Canedo y Nuestra América”. Un silencio ensordecedor y criminal inundó a los intelectuales orgánicos de Mérida. Para ellos, la muerte de Chalé no era motivo de nada.  Sólo un breve texto aparecido en la sexta plana del Diario del Sureste del 10 de septiembre de 1936, estaba firmado por Elmer Llanes Marín, y lo escribía desde Ticul. El texto estaba titulado, “El líder caído”, y decía: 


“Rogelio Chalé ha caído. Y más que el hombre, más que la savia joven derramada de una manera condenable; más que el líder caído, ha muerto un ejemplo, una irrefutable prueba de lo que es capaz el proletario yucateco”. 

Para Llanes Marín, Chalé era “un sincero defensor del ideal socialista”, algo que ni el corrupto Box Pato ni los tinterillos de poca monta que escribían obsedidos en el Diario del Sureste, fueron o serían.
¿Pero quién era Rogelio Chalé? Queriendo revisar datos de la efímera vida de este presidente asesinado del Partido Socialista del Sureste, encontré que no existe ni estudios ni libritos ni articulitos sobre Rogelio Chalé en la Biblioteca Yucatanense. Chalé no entra en los textos de la memoria para los yucatecos. En Hechos de la Revolución socio política mexicana (Mérida, ediciones Edisal, 2006), libro donde repasa 17 interesantes temas de la historia yucateca, don Evelio Tax Góngora le dedica de las páginas 42 a la 57 de su texto, a la historia de este jovencísimo político socialista asesinado “en el ardiente amanecer del mundo” (y el verso de Paz no es de gratis, porque la muerte de Chalé se dio justo al empezar la Guerra Civil española). Sin duda, y en honor a la verdad, don Evelio sólo parafrasea el trabajo historiográfico del único historiador que se dedicó seriamente a estudiar el Cardenismo en Yucatán: Ben Fallaw (Cfr., el trabajo de Fallaw: “Rogelio Chalé, el líder caído”, Suplemento Unicornio, Por Esto! No 119, 1993, pp. 3-14).

Fallaw, siguiendo fuentes secundarias, de archivo y hemerográficas (Cfr. Cardenas y el reparto de los henequenales, de José Luis Sierra Villareal y José Antonio Paoli Bolio) defiende la tesis de que podríamos establecer una relación entre muertes como la de Felipa Poot en Kinchil, o la de otros campesinos agraristas dispuestos a la idea del reparto de los henequenales, con el artero asesinato de Rogelio Chalé: Chalé mismo pugnaba por la Reforma Agraria en Yucatàn, así como una educación liberadora de la clase campesina, y la autoridad popular alejada de la Casta Divina. Movilizando a campesinos y peones de la zona henequenera, con sus discursos cautivantes y admirables –admirables, sí, porque Chalé no tuvo el dejo intelectual que don Felipe, el mil usos, llegó a tener-, Chalé rompía lanzas contra las satrapías oligárquicas que se negaban a desaparecer, y preparaba el camino para la llegada de Cárdenas a repartir los henequenales:

“…años antes de que Lázaro Cárdenas llegara para supervisar personalmente el reparto de los henequenales, un joven carismático de Motul, conductor de truc, había comenzado la reivindicación del Partido Socialista del Sureste y el reavivamiento de los principios populistas de su fundador [Felipe Carrillo Puerto]…Sus cautivantes discursos y su reputación firme e incorruptible hacia el cambio revolucionario, le granjearon numerosos seguidores y reivindicaron la legitimidad del Partido Socialistas del Sureste” (Ben Fallaw, "Rogelio Chalé, el líder caído").

Fallaw apunta la idea –con la cual coincidimos plenamente- de que con los gobernadores callistas yucatecos (de Torre Díaz a Bartolomé García Correa), sólo había existido autoenriquecimiento, conservación del poder y corrupción a más no poder. Y estos, en teoría, eran gobernadores “socialistas”. Las malas actuaciones, los hechos de muerte y nefando genocidio que infectaron la gubernatura del Box Pato (recordemos a Opichén, 1933), llevaron a una decadencia progresiva al Partido Socialista del Sureste (PSSE), y para parapetarse en el poder, García Correa malbarató al PNR de Calles la autonomía del PSSE. En medio del mar de los patos negros, una liga, la liga que encumbró al Dragón Rojo con ojos de jade, la Liga de Resistencia de Motul “fue excepcional en sus cuadros jóvenes”, y en esta liga se encontraba Chale, el hombre que creció políticamente cuando el Dragón Rojo hacía cimbrar los cimientos coloniales de Yucatán.
Chalé, según datos biográficos aparecidos en el Diario del Sureste, fue hijo natural de Prisciliana Chalé, nació en Dzemul pero muy de niño pasó con su madre a vivir a Motul. Comenzó sus luchas cuando Felipe Carrillo Puerto inició la carretera que une a Motul con Telchac Puerto, en cuya construcción prestó servicios como chofer de la Junta de Mejoras Materiales. Cuando vino el golpe Delahuertista de fines de 1923 y Carrillo Puerto fue asesinado por las charreteras esbirras de la oligarquía, Chalé, de 17 años apenas, permaneció fiel al PSSE y a Carrillo Puerto, su mentor, por lo que sufrió persecuciones y fue encarcelado en Motul. En 1933, en unión de Santiago Toraya y otros camaradas socialistas, ocupó la Liga Felipe Carrillo Puerto de Motul, y después figuraría como candidato a la presidencia de Motul. En 1934 fue electo presidente del Comité Municipal del PNR en ese mismo pueblo, y en 1935 fue presidente de la Federación de las Ligas Gremiales de Motul. Ya en Mérida, Chalé ocuparía otros cargos en la estructura política del PSSE, y el 25 de junio de 1936, dos meses antes de su muerte, ocuparía la presidencia del partido fundado por su maestro Carrillo Puerto.
Sus acciones de combate eran la defensa y protección de los trabajadores, combatió la corrupción dentro del partido infecto de patos negros, y frente a la acromegálica muestra del Estado postrevolucionario que se creaba con Cárdenas, defendió el último bastión autonómico que le quedaba al PSSE, frente al apetito de la CTM, intentando preservar el nombre del partido de don Felipe, pues con esto marcaba una lucha por defender y mantener el legado del Dragón Rojo de Motul, y su compromiso de proteger y revivir “la radical, popular y distintiva identidad yucateca del PSSE”. Chalé, contrario a la genuflexión prostituta y corrupta del Box Pato callista, no bajaría la cerviz ni con Fidel Velázquez, el líder joven de la CTM, para someter al partido regional a una confederación masiva y central. Más de 10 años después de la muerte de Carrillo Puerto, en 1935, Chalé tomó el estandarte del socialismo en Yucatán, y con palabras sencillas de un hombre que no se hizo en los libros sino en la acción revolucionaria, les decía a los campesinos henequeneros que él iba a levantar los ideales de Carrillo Puerto:

Nos invitaron –recordaba a principios de 1980 un campesino de Dzidzantún - porque iban a abrir su comité. Y fue cuando invitaron a Temax, Yobaín, Sinanché y nos juntamos allí en el local de Motul. Fue cuando él [Rogelio Chalé] nos dijo: “compañeros vamos a tratar unos asuntos”. Muy bien, y entramos al local. “Bueno compañeros, el motivo de la invitación es para darles a conocer que voy a hacer mi jira política. Así es que compañeros, la invitación que les hago es para que ustedes me ayuden, para que ustedes tomen parte, para que hagan propaganda a mi favor”. Y nos dijo: “Mis ideales, compañeros, no vayan a creer que son un engaño. El ideal que tengo es el de trabajar de acuerdo con ustedes. Cualquier cosa que les pase a algún compañero, tendré que ver por él. Por eso quiero hacer la lucha con ustedes, de acuerdo con ustedes. Cualquier cosa que les pase, yo voy a ver como está. Si salgo avante, hagan de cuenta que vive todavía Carrillo Puerto. Los ideales de Carrillo Puerto, yo los voy a levantar. Como trabajó él, como le ayudaron, como él personalmente. Porque el Sr. Carrillo, trabajó para defender a los pobres. Porque estaba trabajando para los pobres. Así es que, por eso lo mataron por los burgueses…por el capital. Porque fue el dinero el que trabajó. Así es que compañeros, mi pensamiento es ayudarles. Si llevo adelante mi política, si llego al triunfo no pierdan ustedes cuidado, el mismo ideal de Felipe Carrillo Puerto es el que voy a seguir con ustedes. Así es mi pensamiento”.


Su muerte, como hemos dicho, puede verse como el canto del cisne blanco, o el canto del último de los socialistas genuinos, en medio del pantano de los patos negros, y la hipótesis de Fallaw que compartimos, es que a Chalé lo mataron los miembros internos, los patos negros del Partido Socialista del Sureste, relacionados muy de cerca con la oligarquía yucateca, temerosa de otro Dragón que crecía.
Es sintomático que, no el Partido Socialista del Sureste, sino el Comité Regional del Partido Comunista (sección Yucatán) se dirigiera a Cárdenas mediante un telegrama, donde le recordaba la urgencia por llevar a cabo la Reforma Agraria en los henequenales de la oligarquía:

Telegrama. De Mérida, Yuc; a México D.F. Septiembre 7 de 1936. C. General Lázaro Cárdenas. Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos. Palacio Nacional. Reacción latifundista yucateca hizo ayer nueva víctima suya dirigente Confederación Ligas Gremiales Obreras Campesinas camarada Rogelio Chalé. Punto. Comité Regional demanda usted más energía su política antifeudal y agraria en Yucatán y castigo implacable responsables señalando nosotros mismos latifundistas provocaron sucesos…

Podríamos adelantar la hipótesis, de que con la muerte del hijo natural de doña Prisciliana Chalé, el socialismo en Yucatán dejó de existir. El PNR, el PRM y más tarde, el PRI, comería por completo a aquel partido iniciado con Salvador Alvarado y refundado por el Dragón Rojo de Motul: Felipe Carrillo Puerto. Un partido que pasó la crisis genocida de Bartolomé García Correa, el Box Pato, hace tiempo que había llegado a un punto de inflexión, y Chalé en vida no pudo hacer nada a un cadáver de partido que dio todo para la reivindicación de la masa campesina oprimida. Su muerte fue la metáfora exacta de la desaparición del Partido Socialista del Sureste. Chalé fue enterrado en el Cementerio General de Mérida, en una tumba sin pompa; y los patos negros  de dentro y de afuera del PSSE, lograron alejarlo del tronco del socialismo, Carrillo Puerto, su mentor. Sólo hasta septiembre de 1970, los restos mortuorios de Rogelio Chalé pasaron a la Rotonda de los Socialistas Ilustres.




domingo, 29 de junio de 2014

"EN LA PAZ COMO EN LA GUERRA": UNIÓN DE VETERANOS DE LA REVOLUCIÓN DE LA VILLA DE PETO. 1936

El 16 de septiembre de 1936, se constituyó en la villa de Peto una Unión de Veteranos de la Revolución del pueblo. La presidía aquel hombre que en marzo de 1911, dirigiendo a poco menos de 30 campesinos y artesanos del pueblo, y que en el transcurso de las horas se agrandaría esa cifra, hizo estallar el mundo neocolonial de la región de Peto a pedazos, proclamando la Revolución y augurando que “ya se habían acabado” los tiempos de la esclavitud.

En su sencilla casa de ripios de la calla 27 marcada con el número 204, aquel dìa de la patria de 1936 el general Elìas Rivero, de 60 años (11 años le faltaba por vivir) convocó a sus viejos “compañeros” revolucionarios para constituir aquella unión de los revolucionarios de la primera hora en Yucatán. Todos sabían que el general Rivero era el líder indiscutible de aquellos valientes hombres que, entrados en años ya y con las espaldas cansadas, un cuarto de siglo atrás se fueron a hacer la Revolución en la comarca sureña, en momentos en que la Revolución todavía ni asomaba sus cañones a la aún esclavista península de los Reyezuelos del henequén. Rivero sería el presidente de los veteranos de la Revolución en Peto, y para que diera fe ese primer presidente proletario, Tata Lázaro, los revolucionarios petuleños le dirigieron una misiva donde se señalaba los elementos que integraban a la Unión de Veteranos de la Revolución de Peto. La carta empezaba de la siguiente manera:
C. Presidente de la República General de División Lázaro Cárdenas. México, D.F. Nos permitimos el honor de poner en el Superior conocimiento de Ud. que con esta fecha, quedó constituida en la casa Número 204 de la calle 27 de esta Villa, la Unión de Veteranos de la Revolución de Peto Yucatán, adherida a la Confederación Nacional de Veteranos de la Revolución de México D.F.
El general Rivero fungía como presidente de la Unión de Veteranos, y la lista completa de los integrantes es la siguiente:
Presidente Compañero Elías Rivero.
Vocal 1º Compañero Miguel Lazo Fernández. 
Vocal 2º Compañero Ermilo Vásquez. 
Vocal 3º Compañero Claudio Blanco.
Vocal 4º. Compañero Antonio Tuyú.

Vocal 5º. Compañero Ermilo López Palomo.
Secretario Compañero Cristino Herrera G.
Tesorero Compañero Rosendo Arroyo A.
Suplentes:
Vocañ 1º Compañero Apolonio Velasco.
Vocal 2º Compañero Cástulo Vásquez.
Vocal 3º. Compañero Cástulo Ramírez.
Vocal 4º. Compañero Justino Díaz.,
Vocal 5º. Compañero Bartolomé Castillo.
Pro-Secretario Comp. Lauro Sabido Ávila.
Pro-Tesorero Comp. Martiniano Sánchez P.
La carta, que tenía la firma del General Rivero, terminaba con una frase muy precisa y, a la vez, esclarecedora: "unidos en la paz como en la guerra".

FUENTE: AGN (Archivo General de la Nación, México), Fondo Lázaro Cárdena del Río, caja 485. Exp. 437. 1/94.
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lunes, 23 de junio de 2014

El tsikbal como método etnográfico: conversaciones con Armando Cauich Muñoz

En la Universidad de Oriente tengo la fortuna de asesorar una tesis de maestría del maestro Armando Cauich Muñoz. Armando es un maestro en toda la extensión de la palabra, un kaambesaj que se siente orgulloso de sus maestros como el lingüista Fidencio Briceño Chel, y por los hombres y mujeres que ha conocido en sus trashumancias por todos los pueblos de Yucatán, los nohoch maakos (discúlpame, Armando, por mis precarios conocimientos de la escritura que dominas). Cuando me dijeron que lo asesoría en la terminación de su tesis, me recalcaron que “era de Peto”, y tal vez esto fue el motivo principal por el que me interesé, con bastante premura, en su trabajo.
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En efecto, hace dos domingos lo conocí. Hablamos de su tema de investigación (que versa sobre la enseñanza de la lengua maya en escuelas urbanas), y de la plática de su trabajo de tesis pasamos a cosas más “pueblerinas”: “que cómo no te conocía, Armando; que por qué calle vives, que me gustaría leer un libro suyo porque me han dicho que has escrito algo de literatura.” Siempre es un gran alivio encontrar personas interesadas en la defensa de la cultura, y Armando es uno de ellos.
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A mis preguntas sobre su paradero y sus referencias, me respondió que vivía por el camino al pueblo de Tixhualahtun, “cerquita del pozo que queda en medio de la calle”, y que desde hace más de una década, por cuestiones de trabajo, que anda más fuera que dentro de Peto.
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Como a todos a los que nada les ha costado gratis nada, el maestro Armando es un gran batallador. Me contaba que tuvo que vender hasta pollos fritos en Mérida para terminar su licenciatura, así como ayudarle a un albañil por las tardes para solventar sus gastos.
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Preocupado por los temas de la enseñanza de la lengua maya, ha sido colaborador de una Guía práctica de la Gramática Maya, y en internet circulan algunos trabajos de su autoría. Si algo le interesa más al maestro Armando, creo que es la importancia que le da al viejo arte de conversar: el “tsikbal”. En una tesis doctoral que voy finalizando, incurrí sin saber en el arte del “tsikbal”. Quería trabajar la “historia oral” con todo el aparatejo teórico propuesto por mis lecturas de “la memoria” de Nora y los trabajos de Pérez Taylor, pero ahora, estoy seguro, mis conversaciones cotidianas, mis charlas informales con mis amigos de maratónicas conversaciones, como el joven de 90 años Raúl Cob, o el jovenazo de 104 años Ceferino Briseño Solís, o el recordador profesional, don Francisco Poot Aké (todos ex chicleros-milperos, todos de la región de Peto), no fueron otra cosa sino que el viejo arte del tsikbal (visto como tradición oral). Eso fue lo que me dijo Armando cuando discutíamos una investigación etnográfica de otra compañera a quien también asesoro la tesis. Le comentaba a esta compañera, maestra de Chikindzonot, que “vaya y platique largo rato con los abuelos de Chikindzonot para conocer sus tradiciones, mitos, creencias, organizaciones, fiestas, enseñanzas”; y que en eso estriba, a grandes rasgos, la etnografía que he practicado, estando ahí y escuchando al otro, sin descartar el simple chismerío, que eso entiendo de la introducción de Los argonautas del pacífico. Armando señaló que la etnografía es un “tsikbal”, y a grandes rasgos me explicó lo que significa la palabra. Yo de inmediato asentí. Le dije: “tienes razón, Armando, lo que nosotros hacemos, cada vez que conversamos con los mayores de los pueblos, es simple y llanamente tsikbal.” Le dije si tenía algo escrito de eso, y me señaló que tenía un texto y que me lo mandaría al correo. En ese texto, de hace más de 5 años, sin publicar y que sólo ha dado a conocer en la radio XEPET de Peto, el maestro Armando define al tsikbal de la siguiente manera:
Este tipo de comunicación ubicada en el devenir del tiempo, que transmite de generación en generación y de "boca a oído" (como se dice en la India) conocimientos, valores, hábitos, actitudes, quehaceres, costumbres, etc., es una nota fundamental de las sociedades ágrafas como recurso dirigido al mantenimiento de informaciones primordiales al interior de una cultura. Para que ello fuese posible, tales sociedades desarrollaron, a partir del lenguaje manifestado por la voz; es decir, desde las peculiaridades inherentes a la oralidad, estructuras idiomáticas que contuvieran y consolidasen las informaciones susceptibles de ser aprendidas, conservadas, ejercitadas, pronunciadas y transmitidas, por personas oficiantes preparadas, como lo son los oradores y los sacerdotes o chamanes.
Entre la población maya hablante de Yucatán, el “tsikbal” es una lucha de la memoria contra el olvido; o en otras palabras, parafraseando a Pérez Taylor, el tsikbal del pueblo maya yucateco se puede referir a la memoria construyendo el discurso del pasado desde el presente, y a su vez, viendo a la memoria como el lugar de la resistencia. Sin embargo, habría que referir que se trata, actualmente, de una resistencia acotada, restringida, en peligro según yo, por aquella sobre modernidad avasallante y sin memoria que se cierne contra los pueblos del Yucatán profundo en sus estratos más jóvenes.
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Los guardianes de la memoria, los viejos de los pueblos, con la desruralización creciente, la cada vez más urbanizada Península, las migraciones de las nuevas generaciones a polos turísticos regionales y a ciudades grandes de la Península, así como la educación homogeneizante y la misma sociedad mestiza yucateca reacia al tsikbal, van perdiendo escuchas; y la Kuxaan Sum (es decir, “la cuerda que tiene vida”, vista aquí como la continuidad de la tradición oral de generación en generación), una metáfora que gusta siempre recordar otro petuleño inquieto, Bernardo Caamal Itzá, se rompe o se hace nudos que son hiatos que son silencios que se alargan. Creo, con fervorosidad, que los científicos sociales y los maestros, literatos y escritores como Armando Cauich Muñoz o el citado Bernardo Caamal Itzá o el escritor José Natividad Ic Xec (los tres de Peto) con sus trabajos en ámbitos distintos, responden a ese peligro que se cierne contra la cultura. El tsikbal, acotado por Armando Cauich Muñoz, es el arte de la composición del genio de la lengua y de la memoria de un pueblo, pero es, desde luego, un arte de la resistencia. El tsikbal o la tradición oral, es descrito por el maestro Cauich Muñoz de la siguiente manera:
La tradición oral transporta contenidos culturales transmitidos de generación en generación. En cuanto a la producción poética en sí, ésta se da en los territorios de la creación personal y de la tradición oral, pero comparte con los otros géneros una característica principal: reflejan y manifiestan un universo autónomo y autosuficiente, pleno de profunda espiritualidad, asociada a la total identificación con la naturaleza, y que tiene al maíz como símbolo del centro sagrado, cereal que ha constituido, históricamente, la base alimenticia y núcleo de la cosmovisión indígena.
Dos ejemplos de tradición oral
En el tsikbal que he tenido con el maestro Armando, este me ha platicado varios cuentos de tradición oral que personas del sur de Yucatán y de otras regiones, le han hecho saber de “boca a oído”. Una de esas platicaderas tiene que ver con la memoria recurrente de Jacinto Canek Uc de los Santos, que un día de noviembre de 1761 se hizo proclamar Rey de los mayas de Yucatàn, y armó un levantamiento contra el dominio colonial en un pueblo hoy perdido en la selva llamado Cisteil (Kantirix actualmente). Según el historiador de Yaxcabá, mi amigo Joed Peña, es una falacia que en Cisteil-Kantirix, sus habitantes “sueñen con Canek”. Estoy de acuerdo con esa idea, ya que por ese rumbo de Yucatán, cuando inició la Guerra de Castas, en el lejano 1847, esa región quedó completamente despoblada debido a que se convirtió en región fronteriza, a expensas de las incursiones de don Crescencio Poot, “el martillo de Yucatán”. Sin embargo, una cosa es no soñar con Canek, y otra cosa es escuchar el ruido de los vientos. La mitología, las leyendas y tradiciones sobre los vientos, en las creencias del pueblo maya actual, son innumerables. De entrada, casi todos los vientos son malos vientos, y estos malos vientos adoptan formas distintas, figuras de animales, de personas, o de simples sonidos.
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Al maestro Armando, un señor de apellido Uex, de Peto, le contó que por el rumbo de Tiholop, en tiempos de lluvia, se dejan oír ruidos extraños. En esas profundas soledades de pueblos fronterizos, cuando el “aguacerazo” inunda hasta las raíces más profundas de los árboles, el milpero que aguarda a que amaine la lluvia tumbado en su hamaca, en una choza construida para resistir el calor de la tumba, siembra y cosecha; o el cazador que vuelve presuroso de sus pasos en busca del refugio del pueblo que dejó, si tiene el oído aguzado, puede oír claramente pisadas tumultuarias de caballos, relinchos y bufidos, disparos de armas antiguas y abuelas de los buthbil tshonohob (fusiles de chispa). Y puede oír más: entre el ramaje que se mueve con los vientos y el agua caída a borbotones, puede oír retazos de un español antiguo diciendo “indio idólatra, dónde te escondes, reyezuelo de idólatras.” “Es el viento de Canek”, dice el tsikbal de un milpero sureño. “Es el viento de Canek que regresa”.
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Otro ejemplo de tsikbal me lo contó apenas ayer el maestro Armando. Regresando de comer a las 2 y media de la tarde, en el camino una nube, gorda y negruzca, nos seguía. Era una sola nube empanzonada, rodeada de nubes núbiles sin mancha de agua. “Lloverá”, dije, y Armando vio al cielo y se topó con el vuelo apagado de un ch’oom (zopilote): “Creo que no”. La creencia de los milperos para acertar si llueve o no, es ver volar a los chombos. Si un zopilote baja de inmediato, con las alas replegadas, a la tierra, es que se avecina una tormenta: subido allá, entre las copas de las nubes, si le agarra la lluvia, sus alas se vuelven de plomo, y eso significa la muerte segura de esa ave funeraria. A una esquina de llegar a la universidad, vimos una parvada de zopilotes planeando para aterrizar. Había hasta zopilotes apenas en la primera plumada. Todos buscaban refugio en los árboles cercanos. “Será fuerte el aguacero”, dijo Armando. Y así fue, porque a la hora de haberlo dicho, se soltó una macro lluvia en Valladolid que duró más de lo debido. Es el viento del tsikbal que regresa.

jueves, 12 de junio de 2014

EL SINCINITO


En el sur de Yucatán, a una especie de "Pie Grande" de las tierras del Mayab se le conoce como el “Sincinito”. Para algunos que ya rondan los 30 o llegan a la cuarentena de años, estoy seguro que sudarán frío al oír hablar, después de una larga ausencia, del Sincinito.

Y es que la sola mención de aquel ser fantástico les traerá, a más de algún sureño, retazos de su infancia, de cuando hubo un tiempo en que en un desaforado pueblo yucateco de cuyo nombre no deseo, por bien de la humanidad, acordarme; a eso de las seis o siete de la noche, cuando las cigarras chillaban su reconcentrada tristeza, se decía que por los cabos del pueblo merodeaba, que unos campesinos que regresaban de espiar a los venados lo vieron, que el Sincinito corría entre senderos que cerraban rápido una vegetación que crecía en segundos, y que tras de sí iba dejando sus zancadas milenarias, sus pies que devastaban toda brújula y rosa de los vientos porque el Sincinito no camina como cristiano: es el hombre del revés, el hombre de otros tiempos olvidados cuyos pies bañados por las lluvias antiguas miran siempre hacia atrás, al revés. “Camina de reversa, sus dedos crecen hacia atrás”, me decía un ex chiclero del pueblo.

El sur yucateco tiene sus variantes en cuanto a costumbres y temperamentos, históricamente fue una microrregión distinta a la dominancia meridana en tiempos del henequén, y como la zona oriental (es decir, la región vallisoletana), fue chiclera durante más de cincuenta años del atroz siglo XX. En este sur que fue frontera desde tiempos de la Colonia, todos saben quién es el Sincinito, pero en la otra región fronteriza, la oriental, el Sincinito todavía conserva su nombre maya: el “Wa’paach”, o el “Kuulpach”, que traducido al español es “el que camina de reversa”. En la región de Tihosuco, por San Román, pueblo cercano al histórico Tepich, el Wa’paach se conoce como el Ku’ulpáach xímbal, el que sigue caminando al revés.

Precisamente en el oriente, platicando con mi amigo, el maestro Narciso Tuz Noh, un estudioso del calendario maya y la cuenta del tiempo, nativo de Pixoy; así como con el maestro Cipriano Dzib Uitzil, oriundo de Chichimilá; surgió una idea que se convirtió en una propuesta investigativa a futuro: revisitar ese mar de consejas y leyendas que guarda el Mayab, desde los sistemas de cacería antiguos y modernos, los rituales del cazador, así como el mundo encantado y las tradiciones agrícolas, religiosas, económicas y sociales del milpero oriental. Y uno de estos ciudadanos de primer orden del encantado mundo del Mayab es, por supuesto, el legendario Sincinito-Wa’paach.

Cipriano, con parientes que fueron chicleros hace muchos ayeres, está convencido que el Sincinito tiene una recurrencia precisa en la memoria de los chicleros, y podría decir yo que este ser fantástico acompañó en sus trashumancias a muchos abuelos que fueron chicleros en aquellos años que monteaban la selva en busca de los zapotales. Si como me dicen dos alumnos de la Universidad del Oriente, que cada uno, desde que nace, trae con él a un Hua’kaanúul (un doble espiritual, alguien que cuida a uno y hace todas las cosas que haces pero en otra dimensión), podemos establecer la hipótesis de que el Sincinito no es uno sino cientos: cientos de estos seres –pequeños o gigantes, varían las descripciones- acompañaron en la subida a la Montaña Chiclera (década de 1920, 1930, 1940) a los gambusinos de la selva. Cada uno de aquellos hijos del Mayab, e incluso los tuxpeños de luengas tierras veracruzanas, al entrar a la selva oriental de la Península, iban acompañados por uno de estos Sincinitos.

El maestro Narciso contó la anécdota de que en Pixoy vive un abuelo que vio al Sincinito, el Hua’kaanúul personal de los chicleros. Eso sucedió cuando estaba joven el abuelo de Pixoy, hace más de medio siglo. Era chiclero, y como todos los chicleros, una tarde, subido hasta el último gajo del zapote que había picado en su totalidad desde la mañana, oyó que abajo se movían las hojas. Moría la tarde y pardeaba la noche, pero pudo distinguir claramente lo que sus ojos mortales le depararían ese imborrable día. Al principio creyó que se trataba de un animalillo del monte, pero lo que vio casi lo avienta de susto al suelo: se trataba de un hombre con todos los pelos crecidos en espalda, pecho y extremidades, y era más alto que todos los de los hatos chicleros a cien kilómetros a la redonda, buscaba algo y en su trayecto dejaba sus huellas en el lodo que las débiles lluvias del día habían hecho florecer. El chiclero dejó de respirar, no se movía, sabía que debajo de él caminaba el Sincinito. El encuentro duró apenas un parpadeo, porque el Sincinito siguió su camino, y las malezas de la Montaña Chiclera perdieron sus extraños pasos de revés. Narciso, palabras más, palabras menos, contó esta anécdota que burdamente he referido, a este expectante seguidor del hombre que camina al revés. Con fuerza en sus palabras, el maestro Narciso –Cipriano que asentía- señaló que estas historias orales no debían perderse. “¡Claro que no!”, dije, pensando al mismo tiempo que si Borges, el inmortal, hubiera oído hablar del Sincinito, estoy seguro que le dedicaría un lugar en su manual de zoología fantástica.

Quedamos que iríamos a platicar con el abuelo de Pixoy y a conocer unos barquitos de piedra de los p’usitos (los primeros hombres muertos en el diluvio, según el Popol Vuh, porque habían hecho sus barcos ahuecados de piedra) que a Narciso le habían contado por qué camino de la selva de Pixoy se encontraban.

domingo, 1 de junio de 2014

En defensa de la pancita


Por malestar en la garganta debido a un indicio de gripe me fui hoy al médico. La médico me revisó, me dijo que no tenía nada, que era una gripita mustia y debilucha, y no una de aquellas gripes virulentas, la del estilo "catarro de perro moquiento" que hacen estar a uno en la hamaca día y noche pensando en el “ser para la muerte”. Me recetó unos brebajes estercoleros y unos propóleos del doctor Simi pero, al irme, me dijo que me esperara, y que si era tan amable de pasar a la báscula para que me checara el peso. Hice lo que me dijo, sin quitarme los tenis que pesan (optimista yo) un kilo cada uno, y con admiración observé que había bajado dos kilos desde la última vez que me pesé, hace dos meses, mientras me tomaba un capuchino esperando entrar al cine.

Sonreí satisfecho por esos dos kilos de menos, pero la doctora no fue tan optimista, me dijo que tengo que pesar 78, y yo le dije que ese peso era de maricones, etc., y que me vería flaco, flaquito, como un perro moquiento pero sin moco. Ella, experta en chingar todo optimismo, me recomendó que corriera treinta minutos al día, que tengo 30, y que si me descuido, podría tener la panza de un chelero consumado, etc., etc. Yo le dije: "Es que, fíjese doctora, hago desde hace tres años una tesis dura, voy en la página 580 y me quedan 50 más por redactar, las horas nalga no tienen piedad de mí, aparte de que me gusta comer mondongo (soy un mondongomaniaco), digerir la torta de cochinita, y de vez en vez libar unas a la salud de las pérfidas. Ella me explico algo de grasas de cerdo y músculo de velocistas, que si lograra bajar los diez kilos de más y convirtiera en músculo “esa pancita”, un regimiento de mulatas aparecería de la nada. Y cuando dijo la frase “esa pancita”, la médico –una mujer no mayor de 33 a lo mucho- dirigió sus ojos hacia mi pobre y entristecida y ligerita pancita y yo me sentí acorralado, casi invadido en mis partes pudendas pancísticas por esa médico que, estoy seguro ahora, pasó media hora explicándome las virtudes y sapiencias de los hombres “sin pancita”, cuando lo único que hubiera hecho fue pedirme cuándo saldría por el pan.

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