domingo, 31 de julio de 2011

Cifras del CONEVAL, o el espectáculo de la miseria yucateca


Según cifras del CONEVAL 2010, Yucatán, al igual que el resto del país (las cifras a nivel nacional y estatal se asemejan), es un estado injusto si en cuento a la distribución de la riqueza se refiere. La poca riqueza en Yucatán (y esto es un patrón que nos señala nuestro colonialismo económico, por no decir colonialismo mental) está en unas cuantas manos. En 2010, el 19.4% de la población yucateca (es decir, aproximadamente 378 mil yucatecos) no eran pobres, y no contaban con carencias del tipo educativo, salud, seguridad social, vivienda digna, alimentación y "grado de cohesión social" medido, en términos económicos, por el muy mentado coeficiente de Gini. Rezagados a nivel nacional, en Yucatán estamos en las mismas, lo que indica la falta de voluntad no sólo política (el problema, arguyo, también es socicultural). De esos 19.4%, el resto, es decir, un 81% vive entre la pobreza extrema un 9.8% ( mayas en su mayoría, con 191 individuos), la pobreza moderada un 38.1% (746.1 personas), vulnerables por carencias sociales (25.9%) y vulnerables por ingreso (un 6.9%). Las cifras no mienten: en Yucatán, así como en el resto del país, de 1982 a esta parte, vivimos en "el espectáculo de la miseria", espectáculo que tiene por estrellas a la clase política mexicana viviendo en la suntuosidad de sus dietas y chanchullos, la clase empresarial apadrinando el desmadre, la alta jerarquía católica bendiciendo el atraco a la nación, una clase media aburguesada y lerda, frente a un pueblo desorganizado, sucio, solo y con hambre....

sábado, 30 de julio de 2011

La historia


En Pierre Menard, autor del Quijote, Borges dice que la historia "no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió". Considero que la historia, las "historias sabrosas" diría don Quijote, tienen algo más que verdad...tienen invención, imaginación y carne, sangre y huesos del historiador.

viernes, 29 de julio de 2011

"Petuleando"


Me acabo de enterar que existe un verbo híbrido, mezcla de dialecto indio y jerga española (más dialecto indio que jerga): "PETULEANDO" (con declinanción petulear, o petuleñar). "PETULEANDO" es una palabra que sintetiza todo el dolor de barriga universal que uno pueda sentir, toda la cacofonía cósmica que pueda haber en los siderales espacios: "PETULEANDO". Y déjenme decir que estoy haciendo, inmediatamente, gestiones para que en la RAE (Real Academia de la Lengua) el híbrido verbo "petuleando" entre a formar parte del gran léxico español, y mi propuesta para significar ese verbo rarísimo tiene correlación con el trístemente célebre "Negocio de Peto" (sobre este "negocio de Peto", consúltese al cronista de una aldea del sur yucateco de cuyo nombre me produce somnolencia acordarme)...


Volvamos al tema de definición lexical. Para este estudioso de los pueblos primitivos, "PETULEANDO" significaría:


1.- (única acepción) PENDEJEANDO. Dícese también de la obtusa vida cotidiana de un pueblo primitivo del sur de Yucatán. Relaciones de neocronistas e incursiones recientes de arriesgados etnógrafos, aseguran que en ese pueblo idólatra e insumiso a la civilización, es práctica consuetudinaria el canibalismo, además de que es bien visto el acto nefando (sodomía) entre sus machos que, por lo regular, cuentan con hembritas casquivanas.


Dicho esto, podríamos comenzar, desde ya, a poner en uso el verbo híbrido al menor rastro, o sospecha, de idiotés del prójimo:

a) ¿Qué están haciendo esos simios? R: "Nada, petuleando solamente".

b) Ese pendejo que viene ahí, solo petuleadas hace.

c) ¡Qué petuleñadas haces, por el amor de Dios.

d) No me petulees, ¿ok?

e) Y usted, caro y fino lector, ¿petulea o no por las noches con su petuleña hembrita?

jueves, 28 de julio de 2011

¿Por qué quieres ser político?


Pericles, hacia el año 430 a.c dijo: "aunque sólo unos pocos puedan crear una política, todos estamos autorizados para enjuiciarla". No importa que nuestro juicio sea erróneo, ideologizante, partidista o visceral, para el gran gobernante ateniense, todos los ciudadanos de la polis estaban autorizados para inquisitoriar las acciones de los gobernantes, y en eso se puede resumir la idea de democracia actual: criticamos, no por el hecho de criticar por sí, sino porque estamos obligados, porque no volteamos la cabeza a otro lado, porque ejercemos el derecho –y más que derecho, la obligación- de ser ciudadanos. Sin embargo, de esta positiva aserción pericleteana, el aristocrático Nietzsche la negaba. Para el filósofo germánico, el quehacer político sólo es de interés, según él, para aquellas mentes mediocres (por no decir imbéciles y con gordura en el cerebro atrofiado), que son “las más calificadas para cuidar de los asuntos públicos”. El viejo Nietzsche, quien según dicen los entendidos de las cosas filosóficas, previó el mundo nihilista de los tiempos actuales, también fue un gran politólogo que profetizó la vaciedad actual de los politiquillos contemporáneos (y hablo en general, desde el nivel nacional, así como el subterráneo desnivel donde se encuentra cantando su salmodia ridícula el grillo más mísero y jodido de mi aldea): desde Lenin, ya no tenemos intelectuales que hagan partir en dos la historia de la humanidad con sus praxis y con sus ideas revolucionarias. En el caso mexicano, la involución política es tremenda, y causa cerval temor: ¿quién podría explicar las mutaciones políticas que, en ochenta años, hicieron que pasáramos por Lázaro Cárdenas hasta desembocar en los mediocres del tiempo presente? Tal vez por eso, por esa explícita involución, y por esa degeneración a nivel galáctico de la clase política, donde ser, o querer ser político, implica el desprestigio y la ignominia (sólo los imbéciles se dicen, sin remordimientos, políticos priístas) llevó, en días pasados, a escribir a Javier Marías la pregunta de por qué alguien quiere ser político, si estas personas, los políticos, no tienen la admiración de nadie, se les acusa de corruptos (con justa razón) y títeres del poder económico. No se les quiere, al contrario, se les hecha todos los diablos, son los causantes de las tragedias y calamidades, su condición de ser mediocres los lleva a cometer actos de sistemática rapiña, son sujetos que van por el enriquecimiento a costa de todo, o infelices autoritarios impotentes que necesitan mandar para sentir orgasmos de autoritaria vida...Ahora, yo te pregunto, ¿por qué quieres ser político? ¿cuando se te ocurrió esa soberana pendejez?

miércoles, 27 de julio de 2011

Jan de Vos (1936-2011)


Hablando en su libro sobre el "crimen prolongado en el tiempo y extendido en el espacio", crimen del brutal sistema colonial contra los hoy desaparecidos lacandones (él nos hizo comprender que los actuales "lacandones" son en realidad un grupo maya yucateco que emigró posteriormente en el siglo XIX después de la desaparición de los primitivos lacandones), el historiador regional de Chiapas, Jan de Vos (1936-2011), asentaba en su libro La paz de Dios y del Rey, que sus páginas, "no son más que un pequeño párrafo en la larga y triste Historia de la Destrucción de las Indias que Fray Bartolomé de las Casas inició en 1542 y que para vergüenza nuestra sigue siendo actual". En el mismo prólogo a su lascasiano libro, escrito en el candente año de 1978 (año donde se daban guerrillas de liberación nacional en Centroamérica, año en el que los coletos, los blancos de San Cristobal, aún pensaban en coordenadas coloniales, y que con sus atropellos a los derechos de los pueblos indios de Chiapas acunarían la llegada de los "hombres y mujeres nacidos de la noche", en el axial año de 1994, que el mismo Jan historió con Una tierra para sembar sueños), Jan de Vos nos recordaba la ética del historiador a la hora de no callar las injusticias presentes o pretéritas:"Podemos y debemos aprender del pasado; sobre todo de un pasado vergonzoso. A quiénes tuviésemos miedo o sintiésemos indiferencia, nos convendría meditar sobre el proverbio ruso que dice, "Al que recuerde lo viejo que le saquen un ojo; y al que lo olvide, que le saquen dos".

Como el mismo Jan de Vos nos ha indicado, al señalar dichas "leyendas Negras", volviéndose el historiador hacia el aparente clausurado discurso de la historia de los "vencidos", no es un acto de frivolidad histórica, ni desentonaría con una propuesta ética de no callar ante las injusticias y señalar las opresiones y explotaciones, sean éstas del tiempo actual o del tiempo de la conquista o colonia. Porque es un hecho, maestro Jan de Vos, que todavía Indoamérica tiene "abiertas las venas", y que todavía hay "breves destrucciones de las Indias".


Descanse en paz, Jan de Vos...


domingo, 3 de julio de 2011

Diatriba contra caleseros y "tierreros": Por los derechos de los rocinantes



Los "tierreros" -esos bárbaros del sur de la Mérida profunda- maltratan y violan los derechos de los caballos (sí, también los caballos tienen derechos, al igual que tu y que yo). 

Los ciudadanos meridanos ven como cosa normal que los caballos de los caleseros tengan que sufrir de sol a sol los 40 o más grados de los días caniculares, porque son mulas de carga, herramientas de trabajo, cosa menos que nada. 

Los caballos son "bestias", hechos por Dios para servir a la bestia mayor, el hombre, el que dice que razona. 

Pero las bestias mayores, es decir, el hombre, quieren derechos para todo, hegemonizan los derechos y la vida “cristiana” sin pensar en la obligaciones que tienen con los animales: quieren derechos por ser parte del "gay power"; quieren derechos por ser mujeres víctimas de la hegemonía de la bestia testicular; exigen sus derechos por ser mayas y víctimas del colonialismo de las bestias rubias o dzules, exigen derechos y respetos por no poder caminar o defecar por sí mismos, por ser discapacitados, y pugnan porque sus cachorritos tengan derechos a la sacrosanta infancia. 

Las bestias mayores, hijos de un dios, quieren seguro facultativo, quieren vacaciones, ocho horas de trabajo y su descanso dominical. 

Las bestias humanas, hechas a imagen y semejanza del macho divino de la Biblia, son totalitarias porque sólo ellas –dicen- son hijos de un Dios. 

Entonces, las bestias humanas le dan poca cabida a la dignidad de los animales. 

Los animales –como los caballos de los prehispánicos tierreros y los no menos bárbaros caleseros- no cuentan, como las bestias humanas que dicen que razonan, con seguro médico, no tienen descanso, trabajan a la hora que se le pegue la gana a su “amo” porque son esclavos del hombre, porque entre las relaciones hombre-animales estamos aún en tiempos del neolítico, en tiempos de la barbarie en el que el esclavismo de los “irracionales” es la norma de los “racionales”. 

Ya se sabe que, como dice la teología antropocéntrica, Dios no es un caballo, es un macho humano, pero no indio ni mestizo, porque hasta en eso hay diferencias étnicas.

sábado, 2 de julio de 2011

El marxismo es cosa de viejitos sin sex appeal


En la prepa -con 18 bemoles de años adolescentes apenas- creí que ser marxista era lo más "chic", que ser revolucionario me granjearía el favor de muchas, y la admiración de varios. O escritor comprometido, o guerrillero fiel siguiendo los parámetros de una revolución cubana que la sentía tan mía como el quien más, ese era mi dilema de vida. Me dediqué, entonces, a gastar mi vista, y mis años, en leer esa literatura que me hiciera desentrañar los engranajes de las sociedades caníbales. Para mis años pasados, el mal tenía un nombre: la sociedad capitalista aldeana de donde me dio la gana de nacer. Yo tenía que ir contra el cura, levantar el ánimo a los campesinos hambrientos, pero para eso tenía que ser un experto en marxismo. Y me dí a la tarea, ya dije, de gastar mi vista en aburridos mamotretos incendiarios. Confieso, para futuras biografías de mi nombre, que leí no sólo el Manifiesto simplón, sino casi toda la literatura marxista que pude obtener saqueando bibliotecas pueblerinas de la Península: desde Lukacs hasta doña Marta Harnecker, pasando por el estreñido Lenin, Mao el chino, las barbas del profeta de Tréveris y las barbas de chivo de José Revueltas, el Marx para principiantes del socarrón y ateo Rius, el marxismo indianista de Mariátegui y otros locos althusserianos que me llevaron a extraviarme en la adoración cuasi religiosa de San Guevara y andentrarme en el estudio de las guerrillas latinoamericanas, esa fue mi primera juventud. ¿Y qué gané con ello? Casi nada: un aburrimiento feroz por todo lo que huela a marxismo, y apenas tuve tiempo de cortar una margarita dispersa (¡claro!, valiéndome no de Marx sino de poetas burgueses) Hoy, contagiado por los malsanos gases del pesimismo, me topo con la novedad de que el marxismo es cosa de viejitos sin sex appeal, pasadísimo de moda

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