sábado, 31 de agosto de 2013

"Por unos tordos que cantaban fuerte": El repoblamiento del antiguo Dzonotchel

Se ha traducido a la palabra Dzonotchel como “cenote de tordos” (Cfr. La Razón del Pueblo, 21 de marzo de 1881). Además, hay un relato del repoblamiento de Dzonotchel recogido en mis entrevistas de campo a mediados de 2013.
***
Se dice que el repoblamiento de Dzonotchel se dio a principios del siglo XX, gracias a que un grupo de chicleros que regresaban de los hatos del Territorio de Quintana Roo, pasaron cerca de un lugar donde se dieron cuenta que había un gran alboroto de urracas (o tordos), y eso les llamó la atención y decidieron explorar e indagar de dónde provenía exactamente el ruido ensordecedor que hacían las aves.
***
No caminaron mucho y desembocaron en lo que fuera el antiguo pueblo de Dzonotchel, repleto de malezas, de arbustos, hierbajos, enredaderas reptantes y tremendos árboles que crecían en lo que eran las antiguas calles del pueblo y la pequeña plaza del lugar. El desolado pueblo de Dzonotchel –devastado por las arremetidas rebeldes en la década de 1870- todavía conservaba una pequeña iglesia, derruida y destechada, así como una “boca de noria” con los restos aun del cabestrante de recia madera podrida por los años y el clima húmedo de la región.
***
Los chicleros, hombres violentos, hoscos y no dados a los afectos del sentimiento, se enternecieron como niñas enamoradas al ver cómo las parvadas de tordos (o ch’eles) entraban y salían del viejo cenote (dzonot) que sirvió de pozo a los viejos residentes del pueblo de Dzonotchel, y que sería uno de aquellos pueblos –así como Saban, Sacalaca, Ichmul y Tihosuco- que sería tierra de nadie por las defensas de la territorialidad de los de Santa Cruz en la segunda mitad del siglo XIX. Ese gesto que las aves hacían, “cantando fuerte” y entrando y saliendo del pozo, para los chicleros fue un presagio, una invitación para quedarse, que Dzonotchel era tierra de promisión, porque Dzonotchel reclamaba su repoblamiento; y así, en marzo de 1922 solicitarían tierras diciendo que ya habían comenzado a fomentar el viejo pueblo de Dzonotchel. Los chicleros, que para 1922 ya eran “vecinos del pueblo”, iniciaban su solicitud al gobernador de Yucatán, Felipe Carrillo Puerto, diciendo lo siguiente:
Los que suscribimos, vecinos del pueblo de Dzonotchel, del Municipio de la Villa de Peto ante usted con todo el respeto que se merece comparecemos y exponemos: Siendo esta una población antigua y abandonada por los habitantes a consecuencia de la constante amenaza que existía después de la guerra de castas y poseyendo la verdadera tierra especial para el cultivo de cereales, nos propusimos los más antiguos de veinte años a la fecha a poblar ésta con elementos que voluntariamente vinieran a este rincón del Estado.
Podemos decir, para acabar, que Dzonotchel, población perdida gracias a los ataques de los rebeldes de Santa Cruz, fue “reconquistada” de su tremenda soledad, por unos tordos que volando y gritando, atrajeron a los gambusinos de la selva, los chicleros.
***
Fuente: Diario oficial del Gobierno del Estado de Yucatán, “Solicitud de tierras del pueblo de Dzonotchel”, marzo 8 de 1922.

martes, 27 de agosto de 2013

LOS ACTOS VANDÁLICOS DEL CNTE O DE LA CEGUERA DE LOS CONEJILLOS DE INDIAS

¿Qué se esconde detrás de la coraza vandálica de los conejillos de indias del CNTE? Demos un rodeo antes de contestar esa pregunta. Indiquemos que podemos estar de acuerdo en esto, y solamente en esto que escribe Federico Arreola en su SDP (Sendero de Peña):
"Los vándalos que se confunden y ocultan en los legítimos y pacíficos movimientos de izquierda para conseguir legitimidad y, a partir de su vandalismo, abrir la puerta a la revuelta. A ellos, los golpistas, vamos a tener que ponerlos en su lugar los que queremos lo mejor para México. No hay opción".
La ciudad de México, dicen las notas de prensa (no me consta), es presa, rehén de ese “México bronco”, de ese “México troglodita”, de ese México creado por el viejo sistema que hoy se dispone a realizar las enésimas “reformas estructurales” para darle lustre a una parte del país acostumbrada a mirar demasiado atrás, con la fijeza del oscurantismo en sus entrañas. De una educación deficiente con profesores viviendo en la tranquilidad de que no se les removerá por más que sean bastante ineficientes, se pretende pasar a una “modernización” educativa. No conozco nada del tema, porque creo fervientemente que cualquier “modernización” que no corte de raíz la pudrición educativa actual, es una mierda, una gran plasta, una unánime mierda. Así de simple.
***
Ayer escuchaba a Jorge Castañeda decir que esta reforma que presentan los priístas es demasiado recatada. Al parecer, será una reforma educativa manca, trunca.
***
Lo que no se vale, es todo lo que está detrás de las arremetidas rupestres del CNTE, aquellos “valientes” profesores que defienden sus conquistas sindicales de no regulación, de no evaluación, de “autonomía” mal entendida. Los del CNTE no quieren, ni por un pelo, que se les ausculte, y acto seguido, cuales perfectas gavillas de salvajes, arremeten contra todo en la capital del país. Son como bandas salvajes del neolítico dispuestas a tirar piedras a los símbolos de su descontento: el Congreso, Televisa, etc. Con esto, el CNTE –o el complejo político sindical mediático detrás de los conejillos de indias de profesores medievales oaxaqueños y guerrerenses- llevará a un callejón sin salida, a una muerte exacta de la disidencia, de la movilización y el rechazo sistemático que una parte de la izquierda mexicana (AMLO, Cárdenas, un volumen considerable de perredistas) hará, a partir de septiembre, contra las reformas –esas sí, neurálgicas para la viabilidad como país, ya que si se cocinaran las reformas constitucionales, pondría en pública almoneda la soberanía de esto que todavía nos atrevemos a llamar como país- a Petróleos mexicanos. Es posible que en los siguientes días se vean manifestaciones más rudas y salvajes de los no menos salvajes conejillos de indias profesores del CNTE, y es posible que, como ha indicado el gobierno priísta a través de su secretario de Gobierno, éste no se tentará el corazón para responder, creándose una especie de estado de sitio que imposibilite las movilizaciones (serían hasta criminalizadas)ya proclamadas por AMLO para la defensa del petróleo.

domingo, 25 de agosto de 2013

SOLDADOS DE LA VIRGEN


En las entrevistas que he realizado a lo largo de este año, me he topado con sorpresas, como estos dos relatos que inserto, donde se señala cómo una "patrona" dejó su nicho en los momentos en que los rebeldes de Chan Santa Cruz querían tomar a su pueblo, y cómo los defensores de este pueblo se habían convertido, por unos momentos, exactamente en eso que Kevin Gosner tituló a su célebre libro. Se habían convertido en soldados de la virgen enfrentados con los soldados de la Cruz Parlante. Sin duda, tal vez los dos relatos sobre la virgen saliendo de su nicho, repartiendo parque y alentando a la población para la defensa de Peto, podríamos verlo como, más que un mito o "invento de curas", como una forma de ideología yucateca alentando generalmente a las clases populares de Peto para la no emigración y abandono de la población. 

En más de una ocasión que se supo de la enésima invasión de Santa Cruz u otro grupo rebelde de las selvas orientales (para 1874 se habló de una supuesta “horda” de combatientes arranchados por los rumbos del pueblo desolado de Tituc haciendo la guerra a pueblos de la frontera de forma independiente a Santa Cruz), la poca gente de la región –población maya en su mayoría- optaba o amenazaba con el despoblamiento de la región hacia zonas más propicias y seguras. Puedo concebir que estos relatos de la virgen sean formas de resistencia con que las élites pueblerinas apelaron al sentimiento religioso de la mayoría de la población indígena de la región.

Primer relato, narrado por don Raúl Cob
Entonces, que tres veces vinieron, tres veces quisieron entrar aquí los indios en ese tiempo, me dice mi papá; porque este camino de la escuela alta y el camino que va por “la placita”, por el hospital, es el único camino que había, es el único camino de entrada a Peto para ese tiempo, es el camino real. Entonces, por ahí venía el enemigo, desde lejos se ve que están viniendo. Es el único camino que entraba a Peto, dice mi papá. Las casas, solamente las que estaban así sobre una esquina de la plaza principal, no había más casas en esa época. Entonces, un día, cuando los indios entraron, entonces fue cuando actuó también ella…Entonces, que vieron, que están viendo que entre la guerra, entre el humo que está haciendo la guerra, había una señora que pasaba con su manto lleno de puros tiros, de puros cartuchos, repartiendo a la gente, a su gente aquí de Peto, que no se le gasta (termina) el parque; dando, repartiendo parque esa señora, ahí entre la guerra andaba repartiendo cartuchos para las carabinas. Eso se dio, y es cuando entonces los indios dijeron que no, que no podían ganar Peto. Que vieron eso los indios y gritaron que aquí no podían porque en Peto no se gasta el parque, ellos se rindieron porque los tiros de ellos se gastaban, pero de los de Peto no se gasta porque está repartiendo cartuchos la señora. Una señora alta, que era la virgen de la Estrella. Por eso Peto, desde mucho tiempo no se ganó. Todos los pueblitos de Chacsinkín, de Tahdziu, todo se quemó, están quemadas las iglesias de esos pueblitos. Porque ellos [los rebeldes], desde que entran, queman la iglesia. Es lo único que hacen, queman la iglesia. Y todos los santos los destruyen, pero acá no pudieron por la virgen. Ellos se dieron cuenta cuando vinieron, que no pueden porque nunca se va a gastar el parque de Peto, porque la virgen lo está repartiendo. Solamente Peto no fue ganado por los indios.
Segundo relato, narrado por Argelia Interián
Dicen que era la virgen que andaba defendiendo el pueblo cuando la guerra. Mi abuelo lo conversaba. Lo de la virgen fue cuando vinieron los uiniques de por ahí de Quintana Roo. Todos los pueblitos de Quintana Roo que se juntaron y querían entrar a agarrar a Peto, a quemarlo como hicieron en todos los lugares, pero acá no pudieron hacerlo. Y los niños, hombres, mujeres y viejos veían que una señora alta, bonita, con su vestido blanco, aunque estaban disparando, aunque estaban corriendo las balas de los uiniques, ella estaba andando repartiendo parque en el centro del pueblo donde se habían atrincherado los defensores del pueblo. ¿Pues quién humano anda así en medio de tanta pólvora? Entonces, cuando ya terminó la guerra de castas, que hasta los santos estaban guardados y toda la cosa, pero ella, la virgen, como está cerrada su iglesia no tuvo la ventura que no abrieran su iglesia para quemarla como hacían en otros pueblos los rebeldes. Y cuando abrieron la iglesia y fueron a ver en donde está la virgen, vieron que estaba lleno de humo el nicho, está lleno de humo, y toda la ropa de la virgen, y su falda, estaba todo disparado, con huecos estaba el manto. Entonces, se supo que era ella la que andaba repartiendo parque en medio del ataque. Y los indios, cuando supieron esto, dijeron: “No pudimos agarrar Peto porque hasta la patrona de ese lugar no le tiene miedo al mismo diablo”.

miércoles, 21 de agosto de 2013

SE HABÍAN METIDO CON NUESTRAS MUJERES, Y ESO ERA IMPERDONABLE: LA CUESTIÓN AGRARIA Y LAS REBELIONES EN UN PUEBLO DE FRONTERA

El reparto de tierras en el pueblo de Tahdziu, de la región de Peto.

Me gustaría discutir varias ideas que me rondan la cabeza sobre el proceso privatizador en Yucatán durante el porfiriato. Si sostengo la idea de que varios pueblos del partido de Peto llegaron a la reforma agraria con ejidos (pienso en pueblos como Tahdziu, Tzucacab y Tixhualatún), la pregunta es, ¿por qué se dio un incremento brutal del peonaje en la región?

En 1883, 7.8% del número total de habitantes del partido de Peto eran peones de campo. El total de peones para todo Yucatán, a su vez, ascendía a 9.05% de la población. Para 1885 -años difíciles, años cruentos en que la langosta comenzaría a hacer estragos en todo Yucatán, y más en el partido de Peto- el índice de peonaje subió un dígito en Peto, llegando a 8.26% del total de habitantes. Pero en 1895 el número se duplicó: 19.67% del total de habitantes ya eran peones acasillados de las haciendas (o tengo mis dudas, tal vez sea un número de haciendas de un ex gobernador liberal yucateco, Manuel Cirerol, dueño de la finca Catmís). Eran, en una palabra, esclavos.

Sostengo que este porcentaje se debió, tal vez, a los años devastadores de la langosta y al declive de la montaña rebelde (los de Chan Santa Cruz, desde 1886 no volverían a visitar a la sociedad militarista de los pueblos de Peto). Tal vez la “confianza” (concepto tan querido por el historiador económico Francis Fukuyama, y por casi todos los discurridores de las “seguridades” para que posibles inversiones sean propicias), llevó a una recapitalización en la región. De hecho, en un índice de fincas rústicas de 1902 de la región que tengo en mi poder, se señala las incesantes compras y ventas de viejas haciendas yermas, y para los años finales del porfiriato Catmís despuntaría, Catmís y sus inmensos cañaverales que claveteaban la sierra, reverdecería. De ser finca yerma allá por los años 1860, Catmís llegaría a procesar 14,550 kilogramos de miel, y 752,000 kilogramos de azúcar de sus trapiches. Cifras estrastosféricas muy por arriba de las esmirriadas producciones de pueblerinos de Peto dueños de fincas modestas. Su dueño, Manuel Cirerol, junto con los que detentaban brutalmente una jefatura política porfiriana distinta a las jefaturas políticas de un Sabino Piña, de un Nazario Novelo o de un Diego Vázquez anteriores al proceso centralizador porfiriano (antes de 1880), eran en verdad los amos económicos y políticos de la región. Debajo de ellos estaba una enclenque élite rural pueblerina con ínfulas de señorío. Después vendrían los trabajadores manuales (y acá se encontraba un platero que no perderemos de vista), generalmente mestizos, y más abajo de todos, los peones de campo, mayas en su mayoría. El peonaje comenzó posterior a los años de la langosta, y debido a que los años de la langosta fueron años malditos, varios campesinos de la región, sin la ideología de la guerra de castas después de 1892 (ese año tuvieron los arrestos para detener unos denuncios de tierra), pasarían a engrosar el peonaje del porfiriato yucateco. En 1895, con el proceso instaurado por Díaz y la oligarquía del henequén para repoblar y colonizar las ricas tierras fértiles de las fronteras (partidos de Peto, Tekax, Valladolid, Tizimín) y las tierras que hicieron suya los “bárbaros” al oriente de la península, varios capitalistas meridanos y de otros pueblos del noroeste henequenero ya le habían tomado la palabra desde antes. Los trabajos de Catmís iniciarían en 1876, y para 1895, Manuel Cirerol ya estaba comiendo tierras. Ese año, los indígenas del pueblo de Xpechil, dependientes de Xcambul, se quejaban de que:
Manuel Cirerol estaba denunciando sus antiguas tierras en calidad de baldías y, alegaban, que si bien las habían despoblado por la presencia de indios rebeldes en esa zona, ya estaban de nuevo en ellas, a pesar de las incursiones de los sublevados, por lo que solicitaban su legalización.
No hubo motín para detener al viejo hijueputa de Cirerol, porque tal vez los de Xpechil (que no tendrían tierras cuando la reforma agraria, y los de Kambul apenas en la década de 1950 se les dotaría por vez primera) no tenían los arrestos como los de Xcanteil, que en 1892 entrarían a Peto en la madrugada dando griteríos, prendiendo teas y haciendo disparos como si fueran los de Chan Santa Cruz; y yendo en busca de un rico comerciante, Nicolás Borges, el primero en introducir una máquina de vapor para su finca Suná, allá por el lejano año de 1880, no lo lograrían sacar de su casa del centro porque Borges ni de pendejo hubiera salido. Sin embargo, esa vez los de Xcanteil habían parado el denuncio de tierras, el gobierno se retractó, y para el siglo XX, Suná seguiría en sus mismos límites.

El chacuaco de la antigua hacienda cañera de Catmís. Fotografía de Gilberto Avilez Tax

Para 1900, el total de peones del partido de Peto era uno de los más altos: llegaba al 32.76, sólo superado por los 34.59 del partido de Ticul. ¿Qué pasó de 1883 a 1900? Si hacemos cuentas, hemos dicho que esos años fueron los momentos del debilitamiento de Chan Santa Cruz, esos años fueron los años de la langosta, y esos años fueron los años del entronizamiento de las estructuras de poder porfirianas, y esos años fueron los años de la recapitalización y la subida in crescendo de Catmís. Aquí podemos decir que si llegaron varios pueblos a la reforma agraria con tierras, serían los pueblos alejados de Catmís, como Tahdziu y Tixhualatún y hasta Progresito Nohcacab. Incluso Peto llegó a la reforma agraria con 8, 006 hectáreas de terrenos nacionales. Su primera dotación fue de 11,850 hectáreas, y para completar esa cifra, cinco fincas (Aranjuez, la Ermita, San José Yaxcacab, Sacakal y Abal y Anexas) “cedieron” lo que faltaba. No podemos, entonces, concluir que el proceso del peonaje significara afectación total de las tierras de la región. Los pueblos llegaron con tierras, pero eran unos pueblos precarios, deficientes en sus estructuras alimentarias porque habían experimentado calamidades agrarias recientes, y la pobreza y la crisis producida por años de sequía, nuevamente langostas y malas cosechas desde 1907, aunado al despotismo prevaleciente tanto en las estructuras económicas como políticas de Peto, llevaron a un levantamiento de un antiguo pueblo cuyos habitantes eran diestros en el manejo de las armas por años sucesivos de bregar contra los de Chan Santa Cruz. Ahora, para 1911, no bregarían contra los rebeldes orientales, sino que, como lo hicieron los abuelos de los que en 1847 decidieron parar en seco el cañaveral antropófago; ahora los mestizos (los dirigentes de la sublevación de 1911 de Peto eran, por sus oficios y apellidos, claramente mestizos), nuevamente se alzarían contra el cañaveral. En tierra de mayas el tiempo es cíclico, y otra vez un elemento extraño, una finca que devoraba cañas y devoraba hombres y devoraba yaquis, había roto todas las economías morales posibles. Se habían metido hasta con las mujeres de los petuleños, y eso era imperdonable, y eso se cobraba solamente con la vida:
El día 2 de marzo de 1911 en la madrugada, el pueblo de Peto, que se había conjurado para suprimir a sus caciques, asaltaba la casa del Jefe Político, el coronel Casimiro Montalvo, a la que irrumpe tras de bajar las puertas a machetazos. El coronel Montalvo logró escapar, no así su secretario, don Fernando Sosa, que sorprendido en las goteras de la población, cuando trataba de escapar, es muerto en circunstancias inenarrables. Los amotinados se dirigen al Cuartel al que penetran victoriosamente, no sin antes matar al oficial Marcos Acosta y de herir gravemente al soldado Sixto Quintero, que estaba de guardia. Los rebeldes se apoderan de una regular cantidad de rifles, de parque suficiente y hasta de una pieza de artillería y se lanzan al campo. Posiblemente el caso de Valladolid les hacía considerar los graves peligros de presentar batalla formal a las fuerzas del gobierno. ¿Quiénes encabezaban este movimiento? Gentes del pueblo: Elías Rivero, platero, que estaba encargado del reloj municipal; éste tenía a su cargo el aspecto político del movimiento; Antonio Reyes tenía la dirección militar; los otros cabecillas eran Tránsito Solís, Delfín y Santos Encalada” (Baqueiro, 1999: 296-297).
De la rebelión petuleña de 1911 (que no así la de 1892) no podíamos decir, exactamente, que se trataba de una rebelión campesina por la profesión de sus cabecillas principales, pero en los discursos que dejarían en el grueso expediente judicial del caso se deja sentir ese sentimiento de venganza. Era una venganza revolucionaria. Cuando Elías Rivero hizo enrolar a Antonio Reyes, le dijo:
“Queremos que vengas con nosotros, somos revolucionarios y acabamos de asaltar el Cuartel de Peto donde nos hemos provisto de armas, y hemos dado muerte al teniente Marcos Acosta, al cabo Sixto Quintero y al Secretario de la Jefatura Fernando Sosa”.
Reyes se enrolaría con ellos, porque allá en su tierra, en Veracruz, había sido revolucionario. Los alzados –un número de 300- pasarían por varias haciendas para avituallarse. Su destino era Catmís, y aunque las interpretaciones meridanas aseguren que en lo de Catmís era asunto de pinistas inconformes contra molinistas, el trasfondo social y agrario se presenta, con toda su crudeza, en actos indubitables de venganza. Venganza subalterna fue la forma como mataron a dos de los dueños de Catmís. El relato de cómo fueron muertos, lo ha proporcionado, entre otras personas, Ángela Puch, vecina del ingenio. Puch indicó que el día 6 de marzo, cuando se habían presentado los revolucionarios, fue llevada con una tía suya a un corral en unión de varias mujeres. Se les dio café y harína a las mujeres para que molieran y elaboraran tortillas para la tropa pueblerina rebelada. Cuando los soldados yucatecos dirigidos por Enrique y Arturo Cirerol (en Peto les halló cenando la noticia de que los rebeldes del 3 de marzo se hallaban en su finca entregados “a la orgía”) llegaron a enfrentarse con los alzados, Puch seguramente oyó que desde las azoteas, los rebeldes gritaban a los hombres de la tropa, a esos infelices hombres llevados de sus hogares por la leva, estas palabras inequívocamente revolucionarias:
-¡Vengan hermanos, vengan! ¡No peleemos nosotros! ¡Viva la libertad!
A pesar de esto, los soldados, a pesar de ser de leva, eran soldados, y los ataques dieron comienzo. Los revolucionarios petuleños iban a demostrar que venían de una estirpe de ciudadanos miembros de la Guardia Nacional, acostumbrados a las armas, y a las cuatro de la tarde las tropas que comandaban los orgullosos Cirerol fueron completamente derrotadas. La Revolución, en esa pequeña batalla, en esa pequeña gesta que quedaría marcada en el incosciente colectivo de las clases populares, haría de Rivero el general de los mayas de la región. Los hermanos Cirerol, destrozados en sus estructuras mentales por las ráfagas de los alzados, no supieron recorrer el camino de regreso, se quedaron en la finca, confiados de que un peón de apellido Salazar los salvaría de morir. Pero aquel día la economía moral de los sirvientes se había combustionado al igual que los cañaverales. Refugiados en la casa de Salazar, éste los dejó ahí quietecitos para ir de inmediato donde estaba Reyes. El huach, en unión de otros hombres, se dirigió a la casa de Salazar, dirigido por este. Al llegar, sacaron sus winchester que habían obtenido del cuartel de Peto y martillaron varias veces apuntando a la puerta, gritando para que salieran los catrincitos. Nadie salió. Se tuvo que forzar la puerta, sacarla de su quicio, entrar y, a punta de culatazos, amarrar con sogas a los Cirerol. Salazar, el peón, ahora arriaría no a los puercos sino a los viejos amos. Las cosas se habían puesto patas arriba. En medio de gritos, algazara y efusividad de los antiguos peones y de los alzados mismos, fueron conducidos los amos a la casa principal. Ángela Puch, nuestra testigo, declaró esto, que cuando las tropas del gobierno de los oligarcas yucatecos se habían retirado, al poco rato traían bien amarrados a “los Sres. Antonio Cirerol y D. Enrique Cirerol”. Había que hacer un rito, un rito revolucionario. Allá, frente a la casa de destilería les llegaría la hora a los antes valientes desfloradores. Reyes penetraría a la caballeriza donde habían arrinconado a las mujeres cuando los tiroteos con las tropas del gobierno, y dirigiéndose a la esposa del ex peón Salazar, le dijo: “Ahora sí que es mi amigo José Salazar, pues ya me lo demostró entregándonos a sus amos”. Además de amigo, Salazar se había convertido en un hombre libre, porque era un hombre que vengaba.

Los traían bien maniatados. Así maniatados recibieron el primer machetazo a manos, no de Rivero, que el hombre no era asesino sino revolucionario, pero aceptaba que la muerte era lo menos que se podía hacer a estos hombres acostumbrados a practicar el infame derecho de pernada y la explotación y el esclavismo brutal en sus cañaverales; no Rivero sino Antonio Reyes fue el que desenvainó el machete, allá frente a la puerta de destilación. Los cadáveres serían macheteados por casi todos los presentes. Y la venganza no pararía ahí, en unos brutales machetazos. Era preciso arrastrarlos. Después de muertos, Salazar sería uno de los que arrastrarían los cadáveres para sacarlos a la puerta del corral, donde los abandonaron. Los arrastraron, los exhibieron, los abandonaron. En 1911 se había roto la economía moral, el peonaje había aumentado de forma brutal, y brutal sería la respuesta de los amotinados. El trasfondo de 1911 tenía, como hemos visto, más tintes de justicia, simple y llana justicia, que motivos políticos.

martes, 20 de agosto de 2013

ERA LA BAHÍA, ERA MI BAHÍA

La noche siempre es propicia para escribir. En Chetumal me sentaba frente a la bahía a veces por las noches, y olía su brisa, sus cabellos despeinados, sus risas de olas extraviadas. Y las ideas venían una a una, a veces en cascada, a veces caminaban, y otras hasta danzaban. De Chetumal solo extraño a ella, la bahía, que no era mar pero tampoco señorita. Luego, al llegar al lugar donde dormía –una habitación que quedaba a 4 cuadras de la bahía- la bahía me seguía, me seguía mientras revisaba mis notas y preparaba café, prendía un cigarro o leía un rato. Abría la ventana y ahí estaba, recién bañadita la bahía niña, la bahía triste, la bahía enamorada. Escribía durante las noches, y en las mañanas despertaba empapado con su cuerpo. Ella, con la noche ovillada a sus ojos, volvía a su lecho de rocas, algas y líquenes. Frente a ella yo una vez le declaré amores eternos a un recuerdo que no sé cómo comienza ya. Pero el amor eterno no era ella. Era la bahía, era mi bahía.

lunes, 19 de agosto de 2013

El canto del cisne (del azúcar) antes de la hecatombe de 1847: Una "Villa" y un "Progreso"

En 1841 se le modificó la categoría jurídica al pueblo de Peto, pasando de "pueblo" a villa como producto de la bonanza económica de una región azucarera recién abierta a la colonización del capital yucateco. El Decreto aparecería el 17 de diciembre de 1841, el cual lacónico, establecía lo siguiente:
Se concede el título de villa al pueblo de Peto.
Detrás de esa simple frase, de ese cambio de categoría jurídica, se encontraba, como hemos dicho, la colonización sostenida a estas tierras sureñas, que una vez abierto el proceso independendista en 1821, sería el primer momento (el segundo sería el periodo henequenero) del capitalismo en la región a base de los ricos cañaverales que verdeaban las faldas de la Sierrita Puuc y, por supuesto, entraba en disputa territorial con las antiguas formas de organización económica de la población indígena de la región (me refiero al sistema milpero), a través de los innumerables denuncios de tierra que el capital ladino, mediante leyes privatizadoras de las décadas de 1840, realizarían. La cuestión agraria en la región sería uno de los motivos, sino es que el motivo principal, para el engrosamiento de la rebelión indígena de 1847, que dividiría en dos la península, y el partido de Peto y su cabecera convertida en villa, pasaría a ser una zona de frontera insegura presa de innumerables incursiones de los antiguos habitantes indios que decidieron parar en seco el primer capitalismo en la zona (el segundo capitalismo, ahora para esta zona, sería el periodo del chicle).
***
Cuatro años después de que Peto obtuvo la categoría política de villa, para 1845, el antes desértico y olvidado pueblo de indios de Nohcacab, que durante la colonia fue un chocerío entre Peto e Ichmul, por el crecimiento sostenido de los innumerables ranchos cañeros (vecinos de esa región me han indicado que han contabilizado más de 40 pozos artesianos, algunos entre la selva, y muchos que sirven para las familias campesinas de esos lugares), en una visita que el gobernador Miguel Barbachano hizo a ese punto, fue rebautizado como Progreso Nohcacab. No le duraría tanto el progreso a Progreso (de hecho, personas mayores le siguen llamando Nohcacab), y con la guerra sostenida por los rebeldes durante 50 años, el “Progreso” se convertiría en el más humilde pueblo de Progresito Nohcacab.

miércoles, 14 de agosto de 2013

HISTORIAS DE CAZADORES: LOS P’USITOS Y LA PIEDRA DE VIRTUD

Un venado nunca tiene hora...Rafael Chimal.
Margarito me dijo que había que ir a conocer a don Tello Pech, un viejo ex capataz chiclero dueño de Tzubil, una pequeña finca que queda rumbo al pueblo de Tixualahtún, al nororiente de Peto. Revisando mis documentos sobre el siglo XIX de esta Villa, le dije a Margarito que Tzubil aparecía en más de una ocasión en ellos: una finca de no más de 200 hectáreas, que no fue tocada cuando la Reforma agraria de los años 1920 y 1930, y que anteriormente se dedicaba a la siembra de “sementeras” de maíz y caña dulce. Ese día, Margarito pasó como a las 8 de la noche para que vayamos a conocer a don Tello Pech, y pactar las entrevistas. Quedaba relativamente cerca el lugar donde habitaba don Tello, bajando hasta la parte más profunda de una Villa crecida entre lomitas debido a la corografía anfractuosa de la sierrita Puuc. Hasta el final de la colonia Ciprés, ahí encontramos a don Tello tomando el fresco, sin camisa, dejando ver una constitución física que de inmediato reconocí: el hombre, rayando los noventa, tenía esa osatura firme, recia, de alguien que en su juventud había recorrido todo el infierno verde de la Montaña chiclera, y que tal vez había cazado animales fantásticos como el Dzinzito y hubo de haber sacado en más de una ocasión el machete para enfrentarse con un tuxpeño malévolo. Eso pensaba, inundado por mis lecturas sobre los chicleros, pero don Tello solamente reía y veía las pocas estrellas que dejaba asomar la luz mortecina del poste. Margarito, con socarronería barroca, hizo una presentación de la chingada. Dijo “que este es el historiador Gilberto Avilez, y que está haciendo actualmente un libro sobre la historia de Peto, y te quería entrevistar, viejo”. Detrás de don Tello se encontraba don Rafael Chimal, mejor conocido como Rach Chimal, que muchos años atrás había conocido porque don Rach era y sigue siendo matarife, y en una lejana mañana de mi infancia, absorto y medio encabronado, lo vi tasajear y transformar en chicharra crujiente el cochino más gordo que yo había criado en la pequeña granja que tenía mi abuelo en “El Terreno”, un predio que queda en la calle 32, donde mi padre tenía su pequeño taller mecánico, y yo iba por las mañanas a criar los más de 20 cerdos que me tenían asignado. Saludé a los dos, y don Tello aceptó de inmediato participar con su conocimiento en la historia oral que ando armando.

Don Tello me dijo que, efectivamente, fue capataz chiclero de don Rafael Sánchez Cervantes, un viejo “español” dueño de la finca Aranjuez, que en 1915 participó del lado de la reacción conservadora yucateca ante la Revolución, en las filas de Ortiz Argumedo. Al regresar las aguas a su cauce, Sánchez Cervantes regresaría a Yucatán, y retomaría nuevamente algunas de sus haciendas en Peto y se convertiría en uno de los capitalistas del chicle en la villa en los años 1930 y 1940, y se opondría con artimañas de truhan porfiriano para que el ejido de los campesinos de Peto se retrasara bastantes años. La fiebre del chicle ayudaría mucho para ese retraso de más de 40 años. Don Tello no sabía de esas cosas, sólo sabía que fue capataz de Sánchez Cervantes y que me hablaría de esa parte, así como de la langosta de finales de 1930 y principios de 1940, y de la llegada de Lázaro Cárdenas a Peto, y otras cosas interesantes que había visto y presenciado en sus casi noventa años. En todo ese tiempo, don Rach, yerno de don Tello, me observaba. No se le quedó la duda, y preguntó a Margarito si yo era hijo de Rubén. Margarito dijo que así era. Entonces, Rach se animó a participar, a preguntar, y dijo que en Tzubil hay cosas que podría ver, como una noria antigua. Le dije que iría mañana mismo, y fue como llegamos a esta parte del relato en que don Rach hablará de sus experiencias como cazador.

A la mañana siguiente, temprano, nos encaminamos a Tzubil. Esta finca queda apenas empezando el camino hacia Tixualatún. Una vez, don Tello pensó en su muerte, y ese pensamiento hizo que dividiera Tzubil entre sus hijos, aunque el que la trabaja más a gusto es don Rach, casado con una hija de don Tello. En una extensión de más de cuatro hectáreas, Rach me mostró sus huertas de sandía, melón, maíz, ibes, yuca, pepinos, calabazas, papayas maradol y otros productos que no recuerdo. Una perfecta milpa, bien trabajada. Del otro lado tenía los potreros donde pastaban más de 50 reses, y en Tzubil había perros y tres gatos gordos, perezosos y flojos, los favoritos de don Rach, los cuales extrañamente no rehúyen al vegetarianismo. Don Rach también tenía un ayudante, don Rosendo Alcocer.

En una casa de guano y bajareque, sentados en cómodas hamacas, al socaire del fuerte calor que llegaba de vez en vez con vaharadas prolongadas, conversamos de temas distintos, del ejido sobre todo, en que Rach fue, para 1980-1982, comisario ejidal; y Rach comenzó a hablar de su padre, don Catalino Chimal Peraza, chiclero de los mayores, y de aquella época de antes de casarse, como a los 20 años, en que recorrió todo el “territorio” con un grupo de ingenieros encargados de realizar la taxonomía de la selva quintanarroense, apuntando por las mañanas nombres de árboles, dimensiones y características; y por las tardes, comenzando a hacer crecer el callo de cazador experto que llegaría a tener a los sesenta años, persiguiendo aullidos ubicuos del balam con su escopeta de perdigones, o esperando en las aguadas y pantanos de lo más tupido de la selva, a que el venado se presentase a saciar la sed. Rach también me dijo, entusiasmado y sin ocultar que se sentía orgulloso de ello, que junto con otros viejos matarifes de Peto, formaron el Primer Sindicato de Matarifes del pueblo. En su época de comisario, Rach haría varias cosas dignas de contarse, como la de abrir nuevamente las mensuras del ejido, que estaban muy lóbregas y hacían que campesinos de otros lugares invadieran el de Peto. La conversación con Rach, con Margarito y con Rosendo Alcocer, se puso más interesante cuando cooperamos para un cartón de cervezas. Le conté a Rach que hace unos meses tuve unas entrevistas con otros viejos campesinos, y estos me platicaron varias cosas interesantes, como la forma en que viajan los way kot y cómo se puede matar de una vez para siempre a los wayes. Le pregunté a Rach que si creía eso que me contó don Diodoro Naal, otro viejo cazador del pueblo. Cambiando de postura en su hamaca, poniéndose un poco serio en la mirada, Rach respondió: “No sólo creo en ellos, sino que estoy seguro que incluso ahora nos están vigilando los wayes y hasta los p'usitos”. Dije: “Ya nos estamos entendiendo, porque yo igual pienso que existen” (y no quiero contar, aquí, mi experiencia con los vientos de la malhadada finca Suná). “¿Por qué no nos cuentas, Rach, lo que sabes de ello?”, señalé, y entonces Rach, tomando un poco del pozole hecho por Margarito – Rach no bebió más de una cerveza-, comenzó a relatar el encuentro que tuvo con los p'usitos y el relato de cuando un tío suyo se encontró con el rey de los venados, o con varios “reyezuelos” de venados juntos.

El encuentro con los p’usitos

La palabra p’us está registrada en el Diccionario Maya, y se refiere a la corcova o giba y al que la tiene. El diccionario asienta que con este término “también se le aplica a ciertos hombrecitos corcovados que se mencionan en la mitología de los mayas de Belice”, u “hombrecillos corcovados de los que se habla en los relatos tradicionales de la Península". El diccionario registra también la palabra Ah p’us, que significa corcovado o gibado, y ah p’us winik, jorobado giboso (Barrera Vázquez et al, 2001: 703-704). Pues bien, los p’usitos no son, como alguien pensaría, los aluxes (“geniecillos” de barro que vuelven a la vida al caer la noche y que habitan la selva encantada de la Península), sino hombres diminutos coronados por una corcova, giba, chepa o joroba. Dicen que son antediluvianos, que eran medio tontos, y que perecieron cuando se abrieron las compuertas de los cielos del Mayab y comenzaron a caer las divinas aguas torrenciales del diluvio de antes de los hombres del maíz: debido a que los p’usitos, de poco ingenio, hicieron sus barcas con las piedras, la muerte no tuvo piedad con esa raza anterior al hombre del maíz. Tal vez murieron muchos, pero tal vez algunos se salvaron y conviven todavía con los aluxes, más cercanos a los hombres de la milpa por un proceso de domesticación a base de dádivas agrícolas. Pero los p’usitos juegan, y juegan en serio.

A Rach Chimal le sucedió un encuentro con ellos, allá en la ranchería San Pablo, en la carretera Tixualahtún-Tiholop. Rach tenía su colmenar en ese punto, así como su milpa. En el tiempo de la ordeña de las colmenas, Rach se quedó unos días con su mujer para los trabajos necesarios, en una casita que tenía lo indispensable para las faenas domésticas. Una noche –de esas noches sin suturas, de una negrura absoluta-, Rach y su mujer oyeron caer de una tabla un lek que en la mañana Rach había llenado con cocoyoles. Oyeron y sintieron cómo el lek caí, y cómo los cocoyoles se desperdigaban por el suelo de tierra apisonada. Pensaron que fue un ratón, y la mujer dijo que al clarear levantaría el tiradero. Grande fue la sorpresa de la mujer y del mismo Rach, al ver que, de aquel tiradero, no había nada: el lek con cocoyoles estaba en su lugar. “Fueron los p’usitos”, me dijo, convencido.

Otra vez en que se topó con ellos, fue en la milpa Santa Rosa, al poniente de San Pablo. Santa Rosa era un rancho de un tal don Gerón Várguez. Rach cuenta que las malas lenguas decían que Gerón Várguez, hermano de “Barrigas”, era way (brujo). (Hago un pequeño comentario, para decir que Barrigas fue un recordado cargador de durmientes en tiempos del tren, que por su tremenda fuerza capaz de cargarse un durmiente él solo, así por su mansedad, todavía es recordado como uno de los personajes pintorescos del pueblo). En aquella ocasión, Rach fue a “lamparear” venado con su amigo don Leovigildo (en la cacería del venado, se utiliza una lámpara). Rach se puso en un camino donde supuestamente vendría el venado, cuando a 50 metros de él vio una sombra que subía y bajaba, bajaba y subía, y luego se detenía y cabeceaba. El hombre no la pudo visibilizar claramente con su lámpara, hasta tenerla a menos de 20 metros. Con la luz que proyectaba la lámpara, Rach vio cómo las escamas de una serpiente cascabel relucían con los haces. Ese fue el primer aviso, dijo Rach. El otro aviso llegaría dos horas después aquella madrugada, cuando Rach y don Leovigildo, encaramados a un árbol, esperaban a que algún animalillo del monte apareciera para dispararle. De pronto, en el ruidero de la noche que se agrandaba con los ronquidos de los insectos y las pisadas de animales, Rach y Leovigildo comenzaron a oír el “yuntún”: eran las piedras que volaban arriba de las frondas, cerquita de sus cabezas: yun-tun, yun-tun. “Este lugar está vigilado”, dijo Leovigildo a Rach, y este último logró ver, con su lámpara, a un hombrecito arriando una honda (el yuntún), y corriendo a pequeños trancos.
Otro encuentro con estos hombres de tiempos pretéritos, sucedió para 1970, en el recién creado ejido colectivo de Justicia Social. En Justicia Social Rach trabajaba regando zacate por las noches, junto con otras personas. Antes de toparse con los p’usitos, como en Justicia había unos chultunes, los ingenieros que dirigían los trabajos hablaron con Rach para que éste y otros más fueran a indagar qué podía haber en ellos. Sacaron, dice Rach, unos cajetes, unos “muñequitos”, y hallaron algunas cabezas de ganado. Rach cree que eso fue motivo para revivir a los p’usitos de “Justicia”. En la noche siguiente, siempre regando el zacate que servía de forraje, Rach y el grupo de hombres se fueron a un lugar donde dejaban sus aguas y un poco de alimentos, que comían como a las tres de la mañana. Al llegar, varios hombres se dieron cuenta que el sabucán con sus vituallas faltaba. Con su imprescindible lámpara, Rach apuntó entre las malezas cercanas y los arbustos, y vio cómo unas piernas pequeñas corrían veloces llevándose los sabucanes. Nadie volvió la noche siguiente a regar.

La piedra de virtud

El finado padre de don Rach, el chiclero don Catalino Chimal Peraza, le platicaba que su tío don Felipe, hermano de don Catalino, era un constante cazador que a veces disparaba un venado, y otras no; y que componía su carabina hasta con la horqueta de un árbol de naranja, dejándola derechita en caso de tener una desviación producida por la salida de la bala. Un día, la suerte le cambió a don Felipe Chimal: al cazar un venado grande, Felipe le abrió el vientre con su machete. Al echar la panza, Felipe dio con una bolita, el tunich kej; es decir, dio con la piedra de virtud del venado. Desde ese momento, Felipe supo que habría carne de venado hasta para regalar a medio pueblo. No había ocasión en que fuera al monte, y que no regresara con un venado cinchado al lomo de su caballo. A veces tiraba hasta sin ver, y el venado, salido de la nada, caía dando pequeñas patadas. Los otros cazadores, y hasta la gente del pueblo que le conocía, le preguntaban si a lo mejor tenía la piedra. Felipe, impertérrito, sólo contestaba: “¡Mina’an”, ¡nada!, que eran puras coincidencias, pura suerte, que cuando caminaba por los senderos del monte ahí estaba, ahí se le aparecía el venado. Dos o tres años fue el tiempo que le duró la virtud, dos o tres años en que mataba entre tres y cuatro venados a la semana, depende los días en que se le ocurría ir al monte. Pero como todo tiene un final, un día el tunich kej regresó a su lugar. Aquel día Felipe se levantó más temprano, tenía hambre, y quería comer su pipián de venado. Fue al monte, y una vez ahí vio un árbol de chimay, cuyos frutos come el venado en época de seca, y aquel año abril había llegado con su sol rompe piedras convirtiendo la región en un desierto de puros breñales polvorientos. Subido al árbol de chimay, ahí aguardó pacientemente toda la mañana, a esperar a que el venado venga y coma los frutos del chimay regados al pie del árbol. En eso, como a las 12 del día, Felipe oyó chasquidos, y luego, un polvo inmenso que venía. Era un grupo de venados que venían directo hacia el árbol de chimay. Era una manada, entre chicos y grandes, algunos pequeños con 5 o 6 tarros (cuernos) inmensos: “Oox jek (tres tarros enramados), can jek un bac (cuatro tarros enramados). Venados de todos los tamaños que comenzaron a rodear el árbol, y entre ellos había algunos chaparritos que tenían entre sus tarros inmensos panales de avispones que, según los viejos, matan de una sola picada. Felipe se dio cuenta que lo rodeaban cada vez más venados, y decidió sacar su carabina. Disparo una, disparo dos, disparo tres y se quedó sin sus seis cartuchos. Ninguno cayó. El hombre pensó que esos kej no eran de carne y hueso, eran de aire, de malos aires, ¡del mal viento, pues!. Felipe se acordó de la piedra que tenía en su sabucán, la buscó rápidamente, la tomó entre sus manos y la tiró lo más lejos que pudo. Como una piedra imán con desaforado magnetismo, tunich kej atrajo hacia ella a la manada de venados, y uno de ellos, Felipe no se dio cuenta cuál, abrió el hocico, se la tragó al instante, y al instante desaparecieron los venados, metiéndose a lo más tupido de la selva. Felipe nunca volvió a cargar su carabina.
Historia del hijo de don Ros
Este otro relato de tunich kej nos lo contó don Rosendo Alcocer, trabajador de la misma finca Tzubil. Ros es originario de San Francisco, una comisaria de Peto que queda por el camino a Ichmul. Un día el hijo de don Ros tiró un venado, lo benefició y sacó de su panza una “cosita”: “No es piedra –cuenta don Ros-, es casi como una esponja”. Ros contaba que cuando su hijo iba a la milpa, siempre tiraba dos, tres venados. Que los venados llegaban solitos, y tal vez, supongo yo con mi cientificismo abstruso queriendo explicar lo inexplicable, tunich kej sea una especie de magneto que hace que el hierro de la sangre de los venados sea jalado por la fuerza de esta “esponja”. Ros razonaba que si su hijo hubiera salido todo el día, todo el día estaría matando venados. La gente de San Francisco le preguntaba: ¿Tienes acaso la virtud del venado?, el hijo de Ros lo negaba. Pero el tiempo de la abundancia fue diluido gracias a su mujer. Una vez, el hijo de Ros fue a Peto a pregonar que tendría carne de venado para el día siguiente (porque se daba el lujo de vender la carne antes de haber ido a cazar), y olvidó entre sus ropas el tunich kej. Su esposa, que iba a lavar la prenda del marido, bolseó el pantalón “y vio esa cosa”, esa esponjita, y aunque lo volvió a meter en la bolsa, tunich kej ya no servía. El hijo de Ros supo esto, que su mujer vio la piedra, y supo que se había jodido la virtud. Al día siguiente llevó al descompuesto tunich kej al camino de los venados y lo plantó allá. Un venado vendría, se lo tragaría y lo magnetizaría nuevamente.

sábado, 10 de agosto de 2013

¿ES DE GRATIS LA SALIDA DE CARO QUINTERO?

Caro Quintero tiene 61 años. Biológicamente es un hombre grande pero no viejo. Pero en años narco, es un ser matusalénico, alguien que a los 50, a lo mucho, debió haber estado muerto, y de ahí la gran sensación que ha engendrado la noticia de la salida de este viejo jefe del narco en México. Sin embargo, hay un capo mucho más viejo que Caro Quintero, todavía en activo, y que las malas lenguas dicen que es el verdadero jefe del cártel de Sinaloa (organización a la que pertenecía Caro Quintero), me refiero a Ismael el Mayo Zambada, que nacido en 1948, tiene sus muy bien llevados 65 años. El Mayo Zambada es un ser irreal, se sabe casi nada de él, se sabe que es un ser ubicuo y que rara vez aparece en las notas de la prensa; y por eso cuando lo entrevistó en el segundo trienio de 2010 el decano de los periodistas en México, Julio Scherer García, esa entrevista tenía sus dados cargados, iba expresamente dirigida al gobierno de Calderón, le recordaba que el gobierno estaba haciendo desmadres con el Ejército desatado, cosa que rebasaba las anteriores formas de relación que se daba en "otros tiempos":
"Zambada no objeta la persecución que el gobierno emprende para capturarlo. Está en su derecho y es su deber. Sin embargo, rechaza las acciones bárbaras del Ejército. Los soldados, dice, rompen puertas y ventanas, penetran en la intimidad de las casas, siembran y esparcen el terror. En la guerra desatada encuentran inmediata respuesta a sus acometidas. El resultado es el número de víctimas que crece incesante. Los capos están en la mira, aunque ya no son las figuras únicas de otros tiempos".
El problema del narco, para Zambada,no era cosa tan fácil de extirpar, porque:
"El narco está en la sociedad, arraigado como la corrupción".
Y uno se pregunta. ¿Es de gratis la salida de un viejo narco como Caro Quintero, supuestamente "jubilado" del narco?, ¿o en los próximos días veremos que lo que se trató, fue de un canje que nadie sospechaba? Con el PRI, ese partido que duró demasiados años en el poder, que conoce todos los entresijos y recovecos del poder que creó, todo puede suceder.

EL TREN DE LA "PACIFICACIÓN" DE LOS REBELDES DE CHAN SANTA CRUZ

La construcción del Tren Mérida-Peto inició en 1879 , pocos años después de que Catmís comenzara su senda explotadora en la región, como una empresa cañera altamente productiva y, por lo tanto, altamente esclavista. El fin de su construcción estribó en la bonanza azucarera del sur, reiniciada en Tekax, y que despuntaría en Catmís años antes del inicio de la Revolución (a nivel nacional, en 1910, y a nivel local, en 1911 con el levantamiento campesino en la villa de Peto).
***
Además de la integración económica entre el noroeste henequenero con el sur cañero, el tren Mérida-Peto sería una herramienta imprescindible para que, a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, se iniciara con los trabajos de “pacificación” de los rebeldes de Chan Santa Cruz. Esta vía férrea era “una parte decisiva del plan militar mexicano” para la pacificación. Como dijo Rodulfo G. Cantón el 16 de enero de 1882, sobre esta integración económica y geoestratégica:
“Como el desarrollo que la riqueza pública vá a tener en nuestro Estado con la realización de aquella vía será grande y por consiguiente el movimiento mercantil considerable, necesitamos poseer terrenos amplios y suficientes para establecer el paradero con todos sus almacenes de depósito, talleres y accesorios…una empresa cuya realización lleva consigo la conclusión de la Guerra de castas y el inicio de una etapa de prosperidad..”
Para febrero de 1898, “la vía estaba a 32 kilómetros de Peto: lo suficientemente cerca como para poder contar con ella y usarla para el transporte, aunque no pasarían más de dos años antes de que la vía llegara a su destino” (Dumond, 2005: 598), que era los eriales polvosos situados al norte de la villa de Peto, rumbo al pueblo de Tahdziu. Sin duda, no por nada pondría en Peto su cuartel militar el general Bravo: Peto era el punto idóneo para la pacificación que a sangre y fuego se iniciaría para fines del siglo XIX.
Fuente:
AGEY, Poder Ejecutivo, sección Dirección general de ferrocarriles de Mérida a Peto, serie Gobernación, c. 345, vol. 295, exp. 67 (1880)

miércoles, 7 de agosto de 2013

"No creas que por tí hice todo el esfuerzo de fugarme, sino por la otra": Los vericuetos de Esteban Cen

A Esteban Cen, vecino de Tahdziu, los de Santa Cruz lo atraparon en su milpa en la invasión que hicieran estos en febrero de 1879 a ese pueblo, con una tropa numerosa de 600 hombres. La familia de Cen también se encontraba en la milpa, pero solamente a Cen y a una hija lograron atrapar. En su milpa, a una legua de Tahdziu, Cen repentinamente se encontró rodeado por “una turba considerable de indios”. Amarrados fuertemente, Cen y su hija, junto con otros 13 cautivos , fueron conducidos por un picado bajo del monte hasta desembocar al pueblo fantasma de Ichmul; desde ahí pasarían a Sabán, otro pueblo lleno de fantasmas por la guerra de castas, donde tomaron un camino hasta Santa Cruz, llegando a los siete días de la aprehensión de Cen. En el cabo de ese cuartel rebelde:
[…] salió Crescencio Poot con una cruz a recibir a los incursionadores, y en aquel acto los titulados oficiales, prosternados, besaron los pies de dicho Poot, y en seguida los condujeron á la plaza principal, en donde, después de recogido el parque á la fuerza, se le retiró á atender sus sementeras, emplazándola para después de la siembra de aquellas, á fin de ocupar los pueblos de Tixualahtún y Tahdziu y los ranchos Balancob, Yaxcopil y otros en circunferencia de esta cabecera [de Peto] .
A los capturados se les pasó en un calabozo, donde los sacaban por las mañanas y las tardes a desyerbar la plaza principal, sin maltratarlos. A los 15 días de su estancia en Santa Cruz, los cautivos fueron repartidos entre los capitanes rebeldes. Cen y su hija pasarían a trabajar en el rancho Sahcabchen, del comandante rebelde Victoriano Vitorín, donde se criaban cerdos para, al parecer, vender en los pueblos de Honduras Británica. Cen aprovecharía, precisamente, un viaje que Vitorín efectuó para vender cuatro cerdos, para fugarse con su hija, recorriendo el camino que habían transitado los rebeldes para llevarlos a Santa Cruz. La travesía del regreso de Cen y su hija duró 9 días, sustentándose del pan que Cen día a día había economizando.
***
Días después de la declaración de Cen, el 22 de abril de 1879, el jefe político del partido de Peto, Nazario Novelo, manifestaba al gobernador que un día antes, el jefe principal de las Colonias militares le dirigió un oficio en el que le informaba que tenía noticias de que Cen había vuelto solamente “en busca de su esposa para regresar á Chan Santa Cruz”, por lo que le rogaba a Novelo que ponga de inmediato “ a disposición del Comandante militar de esa plaza” a Cen, a fin de proceder contra él. En su respuesta al jefe de las Colonias militares, Novelo salió en defensa de Cen, porque, en su concepto, las noticias vertidas contra Cen eran simples “especies” falsas propaladas por un periódico. Novelo refirió que “sin vacilar lo pondría a disposición de usted si las especies consignadas en la parte de Gacetilla del periódico titulado 'El fronterizo' que vio la luz pública el 19 del presente mes fuesen ciertas” . Novelo manifestó que al enterarse de lo dicho por la gacetilla de El fronterizo, inmediatamente comisionó al Juez 2º de paz de Peto para practicar las diligencias necesarias:
[…] y de las catorce declaraciones tomadas á personas de entero crédito, aparece que al segundo día de hallarse Cen en esta Villa, empezó á pedir a su esposa un real para continuar bebiendo aguardiente, y como ésta se lo hubiese negado, de resentido Cen le dijo que no creyere que por ella había hecho un esfuerzo por fugarse, sino por una concubina con la cual la celaba a dicha su esposa.
Novelo terminaba la defensa del enamoradizo Cen, diciendo que todo era un burdo embrollo de faldas, y que era lo contrario a lo que había publicado el referido periódico, y que no había lugar para proceder contra Cen, quien seguramente para estar más resguardado de posibles incursiones de los de Santa Cruz, había pasado su domicilio de Tahdziu a Peto con toda su familia, donde “la opinión pública le es favorable”.
Fuentes:
Jefatura política de Peto, declaración de Esteban Cen, 8 de abril de 1879. La Razón del Pueblo, 16 de octubre de 1879.
***
AGEY, Poder Ejecutivo, sección jefatura política de Peto, serie Milicia, Nazario Novelo comunica al gobernador noticias contra Esteban Cen, c. 339, vol. 289, exp. 10 (1879).

sábado, 3 de agosto de 2013

"LEYENDAS, CEREMONIAS Y PASAJES DEL MAYAB": APUNTES DE UN LECTOR

Más que una frase inventada, Yucatán es una tierra garciamarqueña: por su sol rompe piedras y clima húmedo, como rompe piedras y climas húmedos son algunos de los ambientes de la narrativa garciamarqueña. Pero más preciso, Yucatán es un país donde lo real maravilloso es la cosa más corriente de todos los días. He dicho en una ocasión, que la síntesis olfativa de Yucatán descansa en los olores de una naranja agria podrida, y podemos decir, además, que el mundo encantado que nos rodea apenas dejando atrás los cabos de los pueblos del interior de Yucatán, se debe, sobre todo, a esa persistencia ubicua del folklor maya entrampando las narrativas orales, los cuentos, las creencias y ficciones verdaderas de la literatura viva trasmitida al calor de las conversaciones cotidianas.
***
En mi afán por integrar a mi herencia lectural la narrativa popular, hace 5 años comencé por hacerme de una literatura del folklor yucateco, mediante libros donde lo primordial fuesen las “leyendas, ceremonias y pasajes del Mayab”. El 11 de julio de 2008 tuve la oportunidad de conocer a don Evelio Tax Góngora, escritor del pueblo de Tzucacab que se preocupó, a lo largo de su fecunda vida como maestro de varias generaciones, en insistir en los cuentos y leyendas escuchados desde su infancia, y desde ese momento, supe que mi destino estaba cifrado: provenía de una estirpe de fabuladores que, como don José Isabel Tax, prefieren un buen relato y un sabroso cuento para estar a gusto con los días acá bajo el sol, en la tierra de los muertos.
***
Don Evelio, tío de mí madre, fue corresponsal de la región del oriente (las poblaciones de Espita, Cenotillo, Buctzotz, Acanceh, Dzitás, Tunkás, Dzoncahuich y Yaxcabá) en innumerables diarios del estado de Yucatán (desde 1960 hasta 2009, mandó sus crónicas y sus apuntes al Diario del Sureste, el Novedades y el Por Esto!), cronista vitalicio del pueblo de Dzitás, estudioso de la danza del Kotz-Cal-Tzó, autor de dos libros escritos (escribo "libros escritos", porque al morir, en el año 2009, dejó un rimero de hojas borroneadas que él había señalado como posibles libros, como Mis memorias, Pueblerina, y Leyendas de mi tierra) que demuestran su talante de caminante al ir en busca de relatos que contar, por todos los pueblos y la historia escrita de Yucatán. Para Fidelio Quintal Martín –otro maestro de pueblo comprometido con el trabajo intelectual visto como un apostolado-, haciendo el obituario de don Evelio, las enseñansas y las crónicas de este último le hacían escribir lo siguiente:
Evelio Tax Góngora dio honor a su apellido maya, Tax que, en idioma maya significa plano y por extensión, firmeza, equilibrio, honorable; también honró a su pueblo escribiendo como un auténtico cronista sobre la vida que se desenvolvía en las comunidades campesinas de Yucatán, escribiendo un formidable libro de crónicas periodísticas. Fue un servicio a la cultura de valor sociológico en donde la vida social aparece como hechos articulados y acumulados de partes de la naturaleza que rodea al hombre y que demuestra el desarrollo de la historia en donde el hombre actúa como sujeto o ser social, aclara las peculiaridades del hombre en el medio en que vive. Esa cultura es la de que trata Tax Góngora, de esos pueblos, sus costumbres, dramas y tragedias de cada día. Pero Tax Góngora no paró ahí, también hace referencias del pasado, habla de la historia en forma narrativa, es un historiador al modo que dice don Luis González y González un famoso historiador de El Colegio de México; una historia hecha o dicha o escrita del modo común que se diferencia de la historia especializada, metodológica o académica conservando su naturaleza esencial de ser el conocimiento del presente, y pasado del hombre.
Un microhistoriador de las costumbres, de las creencias y de toda esa gama mítica-ficcional creativa de los pueblos del Yucatán profundo. Fue un Gran Maestro folklorista (si hubiera tenido la suerte de ir a Chicago como Villa Rojas, estoy seguro que hoy tendríamos joyas etnográficas de la antropología, pero don Evelio no era un intelectual: era un creador y recreador de fábulas y relatos), alguien que, con su hablar pausado, su sencillez y su talante pedagógica de más de 50 años al frente de los salones de primaria, supo llevar a letra impresa las conversaciones y las evocaciones de innumerables personas que, en su afán pedagógico, apuntó en su libreta de escritor. Con esto subrayo una característica profesional suya: su creencia en la corresponsalía, su pedagogía trashumante, de dar a conocer lo que el pueblo llano, el pueblo maya, sabe y ha sabido desde hace tiempos: que el Mayab es una tierra encantada donde se cruzan fuerzas vivas, vientos que hacen el bien o hacen el mal según como lo veas; una tierra donde el Rey de los venados cabalga todos los días con sus grandes tarros milenarios, una tierra de pájaros y animales que hablan y enseñan más que cualquier universidad. En el prólogo a su libro Leyendas, ceremonias y pasajes del Mayab, don Evelio nos señalaría, a nosotros sus lectores, el origen de los muchos relatos que aparecen en dicho libro de 200 páginas bien condensadas. La infancia es destino, ha dicho la sabiduría del pueblo, y esto embona a la perfección en el caso de don Evelio:
La primera persona –indicaba el autor- que me enseñó, y quien me contaba cuentos y leyendas, fue mi abuelo, don José Isabel Tax […]
Recién salido de aquellas normales que dieron fuste y vertebras al Yucatán postrevolucionario, laborando como profesor de primaria en varios pueblos del interior de Yucatán, “aprendí y viví –cuenta don Evelio- de otras leyendas y relatos de nuestra gente, campesina en su mayoría”. Sus relatos, que primeramente daría a conocer en los diarios de la Península, algunos fueron de origen vivencial que, al andar “por esos pueblos maravillosos”, los recopiló “como las leyendas de nuestra tierra, ya que los habitantes, nuestros hermanos los mayas, tienen un amplio conocimiento de ellas y las transmiten, la generalidad de las veces, oralmente y de generación en generación”. Entre los relatos de su abuelo y las enseñanzas del pueblo, me llama la atención, precisamente el relato denominado El Abuelo (el abuelo de don Evelio viene siendo mi otro tatarabuelo, José Isabel Tax):
Desde que tuve uso de razón recuerdo a mi abuelo. Tendría yo unos ocho años de edad y me acuerdo tal como era: de estatura mediana, piel morena clara, ojos aceitunados y cabello rizado. Mis hermanos y yo vivíamos con mis padres en una casa de paja en mi pueblo natal de Tzucacab y el abuelo tenía la suya en el centro del solar, también de paja. Era agricultor, ya que en ese entonces se lograban las cosechas óptimamente porque las lluvias caían con oportunidad y los campos eran fértiles.
De su abuelo, don Evelio aprendió “muchos de estos cuentos y leyendas, y como mi mente infantil no distinguía lo verdadero de lo falso, yo creía que aquellos seres existían”. La clásica Xtabay, el venado del pelaje blanco, el canto de la torcaza y hasta literatura de la vertiente oriental –con su filtro occidental- como Los Tres Mosqueteros y los relatos de Las Mil y una noches (Alí Babá y los cuarenta ladrones, Simbad el Marino, Aladino y la lámpara maravillosa), fueron algunos de esos cuentos que su abuelo le trasmitió (en mi investigación histórica sobre la región sur de Yucatán, si en algo se puede jactar la población de esa región que va entre Peto y Tzucacab, es en el tesón que le dedicaron a la enseñanza de primeras letras en la segunda mitad del siglo XIX; por eso, no dudo que haya caído en las manos de don José Isabel el borgeano libro de Las Mil y una noches).
***
De los innumerables relatos que aparecen en este bien escrito libro (claro en su escritura que se apacienta en la oralidad, y ameno por las anécdotas y las pequeñas tramas que va tejiendo), puedo señalar más de la mitad de los relatos (67 en total) que me entramparon, pero esta nota nunca acabaría. Sin embargo, señalaré dos relatos. El primero es una referencia –un párrafo solamente- que toca el ambiente de los años 1930 en que la fiebre del chicle invadió a los pueblos antiguamente fronterizos, como Peto y Tzucacab. Allá por 1935, cuenta don Evelio (que había nacido en 1925), en su pueblo natal, Tzucacab:
[…] bullía de gente de diversos lugares, tanto de nuestro Estado como de otros, tales como tuxpeños, mulatos, negros de Belice, hasta chinos, coreanos, cubanos y centroamericanos, ya que dicho lugar era donde se hacía la contratación de chicleros, en especial en los meses de abril y mayo.
Uno de los contratistas de importancia en el pueblo de Tzucacab era don Pedro Silveira. Al contratar, a cada chiclero le entregaba un anticipo para su trabajo en los zapotales y para que deje o mande dinero a su familia. El comercio de Tzucacab “estaba regenteado por los Carrillo, los Solís, los Ávila y por los Rodríguez”, que hacían su agosto en pleno mayo o junio. Todas las cantinas se atascaban de chicleros que pedían guaro antes de subir a la chicleada. “Así sucedía para la ida y para la bajada de los chicleros”, que ocurría esta última para diciembre, y que en Peto, cabecera histórica de esa región, la bajada de los chicleros coincidía con la fiesta anual de finales de año. Seguramente que la subida de los chicleros para 1935, no es del todo distinta a la descripción que diera una nota del pueblo de Tzucacab, aparecida el 3 de julio de 1923 en La Revista de Yucatán. Decía la nota que:
Con motivo de la temporada de extracción de chicle, que tan buenos augurios presenta, se intensifica aquí el movimiento de chicleros, quienes afluyen de los centros de explotación para celebrar sus contratos con los concesionarios que trabajarán en este año…La subida de chicleros [conformando 620 unidades de trabajo] a las monterías del sur ha provocado reyertas entre los mismos, abundando las camorras, los trompicones y las cuchilladas. La policía se ha puesto a la altura de su deber.
El Tomokchi’ (mal agüero): los heraldos de la langosta
El segundo apunte de este libro, fue “Cuando los venados invadieron los pueblos a un año de la Gran Tragedia”. Era el año de 1937, y la Gran Tragedia que refiere don Evelio es la plaga de langosta, que don Evelio fecha en 1938 como el primer año que apareciera por los campos del sur. No tengo fichado, por ahora, documentación periodística de la langosta para 1938, pero para 1940 ya había aparecido en varios puntos del estado (principalmente, en la zona henequenera), pero de que la langosta apareciera desde fines de la década de 1930, es un hecho. En una entrevista múltiple con campesinos de Peto realizada el 2 de mayo de 2013, estos fechan como finales de la década de 1930 la aparición de la langosta, que aunado con el “sabaká” y tres años de sequía, forzaron a muchos milperos de Peto “a irse de a huevo a los zapotales” (frase del ex comisario ejidal de Peto, don Juan Ek Sosa), otros a trabajar en la carretera Peto-Chetumal, y otros a la zafra en Catmís. La langosta, las inmensas mangas de langosta que cundirían nuevamente los cielos azules de Yucatán, que tapizaría la sierrita de Tzucacab, antes de venir mandó a sus emisarios.
***
El primer emisario fueron las lluvias, que comenzando para mayo, duraron más de lo normal para ese año, prolongándose e inundando los akal-ches, tierras que abundan en la falda de la sierrita: “las lluvias no cesaban de caer y llovía en forma torrencial todos los días, fuera uno que otro, que aparecía el sol, siendo a veces por breves horas”. Con los ojos de agua inundados, los akal-chés y caminos empantanados, esto provocó que las alimañas insectiles se reprodujeran: tábanos, chaquistes y mosquitos comenzaron a invadir con sus zumbidos y picadas, hiriendo con sus piquetes vampíricos tanto a hombres como a animales del campo domesticado (ganado, mulas, caballos, burros), así como del campo salvaje (venados, conejos, jabalíes). Las sementeras de maíz que se encontraban en la parte baja, sucumbieron; no así las que se encontraban en parte alta, y al norte de Tzucacab. La caña pareció importarle poco la inundada, porque a esta gramínea le beneficiaba. Don Evelio refiere que debido a tantos ataques que sufrieron los animales del monte, principalmente los venados, por los meses de julio y septiembre de 1937 “fueron abandonando su hábitat natural, huyendo en busca de regiones menos hostiles y fue así como llegaron a invadir los pueblos. No pasaba día que hasta a los solares llegaran, siendo matados a palos”. Todo el pueblo, para esas fechas, se hartó de carne de venado comido en pibil, los niños andaban de casa en casa pregonando ese manjar vendido en diez irrisorios centavos el medio kilogramo. Tanto abundó la carne en aquellos días, que llegó un momento en que nadie la compraba, y más cuando se supo que los venados morían solos en el monte, víctimas de los ataques de los tábanos y mosquitos. Los más viejos del pueblo, los conocedores de las acechanzas de los malos vientos, los que sabían que aquella cadena de sucesos extraordinarios –lluvias largas, insectos vampíricos, el galope de los venados en las calles del pueblo- no llevaba nada bueno, concluían que eran presagios, malos presagios; que era el terrible Tomokchi’: algo peor ocurriría, y las miradas de los viejos se nublaron de tristeza. Para mediados de 1938 los malos augurios llegaron volando. Cuando las milpas prometían gordas y lozanas mazorcas, el viejo enemigo del hombre maya, la langosta, o tzak o sáak en el lenguaje de la tribu, hizo su aparición:
[…] por el oriente –cuenta don Evelio- aparecieron grandes manchas en el cielo, eran millones de langostas (ortópteros, insecto mascador), que devoraban todo vegetal, menos las muy resinosas; entonces, llegó la gran tragedia que se había pronosticado. Arrasaron con las milpas y todo se perdió, nada se pudo salvar y nada se pudo hacer, porque no había medios para combatirlos.
Sin embargo, el coraje de los campesinos de la región se sobrepuso al primer impacto de la carga de sáak, pero poco pudieron hacer:
Los campesinos hacían sonar latas y mucho ruido para ahuyentarlas, o disparaban sus escopetas y las quemaban con teas, pero todo fue en vano. Cuando habían devorado todo, levantaron el vuelo por el poniente, arrasando la mayoría de los pueblos por donde cruzaban.
Para el invierno se calmaron los acrídidos, pero para 1940, para 1941 y hasta para 1942, otra vez aparecerían. Fueron los años malos, y los campesinos no pudieron explicarse cuál era su pecado para tanta calamidad alada. Hubo, entre la gente sencilla de Tzucacab, la creencia de que todo era una venganza contra el pueblo del General Lázaro Cárdenas, por haber decretado Tata Lázaro el 18 de marzo de 1938 la expropiación petrolera, y que vengando esa afrenta contra el Imperio, “algún país afectado” [obviamente que los gringos] trajo “en bolsas las larvas de estos insectos en aviones o en barcos y los dejaron en los montes cercanos a la costa, y al crecer éstos, levantaron el vuelo, ya que como tienen un hambre insaciable, comenzaron a engullirlo todo”. En 1941, como hemos dicho, sáak regresaría a la región sureña –y a todo el estado-, y los campesinos, correosos y expertos en el arte de la resistencia, buscaron estrategias de sobrevivencia. La mayoría de la gente pobre acostumbró el paladar a una dieta a base de raíces; el meollo (o como se refiere la gente sencilla, trastocando las palabras, el “noyo”) de los tallos de las matas de la papaya, las semillas de ramón, las hojas de chaya silvestre denominada tza, eran las ricas viandas en tiempos de crisis. Don Evelio cuenta: “Matamos toda ave comestible, aunque flacos, como Xkaú, las tortolitas y también las tuzas, el armadillo, los venados que ya estaban escasos”. Saák afectó a todos, tanto a los hijos de campesinos y chicleros, como a los hijos de los cantineros, comerciantes y burguesía aldeana del pueblo, porque los años de Sáak, como escribió mi ilustre tío abuelo, eran años “trágicos, de hambre, guerra y muertes, de carencias por todo el mundo”.
Fuentes:
Quintal Martín, Fidelio, "Evelio Tax Góngora: cronista y periodista", en Por Esto!, 11 de febrero de 2009.
***
Tax Góngora, Evelio (2002), Leyendas, ceremonias y pasajes del Mayab, México, Maldonado Editores del Mayab con apoyo del PACMYC, CONACULTA, Gobierno del Estado de Yucatán, Instituto de Cultura de Yucatán, Instituto de Culturas Populares de Yucatán.
***
La Revista de Yucatán, "De Tzucacab", 3 de julio de 1923.

viernes, 2 de agosto de 2013

"LOS INDIOS, SEÑOR, ESTÁN POTENTES...": EL PÁNICO DE LOS NOTABLES DE PUEBLO

H. Congreso del Estado de Yucatán.
***
Los vecinos de la villa de Peto que suscriben, tienen el honor de elevar á V. Honorabilidad su humilde voz, manifestando, que esta cabecera como la más fronteriza al campo de los bárbaros ha visto con sentimiento desaparecer una á una las poblaciones que formaban su partido: simultáneamente han desaparecido Ichmul, Sacalaca, Saban y Tihosuco; más ántes Barbachano y Kankabchen que hace diez y ocho años eran poblaciones florecientes: esto mismo ha sucedido con los pueblos del partido de Valladolid, Tizimín, Espita, Sotuta y Tekax, y en este último punto aún está humeante la sangre de las víctimas sacrificadas por el machete del salvaje.
***
Los indios, señor, están potentes, destruyen diariamente nuestras poblaciones, incendiándolas, saqueándolas y cometiendo en ellas los crímnes más horrendos. No está remoto el caso de que nos veamos en peor situación que la del país en 1848: en peor situación, decimos, porque entonces habían más recursos en las poblaciones abandonadas, donde se proveía el soldado de sus necesidades: hoy casi es peor nuestro estado, y por eso es que necesita de un pronto y eficaz remedio nuestro mal . A la Legislatura anterior nos dirigimos en demanda de una medida que siquiera le pusiese un coto á los desmanes del indio bárbaro, y desgraciadamente, acaso atenciones preferentes, le hizo desatender nuestra solicitud. Hoy volvemos á ocurrir.
***
A V. Honorabilidad, suplicando que tomando en consideración el estado lastimoso que guarda el país, se digne decretar se abra una campaña activa y lo más pronto que sea posible, contra los indios sublevados….
***
Peto, Febrero 10 de 1870.
***
Firmas de los "notables" de la villa
***
Apolinario Gorocica, Canuto Montalvo, José María Ramírez, Felipe Sánchez, José E. Tejero, Rudesindo Gorocica, Juan I. Vázquez, Juan M. Ramírez, Juan C. Barbosa, Domingo Sánchez, Francisco Villanueva, José de la Cruz Brito, Agustín Gamboa, Anastasio Bustillos, Serapio Peraza, C. M. Cardeña, Raimundo Vales Peniche, Félix A. Arceo, Saturnino Salazar.
***
La Razón del pueblo, 21 de febrero de 1870.

Archivo del blog