sábado, 7 de abril de 2012

Francisco May, o el blanqueamiento de un sátrapa rebelde

El general Francisco May Pech fue, en efecto, un vendido: se vendió a Carranza, se vendió a los mexicanos, bajó la cerviz cuando tuvo que bajarla, fue el primer capitalista autóctono de esas tierras del centro de Quintana Roo, antes rebeldes pero hoy solamente adocenadas a los intereses turísticos de la oligarquía cozumeleña y chetumaleña. Podríamos reducir nuestro argumento contra May, diciendo que fue el Mario Villanueva maya de los primeros años del siglo XX quintanarroense, antes de que el gobernador Siurob dijera que no estaría dispuesto a compartir el poder central del territorio de Quintana Roo con ningún indio, y más cuando este indio se había vuelto en un “tirano de su propio pueblo”. Sobre este último tópico, Ueli Hostettler recogió una molestia del gobernador José Siurob del año de 1929, acerca de May: “Por lo demás –se quejaba Siurob-, en la región donde domina May, él pretende ser la única autoridad auxiliado por dos o tres secretarios mal intencionados o perversos, y cómo ha visto [May] que el Centro de la [nación le] le hace caso, cree que no necesita ya respetar al Gobierno Local, quejándose apenas cree que se trata de restarle en lo más mínimo en su poder… Por otra parte es un fantasma la fuerza de este cacique, pues los propios indígenas están ya cansados de su opresión…”. Fue precisamente en el periodo de máxima explotación del chicle, bajo la égida capitalista de May, cuando se dio la escisión de los hermanos separados de X-Cacal Guardia en el verano candente de 1929. Hostettler aporta un dato interesante, estableciendo que el repliegue del grupo de Cituk hacia X-Cacal, tal vez no haya tenido interés en aislarse, sino en el unir a todos los cruzob bajo un solo mando para retomar el control de Santa Cruz:
“A pesar de que el estado mexicano logró finalmente una presencia permanente en la región de Santa Cruz, la situación política y económica también dio lugar a un nuevo conflicto, el que causó la separación del grupo de X-Cacal bajo el mando del Teniente Concepción Cituk durante el verano de 1929 (Hostettler 1996:47-95). En este momento, la población maya de la región enfrentaba dos contradicciones principales. Por una parte, estaban compitiendo con chicleros no mayas por terrenos y bosques en donde explotar el chicle. Por otra parte, los diferentes líderes mayas rivalizaban entre sí por los beneficios del negocio del chicle. Esta situación favoreció al clima de faccionalismo entre los grupos, lo cual nos puede dar una explicación parcial de la separación del grupo de X-Cacal, o los .hermanos separados, que, según Villa Rojas (1987: 128), era como se autodenominaban. Pero también hay indicaciones de que el objetivo de Cituk y sus seguidores no fue tanto separarse de los demás, sino un intento de reunir a todos los grupos bajo un solo mando y de reinstalarse firmemente en Santa Cruz (Hostettler 1996:76-83). Solamente cuando vieron su intento frustrado optaron por la separación (Hostettler, 2004: 175).”
May, sin duda, fue un explotador y un “tirano de su pueblo”, y el teniente Cituk, una persona con una calidad humana superior a la del tirano étnico May, supo desde el primer momento, que con éste último sólo habría continuación de la indirect rule, continuación del coloniaje yucateco, mexicano, turco y gringo…Una cosa que me llamó la atención del general May, fue el hecho de que, aunque no el primero (Crescencio Poot ya lo había hecho con una mujer blanca que se robó de Tunkás en la segunda mitad del siglo XIX), fue el más representativo, el caudillo más emblemático a la hora de llevar a cabo el proceso de "blanqueamiento". May quiso, deseó y puso en práctica el proceso de blanquear, no a él, sino a su posible descendencia. En una palabra, que dejaran de ser indios; ¡vaya!, May vendría a ser, el primer indigenista radical pugnando por la desaparición del indio. En un viaje que hiciera a México para recibir, entre otras canonjías forestales, su grado de general constitucionalista de manos del mismo rascabuche Carranza, May regresó de la gran Tenochtitlán trayendo la novedad de que se había conseguido una prostituta dzulita como esposa...Los macehualobs, al ver este terrible sacrilegio étnico, le dijeron que no, que la devuelva, y May no tuvo de otra que devolver al amor blanco de su vida. El siempre ameno Nelson Reed, en su clásico libro “La guerra de castas de Yucatán” (Era, 1971), da cuenta del hecho curioso de blanqueamiento del sátrapa tropical. Reed dice que después de que Salvador Alvarado diera el visto bueno para que los rebeldes regresaran a su antiguo bastión tropical en 1915, Santa Cruz de Bravo fue otra vez Chan Santa Cruz. Pero idos los blancos, los hijos de la Cruz Parlante –una Cruz silenciada por los pecados de cobardía de sus hijos al permitir que los blancos invadieran su recinto sagrado, no protegiéndola como debe de ser, ¡hasta la muerte!-, decidieron no volver al santuario profanado porque los “malos vientos” de los mexicanos aún rondaban por la manigua húmeda del lugar y los trillos donde pasaron las botas de los invasores. Se dedicaron mejor a quemar locomotoras, vías de tren, las líneas telegráficas plantadas por Bravo desde Peto y con las que informó el día 4 de mayo de 1901, lacónicamente, que “Hoy á las siete a.m, he ocupado esta histórica plaza, capital de los rebeldes”, dando inicio a las celebraciones tumultuarias en la capital de los dzules, Mérida, del triunfo de la “civilización” sobre la “barbarie”; el gran aljibe público que sació la sed de las tropas porfirianas y revolucionarias, fue hecho volar irremisiblemente con dinamita; los malos vientos eran el karma de su claudicación, y eso fue motivo para que optaran los cruzob por regresar a sus pueblos y no a la capital rebelde. Dios, o la Santísima Cruz, tenía cuentas pendientes que saldar con sus pobres indios, con sus “cristianos pueblerinos”, y les mandó la viruela que de inmediato arrasó con los viejos, con los caudillos más ancianos, con los niños; pueblos enteros fueron aniquilados, y de los sobrevivientes, hubo uno que sería otro azote del Dios molesto con sus hijos macehualobs. Sería el bastardo Francisco May, hijastro del general Felipe Yamá. Desde Yokdzonot, May fue la contraparte del cacicazgo dividido entre él y el ladino Juan Bautista Vega. May, como hemos dicho, fue uno de los caudillos, sino el más sanguinario como Bernardino Cen, ni el de más larga duración como Crescencio Poot, sí el más icónico a la hora de poner a trabajar el mecanismo de blanqueamiento. El chicle, esa resina que sirve para la tradición bovina de los gringos de mascar a toda hora, le dio la oportunidad a May de hacer un contrato de explotación de la resina en 1917. Entre un ladino de nombre Julio Martín, el gobernador del Territorio de ese entonces, Octaviano Solís, y May, se apalabró la cosa y este último se fue a...:
“…un viaje a la ciudad de México para que viera al presidente, como paso preliminar a la incorporación de los mayas a la vida nacional. Pancho May se puso, pues, en viaje, y fue el primer cruzob en salir voluntariamente de sus bosques. Era el presidente don Venustiano Carranza, alto, de blanca barba, el perfecto gran padre blanco, que hizo su papel y reconoció a Pancho la graduación de general, le regaló una espada y un uniforme y le impresionó con una revista de la naciente fuerza aérea mexicana. Pero el humilde indígena sacó lo que quería: autoridad sobre veinte mil hectáreas de selva libre de impuestos, más dinero y el derecho de utilizar el ferrocarril, la propiedad de los difuntos Ferrocarriles Norte de Quintana Roo…”
Pero el atractivo de la ciudad blanca lasciva, así como sus mujeres, cautivó al aguerrido sátrapa cruzob:
“Había en la capital otros atractivos. El general se encontró con una dama que superaba a todos sus sueños forestales (en una casa donde había otras damas igualmente amistosas) y no contento con una breve relación, decidió llevársela a casa. Llegó la dama hasta Vigía Chico, donde los súbditos del general le dieron una acogida nada cariñosa; y a pesar de las demandas de Pancho al gobernador para que le enviara tropas con que aplacar aquella rebeldía contra la autoridad debidamente constituida, los cruzob estaban decididos y el general tuvo que dejarla ir. La gran aventura de Pancho había acabado. Se desciñó la espada ceremonial, se quitó el uniforme de general y machete en mano, se puso a cortar las malas hierbas de su milpa” (Reed, 1971: 247).
Muchos años después, en las mismas tierras tropicales del otrora cacicazgo forestal del primer Francisco May, existió otro May –éste, mandamás de un cacicazgo, sí, pero cacicazgo universitario- que, al parecer, blanqueó su condición con una gringa. La historia, como dijo Marx, se repite: primero como tragedia y después como comedia. Mérida Yucatán, 7 de marzo de 2012.

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