lunes, 23 de junio de 2014

El tsikbal como método etnográfico: conversaciones con Armando Cauich Muñoz

En la Universidad de Oriente tengo la fortuna de asesorar una tesis de maestría del maestro Armando Cauich Muñoz. Armando es un maestro en toda la extensión de la palabra, un kaambesaj que se siente orgulloso de sus maestros como el lingüista Fidencio Briceño Chel, y por los hombres y mujeres que ha conocido en sus trashumancias por todos los pueblos de Yucatán, los nohoch maakos (discúlpame, Armando, por mis precarios conocimientos de la escritura que dominas). Cuando me dijeron que lo asesoría en la terminación de su tesis, me recalcaron que “era de Peto”, y tal vez esto fue el motivo principal por el que me interesé, con bastante premura, en su trabajo.
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En efecto, hace dos domingos lo conocí. Hablamos de su tema de investigación (que versa sobre la enseñanza de la lengua maya en escuelas urbanas), y de la plática de su trabajo de tesis pasamos a cosas más “pueblerinas”: “que cómo no te conocía, Armando; que por qué calle vives, que me gustaría leer un libro suyo porque me han dicho que has escrito algo de literatura.” Siempre es un gran alivio encontrar personas interesadas en la defensa de la cultura, y Armando es uno de ellos.
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A mis preguntas sobre su paradero y sus referencias, me respondió que vivía por el camino al pueblo de Tixhualahtun, “cerquita del pozo que queda en medio de la calle”, y que desde hace más de una década, por cuestiones de trabajo, que anda más fuera que dentro de Peto.
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Como a todos a los que nada les ha costado gratis nada, el maestro Armando es un gran batallador. Me contaba que tuvo que vender hasta pollos fritos en Mérida para terminar su licenciatura, así como ayudarle a un albañil por las tardes para solventar sus gastos.
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Preocupado por los temas de la enseñanza de la lengua maya, ha sido colaborador de una Guía práctica de la Gramática Maya, y en internet circulan algunos trabajos de su autoría. Si algo le interesa más al maestro Armando, creo que es la importancia que le da al viejo arte de conversar: el “tsikbal”. En una tesis doctoral que voy finalizando, incurrí sin saber en el arte del “tsikbal”. Quería trabajar la “historia oral” con todo el aparatejo teórico propuesto por mis lecturas de “la memoria” de Nora y los trabajos de Pérez Taylor, pero ahora, estoy seguro, mis conversaciones cotidianas, mis charlas informales con mis amigos de maratónicas conversaciones, como el joven de 90 años Raúl Cob, o el jovenazo de 104 años Ceferino Briseño Solís, o el recordador profesional, don Francisco Poot Aké (todos ex chicleros-milperos, todos de la región de Peto), no fueron otra cosa sino que el viejo arte del tsikbal (visto como tradición oral). Eso fue lo que me dijo Armando cuando discutíamos una investigación etnográfica de otra compañera a quien también asesoro la tesis. Le comentaba a esta compañera, maestra de Chikindzonot, que “vaya y platique largo rato con los abuelos de Chikindzonot para conocer sus tradiciones, mitos, creencias, organizaciones, fiestas, enseñanzas”; y que en eso estriba, a grandes rasgos, la etnografía que he practicado, estando ahí y escuchando al otro, sin descartar el simple chismerío, que eso entiendo de la introducción de Los argonautas del pacífico. Armando señaló que la etnografía es un “tsikbal”, y a grandes rasgos me explicó lo que significa la palabra. Yo de inmediato asentí. Le dije: “tienes razón, Armando, lo que nosotros hacemos, cada vez que conversamos con los mayores de los pueblos, es simple y llanamente tsikbal.” Le dije si tenía algo escrito de eso, y me señaló que tenía un texto y que me lo mandaría al correo. En ese texto, de hace más de 5 años, sin publicar y que sólo ha dado a conocer en la radio XEPET de Peto, el maestro Armando define al tsikbal de la siguiente manera:
Este tipo de comunicación ubicada en el devenir del tiempo, que transmite de generación en generación y de "boca a oído" (como se dice en la India) conocimientos, valores, hábitos, actitudes, quehaceres, costumbres, etc., es una nota fundamental de las sociedades ágrafas como recurso dirigido al mantenimiento de informaciones primordiales al interior de una cultura. Para que ello fuese posible, tales sociedades desarrollaron, a partir del lenguaje manifestado por la voz; es decir, desde las peculiaridades inherentes a la oralidad, estructuras idiomáticas que contuvieran y consolidasen las informaciones susceptibles de ser aprendidas, conservadas, ejercitadas, pronunciadas y transmitidas, por personas oficiantes preparadas, como lo son los oradores y los sacerdotes o chamanes.
Entre la población maya hablante de Yucatán, el “tsikbal” es una lucha de la memoria contra el olvido; o en otras palabras, parafraseando a Pérez Taylor, el tsikbal del pueblo maya yucateco se puede referir a la memoria construyendo el discurso del pasado desde el presente, y a su vez, viendo a la memoria como el lugar de la resistencia. Sin embargo, habría que referir que se trata, actualmente, de una resistencia acotada, restringida, en peligro según yo, por aquella sobre modernidad avasallante y sin memoria que se cierne contra los pueblos del Yucatán profundo en sus estratos más jóvenes.
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Los guardianes de la memoria, los viejos de los pueblos, con la desruralización creciente, la cada vez más urbanizada Península, las migraciones de las nuevas generaciones a polos turísticos regionales y a ciudades grandes de la Península, así como la educación homogeneizante y la misma sociedad mestiza yucateca reacia al tsikbal, van perdiendo escuchas; y la Kuxaan Sum (es decir, “la cuerda que tiene vida”, vista aquí como la continuidad de la tradición oral de generación en generación), una metáfora que gusta siempre recordar otro petuleño inquieto, Bernardo Caamal Itzá, se rompe o se hace nudos que son hiatos que son silencios que se alargan. Creo, con fervorosidad, que los científicos sociales y los maestros, literatos y escritores como Armando Cauich Muñoz o el citado Bernardo Caamal Itzá o el escritor José Natividad Ic Xec (los tres de Peto) con sus trabajos en ámbitos distintos, responden a ese peligro que se cierne contra la cultura. El tsikbal, acotado por Armando Cauich Muñoz, es el arte de la composición del genio de la lengua y de la memoria de un pueblo, pero es, desde luego, un arte de la resistencia. El tsikbal o la tradición oral, es descrito por el maestro Cauich Muñoz de la siguiente manera:
La tradición oral transporta contenidos culturales transmitidos de generación en generación. En cuanto a la producción poética en sí, ésta se da en los territorios de la creación personal y de la tradición oral, pero comparte con los otros géneros una característica principal: reflejan y manifiestan un universo autónomo y autosuficiente, pleno de profunda espiritualidad, asociada a la total identificación con la naturaleza, y que tiene al maíz como símbolo del centro sagrado, cereal que ha constituido, históricamente, la base alimenticia y núcleo de la cosmovisión indígena.
Dos ejemplos de tradición oral
En el tsikbal que he tenido con el maestro Armando, este me ha platicado varios cuentos de tradición oral que personas del sur de Yucatán y de otras regiones, le han hecho saber de “boca a oído”. Una de esas platicaderas tiene que ver con la memoria recurrente de Jacinto Canek Uc de los Santos, que un día de noviembre de 1761 se hizo proclamar Rey de los mayas de Yucatàn, y armó un levantamiento contra el dominio colonial en un pueblo hoy perdido en la selva llamado Cisteil (Kantirix actualmente). Según el historiador de Yaxcabá, mi amigo Joed Peña, es una falacia que en Cisteil-Kantirix, sus habitantes “sueñen con Canek”. Estoy de acuerdo con esa idea, ya que por ese rumbo de Yucatán, cuando inició la Guerra de Castas, en el lejano 1847, esa región quedó completamente despoblada debido a que se convirtió en región fronteriza, a expensas de las incursiones de don Crescencio Poot, “el martillo de Yucatán”. Sin embargo, una cosa es no soñar con Canek, y otra cosa es escuchar el ruido de los vientos. La mitología, las leyendas y tradiciones sobre los vientos, en las creencias del pueblo maya actual, son innumerables. De entrada, casi todos los vientos son malos vientos, y estos malos vientos adoptan formas distintas, figuras de animales, de personas, o de simples sonidos.
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Al maestro Armando, un señor de apellido Uex, de Peto, le contó que por el rumbo de Tiholop, en tiempos de lluvia, se dejan oír ruidos extraños. En esas profundas soledades de pueblos fronterizos, cuando el “aguacerazo” inunda hasta las raíces más profundas de los árboles, el milpero que aguarda a que amaine la lluvia tumbado en su hamaca, en una choza construida para resistir el calor de la tumba, siembra y cosecha; o el cazador que vuelve presuroso de sus pasos en busca del refugio del pueblo que dejó, si tiene el oído aguzado, puede oír claramente pisadas tumultuarias de caballos, relinchos y bufidos, disparos de armas antiguas y abuelas de los buthbil tshonohob (fusiles de chispa). Y puede oír más: entre el ramaje que se mueve con los vientos y el agua caída a borbotones, puede oír retazos de un español antiguo diciendo “indio idólatra, dónde te escondes, reyezuelo de idólatras.” “Es el viento de Canek”, dice el tsikbal de un milpero sureño. “Es el viento de Canek que regresa”.
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Otro ejemplo de tsikbal me lo contó apenas ayer el maestro Armando. Regresando de comer a las 2 y media de la tarde, en el camino una nube, gorda y negruzca, nos seguía. Era una sola nube empanzonada, rodeada de nubes núbiles sin mancha de agua. “Lloverá”, dije, y Armando vio al cielo y se topó con el vuelo apagado de un ch’oom (zopilote): “Creo que no”. La creencia de los milperos para acertar si llueve o no, es ver volar a los chombos. Si un zopilote baja de inmediato, con las alas replegadas, a la tierra, es que se avecina una tormenta: subido allá, entre las copas de las nubes, si le agarra la lluvia, sus alas se vuelven de plomo, y eso significa la muerte segura de esa ave funeraria. A una esquina de llegar a la universidad, vimos una parvada de zopilotes planeando para aterrizar. Había hasta zopilotes apenas en la primera plumada. Todos buscaban refugio en los árboles cercanos. “Será fuerte el aguacero”, dijo Armando. Y así fue, porque a la hora de haberlo dicho, se soltó una macro lluvia en Valladolid que duró más de lo debido. Es el viento del tsikbal que regresa.

2 comentarios:

Carl Crawford Cards dijo...

Hola Gilberto, gracias por compartir tus pensamientos en cuanto a este tema. Varios colegas que tengo y yo hemos discutido las posibilidades y limitaciones de emplear los vocablos mayas en nuestro análisis de la literatura en particular. Por ejemplo, tsikbal comúnmente se traduce como "cuento" en el contexto literario, pero como tu dices el tsikbal hace hincapié en otras relaciones entre el cuerpo y el conocimiento, y entre el receptor y el emisor.

Intenté abarcar el tema en mi libro Telling and Being Told, pero aún hay much, mucho mas que decir en el tema. Otra vez, me encantará leer tu tesis cuando se termine.

Y también te paso el enlace a mi sitio tsikbalichmaya.org. A lo mejor lo has visto, pero allí hay ejemplos de tsikbal que mis amigos y yo grabamos durante el trabajo de investigación.

Karen B. Marin dijo...

Coincido con la visión del Aj ka'ambesaj Armando, el tsikbal es importante cuando uno se dispone a recopilar la tradición oral de los pueblos originarios, es más que una entrevista formal o informal -como solemos llamarle en antropología-. El valor que posee el tsikbal para los pueblos es precisamente la salvaguarda de la memoria colectiva y esto a su vez fortalece los lazos identitarios que se proyectan a través de las estrategias de resistencia que asumen los pueblos frente a una "modernidad" que amenaza con diluirlos, anularlos; mantenerlos en un anonimato e invisibles ante los ojos de una sociedad mediocre.
Ahora, con respecto a la propuesta que manejas en el título sobre llamarle método al tsikbal pudiera parecer a simple vista que se trata de un concepto limitado; sin embargo tiene congruencia, para empezar porque los abuelos así le llaman, segundo porque el investigador sabe la importancia de ello y tres porque le estamos concediendo -no quiero sonar regionalista- en lo académico un lugar de retroalimentación. Así podríamos llamarle notsa en náhuatl, uandandirani en tarasco, etc, etc. Los alcances analíticos, creo yo, pudieran tener mayor riqueza si dejamos de ver la lengua maya con el crisol de la dominación concedida.
Algo qué alegar, ¿por qué método y no herramienta?, porque no es lo mismo llegar con tu entrevista en la cabeza o en mano que platicar puesto que una entrevista te sitúa y marca una cierta frontera con el interlocutor, cosa que no sucede con una plática. Esto está pa' discusión y dos como la gente. Valoro las nuevas propuestas y los retos que se suman a ellas. :)

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