Lugares del feudalismo capitalista yucateco: hacienda Yaxcopoil.
A Salvador
Alvarado, el que vino a liberar a los esclavos mayas de las haciendas
yucatecas, por azares de los infundios destilados por uno que otro turco y
cuantimás ralea reaccionaria que todavía crece entre lo que antes fuera el
inmenso henequenal esclavista; así como por la ignorancia tremenda de una
educación mercenaria, neoliberal y escasa de conocimiento histórico, se le
puede perdonar que haya liberado, precisamente, a los esclavos que hicieron
la riqueza de los ancestros de la claque reaccionaria. Pero lo que no le perdonan estos defensores del “patrimonio
de los yucatecos”, fue el impulso supuestamente “destructor” del gobernador
revolucionario. Dicen que fue un Atila destructor de los templos, pero si
ponemos en una balanza sus elementos destructivos (unos cuantos santitos
descabezados, una iglesia de barrio meridano o pueblerino removida antes de tiempo, un sayal y un
retablo quemado), veremos que fueron mínimos, pequeñeces y cosa de chiquitos si
los comparamos con su impulso creador.
En fin, los ultramontanos, al parecer diagnostican una
gangrena completa, mirando nada más unas cuantas ronchitas anticlericales del
dedo meñique alvaradista. Sus pobres argumentos se restringen al lugar común
que sus abuelas beatas maceraban en el libro de horas de su indignación. A la
vena clerical y nostálgica de un pasado glorioso del mundo antiguo neocolonial que
mueve a los reaccionarios de hoy, se aúna la peste acromegálica de la
ignorancia histórica, común en estos días de barbarie tecnológica, para hacer de
un hombre como Alvarado –ya quiero ver si podrían hacer lo mínimo que hizo el
norteño- un simple carnicero del Lucas de Gálvez, o peor aún, un energúmeno
tocado por las lenguas del infierno.
Azuzados por lecturas restauradoras de los templos
catedralicios[1] de los “amantes”
del patrimonio material de la sociedad de los dzules –iglesias, casonas
barrocamente feudales, paseos de Montejo, avenidas y estatuas broncíneas; todo
una panoplia de obras urbanas que fueron creadas, no en los tres siglos y cacho
de soporífera colonia, sino en menos de cincuenta años de explotación
capitalista a los “pies de la república”, los mayas en las haciendas-, los
supinos ignorantes berrean sus maldiciones de clase contra el forjador de las
bases políticas del socialismo yucateco. Dicen de él estas perlas, trasudadas de
maldiciones:
“Gran destructor de Yucatán, mucha de su obra fue levantada sobre las ruinas de históricos edificios”.
“Malnacido dictador".
“Político parásito”.
“Lo que realmente ofende, es que 100 años después se le sigue festejando su barbarie. A quien se le puede ocurrir festejarle a un destructor y asesino. Solo a uno de la misma calaña o a un ignorante, y eso es lo que tenemos al frente del gobierno”.
No sigo más
con las transcripciones de esta clase de sandeces y estropicios vacunos que he
leído. Baste con estos, pero sin duda habría que decir que esta muestra de neo
escolástico pensamiento que todavía se destila en Yucatán, es una prueba más de
que la historia, la buena, la de fuentes y archivos, hoy más que nunca, debido
a la barbarie tecnológica que gangrena a la sociedad, se hace más que
necesaria.
Es un deber de los historiadores combatir las falacias de los
ultramontanos, pero me sorprende que a los alvaradistas de academia bostezante,
todavía no les haya caído el veinte de que hay que estar siempre prevenidos
para combatir a la reacción. Sirva este artículo para zaherirlos en sus
posaderas grasosas crecidas a base de la tragadera de cochinita pibil, por su silencio criminal de dejar
desamparado, a merced de las tenias y hienas dueñas del cirio de la seudo
historiografía cuaresmal, al general don Salvador Alvarado Rubio.
[1] Cfr.
Sergio Grosjean, “Salvador Alvarado, el ‘gran destructor” de Yucatán”, Milenio Novedades, 23 de febrero de
2015.
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