La Voz de la Revolución, 23 de agosto de 1915. Visita del gobernado Salvador Alvarado a Tekax
El
pueblo de Yucatán, secularmente oprimido al mismo tiempo por el AMO que por el
CURA hipócrita y venal que era su cómplice para eternizar a los indios con las
penas eternas si no daban ciega obediencia y callada sumisión a los poderosos
de la tierra.[1]
Todos los meapilas, come ostias, ultramontanos y
reaccionarios de la historiografía en Yucatán, que son legión, unidos en un
aquelarre siniestro santificado por el dogma hispanista y molinista que todavía
se traen en sus alforjas, recientemente, al saber que 2015 ha sido declarado el
Año del Centenario del Gobierno Revolucionario del General Salvador Alvarado,[2] han
comenzado a vomitar sus infundios, sus lugares comunes como característica de
su pereza de pensamiento, y sus olímpicas falsedades contra la figura señera de
un hombre que posibilitó la arremetida más radical, años después de su partida
de la Península en 1918, del Dragón Rojo
con ojos de Jade de Motul.
El divisionario Salvador
Alvarado (1880-1924), un boticario de pueblo que odiaba la bebida, que era
anticlerical como buen sonorense de aquellos años, y tenía un dejo intelectual
y educativo poco común entre los caudillos de la Revolución; es otro de aquellos
genios militares que trajo la frontera nómada con la Revolución, como bárbaros
que llegaron del norte para darles las leyes a un centro y sur de México, indígena y que todavía rezaba a Jesucristo.[3]
Como su página de Wikipedia lo dice correctamente, Alvarado “fue sinaloense de
nacimiento, sonorense por adopción y yucateco por su obra”. Murió en esa guerra
de militares que duró menos de medio año, y que los estudiosos han denominado
como la rebelión delahuertista.[4] A
Alvarado no se le resta ni un mérito por haber nacido al otro lado de ese vasto
y diverso país llamado México, porque toda su actuación revolucionaria fue,
como correctamente lo han dicho innumerables estudiosos de su gobierno,
constructora de un nuevo Estado nacional que se gestaba entre los ruidos de los
cañones, la barahúnda de las cabalgatas de los ejércitos revolucionarios contra
los restos del ejército de don Porfirio que vanamente Huerta intentó resucitar;
y las guerras civiles entre zapatistas y villistas por un lado, y por el otro,
la fiereza de los sonorenses y carranclanes conservadores.[5]
Si no trajo la
revolución de afuera como Joseph y Wells explicaron y contraargumentaron una
primera tesis “afuerista” del primer gringo,[6] sí
volvió a prender y encauzar, en su gobierno, la mecha del descontento social
que se vio en el periodo del verano del descontento (1909-1913), en el que
innumerables campesinos de los pueblos del sur y oriente de Yucatán hicieron su
propia revolución y rebasaron los objetivos conservadores que primeramente plantearon
los señoritos de Mérida.
La literatura sobre el
Alvaradismo en Yucatán, se mide por kilos en los estantes de tesis, libros,
artículos, poemas, hagiografía y demás chécheres de tinta que existen en los
repositorios meridanos. Tanto en los registros bibliográficos de las páginas de
internet de la UADY y la Biblioteca Yucatanense, existen contabilizadas 69
obras que traten ese periodo. Sin embargo, me parece que esta documentación no
es ni una cuarta parte de lo que contiene ese mundo historiográfico en sí mismo:
Alvarado mismo construyó su legado intelectual al publicar obras donde daba su
visión de cómo se debía encausar la Revolución para la construcción de un nuevo
Estado. Además, las fuentes impresas (La
Voz de la Revolución) y las cajas del periodo alvaradista del Fondo Poder
Ejecutivo, del AGEY, posibilitan una comprensión totalitaria de ese periodo que acunó la arremetida socialista de 1918-1924. No está en mis posibilidades
intelectuales hablar de su periodo, aunque, sin duda, la tesis del maestro Jorge
Canto Alcocer,[7]
y obras de obligada consulta, como los trabajos de Joseph y Paoli,[8] pueden
servir como brújula para intentar una nueva visión de ese tiempo
contradictorio, rico, tajante y multánime, que fue el tiempo de Salvador
Alvarado en Yucatán.
Desde luego, sobre la
figura de Alvarado se puede decir, como afirmaban los viejos profesores
marxistas, que su revolución era una revolución pequeñoburguesa, o más
atenuado, “popular” y, a veces, populista. Sin embargo, los viejos marxistas se
olvidaban de señalar, que sin Alvarado no hubiera existido socialismo en
Yucatán. ¡Así de simple! En una tesis doctoral en el que intento explicarme el
significado preciso de la figura de Alvarado en Yucatán, señalo que en 1915,
con la llegada de Alvarado con sus batallones, la bandera popular sería
nuevamente retomada en forma hasta de “bandidaje” en el Partido de Hunucmá;[9]
los propagandistas de la Revolución, entre ellos Carrillo Puerto, Rafael Cebada
Tenreiro y Rafael Gamboa, llevarían las ideas agraristas a los pueblos
yucatecos;[10]
y las estructuras políticas creadas con Alvarado, pero radicalizadas con
Carrillo Puerto y bajadas a lo local mediante las “ligas de resistencia
socialista”, serían parte neurálgica para la movilización popular en el estado,
dadas un mayor impulso con la gobernanza alvaradista.[11] Ese
año de la entrada de Alvarado por las calles de la ciudad de Mérida, los
campesinos mayas y mestizos de Peto, tal vez envalentonados por las nuevas olas
revolucionarias traídas con la entrada de los 7,000 “huaches de Alvarado,
harían más de un motín, saqueando establecimientos comerciales de los
principales del pueblo, con el objetivo de restablecer la “economía moral” (o la
justicia), rota en el pueblo por turcos usureros.[12]
Si se olvida que
Alvarado gobernó con líderes de pueblos que serían los fundadores del
socialismo yucateco, al mismo tiempo se tacha que Alvarado haya gobernado con
una parte de la élite local, pero se olvida decir que esta élite era, como bien
ha establecido Menéndez,[13] el
segmento liberal, a veces anticlerical y modernista, de los hacendados
yucatecos que fueron excluidos del poder por conservadores cantonistas y
molinistas, posterior del último gobierno liberal de Carlos Peón Machado (1894-1897), en el que las ideas
de la Reforma (separación Iglesia-Estado) se fueron al traste por la subida al
poder de viejos imperialistas como Cantón. Se olvida decir que estos hacendados
yucatecos contrarios a Olegario Molina y la Casta Divina, eran los que
impulsaron en el Verano del descontento, a los campesinos de los pueblos para
el cambio injusto de cosas creado con Molina. A partir de Molina y su reinado
de “modernidad feudal” establecido con su yerno español, Avelino Montes, se
daría un pacto implícito y explícito entre las estructuras de poder divino y
terrenal para la mayor optimización de las ganancias a costa de la brutal
explotación de los mayas en las haciendas henequeneras y cañeras. En lo mejor
de la explotación sistemática a los mayas de las haciendas, recordemos que el
Obispado y la Catedral de Yucatán misma, cobraban, con puntualidad inglesa, “el
diezmo del henequén” a los hacendados, so pena de mandarlos al hipotético infierno
a los que se negaban. Esta iglesia que hizo poco por la liberación de los
indios de Yucatán, y que se opuso a los caudillos de la Guerra de Castas
llamándolos al orden y a la vuelta al rebaño de la abyecta servidumbre, en el
Porfiriato yucateco seguía su abolengo simoniaco de bendecir la barbarie,
favoreciendo a la oligarquía a través de una carta del obispo Mejía, en donde
este tonsurado era de la opinión de que los “divinos” hacendados “eran unos
padres cariñosos para con sus criados”.[14]
Más tartufo y fariseo no podía ser ese cura Mejía criminal.
Alvarado, más que
Carrillo Puerto, post mortem fue el
que verdaderamente triunfó. Siguiendo a la ya vieja escuela revisionista, hay
que decir que no fue la visión humanitaria, justiciera y “pro-maya”[15] de
los socialistas yucatecos la que triunfó de 1940 en adelante, sino la visión capitalista
del Estado que este sonorense tenía desde los primeros tiempos revolucionarios.
Paoli y Montalvo resumieron este aporte indubitable del periodo de gobierno de
Alvarado en Yucatán, que dio pábulo para la alborada socialista, y que comenzó
a descorrer los cerrojos del mundo antiguo y neocolonial en el que el estado, o
más preciso, los mayas del noroeste de Yucatán, estaban entrampados mediante
barrotes hechos con pencas de henequén de las haciendas de los esclavistas
oligarcas:
Alvarado, un
hombre del norte que va al sur con el ideal del capitalismo moderno, que quiere
convertir a Yucatán en un foco de desarrollo industrial y urbano, y que para
emprender esa tarea, tiene que romper los moldes tradicionales, la organización
esclavista del trabajo y la ideología conservadora. El proceso no queda allí,
porque paralelamente a esa transformación, se estaba construyendo lo que
podemos llamar la infraestructura política necesaria para el lanzamiento y
desarrollo del PSSE.[16]
No necesitamos hablar aquí de la liberación de
los peones llevado cabalmente con Alvarado, ni de las legislaciones laborales
y agrarias, ni el fuerte impulso al feminismo de su gobierno, concretizado en
Congresos feministas;[17] o
el saneamiento de las finanzas y la fiebre educadora que el gobernador
pre-constitucionalista tenía, para comprender el tremendo significado de su
gobierno, para la construcción del Yucatán moderno. Estos aportes que
brevemente he señalado, pesada en la balanza clerical y supuestamente “yucatenista”
de los desmitificadores reaccionarios de ayer y de hoy, resultan nada frente al
–para qué obviarlo- defecto de carácter –propio, al parecer, de su tiempo- que
tenía el general oriundo de Sinaloa. Y es que Alvarado era un convencido
anticlerical, y creo yo que, en el caso de Yucatán, su anticlericalismo se podía
entender por las circunstancias cuasi esclavistas en que estaba inmersa buena
parte de la sociedad maya yucateca: entre los ruidos bostezantes del
campanario, y los látigos de los mayacoles,[18]
brazos ambos del poder oligárquico.
Respecto de la vena
historiográfica-clerical reciente en la Península, sin duda una de las fuentes
de las visiones más negativas del Alvaradismo sea el libro de Franco Savarino, Pueblos y nacionalismos, en el que este autor, tocando con pinzas para pulgas las
acciones más importantes del gobierno de Alvarado, estas se opacan por la
persecución de la religiosidad popular que caracterizó el gobierno pre
constitucionalista de Alvarado. La lectura atenta de Pueblos y nacionalismos trasluce el denodado horror que siente su
autor por la figura de Alvarado (y más por la de Carrillo Puerto). En un
trabajo anterior, señalé que podemos ver la talacha historiográfica de
Savarino, como la de un católico protestante-fóbico, y como la
de un re-actualizador de las ideas de la historiografía yucateca derechista,
adjetivada de “revisionista” aunque siga la vejestoria y decimonónica brecha
abierta por Gamboa Ricalde, Hugo Sol, Mena Brito y las cartas pastorales de sus bien
cebados obispos. Para Savarino, un anti maderista y apologista del régimen homicida
de Victoriano Huerta;[19] un
hombre que no cree en la historia oral de los campesinos mayas cuando habla de
la infame época de la esclavitud, [20]
el periodo de Salvador Alvarado se caracteriza, por su vena anticlerical, como
de una época de “terror”
que durante menos de cuatro años se acercó peligrosamente a una experiencia
totalitaria.[21]
Cuando se dio la rebelión del delincuente coronel huertista Abel Ortiz Argumedo
en 1915, tanto las interpretaciones de Joseph,
como Paoli y Montalvo, se escoran a la idea de que la rebelión argumedista era
un signo inequívoco de que la plantocracia yucateca quería, a como diera lugar,
conservar sus privilegios de clase frente a la masa campesina explotada, y para
eso recurrieron a la socorrida idea “soberanista” o separatista, pagándole a
Ortiz Argumedo los denarios necesarios para que sacara a los emisarios de los
constitucionalistas e independizara a Yucatán. Contrario a
estas ideas, Savarino, un defensor del espíritu del “orden” del huertismo,
basado en textos de Francisco Cantón Rosado y, sobre todo, en Álvaro Gamboa
Ricalde –historiadores netamente del conservadurismo historiográfico yucateco-
señaló que en contra de la ocupación militar de Eleuterio Ávila y de Toribio de
los Santos estalló al final la rebelión, “vista con simpatía por el pueblo
yucateco”, y liderada por Ortiz Argumedo. Para Savarino, más que los intereses
de la oligarquía, movía a Ortiz Argumedo otras visiones “patrióticas”: “Los
carrancistas fueron expulsados del estado, y se instaló en Mérida un gobierno
que levantó la bandera de la autonomía estatal”.[22]
¿Asesino
de yucatecos?
El levantamiento de Ortiz Argumedo y los
plantocratas yucatecos, que querían, a como diera lugar, seguir en la insultante
opulencia a costa de la explotación de los mayas; constando de pocos encuentros
de armas, expulsó al segundo gobernador constitucionalista, Toribio de los
Santos y a sus jilguerillos que había traído a Yucatán, y la rebelión
argumedista entró a Mérida al repique estruendoso de las campanas de la
catedral, el 11 de febrero de 1915. Seguramente que con el vomitar de las
campanas catedralicias, la plana mayor de los clericanallas tonsurados le
dieron su bendición al patriota “yucatenista” coronel veracruzano; hombres del
oriente como Juan Campos y otros jefes conservadores locales de la región de
Valladolid, secundaban al brazo militar de la Casta Divina separatista. Sin
dilación alguna, Ortiz Argumedo se proclamó gobernador interino y comandante
militar del estado. El golpista cortó de tajo toda posible reforma social, y
aunque trató de llegar a un acuerdo con su “patrón” Carranza; con una carta de
crédito de 480,000 dólares convenido por intercesión de Avelino Montes, mandó a
una comisión de seis miembros –cuatro de ellos, prominentes molinistas- a
comprar armas y municiones a Estados Unidos para una posible intervención
armada del centro, que vendría luego. Los “Reyezuelos del henequén” incluso
dieron otros dineros a raudales al golpista para lo que hiciera falta.
Pero era cuestión de
pocas semanas para que don Venus mandara, en esta ocasión, a uno de los
“procónsules” más importantes de los “carranclanes”, el general de división
Salvador Alvarado, segundo estratega militar de Carranza después de Obregón, y
dueño de un ejército mucho más numeroso, con soldados más experimentados en el
arte de la guerra, con buena artillería y que traería a Yucatán hasta a un
escuadrón aéreo para hacer sentir la presencia del centro a los refractarios
miembros de la oligarquía yucateca. Al saber de la “invasión” del centro a Yucatán,
varios jóvenes de la oligarquía, como Julio Molina Font, fueron a la guerra
cuidados por los sirvientes de sus haciendas y sus clientes pobres de Mérida,
nomás para defender el estado de cosas en que habían crecido sus padres y
abuelos.[23]
Después de algunas
batallas de poca monta en la hacienda Blanca Flor, Poc Boc y la villa de
Halachó, el ejército de papel que Ortiz Argumedo y la élite yucateca habían
creado, era barrido de forma apabullante, quedando muertos 540 hombres y
haciéndose 622 prisioneros.[24]
La culpa de ese derramamiento de sangre yucateca, no hay que endilgarla, como
señalan los desmitificadores y reveladores recientes del “rostro oculto de
Alvarado”,[25]
al hecho de que el divisionario fuera “un asesino de yucatecos” cuyas tropas
violaban a las bisabuelas por todos los pueblos que pasaban;[26] o
bien, que Halachó fuera “testigo de su despiadada personalidad, ya que su
ejército encontró en el poblado la oposición de un grupo de mozalbetes mal
armados y sin formación militar, a quienes combatieron y eliminaron fugazmente,
siendo que los sobrevivientes fueran pasados por las armas sin piedad.”[27]
Salvador Alvarado, el dictum de la historia es implacable, está libre de toda
culpa respecto al hecho de que los “mozalbetes” de la Casta Divina y sus pobres
peones fueran arriados como borregos por las falsedades que en su momento se
crearon desde los púlpitos, los henequenales y los cuarteles, acerca de que
Alvarado venía a clausurar la “civilización yucateca”.[28]
No hubo ni lo uno ni lo otro, y sí, por el contrario, durante su gobierno se
dio un auge henequenero propiciado por la regulación estatal del mercado de la
fibra, rompiendo así el monopolio de la Harvested-Molina Solís.
La
modernidad alvaradista contra la fe de las tinieblas
Sin duda, el
conservadurismo historiográfico apegado a los cirios pontificales, ve en la
figura de Alvarado a un anticristo redivivo que vino a imponer una fe demoniaca
en la libertad de pensamiento y de la razón. Tal vez no le perdonan a Alvarado
la construcción de más de 1,000 escuelas para los mayas y mestizos yucatecos
viviendo en la ignorancia aspergeada desde los púlpitos, que opacaron a las
casi nada de escuelas de los pueblos (las únicas escuelas eran para las elites
racistas) durante los casi cuatro siglos que duró el régimen colonial en Yucatán
(en el entendido de que el régimen colonial comenzó a disgregarse a partir de
la etapa alvaradista y su secuela carrilloportista).
Para esta tartufa historiografía que, en los más de los casos, deviene en una
cándida hagiografía lectora de salmos, devocionarios y cartas pastorales, el
cuatrienio de Alvarado, en el que se comenzó los cimientos de un nuevo Estado
distinto al régimen oligarca, esclavista y racista de la Casta Divina, se
constriñe y reduce a un régimen de terror para “la cultura popular” de la
fuerte religiosidad de los yucatecos.
Previo a 2015, para octubre de 2014, un “profesor
universitario”, Víctor M. Arjona Barbosa, desde la tribuna del Diario de Yucatán recordaba aquella
“noche de la ignominia” del 24 de septiembre de 2015, en el que la “saña
destructora” de una “turbamulta enfurecida”, realizó un acto de barbarie contra
la cultura yucateca, y una grave ofensa de la religiosidad. Arjona Barbosa se
refería al saqueo de la catedral dirigida por obreros de Progreso y alguno que
otro anarquista gachupín, en el que descollaban como líderes que luego serían
socialistas, Anatolio Buenfil, Jacinto Romero, el masón Diego
Rendón, el sindicalista Héctor Victoria y Baltazar Pagés.[29]
Saliendo de la estación de los ferrocarriles, los hombres se dirigieron a la
plaza principal de la ciudad.[30] Ya
ahí, con gritos, júbilo y cantos revolucionarios, se internaron por la puerta
norte del templo y comenzaron los saqueos de la mole catedralicia construida
con mano esclava de indios. Con picos, palas y barrotes de sus faenas obreras,
decidieron poner fin a casi 400 años de superchería católica. Un iluminado y
tocado por la historia de la Península, Diego Rendón, antes de comenzar los
saqueos, movió desde sus
cimientos a la iglesia catedral con la siguiente frase apocalíptica:
¡Si un Diego de Landa quemó los ídolos de los indios, otro Diego quemará hoy los ídolos de los fanáticos católicos![31]
El Cristo de
las Ampollas, traído de Ichmul en tiempos de la Colonia y con fama de
incandescente, aquella noche ardió en llamas de una forma inenarrable. Con
golpes de hacha fue desempotrado de su nicho, y con notas de La Internacional y La cucaracha, el ídolo negro se convirtió en ceniza eterna,
mientras un negrito cubano de nombre Timbilla, limpiabotas del centro de Mérida,
daba unos sabrosos pasos al son de las guitarras luciferinas.[32]
Las anécdotas que se pueden contar de la “persecución religiosa en Yucatán
durante el periodo alvaradista, son interminables: existen fotos de cristos y
santitos descabezados tanto en Mérida como en los pueblos, las iglesias se
volvieron escuelas, y en donde había cristos ahora solo habría pizarrones.
Podemos decir, que Alvarado dejaba hacer a las clases populares, pero los
desmitificadores clericales se olvidan de decir que estas acciones no pudieron
llevarse a cabo sin un pleno convencimiento de éstas, acerca de que el clero
–mayormente, un clero español[33]-,
representado materialmente por las iglesias, eran los símbolos de los
dominadores cuya negación mediante los saqueos significaban momentos de
eufórica liberación para el segmento más concientizado de las clases populares
yucatecas.[34]
Los
“reveladores” del rostro oculto de Alvarado, como Sergio Grosjean, sin señalar
sus fuentes, incluso le achacan participios en hechos criminosos antes de su
llegada a Yucatán, y ya en tierras peninsulares, aseguran que su gobierno
autoritario,[35] considerado
por Grosjean como de una “fisonomía siniestra”, se escoró en sepultar “la libre
prensa”,[36] y “mandó a ejecutar a individuos sin comprobar plenamente el
delito cometido”.[37]
A este autor, desde luego, se le olvida señalar, que si Alvarado secuestró “la
libre prensa”, la Casta Divina hacía peores cosas con sus críticos, como el
director de El padre Clarencio, Carlos Escoffié, quien pasó largas
temporadas en la Penitenciaría Juárez por aguarle la fiesta a la élite yucateca
al narrar las brutalidades y flagelaciones contra los indios efectuados en las
haciendas de la Casta.[38]
Y se le olvida decir, que el periodo de Alvarado era un periodo pre-constitucionalista,
donde se intentaba realizar un nuevo estado cuyas leyes –sobre todo, las leyes
penales legisladas en tiempos de la Casta- estaban podridas de raíz. En toda
revolución, por si no lo sabe, las leyes antiguas son abrogadas. En toda
revolución, la fuerza es y será necesaria.
Las ideas de
Grosjean, sin duda, como dice mi colega historiador Mario Mex no son nada “reveladores”
de un supuesto “rostro oculto”. Personajes y “revolucionarios institucionales”
como Alvarado, sostiene Mex, se encuentran entre dos perspectivas que se
reconcomen como perros y gatos: la perspectiva oficial, o insitucional, por un
lado, y por el otro se encuentra la perspectiva de que los que, “sin hacer historiografía
retoman el viejo discurso de arcaicos hacendados de la ‘vida peninsular’ o de
la ‘acción nacional’ de hace décadas”. Mario Mex se pregunta: “¿Dónde queda la
historia construida científicamente si ambos bandos han logrado implantar en la
sociedad yucateca su visión desde hace mucho tiempo? Falta bastante por
construir en cuestiones de historia en la región, cosas que realmente sean un
aporte”.[39]
Sirva este texto para abonar a la
discusión historiográfica, pero principalmente, para celebrar aquel annus mirabilis de 1915 en que la “Revolución
desde afuera” había llegado a Yucatán el 19 marzo, fecha en el que una blanca
Mérida veía, desde los huecos de las ventanas y puertas de las casas, un
espectáculo alucinante: el paso marcial de los 7,000 soldados constitucionalistas
-muchos de ellos, como el rebelde de Progreso, Lino Muñoz, vestidos con manta
cruda- por las estrechas calles de la ciudad, haciendo rechinar los oídos de los meridanos
con ese sonido característico de las botas enlodadas: ¡huach, huach huach! Al frente de ellos, el regordete divisionario
Salvador Alvarado, embotonado hasta el cuello su impecable traje albo,
soportaba con dignidad espartana el calor del trópico peninsular.
[1] Salvador
Alvarado, Mi actuación revolucionaria en
Yucatán, citado por Francisco J. Paoli y Enrique Montalvo, en El socialismo olvidado de Yucatán, Siglo
XXI, 1987, tercera edición, p. 49.
[2] La
propuesta comenzó como una iniciativa de decreto signada por el ejecutivo
estatal, Rolando Zapata Bello, para enero de este año.
[3]
Precisamente, el libro de Héctor Aguilar Camín, La frontera nómada: Sonora y la Revolución mexicana, trae como
epígrafe unos versos del poema Esperando a los bárbaros, de Kavafis, cuando los
senadores esperan a los bárbaros para legislar según sus costumbres. Al final, sabemos que los sonorenses en el poder –aún Cárdenas-, en
gran medida, siguieron la senda “moderna”, industrial y capitalista instaurada
desde tiempos de don Porfirio.
[4] Cfr. Dulles, John W. F., 1977, Ayer en México: una crónica de la
revolución, 1919-1936, México, FCE.
[5] Sobre la
construcción del Estado a nivel regional, véase el libro de Paoli Bolio, Yucatán y los orígenes del nuevo estado mexicano, Mérida, Universidad Autónoma de
Yucatán, 2001.
[6] Cfr. Wells, Allen y Gilbert M. Joseph, Summer of discontent, seasons of upheaval:
elite politics and rural insurgency in Yucatan. 1876-1915, Stanford California;
Stanford University Press, 1996.
[7] Canto Alcocer, Jorge, 1995, Socialismo utópico y Revolución en Yucatán,
Mérida, Tesis de licenciatura en Ciencias Antropológicas en la especialidad en Historia, UADY-Facultad
de Ciencias Antropológicas
[8] Paoli, Óp. Cit., Gilbert M. Joseph, 1992, Revolución desde fuera. Yucatán, México y los Estados Unidos,
México, Fondo de Cultura Económica.
[9] Cfr. Gilbert Joseph, 1998, “La última batalla del orden oligárquico.
La resistencia popular y de las élites durante el ‘Porfiriato prolongado’ de
Yucatán (1910-1915),” en Romana Falcón y Raymond Buve (compiladores), Don Porfirio presidente…, nunca omnipotente.
Hallazgos, reflexiones y debates. 1876-1911, México, Universidad
Iberoamericana-Biblioteca Francisco Xavier Clavigero. Eiss, Paul K.
2010,
In the name of El Pueblo: place,
community, and the politics of history in Yucatán, Durham, London, Duke
University Press.
[10] Joseph,
Revolución desde afuera…2010: 219.
[11] Cfr.
Pacheco Cruz, 1953b; González Padilla, 1985; Paoli y Montalvo, 1987; Canto
Alcocer, 1995; Savarino, 1997 y Joseph, 2010.
[12] AGEY,
Poder Judicial del Estado de Yucatán, sección Departamento judicial de Tekax,
proceso instruido a Cancionilo Muñoz y socios por los delitos de robo, asonada
y destrucción de la propiedad ajena por incendio, perpetrados en la Villa de
Peto, serie juzgado de primera instancia de Tekax, c. 83 (1915).
[13] Menéndez Rodríguez, Hernán, 1995, Iglesia y poder: proyectos sociales,
alianzas políticas y económicas en Yucatán (1857-1917), México, Editorial
Nuestra América-CONACULTA.
[14] Peniche
Rivero, Piedad, 2002, “El dulce encanto de la burguesía henequenera.
Resistencia de los siervos de haciendas y estructuradas demográficas en la
época dorada, 1879-1910”, p. 26, en Piedad Peniche Rivero y Felipe Escalante Tió
coordinadores, Los Aguafiestas. Desafíos a la hegemonía de la élite
yucateca, 1867-1910, Archivo General del Estado de Yucatán, México.
[15] Aunque
en este punto, tenemos que acotar que el impulso y revalorización que Carrillo
Puerto diera a la lengua, las tradiciones, la literatura, la arquitectura, la
arqueología y la cultura de la sociedad maya yucateca, a tono con sus políticas
agrarias, no eran sino los mismos brazos de un indigenismo que años después,
con Cárdenas, sería política pública oficial: una revalorización de las
tradiciones indígenas, que se traducían, burocráticamente, en una disección y
una museografía cosificante del mundo indígena.
[16] Paoli y
Montalvo, El socialismo olvidado, p. 49. No necesito decir, que por las siglas
PSSE, se referían los autores al Partido Socialista del Sureste.
[17] Sobre
el tema del feminismo en tiempos de Alvarado, cfr. la tesis de maestría en historia de Alicia Canto Alcocer, Las mujeres a escena: feminismo y revolución
en Yucatán 1915-1918, CIESAS, 20014.
[18] Capataces,
generalmente mestizos, de las haciendas yucatecas.
[19] Cfr. Pueblos y nacionalismo, del régimen
oligárquico a la sociedad de masas en Yucatán, 1894-1925, México, Instituto Nacional de
Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, pp. 330-331.
[20] Ibidem,
p. 346.
[21] Franco
Savarino, 1997, Pueblos y nacionalismo, del régimen
oligárquico a la sociedad de masas en Yucatán, 1894-1925, México, Instituto
Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana
[22] Pueblos y nacionalismos…
[23] Joseph,
1998. Savarino, citando el trabajo de
Molina Font (1955:18), un vástago de la Casta Divina, señala la actitud
resuelta de las “masas heterogéneas”
(“indios con delantales”, “mestizos con sus blancos trajes y taconeantes
alpargatas”, empleados, estudiantes, hacendados, viejos, niños y mujeres) que
defendiendo la soberanía yucateca y decidieron combatir a los “huaches” que
iban a violar a las mujeres yucatecas. Sin embargo, existe una impresión de un
miembro de la clase popular, Wenceslao Moguel, diciendo que la supuesta
“participación” de la gente pobre de las ciudades, se dio sobre todo por la
leva, con varios raptos abiertos, y que una vez reclutados los “voluntarios”,
eran reducidos “a poco más que esclavos abyectos” (Joseph, 1998:444).
[24]
Echeverría, 1985: 33.
[25] Cfr. el
lábil y poco científico texto de Sergio Grosjean, “El rostro oculto de Salvador
Alvarado”, Milenio Novedades, 16 de
febrero; Víctor M. Arjona, “La noche de la ignominia en Mérida”, Diario de Yucatán, 23 de octubre de
2014; y el texto de Félix A. Rubio Villanueva, “Nada que celebrar”, Diario de Yucatán, 20 de enero de 2015.
[26] Félix
A. Rubio Villanueva, “Nada que celebrar”, Diario
de Yucatán, 20 de enero de 2015.
[27] Sergio
Grosjean, “El rostro oculto de Salvador Alvarado”, Milenio Novedades, 16 de febrero.
[28] Cfr. la evocación que del ejército de
Alvarado tenía la élite yucateca refugiada en La Habana, en Antonio Mediz
Bolio, 1985, Alvarado es el hombre, México,
Universidad Autónoma de Sinaloa.
[29] La Revista de Yucatán, 9 de mayo de
1923.
[30] Víctor
M. Arjona Barbosa, “La noche de la ignominia en Mérida”, Diario de Yucatán, 23 de octubre de 2014.
[31] Pueblos y nacionalismo…p. 361.
[32] Víctor
M. Arjona Barbosa, “La noche de la ignominia en Mérida”, Diario de Yucatán, 23 de octubre de 2014.
[33] Cfr. Iglesia
y poder…
[34]En este
aspecto, sigo las ideas de Ranajit Guha señaladas por Saurabh Dube, 2001, Sujetos subalternos: capítulos de una historia antropológica,
México, COLMEX, Centro de Estudios de Asia y África, p. 58.
[35] Y me
pregunto, ¿cuándo nuestra cultura política ha sido completamente democrática?
[36] ¿Acaso
quiso decir la “libre empresa”? Esto lo digo por el hecho de que el gobierno de Alvarado “reguló” la economía henequenera, anteriormente en manos de los monopolios
extranjeros.
[37] Sergio
Grosjean, “El rostro oculto de Salvador Alvarado”, Milenio Novedades, 16 de febrero.
[38] Sobre
estas críticas al Porfiriato yucateco, así como las persecuciones a la poca
prensa disidente en Yucatán antes de la llegada de Alvarado, cfr. Felipe
Escalante Tió, La misa negra del Padre
Clarencio, Mérida, Yucatán, CEPSA, 2014.
[39] Comunicación
personal del historiador Mario Mex, 16 de febrero de 2015.
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