Una vista desde el interior del cenote de Maní.
En cáscaras de cocoyol, un cenote enano que no
parece cenote, el de Maní, dará agua a
toda la humanidad cuando llegue la última carga de los tiempos. Si en 1562
ardió en este pueblo la memoria indígena gracias a los mastines hipócritas del
dios del madero, llegará el día en que esa memoria que intentaron extirpar, recorra
de nuevo esta tierra cuando la cuerda que tiene vida haya sido nuevamente anudada para que
la ardilla le gane al caballo de Castilla.
Será entonces cuando
una vieja milenaria, cansada de caminar los caminos del tiempo, se apropie de
nuevo del cenote enano ayudada por una antigua tzukán, la enorme serpiente vieja, alada y con cabeza de caballo.
Tal vez la tzukán sea la vieja, pero el mito no lo cuenta.
Ella, la madre de
todos, repartirá el agua empozada a cambio de los hijos de los destructores de
la tierra, y desde luego que nos moriremos, no de hambre sino de sed.
La guerra por el agua
se ha iniciado, el mito era verdad: hoy se reparte ja’,[1]
privada y en modernas cáscaras de cocoyol llamadas botellas de plástico.
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