martes, 21 de julio de 2015

El affaire Nuñez Arancibia y los desfiguros de la Academia Mexicana

El ex doctor colmexiano


“[…] nuestro oficio se practica sin prisas ni pendejadas burocráticas, leyendo más de lo que se escribe, pensando más de lo que se publica…”

El epígrafe que antecede estas palabras, polémico, claro y sin tapujos, lo escribió el investigador y profesor del Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales de la Universidad Veracruzana, Luis Fernando Granados. El doctor Granados, miembro del Observatorio de Historia,[1] ha escrito un texto devastador y, al parecer, difícil de rebatir, llamado “Cómplices del plagio”.[2]
El caso Nuñez Arancibia, que fuera “tendencia” en redes sociales hasta revolver con su ruido y furia de dicterios, lamentaciones, escupitajos y mea culpas de ríos de tinta, el en apariencia bonancible gallinero académico mexicano hace unas semanas, le sirve al doctor Granados, como texto y pretexto para argumentar una autocrítica que ha abierto brecha para que otros posibles académicos (sobre todo, los siempre taciturnos historiadores), serios y que aman su profesión artesanal de hacer avanzar el conocimiento en sus áreas, y alumnos dispuestos a empaparse de la vida académica e investigativa desde sus primeros años universitarios; hagan la crítica incisiva de los “usos y costumbres”, manías y maneras, figuras y desfiguros, conchabamientos y aburguesamientos, de la Academia Mexicana. Fue tan certero en sus apreciaciones el texto del doctor Granados, que hasta la que fuera directora de tesis del delincuente chileno Rodrigo Nuñez Arancibia, María de los Ángeles Pozas, así como otro connotado investigador, respondieron. El historiador Roberto Breña, un “rechazado y rijoso”[3] colmexiano (recordemos que el COLMEX es una de las instituciones académicas con vela en el entierro del caso Nuñez Arancibia), que con otros investigadores ya había dirigido una carta abierta a la opinión pública, a la comunidad académica mexicana, al Sistema Nacional de Investigadores del CONACYT, y a las instituciones superiores educativas del país,[4] saludó con entusiasmo el artículo de Granados. Aunque manifiesta no estar de acuerdo con la utilización de la palabra “cómplice”, Breña expuso que lo que le parecía más rescatable del texto, era la idea de que “si queremos realmente terminar con el plagio (o, mejor dicho, reducirlo lo más posible), debemos pensar en una serie de medidas que vayan más allá de nuestra capacidad para detectarlo y de castigarlo cuando se presenta”. Breña, que en su momento había prestado atención a otro plagio descomunal,[5] dijo que la indignación – ¡y vaya que el caso del chileno causó toda la indignación sulfurosa, estancada en la bilis de más de un doctor de alto nivel investigativo y sin trabajo!- “no sirve para nada si se piensa en términos de futuro”, y que “Tampoco hay que convertir al medio académico mexicano en la noche en la que todos los gatos son pardos”.[6] Desde luego que en la Academia Mexicana, con sus regionalizaciones como la Academia Yucateca o peninsular, la que conozco más, existen sus sanas excepciones a esa especie de regla que en la actualidad, debido a la barbarie educativa neoliberal y a la masificación sistemática de la educación, se patentiza en doctorados donde las exigencias académicas, el espíritu libresco y el afán de conocer por conocer, se vuelve rara avis.[7]
María de los Ángeles Pozas, del Centro de Estudios Sociológicos del COLMEX y que fuera la responsable de dirigir “la tesis” doctoral, es decir, el copy-paste del pirata chileno, apuntó algo que me parece hay que tomar en cuenta, para no caer en la trampa de satanizar de raíz y en bloque a la Academia Mexicana, que si bien está plagada de simuladores, vividores y falsarios (sobre todo, en universidades donde es ubicua la mano corrupta de intereses distintos a la academia),[8] igual cuenta con maestros en toda la extensión de la palabra, e investigadores que han hecho florecer, más que en ningún otro momento de la ciencia en México, el saber y la enseñanza en el país.[9] Pozas, con su mea culpa extemporánea, expuso lo siguiente:

Pero en el Centro de Estudios Sociológicos (del COLMEX) abunda la pasión por el conocimiento, el interés por lograr formar a los mejores sociólogos del campo. Nuestros estudiantes son los mejores testigos de este esfuerzo. No se puede, no es justo, poner en duda la integridad moral y la calidad académica de este Centro por un estudiante deshonesto que tomó ventaja de la confianza básica sobre la que se sustenta la relación estudiante-profesor. No quiero ni imaginar un mundo académico basado en la sospecha, el acoso o la vigilancia policiaca. Siento vergüenza sí, por no haber podido evitar tanto escarnio público, por no haber podido evitar el daño irreparable que estas acciones infringieron en Cecilia Montero [la autora plagiada en casi la totalidad de un libro de su autoría, por Núñez Arancibia]. Pero no me arrepiento de haber confiado y, con todo el riesgo que esto conlleva para mi propia carrera, seguiré partiendo del supuesto de la honestidad intelectual de mis estudiantes.[10]

La polémica del plagiador compulsivo, como apunté en un texto anterior, comenzó a crecer como pólvora en las redes sociales, pero la reacción tanto de la Universidad Michoacana, así como la del COLMEX, no se dio sino posterior a los artículos periodísticos aparecidos en el periódico El Universal.[11] En su momento señalé que el affaire Núñez Arancibia, el COLMEX lo debía enfrentar inteligentemente, sentando la “jurisprudencia” necesaria para removerle el grado de doctor al execrable plagiario, así como tomar medidas “laborales” o académicas contra la directora, el sínodo y todos los que colaboraron para la obtención del grado máximo. Marco Estrada Saavedra, investigador del Centro de Estudios Sociológicos, a quien agradezco la lectura de mi pequeño artículo, comentando mi texto y enviándome una liga periodística,[12]  me señaló que mi “pronóstico sobre el comportamiento de El Colegio de México sobre el caso de plagio de un ex estudiante nuestro del Centro de Estudios Sociológicos, resultó, afortunadamente, equivocado”.[13] Sin embargo, como inquirí en mi artículo, ¿destituyó, vetó o interpuso una pena laboral o académica el COLMEX al sínodo del falsario plagiador por sus graves omisiones y acciones? ¡Para nada!, el COLMEX únicamente se restringió a “degradar” académicamente al plagiario, pero en su comunicado de prensa no se refirió ni por equívoco a los que de algún modo u otro participaron para la obtención del grado del plagiador. En este sentido, podemos decir que la jurisprudencia deseada –el retiro del grado al plagiador y la sanción correspondiente a la dirección del falso tesista y al sínodo omiso- que serviría para acciones futuras a otras instituciones académicas y centros de investigación del país, se dio a medias, aunque hay que dejar patente que es la primera vez que, en 75 años de la institución, se retira el máximo grado académico a un alumno salido de esa casa de estudios.
Como he dicho al inicio de este artículo, el caso Nuñez Arancibia levantó más de una ceja al gremio de los apacibles investigadores mexicanos, y llenó de una especie de sospechosismo pestilente a la Academia Mexicana, rehén de las “eficiencia terminales” y de la chabacanería estudiantil que es posible de observar, incluso, en postgrados de “calidad” de donde son algunas tesis chocolate. De todos los ríos de tinta que corrieron y desventraron los diques de palabras, he apuntado el texto del doctor Granados, pero también hay que apuntar en estas hojas el ameno y diatribezco texto del historiador José Antonio Aguilar Rivera.[14] Sinteticemos unas ideas importantes del texto de Granados, para posteriormente traer a colación la labor del segundo.
Para Granados,[15] la enfermedad de la Academia Mexicana tiene que ver con esos incentivos, ese puntillismo, esos “estímulos” creados por instituciones como el Conacyt y el Sistema Nacional de Investigadores (SIN), que otorga canonjías y prebendas, u oferta presupuestos, regala viajes al extranjero para presentar refritos de ponencias mal escritas (conozco burgueses académicos que se refocilan en hablar de sus viajes a París, a Rusia, a Sevilla, a Centroamérica o Sudamérica); basados en las cantidades industriales del trabajo académico que, a veces, más que hacer patente la productividad académica, sólo resulta ser la misma gata revolcada, el mismo artículo presentado hace un año, y escrito con diferente sintaxis y una que otra arrejuntada bibliográfica. Para Granados, “en la academia mexicana, el robo y el engaño, la impostura y el abuso, son cualquier cosa salvo excepciones”. Podemos apuntar, que no sólo el robo, igual las chapuzas, las chambonadas y el mercenarismo –es decir, la búsqueda de tesistas que “dirigir” para mejor digerir los puntos para el SNI- es el pan de cada día que infecta las universidades del país. Para Granados, casos como el de Nuñez Arancibia y el de Boris Berenson, “son una caricatura deformada” de buena parte de la Academia Mexicana, debido a esa insistencia de los órganos educativos del Estado, exigiéndole concreciones investigativas a los académicos en tiempos récords.
Es un hecho que, como señala Granados, “el estatus y el salario de los profesores depende de la medición de su trabajo científico y no tanto de su calidad”. Y así resulta que en las prensas de la Academia Mexicana, sobre todo, en los mares de la historia y los charcos de la antropología donde en teoría se debería escribir con “claridad y transparencia”, se imprimen mamotretos mal escritos y endogámicos, aburridos y bostezantes, donde las historias “teorizantes” o las teorizaciones talmúdicas de los historiadores, antropólogos o “científicos sociales”, se convierten en escrituras impenetrables debido, no a su profundidad teórica y su rica erudición, sino a la banalidad de no saber escribir, de no haber leído a los clásicos del idioma antes de sentarse a escribir “la tesis”.[16]
Frente a “los altares” que se han levantado a “la eficiencia terminal” en la Academia Mexicana, hasta el punto de que el SIN evalúa la investigación científica basado en “principios fordianos”, Granados rompe lanzas contra “un ecosistema institucional que no reconoce la especificidad de nuestro trabajo”, para recordarnos que no hay que olvidar que nuestro oficio de historiar “es más artesanal que fabril: que las ideas se cuecen a fuego lento, que las evidencias se construyen de a poco, que la escritura se hace palabra por palabra (y con diez mil tachaduras de por medio)…”[17] De igual modo, Granados hace una sociología rápida de los más vicios que virtudes de la Academia Mexicana: la manía de los puntos (el puntillismo) que se presenta desde licenciatura y se corona con los congresos, las conferencias y todo el “mundo académico” que recorre el investigador para llenar su cuota de “asistencia” y puntos para el SNI. Asimismo, para molestia de muchos, no podemos estar sino de acuerdo con Granados en la idea del compadrazgo, del amiguismo y las especies de mafias que gangrenan los actos académicos: en coloquios, en Seminarios, en Encuentros académicos, en publicaciones para revistas o libros "coordinados", las más de las veces los organizadores invitan a los amigos, a los amantes o ex amantes, a los discípulos o las voluntades cercanas y cercadas. La Academia Mexicana, desde luego que tiene mucho de cartel de narcotráfico. Algo igual que señala este autor, lo vi en reiteradas ocasiones en los archivos y bibliotecas de Mérida: me refiero al hecho de que los “investigadores” consagrados, o las divas de barrio meridano de un centro investigativo o de los pasillos de la UADY, hagan uso de los “tamemes”, sus estudiantes o becarios que los reemplazan en los archivos y bibliotecas, que dan clases por ellos, o que escriben el borrador que la vaca morcilluda del investigador terminará por darle el toque maestro y se plagiará sin más preámbulos las ideas del alumno. O bien, las tesis de los que dirige, o los trabajos de campo o la paleografía del “becario”, abultarán la monotemática bibliografía de la vaca morcilluda. Y ya no quiero entrar a materia de criticar a los tesistas meridanos, pero podemos apuntar que igual estos futuros monotemáticos hacen tesis de licenciatura que, como dice Granados, regurgitan en tesis de maestría y tesis de doctorado, hasta investigaciones de pos doctorado.
Por último, Granados aboga por una modificación estructural del sistema viciado de la Academia Mexicana, y es de la idea de que se tiene que homologar la docencia con la investigación y la divulgación, y que en vez de crear “productos” fordistas de investigación, no debemos perder de vista que el fin de la ciencia es crear o hacer avanzar el conocimiento en las distintas áreas. [18]
Respecto al texto del erudito historiador liberal José Antonio Aguilar Rivera, es interesante porque centra su mirada en “la carta náutica de los mares que el pirata académico surcó durante más de una década saqueando a diestra y siniestra en la  absoluta impunidad”.[19] Aguilar Rivera realiza una especie de corte de caja de los aproximadamente catorce autores que Nuñez Arancibia pirateó criminalmente durante ese lapso.[20] Leyendo el trabajo de Aguilar Rivera, podemos recorrer la carta náutica del pirata: en Chile, de donde es originario, así como en otros países sudamericanos, publicaba textos originariamente publicados por sus autores en México, y en México publicaba los trabajos de los sudamericanos. Extraña mucho que, a pesar de la tecnología informativa posibilitadas por la internet, los editores de las revistas y libros no se dieran cuentan de esos plagios brutales.
Aguilar Rivera aboga por un código de ética en todas las instituciones educativas del país para hacer frente a otros casos de plagio, aunque reconoce que “El pirata Nuñez Arancibia es sólo un síntoma de una enfermedad que no podemos borrar de un plumazo”, no es una anomalía, pero sí “la consecuencia natural de las oportunidades que el medio ofrece”.
Sintetizando, podemos decir que el precedente –aunque no como uno en su criterio quería- del Colegio de México, al removerle el cargo a su compulsivo plagiador, desde luego que sentará un precedente en la historia de la Academia Mexicana. Asimismo, tenemos que recordar que nuestra ciencia clionáutica, la verdadera Clío virginal y no la Clío prostituta y mercenaria, no conoce de eficiencias terminales ni de plazos perentorios. Los vástagos de Clío, como el amor, lo ha recordado el doctor Granados, se hacen a fuego lento.






[1] Una muestra del trabajo de este historiador se puede conocer en esta siguiente,  puntillosa historiografía de la independencia mexicana: “Independencia sin insurgentes. El bicentenario y la historiografía de nuestros días”. Desacatos, número 34, septiembre-diciembre, 2011, pp. 11-26.
[2] “Cómplices del plagio”, por Luis Fernando Granados, publicado en El Presente del Pasado 2.0. Una publicación del Observatorio de Historia. http://elpresentedelpasado.com/2015/07/09/complices-del-plagio/ 
[3] “Breña, rechazado y rijoso”, por Enrique Krauze”, Letras Libres, septiembre de 2011. La polémica entre el historiador liberal y el colmexiano, surgió por una muy endogámica y academicista crítica al libro de Krauze De héroes olvidados, escrito por el segundo. Cfr. Roberto Breña, “De héroes y mitos: De bronce y de cobre”. Revista Nexos, 1 de mayo de 2011, consultado el 21 de julio de 2015 en  http://www.nexos.com.mx/?p=14302
[4] Cfr. “Sobre el plagio académico”, revista Nexos, 9 de julio de 2015. http://www.nexos.com.mx/?p=25563
[5] Roberto Breña, “El caso Berenzon y la academia mexicana”, revista Nexos, 17 de junio de 2013.
[6][6] Roberto Breña, “Plagio académico: decisiones, ‘complicidades’ y el futuro inmediato”, revista Nexos, 13 de julio de 2015.
[7] Para el caso peninsular o quintanarroense de la masificación de la educación y la poca calidad educativa universitaria, cfr. mi texto “Los unamistas (y los ágrafos) de la UQROO: la hermandad guachinanga en la academia quintanarroense”, 27 de febrero de 2014.
[8] Para el caso que conozco, puedo citar estos textos míos sobre la Universidad de Quintana Roo: “Los unamistas (y los ágrafos) de la UQROO: la hermandad guachinanga en la academia quintanarroense”, 27 de febrero de 2014; “La universidad de Quintana Roo: entre la mafia académica, la tiranía autoritaria, y la tercera vía, la autonomía”, 5 de diciembre de 2014. Ambos textos se encuentran en mi blog personal, http://gilbertoavilez.blogspot.mx/
[9] En su libro, El oficio de historial, el gran sanjosefino, don Luis González y González, apuntó esta profesionalidad y seriedad de los amantes de Clío, arropados por las instituciones creadas por el Estado postrevolucionario, muy distinto el contexto de estos historiadores, con el contexto de siglos anteriores.
[10] Contestación a Luis Fernando Granados por parte de la doctora María de los Ángeles Pozas, directora de la tesis pirata del pirata chileno.
[11] Sobre esto, cfr. mi texto “¿Baldón colmexiano u oportunidad para sentar la jurisprudencia Núñez Arancibia en materia de plagio?”, disponible en http://gilbertoavilez.blogspot.mx/2015/07/baldon-colmexiano-u-oportunidad-para.html
[12] “Colmex retira grado de doctor por plagio. La institución comprobó que la tesis de Rodrigo Núñez Arancibia para obtener este grado académico es una copia casi íntegra del libro ‘La revolución empresarial chilena’”, El Universal, nota de Gerardo Martínez, 7 de julio de 2015.
[13]Opinión del doctor Marco Estrada Saavedra, en “¿Baldón colmexiano u oportunidad para sentar la jurisprudencia Núñez Arancibia en materia de plagio?”
[14] Cfr. “El extraño caso del pirata Arancibia”, por José Antonio Aguilar Rivera, revista Nexos, 13 de julio de 2015.
[15] Gloso el artículo del doctor Luis Fernando Granados, “Cómplices del plagio”.
[16] El crítico acerbo de la endogamia y la mala escritura ratonil de la académica mexicana, Enrique Krauze, ya había apuntado sobre esta enfermedad de la “prosa profesoral”: “Nuestros maestros decían que hay historiadores del verbo e historiadores del sustantivo. Los primeros son cinematográficos: narran acciones individuales y colectivas, procesos y episodios de toda índole y de toda dimensión: locales y nacionales. Los segundos son fotográficos: se detienen en un momento significativo, una persona (sus motivaciones, sus ideas, sus pasiones). La corriente académica a que aludo –dominante, repito, en varios claustros privados y públicos– no conoce el verbo ni el sustantivo. No le interesa el “qué”, el “quién”, el “cuándo”, el “cómo” ni el “para qué” de la historia. Lo que parece interesarle es el “por qué” de la historia (la causalidad), pero ese énfasis no la ha conducido a los prolegómenos siquiera de una filosofía analítica seria, sino a una moda en la que las elucubraciones más oscuras, subjetivas, insustanciales, autocomplacientes, pasan por interpretaciones científicas. Sus textos son una especie de caricatura hegeliana: pretenden encontrar las partes en el todo, el todo en las partes. El resultado no es el Espíritu. El resultado es la banalidad. A los practicantes de la teorización –que abarca también a las ciencias sociales y el estudio “crítico” de la literatura– conviene recordarles que el público lector sí existe y sí importa. Un científico puede, legítimamente, escribir para tres colegas. Quizá son los únicos capaces de entenderlo. Esa selección está en la naturaleza misma de las ciencias duras. Pero la historia no es, no puede ser, una disciplina para iniciados, una escritura impenetrable. Un historiador cabal no debe ensimismarse en un ejercicio narcisista que le dé puntos en el SNI pero no aporte un ápice a lo que verdaderamente cuenta: el avance compartido del conocimiento”.  “La UNAM y el Bicentenario, desvaríos históricos”, por Enrique Krauze, Letras Libres, diciembre de 2007.
[17] “Cómplices del plagio…”
[18] En este sentido, vale la pena mencionar una opinión interesante al texto del doctor Granados, escrito por una tesista doctoral del COLMEX, Alma Parra, que señaló su molestia contra la “eficiencia terminal”, los falsos estándares de “calidad” de algunas maestrías y doctorados que radican en la errónea idea de que mientras más graduados se tenga, mejor será la eficiencia del postgrado; o los tiempos cortos que imponen los programas de maestría y doctorado para la graduación, que no permiten abundancia y profundidad en el tema.
[19] El extraño caso del pirata Arancibia”, por José Antonio Aguilar Rivera, revista Nexos, 13 de julio de 2015.
[20] Y aquí, no podemos sino recordar, que los hechos delictuosos de Nuñez Arancibia no deben quedar para la anécdota de una posible historia universal de la infamia académica, sino que exigimos que se le inicie un proceso penal y que regrese de forma íntegra el dinero recibido por actividades no realizadas.

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