sábado, 3 de agosto de 2013

"LEYENDAS, CEREMONIAS Y PASAJES DEL MAYAB": APUNTES DE UN LECTOR

Más que una frase inventada, Yucatán es una tierra garciamarqueña: por su sol rompe piedras y clima húmedo, como rompe piedras y climas húmedos son algunos de los ambientes de la narrativa garciamarqueña. Pero más preciso, Yucatán es un país donde lo real maravilloso es la cosa más corriente de todos los días. He dicho en una ocasión, que la síntesis olfativa de Yucatán descansa en los olores de una naranja agria podrida, y podemos decir, además, que el mundo encantado que nos rodea apenas dejando atrás los cabos de los pueblos del interior de Yucatán, se debe, sobre todo, a esa persistencia ubicua del folklor maya entrampando las narrativas orales, los cuentos, las creencias y ficciones verdaderas de la literatura viva trasmitida al calor de las conversaciones cotidianas.
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En mi afán por integrar a mi herencia lectural la narrativa popular, hace 5 años comencé por hacerme de una literatura del folklor yucateco, mediante libros donde lo primordial fuesen las “leyendas, ceremonias y pasajes del Mayab”. El 11 de julio de 2008 tuve la oportunidad de conocer a don Evelio Tax Góngora, escritor del pueblo de Tzucacab que se preocupó, a lo largo de su fecunda vida como maestro de varias generaciones, en insistir en los cuentos y leyendas escuchados desde su infancia, y desde ese momento, supe que mi destino estaba cifrado: provenía de una estirpe de fabuladores que, como don José Isabel Tax, prefieren un buen relato y un sabroso cuento para estar a gusto con los días acá bajo el sol, en la tierra de los muertos.
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Don Evelio, tío de mí madre, fue corresponsal de la región del oriente (las poblaciones de Espita, Cenotillo, Buctzotz, Acanceh, Dzitás, Tunkás, Dzoncahuich y Yaxcabá) en innumerables diarios del estado de Yucatán (desde 1960 hasta 2009, mandó sus crónicas y sus apuntes al Diario del Sureste, el Novedades y el Por Esto!), cronista vitalicio del pueblo de Dzitás, estudioso de la danza del Kotz-Cal-Tzó, autor de dos libros escritos (escribo "libros escritos", porque al morir, en el año 2009, dejó un rimero de hojas borroneadas que él había señalado como posibles libros, como Mis memorias, Pueblerina, y Leyendas de mi tierra) que demuestran su talante de caminante al ir en busca de relatos que contar, por todos los pueblos y la historia escrita de Yucatán. Para Fidelio Quintal Martín –otro maestro de pueblo comprometido con el trabajo intelectual visto como un apostolado-, haciendo el obituario de don Evelio, las enseñansas y las crónicas de este último le hacían escribir lo siguiente:
Evelio Tax Góngora dio honor a su apellido maya, Tax que, en idioma maya significa plano y por extensión, firmeza, equilibrio, honorable; también honró a su pueblo escribiendo como un auténtico cronista sobre la vida que se desenvolvía en las comunidades campesinas de Yucatán, escribiendo un formidable libro de crónicas periodísticas. Fue un servicio a la cultura de valor sociológico en donde la vida social aparece como hechos articulados y acumulados de partes de la naturaleza que rodea al hombre y que demuestra el desarrollo de la historia en donde el hombre actúa como sujeto o ser social, aclara las peculiaridades del hombre en el medio en que vive. Esa cultura es la de que trata Tax Góngora, de esos pueblos, sus costumbres, dramas y tragedias de cada día. Pero Tax Góngora no paró ahí, también hace referencias del pasado, habla de la historia en forma narrativa, es un historiador al modo que dice don Luis González y González un famoso historiador de El Colegio de México; una historia hecha o dicha o escrita del modo común que se diferencia de la historia especializada, metodológica o académica conservando su naturaleza esencial de ser el conocimiento del presente, y pasado del hombre.
Un microhistoriador de las costumbres, de las creencias y de toda esa gama mítica-ficcional creativa de los pueblos del Yucatán profundo. Fue un Gran Maestro folklorista (si hubiera tenido la suerte de ir a Chicago como Villa Rojas, estoy seguro que hoy tendríamos joyas etnográficas de la antropología, pero don Evelio no era un intelectual: era un creador y recreador de fábulas y relatos), alguien que, con su hablar pausado, su sencillez y su talante pedagógica de más de 50 años al frente de los salones de primaria, supo llevar a letra impresa las conversaciones y las evocaciones de innumerables personas que, en su afán pedagógico, apuntó en su libreta de escritor. Con esto subrayo una característica profesional suya: su creencia en la corresponsalía, su pedagogía trashumante, de dar a conocer lo que el pueblo llano, el pueblo maya, sabe y ha sabido desde hace tiempos: que el Mayab es una tierra encantada donde se cruzan fuerzas vivas, vientos que hacen el bien o hacen el mal según como lo veas; una tierra donde el Rey de los venados cabalga todos los días con sus grandes tarros milenarios, una tierra de pájaros y animales que hablan y enseñan más que cualquier universidad. En el prólogo a su libro Leyendas, ceremonias y pasajes del Mayab, don Evelio nos señalaría, a nosotros sus lectores, el origen de los muchos relatos que aparecen en dicho libro de 200 páginas bien condensadas. La infancia es destino, ha dicho la sabiduría del pueblo, y esto embona a la perfección en el caso de don Evelio:
La primera persona –indicaba el autor- que me enseñó, y quien me contaba cuentos y leyendas, fue mi abuelo, don José Isabel Tax […]
Recién salido de aquellas normales que dieron fuste y vertebras al Yucatán postrevolucionario, laborando como profesor de primaria en varios pueblos del interior de Yucatán, “aprendí y viví –cuenta don Evelio- de otras leyendas y relatos de nuestra gente, campesina en su mayoría”. Sus relatos, que primeramente daría a conocer en los diarios de la Península, algunos fueron de origen vivencial que, al andar “por esos pueblos maravillosos”, los recopiló “como las leyendas de nuestra tierra, ya que los habitantes, nuestros hermanos los mayas, tienen un amplio conocimiento de ellas y las transmiten, la generalidad de las veces, oralmente y de generación en generación”. Entre los relatos de su abuelo y las enseñanzas del pueblo, me llama la atención, precisamente el relato denominado El Abuelo (el abuelo de don Evelio viene siendo mi otro tatarabuelo, José Isabel Tax):
Desde que tuve uso de razón recuerdo a mi abuelo. Tendría yo unos ocho años de edad y me acuerdo tal como era: de estatura mediana, piel morena clara, ojos aceitunados y cabello rizado. Mis hermanos y yo vivíamos con mis padres en una casa de paja en mi pueblo natal de Tzucacab y el abuelo tenía la suya en el centro del solar, también de paja. Era agricultor, ya que en ese entonces se lograban las cosechas óptimamente porque las lluvias caían con oportunidad y los campos eran fértiles.
De su abuelo, don Evelio aprendió “muchos de estos cuentos y leyendas, y como mi mente infantil no distinguía lo verdadero de lo falso, yo creía que aquellos seres existían”. La clásica Xtabay, el venado del pelaje blanco, el canto de la torcaza y hasta literatura de la vertiente oriental –con su filtro occidental- como Los Tres Mosqueteros y los relatos de Las Mil y una noches (Alí Babá y los cuarenta ladrones, Simbad el Marino, Aladino y la lámpara maravillosa), fueron algunos de esos cuentos que su abuelo le trasmitió (en mi investigación histórica sobre la región sur de Yucatán, si en algo se puede jactar la población de esa región que va entre Peto y Tzucacab, es en el tesón que le dedicaron a la enseñanza de primeras letras en la segunda mitad del siglo XIX; por eso, no dudo que haya caído en las manos de don José Isabel el borgeano libro de Las Mil y una noches).
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De los innumerables relatos que aparecen en este bien escrito libro (claro en su escritura que se apacienta en la oralidad, y ameno por las anécdotas y las pequeñas tramas que va tejiendo), puedo señalar más de la mitad de los relatos (67 en total) que me entramparon, pero esta nota nunca acabaría. Sin embargo, señalaré dos relatos. El primero es una referencia –un párrafo solamente- que toca el ambiente de los años 1930 en que la fiebre del chicle invadió a los pueblos antiguamente fronterizos, como Peto y Tzucacab. Allá por 1935, cuenta don Evelio (que había nacido en 1925), en su pueblo natal, Tzucacab:
[…] bullía de gente de diversos lugares, tanto de nuestro Estado como de otros, tales como tuxpeños, mulatos, negros de Belice, hasta chinos, coreanos, cubanos y centroamericanos, ya que dicho lugar era donde se hacía la contratación de chicleros, en especial en los meses de abril y mayo.
Uno de los contratistas de importancia en el pueblo de Tzucacab era don Pedro Silveira. Al contratar, a cada chiclero le entregaba un anticipo para su trabajo en los zapotales y para que deje o mande dinero a su familia. El comercio de Tzucacab “estaba regenteado por los Carrillo, los Solís, los Ávila y por los Rodríguez”, que hacían su agosto en pleno mayo o junio. Todas las cantinas se atascaban de chicleros que pedían guaro antes de subir a la chicleada. “Así sucedía para la ida y para la bajada de los chicleros”, que ocurría esta última para diciembre, y que en Peto, cabecera histórica de esa región, la bajada de los chicleros coincidía con la fiesta anual de finales de año. Seguramente que la subida de los chicleros para 1935, no es del todo distinta a la descripción que diera una nota del pueblo de Tzucacab, aparecida el 3 de julio de 1923 en La Revista de Yucatán. Decía la nota que:
Con motivo de la temporada de extracción de chicle, que tan buenos augurios presenta, se intensifica aquí el movimiento de chicleros, quienes afluyen de los centros de explotación para celebrar sus contratos con los concesionarios que trabajarán en este año…La subida de chicleros [conformando 620 unidades de trabajo] a las monterías del sur ha provocado reyertas entre los mismos, abundando las camorras, los trompicones y las cuchilladas. La policía se ha puesto a la altura de su deber.
El Tomokchi’ (mal agüero): los heraldos de la langosta
El segundo apunte de este libro, fue “Cuando los venados invadieron los pueblos a un año de la Gran Tragedia”. Era el año de 1937, y la Gran Tragedia que refiere don Evelio es la plaga de langosta, que don Evelio fecha en 1938 como el primer año que apareciera por los campos del sur. No tengo fichado, por ahora, documentación periodística de la langosta para 1938, pero para 1940 ya había aparecido en varios puntos del estado (principalmente, en la zona henequenera), pero de que la langosta apareciera desde fines de la década de 1930, es un hecho. En una entrevista múltiple con campesinos de Peto realizada el 2 de mayo de 2013, estos fechan como finales de la década de 1930 la aparición de la langosta, que aunado con el “sabaká” y tres años de sequía, forzaron a muchos milperos de Peto “a irse de a huevo a los zapotales” (frase del ex comisario ejidal de Peto, don Juan Ek Sosa), otros a trabajar en la carretera Peto-Chetumal, y otros a la zafra en Catmís. La langosta, las inmensas mangas de langosta que cundirían nuevamente los cielos azules de Yucatán, que tapizaría la sierrita de Tzucacab, antes de venir mandó a sus emisarios.
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El primer emisario fueron las lluvias, que comenzando para mayo, duraron más de lo normal para ese año, prolongándose e inundando los akal-ches, tierras que abundan en la falda de la sierrita: “las lluvias no cesaban de caer y llovía en forma torrencial todos los días, fuera uno que otro, que aparecía el sol, siendo a veces por breves horas”. Con los ojos de agua inundados, los akal-chés y caminos empantanados, esto provocó que las alimañas insectiles se reprodujeran: tábanos, chaquistes y mosquitos comenzaron a invadir con sus zumbidos y picadas, hiriendo con sus piquetes vampíricos tanto a hombres como a animales del campo domesticado (ganado, mulas, caballos, burros), así como del campo salvaje (venados, conejos, jabalíes). Las sementeras de maíz que se encontraban en la parte baja, sucumbieron; no así las que se encontraban en parte alta, y al norte de Tzucacab. La caña pareció importarle poco la inundada, porque a esta gramínea le beneficiaba. Don Evelio refiere que debido a tantos ataques que sufrieron los animales del monte, principalmente los venados, por los meses de julio y septiembre de 1937 “fueron abandonando su hábitat natural, huyendo en busca de regiones menos hostiles y fue así como llegaron a invadir los pueblos. No pasaba día que hasta a los solares llegaran, siendo matados a palos”. Todo el pueblo, para esas fechas, se hartó de carne de venado comido en pibil, los niños andaban de casa en casa pregonando ese manjar vendido en diez irrisorios centavos el medio kilogramo. Tanto abundó la carne en aquellos días, que llegó un momento en que nadie la compraba, y más cuando se supo que los venados morían solos en el monte, víctimas de los ataques de los tábanos y mosquitos. Los más viejos del pueblo, los conocedores de las acechanzas de los malos vientos, los que sabían que aquella cadena de sucesos extraordinarios –lluvias largas, insectos vampíricos, el galope de los venados en las calles del pueblo- no llevaba nada bueno, concluían que eran presagios, malos presagios; que era el terrible Tomokchi’: algo peor ocurriría, y las miradas de los viejos se nublaron de tristeza. Para mediados de 1938 los malos augurios llegaron volando. Cuando las milpas prometían gordas y lozanas mazorcas, el viejo enemigo del hombre maya, la langosta, o tzak o sáak en el lenguaje de la tribu, hizo su aparición:
[…] por el oriente –cuenta don Evelio- aparecieron grandes manchas en el cielo, eran millones de langostas (ortópteros, insecto mascador), que devoraban todo vegetal, menos las muy resinosas; entonces, llegó la gran tragedia que se había pronosticado. Arrasaron con las milpas y todo se perdió, nada se pudo salvar y nada se pudo hacer, porque no había medios para combatirlos.
Sin embargo, el coraje de los campesinos de la región se sobrepuso al primer impacto de la carga de sáak, pero poco pudieron hacer:
Los campesinos hacían sonar latas y mucho ruido para ahuyentarlas, o disparaban sus escopetas y las quemaban con teas, pero todo fue en vano. Cuando habían devorado todo, levantaron el vuelo por el poniente, arrasando la mayoría de los pueblos por donde cruzaban.
Para el invierno se calmaron los acrídidos, pero para 1940, para 1941 y hasta para 1942, otra vez aparecerían. Fueron los años malos, y los campesinos no pudieron explicarse cuál era su pecado para tanta calamidad alada. Hubo, entre la gente sencilla de Tzucacab, la creencia de que todo era una venganza contra el pueblo del General Lázaro Cárdenas, por haber decretado Tata Lázaro el 18 de marzo de 1938 la expropiación petrolera, y que vengando esa afrenta contra el Imperio, “algún país afectado” [obviamente que los gringos] trajo “en bolsas las larvas de estos insectos en aviones o en barcos y los dejaron en los montes cercanos a la costa, y al crecer éstos, levantaron el vuelo, ya que como tienen un hambre insaciable, comenzaron a engullirlo todo”. En 1941, como hemos dicho, sáak regresaría a la región sureña –y a todo el estado-, y los campesinos, correosos y expertos en el arte de la resistencia, buscaron estrategias de sobrevivencia. La mayoría de la gente pobre acostumbró el paladar a una dieta a base de raíces; el meollo (o como se refiere la gente sencilla, trastocando las palabras, el “noyo”) de los tallos de las matas de la papaya, las semillas de ramón, las hojas de chaya silvestre denominada tza, eran las ricas viandas en tiempos de crisis. Don Evelio cuenta: “Matamos toda ave comestible, aunque flacos, como Xkaú, las tortolitas y también las tuzas, el armadillo, los venados que ya estaban escasos”. Saák afectó a todos, tanto a los hijos de campesinos y chicleros, como a los hijos de los cantineros, comerciantes y burguesía aldeana del pueblo, porque los años de Sáak, como escribió mi ilustre tío abuelo, eran años “trágicos, de hambre, guerra y muertes, de carencias por todo el mundo”.
Fuentes:
Quintal Martín, Fidelio, "Evelio Tax Góngora: cronista y periodista", en Por Esto!, 11 de febrero de 2009.
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Tax Góngora, Evelio (2002), Leyendas, ceremonias y pasajes del Mayab, México, Maldonado Editores del Mayab con apoyo del PACMYC, CONACULTA, Gobierno del Estado de Yucatán, Instituto de Cultura de Yucatán, Instituto de Culturas Populares de Yucatán.
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La Revista de Yucatán, "De Tzucacab", 3 de julio de 1923.

1 comentario:

Armando Tax Solis dijo...

Que hermoso gracias !!!! Don evelio es mi abuelo que hermoso es ver el legado que ha dejado a su familia.

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