Placa en memoria del Batallón de San Patricio, en Plaza de San Jacinto, San Ángel, Ciudad de México.
De Dublín hasta San Diego atestiguamos la libertad negada...
Y eramos los guerreros cabeza-roja de la libertad
en medio de estos hombres y mujeres morenos
Y eramos los guerreros cabeza-roja de la libertad
en medio de estos hombres y mujeres morenos
Cuando para 1847, el general norteamericano
Winfield Scott, un dandi lector de William H. Prescott (el libro de la
conquista de México de Prescott había sido publicado en 1843) que hizo lo que Hernán Cortés 300 años atrás (desembarco en Veracruz, ascensión a la
Meseta central de Anáhuac con su ejército de conquista), se encontraba en
Churubusco, a un palmo de la victoria estadounidense que arrebataría a México
la mitad de su territorio (ya antes, los esclavistas colonos sureños de Texas
se habían alzado con esa provincia septentrional), una división mexicana de
valerosos y numantinos soldados irlandeses –desertores del ejército yanqui- se
enfrentaron con furia y valentía a las tropas de Scott: era el batallón de San
Patricio, cuyas arremetidas lograron eliminar a uno de cada siete soldados
invasores. Sin embargo, la derrota mexicana nadie la detendría.
A los irlandeses
capturados los yanquis les dieron las mayores pruebas de barbarie de un imperio
que crecía a punta de despojos: desde azotes, trabajos forzados, y hasta
grabarles en la cara la D de desertores con hierros candentes. Ya muy pocos
recuerdan a esos irlandeses que pelearon del lado de los mexicanos. Ellos, al
igual que el rayo español Mina, forman parte de nuestros héroes olvidados.
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