sábado, 6 de julio de 2013

UN HISTORIADOR ES EL QUE ESTÁ EN LOS ARCHIVOS

Seré claro y sucinto: en la Universidad de Quintana Roo (sólo puedo hablar de las cosas que conozco), hay una licenciatura en "humanidades" dividida en filosofía, historia y español. Los jóvenes que salen de dicha licenciatura ostentan, entre ellos, la fanfarronada siguiente: "qué tal, colega historiador", o "qué tal, colega filósofo". Conocí a una mujer con sobrepeso (no quiero escribir la frase "ultra pasadita de peso") a la que le encantaba de lo lindo ir a los "encuentros de estudiantes de historia", etc; y cuando le preguntaban su profesión, decía, sin empacho, que era "historiadora" sin jamás haber manchado con sus pies elefantiásicos un archivo en sus cinco años de licenciatura (la tipa no sabía ni lo que significaba la palabra paleografía, ya que no leía ninguna palabra que no sea escrita a computadora).
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Y yo me preguntaba, y me sigo preguntando, que si por estudiar uno una licenciatura en historia, automáticamente se entraría al reino de Clío.....
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Don Luis González y González, en su libro El oficio de historiar, después de hacer la clasificación de los historiadores (los historiadores hormigas, las abejas reinas, etc), decía francamente que un historiador no es aquel que tiene un título que lo acredite como licenciado en historia...A lo mucho, la susodicha gorda no sería, según la regla gonzaliana, una historiadora a carta cabal, sino una posible historiadora si dejara el miedo cerval que le produce la soledad del archivo....Jan de Vos, y lo seguiré repitiendo ad nausean, decía que el oficio de historiar es un oficio para solitarios, todo se hace en solitario: en el archivo no hay nadie, solo uno y los muertos que le hablan.
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Creo, en verdad, que ese es el elemento principal que diferencia a un historiador (un historiador en ciernes, pero al fin historiador), de los boquiflojos y cerebrotrancos que se ostentan como historiadores sin haber jamás conocido la historia viva, la que da la carga de los documentos, de los periódicos, de las historias orales. Los madrazos y el fogueo constante que he recibido a lo largo de dos años de archivo (el trabajo de archivo de la tesis doctoral que escribo comenzó en agosto de 2011) de horas obsesivas en busca del dato en distintos repositorios (los de Mérida y los del DF), el aprender a paleografiar sin haber tomado siquiera un sólo curso de paleografía (el ojo se adapta, la mirada historiográfica se acrecienta), el olfato y la soledad tumultuaria de los archivos, las famosísimas horas nalga frente a los documentos en bruto, las pesquizas, los indicios que se recolectan, eso, y más, eso es lo que en verdad hace a uno historiador, lo que da sustento y valor al hecho de decir, al hecho de proferir, convencido: "Si, soy historiador". Eso, y no las diversas teorías (de Rank hasta la nueva historia, pasando por los manuales de González, de Carr, de Tenorio Trillo, de Burke) que refuerzan la mirada historiográfica, es lo que sustenta mi dicho al decir, nuevamente: "Si, soy historiador".

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