miércoles, 24 de julio de 2013

Los socialistas de dientes para afuera, o las verdaderas correas de trasmisión del Estado Postrevolucionario en la villa de Peto

Al parecer, para enero de 1923, después del posicionamiento de los Sonorenses en el poder a nivel nacional, y del régimen radical socialista instaurado desde febrero de 1922 con la llegada al poder de Felipe Carrillo Puerto; a nivel local, en Peto, los viejos burgueses pueblerinos, expertos en el arte del camuflaje y del mimetismo político, del chaquetismo o “cooxviramiento” más descarado (de finales del siglo XIX hasta la década de 1940 del siglo XX, habían pasado de ser porfirianos, luego apoyaron a Huerta, seguidamente dijeron ser alvaradistas entusiastas, luego que mejor carranclanes, se parapetaron como “peleceanos” del partido Liberal, pero nunca dejaron de ser, y seguirían siendo, elementos reaccionarios alejados de las clases populares), para 1922 decidieron no ser excluidos del carril de la historia; y pues si los nuevos tiempos políticos hablaban solamente de discursos en pos del “hombre nuevo” y de ligas de resistencia, los viejos burgueses pueblerinos decidieron formar, por su propia cuenta, una “Liga de Resistencia” para sus intereses personales: una liga de resistencia que le hiciera sombra a la verdadera liga de resistencia creada al calor de las armas revolucionarias de Elías Rivero, aquel Rivero que apenas en 1919, en lo mejor de los ataques carrancistas contra los socialistas yucatecos, lo habían querido eliminar de la forma más indignante (a puñaladas y de forma pandilleril) los que para 1923 se habían convertido, por vuelco del destino político, en socialistas de dientes para afuera.
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El 14 de enero de 1923, la Liga Central de Resistencia había celebrado una Convención en Peto para fusionar estas dos ligas (denominadas “partidos”). La primera, representada seguramente por los desposeídos, los que antes de la revolución de 1911 petuleña habían sido simples parias explotados por la burguesía en fincas como Catmís y en el látigo bestial de los cirios católicos. Y la segunda, en donde se insertarían los viejos peleaceanos burgueses de la región –comerciantes, finqueros, parásitos históricos del Ayuntamiento, antiguas familias poseedoras de esclavos en tiempos de “la época de la esclavitud”-, que apenas 3 años antes habían adjetivado a los ímpetus revolucionarios de Rivero, Marcos Trejo, Alberto Sánchez, et al, como de simples bandas de salvajes “socialeros” irrespetuosos del orden histórico. Ese orden histórico que por breve, pero memorable momento, había sido desbaratado en marzo de 1911 por las arremetidas de los revolucionarios petuleños. En fin, digo que para el 14 de enero de 1923, esta fusión contra natura, bestial, fue gracias a la irresponsabilidad meridana –o al oportunismo “socialista” meridano- del delegado Federico Gutiérrez, el cual:
[…] hizo saber con frases sencillas, pero muy conceptuosas, la conveniencia de que se fusionen los dos Partidos en uno sólo ya que sus tendencias y sus ideales son los mismos; exhortando a todos para que sin rencillas ni odios personales, procedieran a nombrar la Directiva que ha de fungir en el presente año.
En la lista de la directiva que proporciona el documento periodístico, brilla y reina por su ausencia el que para febrero de 1924, una vez asesinado Carrillo Puerto, se levantaría en armas para defender la revolución socialista: el viejo general, Elías Rivero. Estos indicios proporcionados por la documentación de los primeros años de la creación del Estado postrevolucionario, nos puede dar elementos para preguntar –siguiendo las propuestas establecidas por Joseph, que veía tanto en Rivero como en Pedro Crespo, de Temax, como las “correas de transmisión” del Estado postrevolucionario en los pueblos-, si en verdad Rivero fue uno de los elementos indispensables para la concreción del Estado postrevolucionario.
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¿Fue en verdad Rivero la correa de trasmisión para la concreción del Estado postrevolucionario en Peto? Dudo ahora de esa aserción de Gilbert Joseph. La documentación posterior a 1924 –año de su segundo y último levantamiento- me dice que a Rivero lo fueron constantemente segregando, excluyendo, de la toma, no decisiones, sino hasta de “la toma de la memoria”. Si bien con su muerte en 1947 había pasado a formar parte de la “rotonda de los socialistas ilustres”, en Peto ya desde 1923, nuevos elementos que se decían socialistas aunque eran miembros de las viejas familias parásitas del siglo XIX, lo habían ido arrinconando al “basurero de la historia”. Y aunque sonaría a ridículo y a costumbre de priísta, pero hay que decir que Rivero nunca bautizó con su apellido ninguna escuela, ninguna calle, establecimiento o sindicato en Peto (como sí un profesor decimonónico, Inocencio Ruiz; o un escritor bufo, Florencio Sánchez Esquivel; o una profesora burguesa, Amada Cárdenas de Alonso, etc; o más reciente, un campo de beisbol de un cacique priísta, Rubén Calderón Cecilio; o un teatro de pueblo, Jaime Santos R. Burgos). Al hombre lo fueron sistemáticamente borrando de la plaza pública, de los sitios de la memoria colectiva, como nombres de escuelas, teatros o campos de beisbol (borrado de la plaza pública, pero no así de la memoria colectiva de la clase campesina, maya, de la región). Con Rivero sucedió un asesinato de su memoria, y no descarto que los que establecieron esto fueron estos hijos de los socialistas de dientes para afuera que se posicionarían –ahora mediante las siglas del partido de estado, PNR, PRM y PRI- en el poder por luengos años (en 1939, un hijo del viejo reaccionario, Máximo Sabido, sería presidente de la Liga de Resistencia del pueblo).
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Lo que he dicho anteriormente, me lleva a disentir de Joseph, preguntando lo siguiente: ¿puede alguien como Elías Rivero, borrado de los sitios de la memoria colectiva de Peto, servir como “correa de trasmisión” para la consolidación del Estado postrevolucionario en el pueblo? Descreo de ello. Por el contrario, los que sí sirvieron para la concreción de ese Estado –un estado autoritario paternalista burgués-, en Peto, fueron las viejas familias porfirianas y reaccionarias convertidas a la nueva fe “revolucionaria”: eran “revolucionarios”, sí, pero revolucionarios institucionalizados. Y Rivero, el viejo platero que encabezó una de esas revueltas campesinas más despiadadas por la carga de odio histórico campesino contra los elementos materiales de dominación del viejo aparato feudal oligárquico yucateco (la pulverización en 1911 de la finca esclavista de Catmís), como en vida (murió sin descendencia), no tuvo herederos políticos….hasta ahora.
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Fuentes
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La Revista de Yucatán, martes 16 de enero de 1923, “Fusión de las dos ligas en Peto”.
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Joseph, Gilbert M. (2002), “Para repensar la movilización revolucionaria en México: Las temporadas de turbulencia en Yucatán, 1909-1915”, en Gilbert M. Joseph y Daniel Nugent (compiladores), Aspectos cotidianos de la formación del Estado, México, ERA, pp. 143-174.

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