martes, 30 de julio de 2013

LA GUERRA DE CASTAS Y LOS PARTIDOS DE FRONTERA: ALGUNAS PRECISIONES AL MARGEN DE LA HISTORIOGRAFÍA ACTUAL

Tengo sentimientos encontrados con el 30 de julio. No puedo, por supuesto, celebrar este aniversario más del levantamiento generalizado de 1847, pero tampoco puedo negarlo u olvidarlo: la "tea incendiaria" se prendió en el oriente por asuntos fiscales, en el sur se reavivó por asuntos de tierra, pero años después la guerra bordearía los límites de la guerra civil entre los partidos fronterizos y los viejos residentes de esos pueblos fronterizos que en 1847 decidieron detener el avance expoliador del capital meridano desperdigado en las zonas marginales del sur y del oriente de Yucatán.
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Arguyo que esa prolongada guerra de más de 50 años la sufrieron, más que los de Chan Santa Cruz, los pueblos de frontera; y no me refiero a los establecimientos agrícolas –fincas y ranchos de partidos como Tekax y Peto, aunque los establecimientos de Peto apenas sí se recuperarían para fines del siglo XIX, a la par del “declive de la Montaña rebelde”- que fueron hechos mierda por las rápidas incursiones de los rebeldes, sino al pueblo llano de los partidos fronterizos, que vivía con el alma en vilo cada vez que había alguna de aquellas incursiones rebeldes, cada vez que alguna bomba de aviso (o hasta un cohete cargado con bastante pólvora, o una “emanación de la atmósfera” semejando al boom) destrozara los ánimos sensibles de los pueblerinos, porque era la señal de que “los huites”, los hombres del oriente, los bárbaros, llegaran. Y la gente, la población maya de la región huía, la memoria oral de la población indígena del sur está poblada de huidas hacia el monte para escapar de los perseguidores del oriente. Los blancos y mestizos de los pueblos de la frontera yucateca, ellos sí tenían pólvora para batirse, y militarismo que crecía alistándose a la Guardia Nacional.
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Entre el oriente y el sur, es decir, entre los de Chan Santa Cruz y los de Peto, se dio un retroceso prehispánico, ya que las incursiones rebeldes a los pueblos de este rumbo de la península se asemejaron a las incursiones inter-tribales que se daban entre los distintos cacicazgos del Postclásico en busca de cautivos: los de Santa Cruz buscaban brazos esclavos, y vientres de hembras para almacenar las semillas de esa sociedad guerrera que perdería el impulso bélico una vez que las nuevas generaciones de macehuales, para 1890, ya no veían con demasiado odio a los pueblos más allá de Sacalaca o de Sabán, o más allá de Tihosuco: Valladolid o Peto eran otro país para esta nueva generación macehual, y no los pueblos que sus padres y abuelos trataron con furia de extinguir. Los tiempos habían cambiado, y la rueda del katún había llenado de orín el machete del guerrero de la Cruz Parlante. Las nuevas generaciones crecidas en el lapso que he denominado el “Declive de la Montaña rebelde” (1890-1901) sólo querían hacer su milpa, ir a Honduras Británica a tratar asuntos comerciales, y estar allá entre esas caobas, cedros, ceibos y zapotes gigantes.
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La guerra de castas fue una guerra fratricida, una guerra civil, una guerra horrible, y los caudillos como Poot, el borracho Bernardino Cen, y otros, en algunos momentos llevaron la explotación del hombre por el hombre a proporciones iguales a la de las haciendas de Yucatán: Poot y Cen eran dueños de fincas en donde eran esclavizados antiguos peones de la frontera capturados...En fin, ni celebraciones ni olvidos, solo señalar que hubo muchos muertos, pero también hubo muchos corajes y hombrías. Y los de los pueblos de la frontera demostraron, en más de una ocasión, que la lejanía de Mérida no era impedimento para sobrevivir a los ataques del "bárbaro".
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Pero la prolongación de la guerra de Castas se debió, desde luego, a la terquedad homicida de Mérida -o del pensamiento evolucionista del Yucatán del siglo XIX- para no permitir, un Estado autónomo maya en el oriente de la Península. Al día siguiente de “los sucesos de Tepich”, entre los caudillos que tomarían el liderazgo rebelde a la muerte de Chi y Pat, en 1849, se comenzaría a hablar de un territorio autónomo en las selvas orientales. En los tratados de Tzucacab se habló...Pero esto, para el pensamiento neocolonial de los blancos yucatecos, significaba una afrenta a su orgullo de "casta":
¿Cómo unos degenerados bárbaros podrán instaurar una república independiente a nuestro paternal cayado, a nuestra digna civilización, independiente a las bendiciones del obispo y el besamanos acostumbrado que nos deben?
Si no podían contra los aguerridos, tenaces y persistentes "bárbaros", estos últimos tomarían la ofensiva una vez que el tiempo y sus golpes -esos maestros de la vida- les enseñaran el arte de la guerra. En Chan Santa Cruz, un ejército pequeño, compacto, pero filoso como el mejor bisturí de la más perfecta mano cirujana, ya desde 1856 había tomado la ofensiva perdida para 1849. En 1857 atacarían brutalmente a Tekax, en 1858 harían caer a Bacalar, y en varias ocasiones tratarían de tomar nuevamente a Peto. El 1 de julio de 1869, una soberbia alocución de los de Chan Santa Cruz, dictada tal vez por Crescencio Poot desde el pueblo de Tibolón, cercano a Peto, vaticinaría la ola de terror que se iniciaría en el partido de Peto en la década de 1870:
Hoy me hallo en este pueblo con los leales á nuestro padre á pelear con los que quieran, pues á esto estamos; todo el que caiga en acción de guerra morirá; el que se presente entre nosotros en paz, lo recibiremos gustosos. Hoy han venido a querernos espantar y han quedado escarmentados, como lo tienen a la vista. Nosotros no solo peleamos con el Gobierno, sino hasta con el Rey de Vdes ; somos soldados de nuestra Santísima Cruz y de las Tres Personas, á quienes respetamos y veneramos…No pedimos prestado, tenemos tropas, parque para quemar á todos Vdes; hasta para diez años. Pronto iremos á quemar á Mérida…Si el Gobierno no tiene parque, que me pida y le daré dos ó trescientas mil cajas, y obuses y granadas, lo que quiera le daré; que no se moleste en pedir ayuda á México; ya ven que nosotros no pedimos á nadie. Vdes. lo sentirán prepararse y verán si no es así. Mérida va á caer y todo Yucatán será nuestro; pero que no se sacrifique á los tontos; que salga el encargado del gobierno á pelear personalmente conmigo; si viniesen tres ó cuatroscientos hombres bastarán mis asistentes para cogerlos, que vengan como hombres y verán que lo que digo no es una mera bravata sino que es la verdad.
Estas palabras de Poot significaban una sola cosa: la guerra persistiría, y los partidos fronterizos, como Peto, al mismo tiempo que se transformarían en un país del miedo, en el caso específico de Peto, una sociedad militarista que desde los 12 años entrenaba a sus hijos en el arte de la guerra, aguardaría a los bárbaros. Esos bárbaros que gustaban caminar en noches de luna, cuando comenzaban las cosechas en los pueblos fronterizos.

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