sábado, 20 de julio de 2013

LA IGNORANCIA DEL DERECHO: EN DEFENSA DE "LAT"

En estos momentos, mientras escribo esto, a través del Diario de Yucatán y las redes sociales, la sociedad "bonita", blanca, católica, bien pensante, de esa Mérida imaginaria, está linchando al "mataperros", a ese "hijo de puta" "con potencial peligroso", como dice un diputado de la derecha panista en Yucatán (¿y cuándo han visto que un famélico sea un asesino en serie?), y próximamente lo meterán, así de fácil, así de rápido, para que escarmiente y sea un digno y "civilizado" ejemplo su encarcelamiento, a la celda más húmeda del Cereso de Tekax. Del "mataperros” no sabíamos ni su nombre desde que salió una nota mal redactada con su foto el día 14 de julio pasado donde, es cierto, se ve una escena indignante: un hombre bajo, moreno, arrastraba por “diversión y hábito” a un perro muerto y a otro a punto de fenecer. Esa nota, publicada en el contexto del “Matagatos” de San Martín Texmelucan, Puebla, corrió como un reguero de pólvora entre la sensibilidad de los internautas: incluyéndome, se comenzó una lapidación sistemática contra el “Mataperros”, con frases y advocaciones que colindaban con el racismo más execrable que se pueda uno imaginar: era una bestia, era un animal, era un ser inmundo el pobre “Mataperros” de Kancab. O citando la perla de psicología criminal dicha por Mauricio Vila Dosal, “presidente de la Comisión del Medio Ambiente y pionero en presentar la iniciativa para reformar la ley que penaliza el maltrato a los animales domésticos”, el Mataperros era una de esas “personas que cometen actos de crueldad contra los animales” y que “son propensos a agredir al humano”. Con esa parrafada, y con esa simple nota de prensa y la declaración de alguien que vio in fraganti al Mataperros, desde las redes sociales y el Diario de Yucatán, así como las chácharas de indignación de respetables damas de buenas costumbres de la sociedad meridana, el hombre de Kancab, el “Mataperros”, por azares del convencimiento a priori, se convirtió en un monstruo de iniquidad, en una bestia sedienta de sangre propensa a todos los crímenes habidos y por haber.
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De todo esto, nadie preguntó, ¿y quién es el Mataperros?; y de toda la santa indignación, nadie señaló que lo más indignante, para mí, pero seguramente que para muchos también, es todo ese largo proceso de exclusión, de hambres y soledades históricas que se concentra en una sola foto, la de ese hombre con chanclas Duramil –el hombre de los Duramil-, sin camisa, y seguramente que con hambre de siglos atrazada: hambre y sed de justicia, como dijo alguien que no creía en lo que dijo. Todos sabíamos de su foto y de su apodo creado en el maremagnum de la indignación de los defensores a ultranza de los derechos de los animales, “el mataperros”, un ser que, en tiempos de Ginés de Sepúlveda, dudarían las sociedades defensoras de animales si tiene o no eso que se llama alma; pero nadie exigía saber el nombre de una “escoria”, porque las escorias no tienen historia, y su nombre era lo de menos cuando los índices jupiterinos ya habían señalado su culpabilidad.
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Ahora se sabe que se llama Rolando Falcón Cauich, y su apodo, Lat, no guarda ninguna referencia del apodo con que lo bautizaron los bien pensantes que se rasgan las vestiduras por los derechos de los animales, pero que no logran visibilizar que detrás de esos derechos de los animales está alguien como Lat, que tiene historia, que tiene vida, que sufre todas las exclusiones históricas de una sociedad yucateca altamente esquizofrénica. Lat no debería ser un chivo expiatorio de las salvajadas moralistas de damas y caballeros católicos y de buenas costumbres. Y en vez de llevar a la praxis –y a rajatabla- una ley novísima de defensa de los animales domésticos, el sentido común nos indica que debería darse a conocer en todos los niveles. Pero el sinsentido formalista de los abogados, esos especímenes de los cuales descreo en demasía, que no tienen sentido común para ir más allá de sus códigos y sus positividades legales, saldrá con su latinajo de que ignorantia legis neminem excusat, y yo contestaré, junto con Vives, que “¿Dónde está la justicia del principio ignorantia juris neminem excusat, siendo tantas las leyes y tan abultadas y dificultosas, que nadie podría saberlas todas? Con ellas no trazáis una pauta benigna y paternal para conducirse en la vida, sino que tramáis emboscadas (insidias struitis) a la ignorancia y sencillez del pueblo (simpicitati populari)”.

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