"La democracia se mide por la participación del pueblo en el ingreso, la cultura y el poder, y todo lo demás es folklore democrático o retórica…”
Pablo González Casanova, La democracia en México.
Pablo González Casanova, La democracia en México.
El domingo 12 pasado se cumplieron dos semanas del forzado exilio empijamado del presidente hondureño, Manuel Zelaya, y creo que es posible, en la raquítica mesura que nos otorga la subjetividad de la ideología, sacar algo en limpio de los hechos.
A pregunta expresa de Aristegui, quien le pidió que indicara en qué se distinguía el golpe de estado en Honduras, que qué de nuevo traía el río de esa asonada para imaginar salidas posibles, Enrique Dussel respondió que el brete hondureño es “una situación nueva realmente”, porque los golpes de estado, en los sesenta y setenta, hubieran sido una noticia cualquiera, pero que en estos momentos son completamente extemporáneos, se encuentran fuera del tiempo y fuera de “la madurez democrática que va adquiriendo Latinoamérica, además de la política exterior de Obama, al parecer distinta a la de Bush. El mismo Obama, horas posteriores del golpe, señaló su ilegalidad y declaró que sentaba un “precedente terrible” para la región, no obstante que, hasta ahora, no ha roto relaciones diplomáticas con el gobierno de facto ni ha desmantelado el considerable enclave militar yanqui en ese país centroamericano. En este punto, Chávez reclamó a Obama el retiro inmediato de sus soldados de ese país, el congelamiento de las cuentas y propiedades en territorio gringo de los golpistas, más la cancelación de las visas de esa enferma Señora Oligarquía golpista, que en la ilegitimidad de su origen a punta de fusiles, intenta montar “la democracia que quiere imponer el gobierno yanqui a los pueblos de América Latina”.
Contrario a la lectura dusseliana de la situación, algunos conocidos voceros de las oligarquías latinoamericanas, como Alvarito Vargas Llosa, la justificaron de una forma por lo demás cínica e indefendible. Omitiendo la frase hueca “club de chavismo”, Zelaya intentó, y eso que fue un intento nomás, forzar el aparato estatal hondureño y algunas estructuras sociales de su malhadado país, el segundo más pobre en el continente después de Haití (como el de elevar el sueldo a los trabajadores entre 60 y 100%, con beneplácito de los sindicatos y la esperada molestia de los empresarios).
Otros han dicho que lo de Honduras es un caso “sui géneris” de irrupción de la “democracia” por medios antidemocráticos en el país catracho. O que, tal vez, el acto de gorilismo acaecido en la capital hondureña fue, efectivamente, un golpe de Estado aunque justificadísimo; pero, eso sí, un golpe “light”, levecito, por no decir “postmodernito”, ya que todo el aparato estatal (Congreso, Corte, Militares, ¿población en general?) repudiaba los intentos de Zelaya por perpetuarse en el poder; y que no ha habido, como sucediera en Argentina con Videla y en Chile con Pinochet, secuelas macabras de muertes tumultuarias: Zelaya –dicen los neofascistas- no se ha echado en las bolsas de su pijama más de un mártir para condimentar su causa “democrática” de petrificarse en el poder. Lo cierto es que los adversarios del “Fox hondureño”, ellos sí bien petrificados desde luengos tiempos en el pináculo de la injusta distribución de los panes y los peces, copan todos los poderes, tanto públicos como fácticos, siendo La Iglesia, en ese país conservador, de gran relevancia por lo que implica de reaccionaria en sus increíbles opiniones de los hechos, al negar “galileanamente” lo evidente.
Aguilar Camín (Milenio, 1 de julio), intelectual del capital mexicano, y Sergio Sarmiento (Reforma, 1 de julio), pluma prostibularia de Salinas Pliego, aunque reconocen que hubo actos de Gorilato, minusvaloran, empobrecen, mueven “escépticamente la cabeza” cuando observan que las defensas a ultranza de la democracia hondureña, paradójicamente recae en las manos (o los micrófonos) del “dictador” Chávez y su camarilla de segundones chavistas. El colmo de todo esto, según Aguilar Camín, es que este ramillete de presidentes chavistas truenan su indignada protesta haciendo coro al presidente dinástico Raúl Castro, “el demócrata sucesor del gobierno de Cuba”.
Sarmiento, seguidor (a modo, ¡desde luego!) de la desfasada doctrina Estrada, se daba “golpes” de pecho, horrorizado porque el presidente mexicano “desechara” dicha vejestoria doctrina y se posicionara del lado de Chávez, la escenografía de sus epígonos, las impugnaciones irrelevantes de la Comunidad Internacional y los ambiguos planteamientos de la presidencia de Obama, al rechazar el golpe; y remachaba su objeción con la cita respectiva a Estrada: “México no se pronuncia en el sentido de otorgar reconocimientos, porque considera que ésta es una práctica denigrante que hiere la soberanía de otras naciones”.
Un artículo publicado recientemente en Reporte Índigo, y firmado por Mary Beth Sheridan (“La verdadera amenaza”), hacía eco de las propuestas de Varguitas Llosa y de todo el espectro de la “inteligencia” neoliberal. Sheridan, demostrando amor al pensamiento uniformado, conjeturaba: “Pero soldados con escudos y bayonetas no representan la principal amenaza a la democracia de América Latina...” Es decir, no los esbirros uniformados de la Señora Oligarquía catracha, sino unos personajes grotescamente populares, la maldición caudillista empotrada en un discurso patéticamente antiestadounidense y ribeteado de un “marxismo tropical”, son los verdaderos peligros para la región: “En años recientes, líderes autoritarios elegidos por sus pueblos han colmado los tribunales de justicia con simpatizantes, han realizado elecciones dudosas y han restringido la libertad de prensa…”, escribía Sheridan, en clara referencia al ex golpista Hugo Chávez y a su camarilla de profetas menores. Sheridan terminaba la idea del “peligro” que representan las ¿radicales democracias? para las mentes formales de los demócratas representativos, citando a un conocido think tank, Jeffrey Davidow: “Las amenazas en contra de la democracia de AL –y no quiero de ninguna manera minimizar lo que está pasando en Honduras– no son aquellas que vienen de los golpes militares, si no de los gobiernos que están ignorando el equilibrio de poderes eliminando a otros elementos del gobierno…”.
Ya se sabe: la verdad hegemónica, mediática, si la provocan, es capaz de hacer puta hasta a la madre Teresa de Calculta con tal de demostrar su poder: lo del golpe, dicen los corillos de la prensa reaccionaria y del seudo-pensamiento neoliberal, su fin –el apuntalamiento de la democracia burguesa del mercado, formal, formalísima esa democracia folklórica o retórica, salvada del peligro reeleccionista de Zelaya, y útil, utilísima a la privatización de la vida y la muerte propuesto por la Señora Oligarquía catracha, apéndice del gran capital-, justificaba todos los medios, incluso hasta el descalabro de la farsa de una democracia folklórica que no da de comer a la mayoría de sus hombres y mujeres. Aclarando la situación, hay que señalar que Ella, la Señora Oligarquía hondureña, no reconoce que la única que en verdad se ha perpetuado en el poder es Ella, únicamente Ella. Zelayas o Michelettis, el nombre es lo de menos: únicamente lo que cuentan son los gruesos intereses de esa emperifollada madame, que no puede tolerar verlos en peligro bajo la férula de un traidor de la “gente bonita” como Zelaya, pretendiendo éste disculparse de su fortuna maderera haciendo interesada causa (la “bondad” chavista de los petrodólares, ¡hágame el favor!) con el socialismo del Siglo XXI. Los medios, actualmente, hablan de cierta “normalidad” hondureña, al restablecerse las “garantías individuales” en aquel país (me pregunto si en verdad las ha habido) desde el 12 pasado. Pero, como se preguntaba Nelson Ávila, ex colaborador del gobierno anterior al gobierno golpista actual, habría que preguntarse a ¿cuál normalidad se refiere uno?, si lo que hubo “fue un golpe de Estado y lo que hay es una dictadura”: la primera dictadura del Siglo XXI creciendo bajo la omisión (y por ende, el tácito reconocimiento) del gobierno de Obama. La carcamal Señora Oligarquía, troquelando sus denarios de judas, ha entrado en una nueva fase de empoderamiento, suprimiendo ya toda consulta popular, criminalizando pensamientos populares a nombre de farsas democráticas y parlamentarias.
A pregunta expresa de Aristegui, quien le pidió que indicara en qué se distinguía el golpe de estado en Honduras, que qué de nuevo traía el río de esa asonada para imaginar salidas posibles, Enrique Dussel respondió que el brete hondureño es “una situación nueva realmente”, porque los golpes de estado, en los sesenta y setenta, hubieran sido una noticia cualquiera, pero que en estos momentos son completamente extemporáneos, se encuentran fuera del tiempo y fuera de “la madurez democrática que va adquiriendo Latinoamérica, además de la política exterior de Obama, al parecer distinta a la de Bush. El mismo Obama, horas posteriores del golpe, señaló su ilegalidad y declaró que sentaba un “precedente terrible” para la región, no obstante que, hasta ahora, no ha roto relaciones diplomáticas con el gobierno de facto ni ha desmantelado el considerable enclave militar yanqui en ese país centroamericano. En este punto, Chávez reclamó a Obama el retiro inmediato de sus soldados de ese país, el congelamiento de las cuentas y propiedades en territorio gringo de los golpistas, más la cancelación de las visas de esa enferma Señora Oligarquía golpista, que en la ilegitimidad de su origen a punta de fusiles, intenta montar “la democracia que quiere imponer el gobierno yanqui a los pueblos de América Latina”.
Contrario a la lectura dusseliana de la situación, algunos conocidos voceros de las oligarquías latinoamericanas, como Alvarito Vargas Llosa, la justificaron de una forma por lo demás cínica e indefendible. Omitiendo la frase hueca “club de chavismo”, Zelaya intentó, y eso que fue un intento nomás, forzar el aparato estatal hondureño y algunas estructuras sociales de su malhadado país, el segundo más pobre en el continente después de Haití (como el de elevar el sueldo a los trabajadores entre 60 y 100%, con beneplácito de los sindicatos y la esperada molestia de los empresarios).
Otros han dicho que lo de Honduras es un caso “sui géneris” de irrupción de la “democracia” por medios antidemocráticos en el país catracho. O que, tal vez, el acto de gorilismo acaecido en la capital hondureña fue, efectivamente, un golpe de Estado aunque justificadísimo; pero, eso sí, un golpe “light”, levecito, por no decir “postmodernito”, ya que todo el aparato estatal (Congreso, Corte, Militares, ¿población en general?) repudiaba los intentos de Zelaya por perpetuarse en el poder; y que no ha habido, como sucediera en Argentina con Videla y en Chile con Pinochet, secuelas macabras de muertes tumultuarias: Zelaya –dicen los neofascistas- no se ha echado en las bolsas de su pijama más de un mártir para condimentar su causa “democrática” de petrificarse en el poder. Lo cierto es que los adversarios del “Fox hondureño”, ellos sí bien petrificados desde luengos tiempos en el pináculo de la injusta distribución de los panes y los peces, copan todos los poderes, tanto públicos como fácticos, siendo La Iglesia, en ese país conservador, de gran relevancia por lo que implica de reaccionaria en sus increíbles opiniones de los hechos, al negar “galileanamente” lo evidente.
Aguilar Camín (Milenio, 1 de julio), intelectual del capital mexicano, y Sergio Sarmiento (Reforma, 1 de julio), pluma prostibularia de Salinas Pliego, aunque reconocen que hubo actos de Gorilato, minusvaloran, empobrecen, mueven “escépticamente la cabeza” cuando observan que las defensas a ultranza de la democracia hondureña, paradójicamente recae en las manos (o los micrófonos) del “dictador” Chávez y su camarilla de segundones chavistas. El colmo de todo esto, según Aguilar Camín, es que este ramillete de presidentes chavistas truenan su indignada protesta haciendo coro al presidente dinástico Raúl Castro, “el demócrata sucesor del gobierno de Cuba”.
Sarmiento, seguidor (a modo, ¡desde luego!) de la desfasada doctrina Estrada, se daba “golpes” de pecho, horrorizado porque el presidente mexicano “desechara” dicha vejestoria doctrina y se posicionara del lado de Chávez, la escenografía de sus epígonos, las impugnaciones irrelevantes de la Comunidad Internacional y los ambiguos planteamientos de la presidencia de Obama, al rechazar el golpe; y remachaba su objeción con la cita respectiva a Estrada: “México no se pronuncia en el sentido de otorgar reconocimientos, porque considera que ésta es una práctica denigrante que hiere la soberanía de otras naciones”.
Un artículo publicado recientemente en Reporte Índigo, y firmado por Mary Beth Sheridan (“La verdadera amenaza”), hacía eco de las propuestas de Varguitas Llosa y de todo el espectro de la “inteligencia” neoliberal. Sheridan, demostrando amor al pensamiento uniformado, conjeturaba: “Pero soldados con escudos y bayonetas no representan la principal amenaza a la democracia de América Latina...” Es decir, no los esbirros uniformados de la Señora Oligarquía catracha, sino unos personajes grotescamente populares, la maldición caudillista empotrada en un discurso patéticamente antiestadounidense y ribeteado de un “marxismo tropical”, son los verdaderos peligros para la región: “En años recientes, líderes autoritarios elegidos por sus pueblos han colmado los tribunales de justicia con simpatizantes, han realizado elecciones dudosas y han restringido la libertad de prensa…”, escribía Sheridan, en clara referencia al ex golpista Hugo Chávez y a su camarilla de profetas menores. Sheridan terminaba la idea del “peligro” que representan las ¿radicales democracias? para las mentes formales de los demócratas representativos, citando a un conocido think tank, Jeffrey Davidow: “Las amenazas en contra de la democracia de AL –y no quiero de ninguna manera minimizar lo que está pasando en Honduras– no son aquellas que vienen de los golpes militares, si no de los gobiernos que están ignorando el equilibrio de poderes eliminando a otros elementos del gobierno…”.
Ya se sabe: la verdad hegemónica, mediática, si la provocan, es capaz de hacer puta hasta a la madre Teresa de Calculta con tal de demostrar su poder: lo del golpe, dicen los corillos de la prensa reaccionaria y del seudo-pensamiento neoliberal, su fin –el apuntalamiento de la democracia burguesa del mercado, formal, formalísima esa democracia folklórica o retórica, salvada del peligro reeleccionista de Zelaya, y útil, utilísima a la privatización de la vida y la muerte propuesto por la Señora Oligarquía catracha, apéndice del gran capital-, justificaba todos los medios, incluso hasta el descalabro de la farsa de una democracia folklórica que no da de comer a la mayoría de sus hombres y mujeres. Aclarando la situación, hay que señalar que Ella, la Señora Oligarquía hondureña, no reconoce que la única que en verdad se ha perpetuado en el poder es Ella, únicamente Ella. Zelayas o Michelettis, el nombre es lo de menos: únicamente lo que cuentan son los gruesos intereses de esa emperifollada madame, que no puede tolerar verlos en peligro bajo la férula de un traidor de la “gente bonita” como Zelaya, pretendiendo éste disculparse de su fortuna maderera haciendo interesada causa (la “bondad” chavista de los petrodólares, ¡hágame el favor!) con el socialismo del Siglo XXI. Los medios, actualmente, hablan de cierta “normalidad” hondureña, al restablecerse las “garantías individuales” en aquel país (me pregunto si en verdad las ha habido) desde el 12 pasado. Pero, como se preguntaba Nelson Ávila, ex colaborador del gobierno anterior al gobierno golpista actual, habría que preguntarse a ¿cuál normalidad se refiere uno?, si lo que hubo “fue un golpe de Estado y lo que hay es una dictadura”: la primera dictadura del Siglo XXI creciendo bajo la omisión (y por ende, el tácito reconocimiento) del gobierno de Obama. La carcamal Señora Oligarquía, troquelando sus denarios de judas, ha entrado en una nueva fase de empoderamiento, suprimiendo ya toda consulta popular, criminalizando pensamientos populares a nombre de farsas democráticas y parlamentarias.
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