El título de este pequeño artículo virtual no era ese, era otro, más ríspido, más bravucón. Lo había titulado así:
UN PROCESO DE "DE-PESO-RACIONALIZACIÓN” PERIODÍSTICA, O LO QUE ES PEOR, DE “DE PORESTO-PROSTITUCIÓN” DISCURSIVA EN LA HISTORIA RECIENTE DE LA PRENSA YUCATECA.
Pero luego, los causes de la escritura me llevaron a elegir otro título, que venía a tono con mi “distopía” personal: la idea de la muerte del lector de periódicos de papel, del último lector de periódicos de papel.
Yo soy un ex lector de periódicos de papel. Aprendí de mi abuelo el arte de leer los periódicos, pero desde hace más de un lustro, no he comprado uno solo desde que puedo servirme de los portales de los diarios virtuales. Las ideas contra el lector de periódicos de papel me surgieron leyendo un artículo de prensa reciente (“Periódicos a la deriva para auxiliarnos en la deriva”, Por Esto!, 26 de marzo de 2014), que se lo dedica su autor, Joed Peña Alcocer, a ese periódico en su 23 aniversario. En el, su autor hace un “elogio” de la prensa escrita, no desdeñando a los medios virtuales que llegaron para quedarse. Los lectores de periódicos que palpan la consistencia del papel, del olor de la tinta, del inconfundible tufo de periódico hecho con las miles de muertes de hectáreas tras hectáreas de los bosques chiapanecos o de las selvas amazónicas, son la gran mayoría actualmente porque en un país de tantas desigualdades sociales como el nuestro, en un país de ágrafos que escriben y lectores que no escriben; en un país, sin duda, devastado por las coloniales desigualdades, muy pocos se dan el lujo de utilizar el internet, de servirse de esa herramienta básica en la vida, que muchos ya la ven como parte de los derechos humanos de nueva generación.
Desde luego, a mi pesimismo más antipático, le pegoteo mí no menos antipático optimismo: tarde o temprano, los lectores de periódicos de papel serán la minoría, espero que así sea. Y no hablo de los lectores de los libros de papel: estos ojalá y siempre estén ahí, como la tarde que siempre regresa. Porque los costos que producen el tener a lectores de periódicos hechos con papel, ¿se han puesto a pensar qué tan devastadores son para el ambiente? Ecológicamente, tal vez la desaparición del lector de periódicos de papel sirva para mucho: ya no se talarían tantos árboles con el único objetivo de que un imbécil santón de la pluma cagado por sus lugares comunes y sus ideologías putrefactas, mande sus ucases de muerte escritural a diestra y siniestra, por el simple hecho de sentirse santón de la pluma robada a la gansada iletrada. Poner como justificación que el periódico de papel servirá a generaciones futuras de historiadores para hacer la historia actual, es una tontería, una burda simpleza si uno no se pone a pensar que la degradación ambiental actual –de la cual, la industria periodística es compañera de las mafias de los taladores- no nos da para pensar en el futuro: ¿qué futuro tendremos como especie cuando el último árbol de la selva quintanarroense caiga muerto por la sierra del talador, y sus escombros, sus maderos fallecidos sean esperados con ansia caníbal por el santón de la pluma para escribir un nuevo ucase contra fulano de tal, o cantar la silueta cachonda de su hembra poetizada, o hacer un sesudo comentario sobre la futilidad de la rosa, o succionarle el vómito e inhalar el pedo al mecenas político?
Dije algo y lo sostengo: que mientras que en casi todo el siglo XIX y buena parte del siglo XX, la prensa yucateca era una de las mejores del país; actualmente, de casi dos décadas a la fecha, se ha entrado a un empantanamiento del discurso periodístico, a una chayotería burda y selvática, a una especie de promiscuidad de la prensa yucateca frente al poder político y económico. Incluso en recintos como la "cultura yucateca", el último "canto del cisne" lo dio el "Unicornio histórico" dirigido por el desaparecido periodista e investigador, Hernán Menéndez Rodríguez. A la muerte de Menéndez, sería mentira decir que el Unicornio siguió en la misma tónica: hoy hasta las cacatúas escriben ahí "sesudos trabajos", y la prensa "independiente" es una simple cámara de resonancia del oficialismo cultural signado por el priato: sus pendolistas y camorristas, no escriben, no, no, sino que entintan el siempre presente "papax k’ab" (aplausos) del mitin del líder y de la lideresa de colonias, y dicen que hacen periodismo. En fin, si para tener una prensa tan "corrientosa", de muladar y de alcantarillas, tendríamos que talar tantos árboles, ¿no acaso la lucidez de ir contra esto nos insta a pedir a los hados el fin del lector de periódicos de papel? Pero el santón de la pluma dirá que no, porque sus papax k’ab consabidos como que pierden brillo, como que no se leen bien, como que la computadora los hace menos ruidosos.
Frente a la sentina actual de periodismo yucateco de los últimos tiempos, los periódicos del siglo XIX eran otra cosa. Se veía calidad en ellos, exigencia literaria ni se diga. De hecho, podría decir que el periodismo yucateco del siglo XIX era la sustancia más valiosa de la literatura peninsular: El Registro Yucateco, los bulliciosos de la isla situada entre el Cabo Catoche y la Siberia, La Revista de Mérida, El Eco del Comercio y tantos otros que se me olvida citar. Y podría decir más: en las corresponsalías mismas de los reporteros de los pueblos de la primera mitad del siglo XX había exigencia a la hora de escribir hasta lo más nimio, así como un prurito literario y una imaginación para contar la vida cotidiana de los pueblos perdidos de Yucatán. Eso, eso ya no se da. Ahora el proceso de imbecilización discursiva, los facilismos y otros bestialismos, abundan en la prensa yucateca, que podría decir que hasta se vive un proceso de "depeso-racionalización" progresiva, por no decir, de PorEsto-prostitución degenerativa…´
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