miércoles, 22 de octubre de 2008

DE CÓMO LA GLOBALIZACIÓN LLEGÓ AL MAYAB PARA ¿QUEDARSE?

“Si uno de los motivos de la caída del socialismo real fue un economicismo planificador que olvidó cualquier propósito humanista, el moderno capitalismo reserva a los políticos el mero papel de policías y jueces del autoritarismo del mercado, sin permitirle salirse de pautas predeterminadas por los centros de poder económico y financiero.” Manuel Vázquez Montalbán. “Panfleto desde el planeta de los simios”.
Los mayas, o la etnogénesis maya fue, dice Restall[1], una invención –yo diría ficción- de los vencedores de la Conquista, que tomó cuerpo en la Colonia, pasó subrepticiamente entra las heteróclitas milicias de la Guerra de Castas[2], y culminó su formación en la etnopolítica del Estado moderno homogéneo; indicando que en el periodo colonial, este vocablo connotaba una dirección peyorativa entre los propios “mayas” –como sucede en la actualidad, donde, según Ever Canul, catedrático de la Universidad de Quintana Roo, en las zonas donde asentaron sus huestes los gloriosos “mayas” cruzob (después de haber leído a Restall, a Gab, concuerdo con la tesis de que en las zonas de refugio que hoy ocupa el actual estado de Quintana Roo, los descendientes de los vencidos no se reconocen como tal[3], no logran imaginarse como tal- o de subordinación entre los vencedores.

Sobre esta difícil imaginación cultural de los grupos mayas peninsulares insertos en un proceso etnofágico cultural de los grupos hegemónicos, Bernardo Caamal Itzá, periodista, agrónomo versátil, y estudioso de las tradiciones de su pueblo, se ha preguntado por el paradero de los mayas, del Mayab y de los aportes de un pueblo en decadencia, aculturalizado:
“¿Dónde están los Mayas? ¿Será que es posible visualizarlos por la forma en que practican la agricultura, uso del monte, idioma, alimentación, religiosidad ó en los centros arqueológicos? ¿Pero qué pasa con esta cultura? ¿Quien sabe más de ella?, será que uniformizando su alfabeto es posible que ‘los Mayas’ puedan comunicarse y realmente funcione el ‘Kuxan Suun’[4] (la soga viviente) ó con ello poder publicar múltiples libros ó organizar cursos-taller que permitan que unos cuantos “Mayistas” continúen gozando de sus privilegios de ser los únicos portadores de la “verdad” sobre esta gran cultura.
¿Dónde esta el Mayab? En alusión a lo que significa ser Mayas; de esto recuerdo a un viejo amigo que al cuestionarme, me decía: Cuando duermes ¿Sueñas en maya? u otros decir: ‘¿le platicas en maya a tus hijos?’; ‘¿le enseñas a ser cómo Mayas?’; lo que dices ¿Realmente lo practicas?; sigues los usos y costumbres de los abuelos: cómo el interpretar los sueños, el canto de los pájaros, insectos, entre otros; el culto a ‘Yuum Ch’aac’ (ofrendar a los dioses de la lluvia); ¿Te desparasitas con las plantas medicinales antes de la temporada en que se mueve el “tzab” (pléyades) y la ‘canícula’; ¿Sigues las indicaciones de bajarte la ‘bilis’? ó que te masajeen el cuerpo cada 6 meses, ¿Siembras bajo los efectos lunares?; a tus hijos le inculcas a que aprendan diversas actividades para que no tengan problemas en cuanto al trabajo y le facilite su inclusión a la sociedad donde le corresponderá vivir.
Otros dirán ¿Cómo llevar el “desarrollo” a los Mayas? y sobre todo ¿Cómo organizarlos para que hagan sus empresas y produzcan de acuerdo a las exigencias del mercado para que no sean tan “pobres”, porque el no saber leer y escribir, dudo mucho que ellos posean esos conocimientos de aquellos mayas que construyeron esta séptima maravilla del mundo moderno, en alusión a Chichén Itzá.
Quién tendrá la verdad entonces, ¿Qué aporte hace la civilización maya al mundo entero?, y sobre todo si los Mayas no hubiesen existido en Yucatán ¿Será que es posible atraer a los turistas y florezcan los múltiples negocios dedicados al ramo tal como sucede hoy en día?[5]

Una primera respuesta que se podría dar a la pregunta del paradero de los mayas, es que el maya está, como el propio Bernardo Caamal Itzá indica muy a su pesar, en la cabeza teórica de los Mayistas como Restall, que gozan “los privilegios de ser los únicos portadores de la ‘verdad’ sobre esta gran cultura”, o aherrojados en el Palacio Cantón y vigilados por el sumo Mayista. Es decir, el Mayab ya no existe sino, para los pocos que lo leen, en la literatura de Mediz Bolio, o en las piedras hoy mudas de Chichén, Uxmal y Mayapan. Los mayas ya no existen, han muerto, los mató la seducción de Occidente o los olvidaron los propios mayas yucatecos.
La tierra del Mayab, como convienen geógrafos y cartógrafos de buena fe, no se encuentra en el sur de México. Por azares políticos, económicos, se encuentra encasillada ahí, en el mismo saco que Chiapas, Oaxaca y Guerrero. La península yucateca es la nariz de México que tira a oler hacia el norte. (En Peto esto es axioma, largarse a los Estados Unidos después de la secundaria o del bachillerato). Pero eso no me interesa, me da igual si la pusieran en China o en el culo del mundo (aunque tengo entendido que, China, efectivamente, es el culo del mundo).
Hablando de regiones, Yucatán es netamente región histórica, donde todos los pasados, desde la Conquista, se encuentran vivos, sangrantes. Sin menospreciar las pinzas de lo económico, pienso que una región se configura y realza en el tiempo, ya que la temporalidad es el segundo elemento para conformar el binomio espacio-tiempo de todo lo existente. Tanto las fuerzas económicas, sociales y políticas, remojan sus barbas, no en las aguas heladas del cálculo egoísta, sino en las aguas del río de Heráclito; río muy majadero porque no permite a nadie bañarse dos veces.
Pero no metamos en este texto que se pretende ensayo, al viejo Heráclito con su río. Dejemos a un lado las herramientas de la retórica que hemos venido ensayando (pura digresión y circunloquio reiterativo), para darle vuelta al asunto que nos truje: a saber, el cómo de la llegada para quedarse de la tan mentada globalización en los lares del Mayab.
El sur de México es polimorfo, políglota, poliétnico (¿o se escribe pluriétnico?) y, ¿por qué no?, político. En el sur hay una parte –para muchos la menos bella – que me interesa en demasía. Esa parte –o región –es el Mayab, que, según Mediz Bolio, significa “nación de los hombres verdaderos”. Verdaderos o no, eso no me interesa. Del Mayab es esta villa, a veces bella, y a veces no tanto.
En el Mayab lo indígena es mayoría. La fisonomía, el apellido, la toponimia, el “coox viramiento” político[6], las mitologías y las consejas de las abuelas refrendan con mayor profundidad la tesis de Mario Humberto Ruz acerca del sur de México:
“En él, al mismo tiempo que se cobijan en ruinas artes civilizatorias que otras latitudes todavía no alcanzan, es presente lo que para otros es pasado. Aquí Mesoamérica no es un concepto arqueológico, es horizonte cotidiano. Los indios no son ni defensores de la Patria ni solemnes antepasados, son presencia viva y corpórea, a veces dulce, a veces violenta como todas las vecindades. Indios y mestizos se detestan y se extrañan, se toleran o se evitan, se enamoran y se matan, como cualquier otro ser humano”.
Esta cita de Humberto Ruz me fuerza a hacer una digresión: Cuando Ruz escribe que “Indios y mestizos se detestan y se extrañan, se toleran o se evitan, se enamoran o se matan, como cualquier otro ser humano”, no se olvide y se pase de largo la certeza de que en Latinoamérica, en el Mayab, y en Peto[7], el racismo es bullente: desde el complejo del color de la raza como concepción estética, pasando, incluso -el ejemplo se da preponderantemente en Yucatán-, en los apellidos indígenas, en los rasgos o la omisión voluntaria del idioma materno. América, como sabemos, es producto de una conquista, un ayuntamiento feroz, violento, de españoles e indígenas. El elemento dominante en mayoría, el indígena, pronto se vio disminuido por pandemias, segregación, mestizaje y sobre explotación por el elemento conquistador. Los hijos de estos dos pueblos, los mestizos, al momento de tomar conciencia de su “semiorfandad shakesperiana”, se pusieron en la disyuntiva de decidir: ¿a cual árbol me arrimo? ¿O al ceibo –hablo de la flora peninsular, la única que conozco –, el Yaxché mitológico (comunicador de los tres mundos) de su madre maya, quemado y requemado por el auto de fe de De Landa y la catequesis cristiana; o a la encina, el alcornoque y la higuera de su padre español (reticente y siempre lejano), que le otorgó la lengua, sus vicios y prejuicios? Al igual que su padre, el mestizo – los caxlanes o los dzules- acabó por menospreciar a sus tíos (los indios) llamándoles “perros sin alma”, sin derecho a entrar en las principales calles o en las plazas de armas de sus villas[8]; a su madre –con el impulso misógino de su padre acrecentado en su cerebro machista-, la empezó a ver con indiferencia, callándola siempre; o, cuando en el color de su piel predominaba el tono de su padre, avergonzándose del lustre cobrizo de su progenitora; y rehuía de su presencia. Llegó un momento en que el mestizo (con lecturas poéticas en su haber), le espetó a su progenitora el ominoso apodo despectivo de “La chingada”. Y así, de ese hallazgo verbal, un tipo tan inteligente como Octavio Paz llegó a sondear en los bajos fondos del ser del mexicano, diciendo que todos somos “hijos de la chingada”.
Frente a estas aberraciones tropológicas de escritores de la talla de nuestro Nobel (su discípulo, el sesudo Krauze, llegó a afirmar que el fin de todo problema en México –léase étnico- se encuentra en el mestizaje; nada original si se rastrea su pensamiento nazi derechista en el plan etnocida del nazi-cristiano José Vasconcelos, con su concepto de la “raza cósmica” como crisol de los pueblos autóctonos de América –con predominio del elemento español, por supuesto- y del juez de paz, Andrés Molina Enríquez en su libro “Los grandes…”) lo único que se puede decir es que Paz escribió desde una posición liberal, hegemónica, urbana, aristócrata, cosmopolita, donde el país solamente es México City y sus pinches chilangos que se creen que en verdad viven en el ombligo del mundo; poeta que da primacía al México imaginario a costa del otro México, el México del hombre de las comisarías petuleñas, el México Profundo, es decir, el de los “jodidos” del Sureste mexicano.
En el sur y en el Mayab, Mesoamérica es pasado vivo en presente muerto. Aunque dicho presente es conjugado mal por las élites, malas en gramática. Y aunque uno no se cansa de recordarles el sabio consejo de Don Quijote a Sancho, de que los que gobiernan ínsulas – o penínsulas, o villas – han de saber gramática, los muy cabezas duras, cacasenos, no prestan atención. El desarrollismo chambón, irle todo lo que tengo a los Estados Unidos o a la Riviera Maya sin crear capital humano crítico del sistema de cosas de la villa, el afán de lucro como norma administrativa de gobierno, el trasiego inmoderado del erario público a las cuentas privadas de los que gobiernan, se ha propuesto, en los últimos años más que nada, a echar fuego al viejo tronco milenario del Yaxché, espoleado en su interior por las termitas casta divinas teledirigidas por el Gran capital.
Pero esto no se proponía ser un ensayo de crítica política, no obstante que todo escrito, tengo entendido, es político. Lo que pasa con la vida aburrida y mefistofélica de los políticos es cosa que no me interesa historiar. Me interesan, eso sí, las consecuencias que sus yerros y aberraciones producen en el contorno en que me muevo. Cuando digo que la globalización llegó al Mayab para quedarse, lo que a las claras quiero decir, es lo siguiente: ¿Cuánto es el tiempo acordado para devastar y aniquilar a los mayas, aquel “elemento arcaico y derrelicto” que hay que suprimir o aventar al “basurero de la historia”? Esta es una pregunta que me planteo a diario, y quienes me la pueden contestar, no les interesa discutirla porque, seguramente, andan demasiado ocupados en acrecentar sus inmensas fortunas, o en pactar “planes de desarrollo” (léase planes de explotación) para Yucatán con empresarios trotamundos[9]. No tengo la respuesta, pero la pregunta que me hago la considero más importante que toda respuesta que se pudiera darle. Estos planes de desarrollo, son la manera con que Occidente neo coloniza a estas tierras:
“Porque lo que aquí llamamos avanzado, moderno y urbano, no es la punta de lanza de un desarrollo propio, interno, sino la resultante de la implantación de la civilización occidental desde arriba; y lo que llamamos atrasado, tradicional y rural, no es el punto de partida de aquella avanzada, sino el sustrato indio de civilización mesoamericana. La relación entre ambos polos no fue nunca armónica ni lo es ahora; por lo contrario, es una oposición hasta hoy irreconciliable, porque descansa en la imposición de la civilización occidental y la consecuente subyugación de la civilización india. No hay una simple coexistencia entre ambas, que facilitaría probablemente el intercambio cultural recíproco y podría culminar en su unificación, tal como lo proclama la ideología oficial. Lo que hay es una relación asimétrica, de dominación y subordinación, en la que no se concede a sectores de cultura india (mayoritarios en el país como hemos visto) ningún derecho a conservar y desarrollar su propio proyecto civilizatorio; si tal ocurre, es sólo por la incesante resistencia de esos grupos, que se manifiesta en las formas más variadas. En términos de la ideología dominante, la civilización india no existe; la oposición se enmascara bajo la fraseología del desarrollo –en cualquiera de sus modalidades- que convierte la imposición de una civilización ajena en un proceso natural e inevitable de avance histórico”.[10]

Toda buena pedagogía crítica no debe hacer de los hombres receptáculos de respuestas sino creadores de preguntas, dudas y más dudas, el por qué y el para qué de que el Mayab se abra a la modernidad. Tener un ciento de preguntas sobre el estatus quo es más reconfortante que si se posee –y sólo la derecha casta divina, o casta beduina, en la actualidad, lo posee – un sistema clasificador del mundo, un sistema cuadrado, sin aristas, moldeado según nuestros pareceres y nuestros prejuicios económicos, sociales o étnicos. Porque, en el fondo, todo sistema de categorías – y la globalización es la categoría más acabada con que se intenta de forma totalitaria acelerar a los mayas a trasmigrar, largarse de las futuras zonas de intereses económicos del poder trasnacional – (normas del Estado-Nación, religiones que instan a la servidumbre, morales abyectas de los detentadores del poder) se diluyen en el oleaje inmarcesible del poder de la ironía: la ironía como un instrumento de lucidez para luchar contra la estupidez de cualquier tipo de poder. Toda utopía (o distopía) que sea forzosamente colectiva (como las actuales utopías de los tanques pensantes, de los halcones de Washington, o las utopías de las Sociedades Anónimas), lo que desencadenan, ineluctablemente, son Gulags, cerrojos y murallas totalitarias. El por qué y el para qué, dudar contra todas las consignas políticas que conciben a la libertad como una estatua de cemento. Es un deber poseer la seguridad de que todo en este mundo es criticable, discutible, analizable, dialogable, disentible. Lo que se persigue es la obra abierta, o, mutatis mutandis, como dijera Kart Raimund Popper, las sociedades abiertas instaurando dentro de su seno a lo diverso.
Y es que el Mayab, dentro del abigarramiento que implica el sur de México, pareciera ser un monolito del neolítico, o una estela de la Venta. No, el Mayab está abierto al cambio dentro de su cultura. Mario Humberto Ruz, refiriéndose al Sur, lo visualiza como un crisol de identidades:… “Coincidencias, sincretismos, síntesis, yuxtaposiciones, nuevas creaciones. El Sur es un inmenso arsenal de estrategias para re-crear identidades, para imaginarlas, para soñarlas”. En el Mayab, además de lo que señala el autor, se suceden enredos, mixturas, “achocamientos”, mancebías de identidades comidas por la identidad predominante: lo indígena como demiurgo creador. La esencia del Mayab –si es que existen esencias en los pueblos - es el yucateco como dialecto sonoro del español (si no me apuran, escribiré germanía en algunos casos). Es una jerga enrevesada, peor –cuando se lo propone – que el difícil lunfardo. Para un yucateco de solera, es normal mentársela al imbécil que gobierna, recordándole su condición de coprófago con el vocablo maldito de mactaá, que significa lo mismo que el excelso “comemierda” de los cubanos.
En fin, he hablado en este ensayo disparejo y deshilvanado de todo, que es lo mismo a hablar de nada. Seamos un poco rigurosos con el lápiz, y no dejemos a nuestra musa cantar canciones de otro sarao que no vienen al caso.
Algo que pasa muy mucho en estas tierras de los libaneses y el bolero apendejado[11], es la integración acelerada del México profundo –del yucateco profundo – a las zonas de mayor despeje económico a nivel internacional. Las lajas yucatecas son –como el Sur desde la desaparición jurídica del campo en 1992-, una inveterada exportadora de Tutul Xius (la culpa no es sólo de los Xius), Cocomes, Peches, etcétera, al polo turístico más racista que conozco: Cancún y la Riviera Maya. La integración es económica, lingüística, telenovelera (“los nuevos altares se estructuran en torno al televisor”, dice Humberto Ruz), educativa, neoliberal.
Matterlart, refiriéndose al neoliberalismo, lo ve como la “mundialización del capitalismo integrado”. Decornoy lo visualiza como el “apartheid mundial”. Goldsmith, hablando del heraldo por antonomasia de dicho sistema de mercadeo, las multinacionales, nos previene de su expansión inmoderada: “Se afronta la época de la planificación central a escala planetaria: el colonialismo global de las empresas. Este nuevo colonialismo de las empresas trasnacionales pueden ser el más descarado y brutal que se haya visto. Podría tranquilamente empobrecer y marginar a las personas, destruir a las culturas, causar desastres ecológicos más de lo que haya hecho el colonialismo anterior…”
Querámoslo o no, es imposible frenar la oleada de la historia (del Mayab, y de Peto desde luego) a ese vertedero sucio de la globalización económica. Rehuirla sería un gravísimo error de cálculo; desazolvarla de las pirañas y las lacras, un acto de cordura. Porque si se entiende a la globalización sólo como el saqueo sistemático del norte industrializado versus el sur asilvestrado, me parece que dicho entender es propio de un oligofrénico. De los programas (o pogromos) de desarrollo implantado en los países subdesarrollados, Roberto Gonzáles Sousa[12] escribe lo siguiente:
“Con demasiada frecuencia la realización de estos programas ha estado en manos del capital privado internacional y, en mucha menor medida del nacional, en un contexto donde ha cambiado el papel asumido por el Estado en la planificación y desarrollo del territorio.”

Se verifica a diario la asimetría del mundo –ese barrio de pueblo tan asimétrico en su urbanismo donde se yuxtaponen a diario los Estados chabolas villamiseria con los Estados bunkers aislados de los dueños del poder internacional; se yuxtaponen, es decir: los Estados bunkers demoliendo, expoliando, aniquilando a los Estados miseria; el mundo, dijo Vázquez Montalbán, se ha convertido en una mala adaptación a la realidad imaginaria de la profecía cinemática de Blade Runner: “en lugar de un mundo una mega-empresa”.
Mientras los teóricos del antiestatismo sacan en conclusión –apoltronados en los textos cuasi-sacros de Popper o Noszik –el devenir histórico del desarticulamiento-descuartizamiento del Estado, las sociedades del humo afianzan al infinito sus posicionamientos de poder inapelable; los holdings internacionales se atrincheran descomedidamente; los grupos oligarcas derrocan soberanías ficticias, y el Gran Capital colonializa sin pudor pueblos derrengados –y esto cuando las cosas se dan a la buena, cuando existe oposición, esos pueblos entran en la mirilla del etnocidio o, como en el caso cubano, se embarga el mercado de un país-; y esta novísima colonización se estructura en torno a redes simbólicas de mercado, redes de poder diría Bartra; demiurgo el mercado que no cree en su creación), o tiran al basurero de la historia a los inadaptados a correr la maratón enfermiza de la abundancia y el desarrollo.
Frente a esa innúmera hueste de perdedores por naturaleza, afianzan su destino ganador los poquísimos que se encuentran nadando en el nihilismo de la abundancia. En esta situación pesimista de la historia, de pensamiento único, de neurosis colectiva única (¿en qué punto de la enajenación se encuentra el malestar de la cultura?), el ucase contra la izquierda abonada por la CIA reconfigura un pensamiento acrítico, de adaptación al molde ejecutivo, burocrático, mercantilista, donde la literatura sería solamente la lectura diaria de la sección económica de los periódicos oficiales.
La “jauría mediática e intelectual adicta al poder” consigna, convencidos de forma inequívoca, el acta de defunción de la izquierda. Los doctores del extremismo derechista, enmascarados en una seudo ideología liberal, concluyen la lectura de lo social con el imperativo inamovible de la muerte de la historia y el anacronismo de las luchas sociales. Y se dice: “no te vayas a la sierra indígena de Guerrero, vete a Huatulco; no subas a Las Cañadas indígena de Chiapas, emigra al norte, emigra a Quintana Roo”.
Estos apologistas intelectuales del mercado, mamadores a ultranza de los caprichos y las volubilidades de una trashumante oligarquía financiera anónima (literalmente, el poder económico es anónimo, no así sus bombas económicas, sus guerras de reconfiguración geopolítica), descubridores siniestros de los textos de Hayek y Fridman malévolo, escrituran lo siguiente: palo contra todo lo que se considere de izquierda; lo necesaria es la total supresión de esa “infame turba” , etnia subversiva: todos los medios (y la mediología) están justificados por el fin (la defensa y preservación de los valores capitalistas-calvinistas frente a las maquinaciones truculentas de la izquierda incendiaria): detenciones arbitrarias, homenajes académicos, tortura, embajadas europeas, ejecuciones sumarias, ediciones de libros, desapariciones, miserias, postgrados, becas Guggeinhim, entrar al sistema nacional de investigadores, secuestros y premios Nobel.
El planeta quedó pequeño ante las inconmensurables ambiciones de las corporaciones trasnacionales. El mundo, siendo un profesional del pesimismo en cuestiones universales (alguien ha dicho que el pesimismo es una forma de optimismo, y yo lo suscribo), se reduce a seres competentes fraguando un destino gris, pasteurizado. El pensamiento crítico es difícil de encontrar en los lugares en que supuestamente se hallarían. Nadie escribirá, como en el Mayo francés, la frase cáustica de “desabotónense el cerebro tantas veces como la bragueta”(a veces hasta ni la bragueta cuando escasean los amores). Y es que, en el sistema capitalista actuante que perpetra su imaginario genocida, es difícil no querer formar parte de la inmensa grey lobotomizada por los artilugios tecnológicos –ya no teológicos- que el Gran Capital articula para la pasividad selecta de los elementos sociales.
Con parsimonioso caminar, las sociedades agrarias –como las del cono sur de Yucatán, como Peto; no así Tahdziú, o las comisarías petuleñas- van siendo desbrozadas, de forma ineluctable, por una reconfiguración absoluta, con tópicos tecnológicos, necesidades autoimpuestas, multimedia, capacidad de autoaniquilamiento de las estructuras identitarias, erradicación del verso o de la prosa combativa. A la pregunta “¿Qué es la literatura?” Sartre se respondía que es el lugar en donde hablan “los que no tienen voz”. No olvidemos que, los que no tienen voz, las más de las veces no cuentan con el tiempo de la lectura: el trabajo en los complejos hoteleros, aburrición total, apenas les suelta horas de vida.
La consigna del pensamiento único, su objetivo es producir y producir, embotar el ser con el tener, crear el imaginario de lo posible rodeando la conciencia con trabajo embrutecedor y ocio inútil. Este sistema atroz, que desmitifica pueblos, excluye a millones de humanos, ha convertido al hombre (me refiero únicamente al occidental.-los pueblos indígenas son las pocas bolsas de resistencia que quedan…en estado miserable) en un “¡Ángel con grandes alas de cadenas!” (el verso es de Blas de Otero). Dudo que esas alas, por su peso, lleven algo bueno a los pueblos. La polución del ambiente corrobora esta cláusula.

“Existe una creciente evidencia –señala González Sousa –de que nuestro estilo de desarrollo, patrones y niveles de consumo, formas de producción y explotación de los recursos) tiene un impacto significativo sobre la sustentabilidad de las estructuras y procesos espaciales de que depende la humanidad para su supervivencia…”[13]

Todas las pruebas que se aplican (desde los estudios interdisciplinarios, oblicuos, donde se correlacionan teorías antropológicas, sociológicas, estudios urbanísticos, poéticos, económicos, ecológicos) a esta forma de desarrollo tan caníbal que se viene perpetrando en el mundo, indica la gravedad del sistema en que se mueve más de media humanidad, el daño cuasi irreparable a la naturaleza del hombre y la tierra. El neoliberalismo rompe todos los esquemas íntimos de vida de los pueblos.
El dato que refiere González Sousa, “de que la economía global hoy en día –y este dato es una cita de Brow L et al. (1991) “Del crecimiento al desarrollo sustentable”, escrita en 1997 por González Sousa- con una producción anual de más de 25 billones de dólares (1994) produce en 17 días lo que en 1990 tomaba un año y la tendencia es acortar este plazo…”, con estupor, me lleva a cuestionar: ¿en donde se palpa esa gigantesca riqueza, y por qué media humanidad –o más- muere en los estragos del hambre; y por qué el África subsahariana, excluida es de toda esperanza; en donde acaba esa cifra? Se ha dicho que la libertad no existe cuando no hay libertad de pensamiento; digo también que, sin la justicia social y la dignidad del hombre, la libertad devendría en una idea abstracta, alejada de todo amarre con la realidad lancinante.
Vemos que todo tipo de poder (religioso, político, científico, cultural, económico) gestan contratos leoninos cuyo fin estriba en la instauración de islas de confort para los hijos y bastardos del Gran Capital (oligarquías y clases medias aburguesadas, respectivamente. Y para obtener dicho fin, se crean mecanismos de control (jurídico, militar, de presión económica, ideológica) encargados del desmantelamiento de todo dique de contención de las zarpas invisibles del mercado caníbal:
“En América Latina –señala Galeano- vivimos tiempos de desmantelamiento del Estado. La hora de la verdad, a cada uno su deuda y cada cual en su sitio. El Estado no merece existir sino para pagar la deuda exterior y garantizar la paz social, lo que significa, en otras palabras: vigilar y castigar…El sistema fabrica a los pobres y les declara la guerra. Multiplica el número de desesperados y de los presos…Los amos del mundo han alcanzado en este fin de siglo un nivel deslumbrante de perfección jamás igualado en la historia humana, en la tecnología de la información y la muerte. Nunca tan pequeño número alcanzó a manipular o a suprimir a un número tan grande…”
Charles Baudelaire pensó que “la mayor astucia del diablo consiste en persuadirnos de que no existe”. En el desorden de cosas actuales –donde el terror al “salvaje” por parte de occidente se cierne sobre todo a Al Qaeda[14]- la mayor astucia de los halcones y los tanques pensantes del pentágono, es decirnos que el sistema de libre mercado es el único capaz de corregirle la plana de la creación a Dios, creando “el mejor de los mundos posibles”. El desproporcionado regodeo en sus dogmas de los atalayeros del poder económico, les hace pensar que todos los hombres son los Cándidos creyendo a pie juntillas esa crasa falacia.
Refiriéndose al slogan de cabecera del gobierno municipal de Othon P. Blanco (“Juntos pulimos el diamante del sur”) una compañera antropóloga del ENAH hizo la exégesis rotunda y lúcida del precitado slogan: “Fíjate en la frase con que se presenta este plan regional de desarrollo. El verbo pulir es demasiado explícito: significa apartar, allanar el camino para las inversiones privadas (no de empresarios locales, esos son minoría), comprando o robando (ya no digo expropiando por que eso no va) tierras ejidales. Pulir el diamante es quitar las aristas, las corrugaciones autóctonas que, en un momento dado –pienso en Atenco, le sugerí –pudieran oponerse a la depuración del diamante. Es una cosa tan cínica decir: “Juntos pulimos el diamante del sur”: ¿Juntos quienes? Desde luego que las trasnacionales hoteleras y sus lacayos políticos.
Este pulimento-acoto aquí- es un ejemplo claro de lo que teoriza González Sousa:
“En la actual fase de globalización de la economía, con crecientes exigencias de eficiencia productiva y competitividad, la calidad del territorio constituye un requisito a fin de lograr comunicarle a las estructuras productivas la velocidad, virtualidad y flexibilidad que demanda el nuevo paradigma de desarrollo”[15].
La calidad de territorio se busca, es decir: se crea la infraestructura necesaria en la región a invertir; pero es necesario quitar de las tierras que entran en el plan a los campesinos, a los indígenas, a los teóricos deconstruyendo el discurso político con opiniones no del todo políticamente correctas.
Si como escribidor consiente de las tremendas cotas tremebundas de iniquidad social que existe en México, se me hace un deber salir de la pleonexia literaria (cito de memoria a Mallarmé: el mundo se hizo para habitar en un libro), no menos cierto es decir que me da flojera escuchar discursos hueros de politicastros veniales. Y de ahí mi agradecimiento a la estudiante de la ENAH por ese detalle que se me venía escapando. Ella ha metido su incisiva inteligencia, descodificando el discurso del poder. Ha hecho talacha de campo en la basura de las palabras, extrayendo ideas invaluables. A propósito de basuras, Leonardo Sciascia, en “El caballero y la muerte”, escribió lo siguiente:
“La ciencia de la basura, la garbaje sciencie: una parábola, una metáfora: ya vamos a por la basura: la buscamos, la manipulamos, la interpretamos; esperamos que nos proporcione algún vestigio de verdad. Las inmundicias…La basura nunca miente: ya se había convertido en un precepto sociológico”.
Algún vestigio de verdad se puede encontrar en las palabras basura de los politicastros autóctonos.
Las concepciones teóricas de las reivindicaciones sociales de los años sesenta o setenta (teoría de la dependencia del oprimido, el imperialismo como fase superior del capitalismo, el neoimperialismo, la liberación educativa teorizada por Freire, el Concilio Vaticano segundo, la lucha a muerte de los condenados de la tierra por ansiar morir de una manera digna y humana) aún son válidas para interpretar las redes de poder que se perpetran en “nuestras repúblicas dolorosas de América”. Nuestro pueblo, Peto, no es la excepción.
Quintana Roo –y en gran medida México entero, por no referirme a la villa, enclave gringo –se podría decir que es un estado bananero; los países bananeros son los dirigidos exclusivamente por un grupo cerrado, elitista, autista, oligárquicamente imbécil. Favor de no confundir el concepto con los países productores de bananas.
El grupo de poder en Quintana Roo, Yucatán y México, sin distinciones, son los comisarios políticos del poder económico ahondando el poder de las trasnacionales. Un ejemplo paradigmático: la principal ciudad de Quintana Roo no es la capital donde se asienta el congreso local y el palacio del ejecutivo, sino Cancún. Cancún es un lugar imaginado, la Venus seductora de muchedumbres famélicas de mayas ex-rebeldes que se pasteurizan como por ensalmo cuando se topan con este no-lugar de la sobremodernidad. Cancún, han sentenciado variadas voces de respeto (antropólogos, urbanistas, ambientalistas, demógrafos, teóricos de la crisis, criminalistas, ingenieros de las estadísticas, filósofos y poetas) es una mierda urbana. Cierto, una mierda que produce, aunque el costo de vivir en ella (no solamente económico) es ineluctablemente inmensurable. Los antropólogos llaman a Cancún como un No lugar, un espacio sin historia, de puros lugares cerrados; los urbanistas dicen: “no concuerdan las arquitecturas de los dos Cancún”; los ambientalistas se dan golpes de pecho por que la salvajada al ambiente (laguna Nichupté, un claro ejemplo) por parte de los hoteles se ha concentrado contra la fauna y la los manglares; los demógrafos vaticinan la Babel tenochca en el Caribe mexicano, y ponen de plazo menos de una generación; los teóricos de la crisis vociferan: esto es una Mierda (compruebo que yo soy un teórico de la crisis); los criminalistas hacen prospectivas: el narcotráfico y el pandillerismo se disparará; los ingenieros de las estadísticas se embrollan con las estadísticas y las estadísticas ni les hacen caso, por que, según ellas, los demógrafos las necesitan; los filósofos –antes vitalistas –se han convertido al pesimismo más extremoso al caminar por el Parián y salir medio trasquilados; y, por último, los poetas, al no ver poesía en el ambiente, deciden seguir el camino de Acuña o Faulkner, es decir, tomar cianuro o largarse a un congal. Esto son los problemas de esta Venus del Caribe mexicano.
Es el turismo en mi opinión –escribe lúcido Eduardo José Torres Maldonado sobre el proceso migratorio y de desarraigo de los pueblos de la zona maya de Quintana Roo hacia el polo Cancún Riviera, válido por supuesto al mismo proceso de reconfiguración y reconstrucción histórica que sufren los mayas del sur de Yucatán: hombres de Peto y sus comisarías, Tzucacab, Tadzhiu –, la estrategia modernizadora que se ha revelado como el instrumento para incorporar al indígena maya a la vorágine del trabajo asalariado…Los jóvenes, sobre todo, encuentran la posibilidad de incorporarse a un mundo moderno, más libre e informal, que les permita trabajar, aventurarse, divertirse, disfrutar –desde lejos y sin ser parte integrante de ella –de la modernidad turística y “ser libres” en un mundo capitalista dorado…En la península de Yucatán se vive hoy un tercer encuentro cultural, similar en dimensiones e impacto al de la Conquista y la Colonia. Quizá ese encuentro sea más poderoso y profundo en sus alcances. Así como hubo esfuerzos denodados para intentar una especie de sincretismo (no siempre exitoso) de las culturas cristiana y maya como base de la ideología de los nuevos katún (ciclos de aproximadamente 20 años), hoy podemos decir que se instala una nueva síntesis en el encuentro de culturas que el turismo provoca…Culturalmente los efectos de la sangría migratoria son también muy profundos y significativos. La migración desliga a los jóvenes de los ritos, fiestas y prácticas religiosas y culturales que crean los lazos comunales de sus pueblos…Un dato curioso, pero no sorprendente, es que el turismo los ha convertido en asalariados, los ha utilizado como trabajadores turísticos, pero no ha provocado el surgimiento de empresarios mayas, que pudieren revertir con mayor eficacia los beneficios para sus comunidades. (Páginas 161-166, del Ensayo “El caribe mexicano hacia el siglo XXI).
Notas:
[1] Impresiones de los ensayos Etnogénesis Maya, “De amigos y Enemigos: La guerra de Castas y la Etnicidad en Yucatán”, y “Repensando la Etnicidad Maya, 1500-1940”; de Mathew Restall, Wolfgang Gabbert y Ueli Hostettler, leído desde un contexto de aculturación indiscriminada en la vorágine etnofágica del siglo XXI yucateco.
[2] Una cita de Don E. Dumond hecho por Gabbert, indica lo siguiente: “Con las líneas divisorias enlodadas entre ‘indios’ y ‘españoles’ en un sentido social, si es que no en uno legal; con la mitad o más de todos los vecinos pudiendo contar una madre, una abuela, o ambas, que había sido indias legalmente antes del matrimonio; con relaciones afectivas vueltas ambiguas…” (Ibídem).
[3] El no reconocimiento podría pensarse y tomarse de varias maneras: a) como una postura racionalizada de la crítica voluntaria del individuo ante tradiciones acedas y castrantes, con el fin de lograr un “cosmopolitismo” negador del nexo comunal o aldeático, y así mutar sus identidades, sus mitos y tradiciones; o b) como un impulso suicida de los individuos de la comunidad ante la hegemonía racista de los grupos dirigentes, de la élite racista. Desde esa óptica, veríamos la des-identidad de las poblaciones de la actual zona maya de Quintana Roo, como un efecto negativo de la vorágine etnofágica de la globalización turística de las costumbres de occidente, en un contexto bárbaro de dominación y depredación neocolonial. Sobrevivientes a despecho de las élites racistas ante el trauma de la Conquista, la Colonia y la violencia de la Guerra de liberación maya de mediados del siglo XIX, el actual Estado nacional –valiéndose de las técnicas educativas, mediáticas y, a últimas fechas, discursivas de los mass media-, ha logrado su cometido integracionista cultural en las zonas donde asentaron sus dominios los hijos de la cruz parlante. En este contexto, López y Rivas escribió que “En muchos países, los Estados nacionales aplicaron políticas que tendencialmente variaban entre el aislacionismo o integracionismo racial y cultural, por un lado, y el diferencialismo segregacionista que separaba a los grupos de las instituciones y las conquistas de las sociedades nacionales. Las dos políticas, el integracionismo y el diferencialismo, mantenían un mismo fundamento racista encaminado a romper con las identidades étnicas a favor de las nacionales en un proceso que los antropólogos denominan etnocidio, esto es, la desaparición de las características culturales de centenares de pueblos que alguna vez formaron parte de las extraordinarias culturas precolombinas”. (López y Rivas, Gilberto, Problemática de los pueblos indígenas en América Latina)
[4] El estudioso de las culturas populares, Margarito Molina, antropólogo de la ENAH, nos da una descripción de este mito maya de liberación que aún se cuenta entre los descendientes de los cruzob: “Estaba yo recién llegado con ellos, con los mayas, y el tema de su historia era fascinante, especialmente el de la Guerra de Castas. Daba por hecho que aquello había tenido un punto final, pero pronto supe que no era así: en el mundo mítico, la guerra continuará, volverá. Para ellos, el tiempo es cíclico, retorna, es como una espiral, como la cuerda de un tornillo y en esos futuros tiempos reinará la abundancia y la justicia.
Ellos hablan de un viejo
[5] Caamal Itzá, Bernardo, “¿Se cumple la profecía de los mayas de Yucatán?”, artículo en prensa virtual del 11 de febrero de 2008, cedido por el autor a este investigador.
[6] Un caso patético del cambio de chaqueta, o coox viramiento, fue el coqueteo de Ana Rosa la ultramocha (ex panista) con el partido de izquierda (PRD) en las elecciones de 2007.
[7]La mayor parte de la población nativa de la villa de Peto que vive en las goteras de la parte urbana y en las comisarías, étnicamente –además de sus usos, costumbres y lengua- es maya. De los grupos blancos y blanqueados, son pocos los que se asientan en barrios marginales. Los primeros cuadros de la villa que rodean al municipio y la iglesia, generalmente son los lugares en donde transcurre la vida cotidiana de los “blanqueados” que detentan el poder político y obtienen mayores ingresos: profesores, médicos, profesionistas, mojados hijos de profesores, comerciantes, vendedores de cervezas, proxenetas, narcos.
[8] El resabio de los edictos coloniales y decimonónicos que criminalizaron el transito en ciertas calles y la plaza de armas de los pueblos de Yucatán, se observa aún en la composición de los que habitan el centro de Peto: ningún Canul, Xiu, Pech, vive en las casonas decimonónicas; en una palabra, ningún macehual habita el primer cuadro de la villa.
[9] A Peto, lugar pre-moderno en las vías de la explotación económica universal, le llegará su hora; por de pronto es cosmopolita al modo que la contracultura de los Estados Unidos le ofrece, y su explotación corre a cuenta de los politicastros autóctonos. Peto es una provincia maya de los Estados Unidos. Si anteriormente la intelectualidad veía hacia el norte -Chomsky, Pound, Faulkner, los principios de El Federalista, las tetas de las actrices de Hollywood, Allen Ginsberg y la generación Beat-, hoy la masa informe –capturados en una uniformación que pulveriza condiciones étnicas o de clase- bebe de los esquemas contraculturales –el cholo que es un pachuco ambivalente postlaberinto de la soledad- del American Way of Life. Como en la mayor parte del mundo, Estados unidos es el monopolizador-productor de las imágenes de felicidad en este pueblo yucateco.
[10] Bonfil Batalla, Guillermo, México Profundo, una civilización negada, CIESAS, SEP, pp. 94-95. (El subrayado es mío).
[11] ¿Creían que iba a escribir “del faisán y del venado”? No hay faisán, y el último venado hubiera sido yo ayer por la noche cuando fui de ronda a ver a mi k’eech (traducción: amante, querida, barragana, concubina, íntima), al toparme con su marido, que me quiso venadear.
[12] “Turismo y Desarrollo Regional: algunas reflexiones para el estudio de la inserción de la actividad turística en las Economías subdesarrolladas”.
[13] “Medio ambiente y desarrollo regional sustentable en el contexto de la globalización económica”, En: II Taller Internacional sobre ordenamiento geoecológico de los paisajes. La Habana, noviembre de 1997, pp. 111.
[14] Cf. el libro de Roger Bartra, “El mito del salvaje”.
[15] Op. Cit

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