lunes, 6 de octubre de 2008

Un día cualquiera

El presente contiene el pasado
Gramsci



El dos de octubre me levanté tempranísimo. La lluvia griseaba el horizonte, y la humedad del sol caía en los asfaltos encharcados y las aceras bañadas de la ciudad, mientras el recuerdo de la señorita de la esquina iba imponiendo un armisticio a la guerra silenciosa que hace un buen rato traigo comprado con el mundo y sus Susanas. Hurgué entre la mesa repleta de cachivaches, para buscar el libro que me andaba leyendo días previos a esa fecha mortuoria –“Los días y los años”. Después de encontrarlo, lo puse en la mochila y me fui al baño y me afeité lo necesario como requisito previo para replantear, enfrente del espejo opacado por los vapores del agua fría, las infaltables ideas que me ayuden a escribir esta madre de botella virtual que tiro ahora al mar de algoritmos y cliks del mouse conocido como la puta internet, pensando en imposibles encallamientos, en imposibles naufragios con el lector desconocido…Sentí que era un día redondo y feliz como para gritar de odio el grito de lucha que en esa fecha cabalística se acostumbra entre los que aún conservan el mínimo de dignidad incrustado en su corteza cerebral: ¡Dos de octubre no se olvida!

Quería empezar este ensayo botella de escritura con una pregunta que es, al mismo tiempo, una petición de principio: ¿Qué significa el 68, dos de octubre, Tlatelolco? Como por instinto, lo primero que se me viene a las mientes cuando escucho esas palabras, es que dos de octubre, 68 y Tlatelolco significan, irremediablemente, muerte, genocidio, intolerancia cuasi teológica, sangre joven derramada, dictadura vieja y absoluta resguardada en un ficticio Estado de derecho, violencia del Mandril, abuso del criminal sistema represor mexicano diazordacista-echeverrista, inexistencia de garantías individuales en un país oscuro donde hasta las piedras de los eriales con sus indios taciturnos votaban por default por el pinche PRI. En una palabra, injusticia: una notoria, gorda y pesadísima injusticia con licencia para masacrar a un nuevo México que brotaba de la revolución petrificada de los carranclanes, pidiendo, exigiendo a los viejos ex cachorros de la revolución traicionada justicia por igual, radical democracia y libertad y autonomía para la toma de decisiones, sin la corteza de la burocracia y su partido de sátrapas de horca y cuchillo. El dos de octubre fue un destino fracturado por las metrallas, destino hecho trizas, plum, cataplum, plum plum, primero con el bazucaso a rectoría del hoy héroe Javier Barros Sierra, y después con las ráfagas homicidas del Batallón Olimpia y el Ejército en la plaza de las Tres Culturas… Así quería empezar este diálogo, así y no hablando de lluvias, ni de mi dolor de cabeza que es la señorita de la esquina...

¿Eso es todo?, ¿hasta ahí reduzco el significado de esas tres palabras? No, eso es una parte de la moneda, la parte oxidada del níquel. La otra, oscura como la otra cara de la luna, pero con luces que iban creciendo en la marcha del estruendoso silencio que hicieran los jóvenes días anteriores al genocidio de la plaza de las Tres Culturas, significaba el comienzo de la desintegración de un sistema corrupto hasta las heces, con complejo de Saturno devorándose las manifestaciones de libertad de sus hijos. Dos de octubre vendría a ser el año “axial” de esa década de los sesenta (Beatles, LSD, liberación sexual y “haz el amor y no la guerra” de los jipis por un lado; Sartre, Foucault, Revolución cubana, Fannon, la muerte de Guevara y el acabamiento de su mito en pancartas y camisetas; el derecho a la diferencia, libertad, libertad, y radicalismos contestatarios de la izquierda mexicana, por el otro) que materializaron las ideas y el pensamiento revolucionario de Occidente de los últimos 300 años en una frase lapidaria pintado por la mano de un filósofo anónimo en unos de los muros de la Sorbona de París: la imaginación al poder. Un fantasma recorría al mundo en 1968: era el fantasma de la imaginación revolucionando todos los mayos franceses, primaveras praguenses, y todos los octubres mexicanos cuestionando al Estado burgués de la “momiza”, de los que no agarraban la “onda” libertaria, ese choque de generaciones teorizada por Ortega y Gasset...Fue el año de las revueltas juveniles en Praga, Berlín, Berkeley, Ciudad de México. En ninguna, salvo en esta última, otoñal, la visión utópica de los jóvenes desembocó en una matanza que, a cuarenta años de los hechos, los responsables siguen impunes, resguardados por la muerte o la chochez, propia y de su partido.

1 comentario:

Anónimo dijo...

maravilloso peto !! me encanta

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