En su columna “Plaza Pública” del 29 de julio de 2008, el periodista Miguel Ángel Granados Chapa hacía eco de las preocupantes intenciones del presidente nacional panista, Germán Martínez, en el sentido de que este último se propone “guanajuatizar” a México. Germán Martínez externó su acrisolada fe en la Convención Nacional panista de finales de julio pasado, realizada en León, Guanajuato, feudo del panismo más fundamentalista, de corte neocristero medieval que exige, al pie de la letra, la sumisión a los dogmas salidos de la última exégesis afiebrada de la Biblia efectuada por monseñor Íñiguez, o el solapador de curas pederastas, Mons. Rivera Carrera. “Es –escribió Granados Chapa-, según el destinatario, una promesa o una amenaza”. Para mí amenaza, ya que toca uno de mis demonios más acendrados y acedos: el anticlericalismo más radical, del tipo comecuras, seduce-monjas, quema-iglesias a lo Garrido Canabal.
Guanajuatizar a México significa, no que todos seamos mochos y come ostias, sino algo más terrenal: que no sólo el cielo mexicano esté pintado de azul (a excepción del de Mérida que, según los entendidos, es de arrebol como las mejillas sonrosadas de la Reed, según versos de Rosado Vega), sino que hasta la tierra mexicana, el cerebro de los mexicanos sea de color celeste. Porque como bien ha dicho Granados Chapa, “transformar al país entero en una réplica de Guanajuato indicaría, en el mejor de los casos, el retorno al tiempo del partido único, del carro completo y, muy probablemente, de la manipulación electoral”. A Germán Martínez habría que recordarle que el que quiera azul celeste, que le cueste, es decir: que si quiere crear el reino de su hipótesis divina en este infierno mexicano, habría primero que convertir (suprimir) a su fe a buena parte de los mexicanos, que no por ser guadalupanos son forzosamente panistas.
Pero, ¿cómo es ese Guanajuato al cual los panistas más estúpidos enarbolan como modelo ejemplificante para los descreídos, los sin fe; cubeta de virtudes para las sedientos que necesitan urgentemente la inserción de su pastor panista en la gubernatura o en todos los puestos de poder público de los tres niveles de gobierno? ES, como todos los gobiernos fundamentalistas, un gobierno intolerante a cualquier tipo de críticas heterodoxas, que le importa poco o nada la libertad de expresión, que no le hace fuchis a que sus policías se entrenen en sádicas torturas que nos recuerdan los días de la satánica Inquisición, con el fin de sacarle las verdades a los paganos e infieles criminales de pensamiento.
Lo primero, los acosos a la libertad de expresión, se dio a los periódicos locales “AM” y “Correo”, que han sufrido el asolamiento y ataques del gobierno de ese estado por oponerse al clima de autoritarismo, represión estatal y fanatismo medieval. El diario AM, dirigido por Enrique Gómez Orozco, además de que acusa de autoritario y represor al gobierno panista de Juan Manuel Oliva, le achaca su carencia de autonomía administrativa, debido a que se encuentra “dominado por la secta política conocida como el Yunque”. Como reacción al periodismo incómodo para el poder que ejerce AM –que señaló que el secretario de gobierno de dicho estado, Gerardo Mosqueda, es miembro prominente del Yunque-, el 11 de mayo del año pasado Mosqueda se lanzó frontalmente contra la prensa local, propiamente contra “AM” y “Correo”, disparando un violento discurso de 18 minutos contra Gómez Orozco y Arnoldo Cuéllar, este último director de “Correo”. De la andanada verbal contra los dos periodistas, el gobernador de ese estado, cuando los dos periodistas en persona acudieron a exponerle sus quejas, se limitó a decirles que Mosqueda “tendrá sus razones para hacerlo”. ¡Puta madre!
Ante el temor del cierre de sus prensas, Gómez Orosco acudió a la Procuraduría local de Derechos Humanos y a la Comisión Nacional del mismo para que le encausen el asunto. Los dos organismos instaron a Mosqueda a disculparse públicamente. Con cinismo de fariseo convencido de su intachable proceder, Mosqueda apenas balbuceó dos que tres palabras sobre el asunto, sin siquiera mencionar los nombres de los dos periodistas, pero sí, por el contrario, se jactó de la unidad que impera en su católica familia, diciendo que ésta lo apoya sin restricciones en todos los ámbitos de su pulcra gestión.
La cosa no paró ahí, ya que, como señala Granados Chapa, “El gobierno fue más allá de los insultos. Dispuso un boicot informativo contra los diarios de los dos directores ofendidos y la cancelación de los anuncios gubernamentales en sus páginas. Luego extendió la orden a los alcaldes”. El alcalde de León, por solidaridad con los dos periodistas, vanamente intentó resistir el despotismo del Gran Inquisidor gobernador, pero informó a Gómez Orozco que la cosa estaba gruesa y que lo forzaron a acatar el ucase.
“AM” aclaró que solamente el 3% de sus ingresos provienen de los anuncios oficiales, por lo cual no sale magullada de aquello. El 16 de junio de ese año, la Sip hizo acto de presencia ante el Gran Inquisidor, para recordarle que no es lícito “utilizar los recursos públicos como medio de represión”.
La columna de Granados Chapa finalizaba con la pregunta que Gómez Orozco se hacía posterior de saber las intenciones de Germán Martínez: ‘“¿Qué sería de México sometido a un gobierno autoritario, fanático e intolerante?”, como el que está asentado en Guanajuato”. Sería, le respondo a Chapa, el reino del oscurantismo, la vuelta a las faldas de los curas, el viento madreando a Juárez. ¡Puta madre!
En Pierre Menard, autor del Quijote, Borges dice que la historia "no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió".
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