jueves, 9 de octubre de 2008

APOSTILLAS A DESTIEMPO (CARTA ABIERTA) AL LIBRO “SEMBLANZA HISTÓRICA DE PETO”: BOTELLA AL INTERNET


Escribir, por ejemplo, un futuro libro de la historia petuleña que llevase por título “El porvenir de una desilusión”.

“A todos nos persiguen nuestros orígenes”. Emile Michel Cioran.

Mi muy respetable cronista pepenador de ideúcas comunes de su cansino y difunteado ancestro, le escribo. Le escribo desde aquí, enmedio de la náusea de la lectura de su banalísimo libro, tachonado de punta a cabo con desplantes insufribles de megalómano acabado; enmedio de la turbiedad de sus palabras, le escribo: sépase que, en un tiempo (breve) en que estuve convencido que este pueblo se merecía algo más que anécdotas familiares, me dio la casquivana idea de llevar mi vieja Rémington[1] a la Sierrita del Sureste Yucateco para, emboscado y con mi pipa de palo de rosa, con ninguna luz por las noches que no sea la luz de la cazoleta y del fulgor opaco de la luna, realizar una contratesis exhaustiva de su libraco en comento. Pero mi abuelo, que posee una inteligencia schopenhaureana -senil es cierto, pero schopenhaureana-, me dijo que no era necesario, que el libraco no servía más que para una apostilla chambona. Y aquí me tiene, señor cronista, escribiéndole esta apostilla chambona e intempestiva (que en realidad, no es una apostilla sino los comentarios de un lector todólogo a un autor de vaguedades), embotado con el olor agudo de los tímidos jazmines y la frescura intacta de los flamboyanes de la India recorriendo el jardín sereno de mi casa, donde practico el viejo arte de la escritura de a gratis. Yo creo, señor cronista, que sus opiniones de la villa en que nacimos (que son muy respetables, y nadie le impide opinar. Yo mismo lo hago, soy un opinador convulsivo, lo reconozco) se derivan, más que del estudio concienzudo de los hechos, de un encoñamiento avasallante de amor patermaterfamiliar. Eso yo no lo veo con malos ojos: poner por encima de todo a vuestra familia es cosa que todos hacemos, sin ser descastados, a diario…
Pero no se necesita ser la sibila de Cumas, señor cronista, para escribir que el proceso de ficcionalización de la frugal historia -o historieta parvularia- de Peto, llevado a cabo por su pluma afásica –aun a sabiendas de que peca de visión valetudinaria como para realizar las prospectivas sociales y el análisis lógico de las situaciones estructurales de la población-, me parece la forma más atroz y despiadada de manipular la memoria histórica de los petuleños. Con intermitentes sombras y lagunas historiográficas, o con perezas bibliográficas propias de una angosta y atrofiada mirada intelectual, el cronista urde la historia amelcochada de su familia, refocilándose de lo lindo en imaginar, o en tratar de imaginar, que escribe el inapelable y definitorio libro sobre Peto, y que por tanto se siente facultado, él más que nadie, a discurrir de manera indiscriminada sobre los asuntos más disímbolos en que Peto, el imaginario pueblo, llegare a recaer.
Como álbum fotográfico, o como memoria evocativa de sus ancestrales amores familiares, no me interesa; pero usted, señor cronista, ha decidido, sin sombra de duda, a cumplir con la imbecilización exhaustiva de las raquíticas mentes petuleñas, al no respetar la jurisdicción de la realidad objetiva, de los hechos no sólo comprobados sino cotejados, confrontados con la variabilidad de fuentes que un historiador-cronista dispone en su taller de reconstructor del pasado o del devenir constante de los días. Uno de tantos peros que le pondría, y este es, por decirlo de algún modo, el pero más light: la fuente histórica principal que utiliza son las memorias (o desmemorias) de su abuelo, quedando así su libro como calca, sino fiel, al menos no del todo lejano de los muy particulares juicios subjetivos de su ancestro. Incluso en los errores de sintaxis, del modo de conjugar los verbos, de trabajar con palabras híbridas (¡no me destruyas, por favor señor cronista, la lengua de Cervantes, de Paz, o del poeta Orlando Ojeda y Cetina!), ¡para que alargarlo!, de desconocer por completo la redacción más simple que un manual de ortografía pueda otorgar, el señor Arturo Rodríguez sigue, con la perfección de olfato de un sabueso tras su presa, las disquisiciones grises, pueriles y anacrónicas de su ínclito ancestro.
Su semblanza dizque-histórica (o para-histórica, por que en realidad no es una historia, lo que se dice historia, en la cual podamos confiar) es en realidad, como ya cite líneas arriba, un álbum fotográfico, un compendio genealógico y amiguero (la de usted, señor cronista), un “club de tobi” donde sólo entran unas cuantas personas. Créame, no me interesa ser parte de esa historia esquizofrénica.
En dicha "crónica" no veo ahí al indio maya aporreando su humanidad en las lajas yucatecas, pudriéndose de hambre en los días de fiesta; no vislumbro al campesino, no observo ninguna crítica a las familias que se hicieron acomodadas debido al cargo público, a la usura o a la explotación absoluta y totalitaria de los descendientes de Tutul Xiu. Nuestro egotista cronista, ya es hora de decirlo, es un bachillerango pasante de pendolista chabacano, que no comprende que la historia de Peto no es, ni por accidente o equívoco, lo que él y su cascarrabias abuelo idealizaron: su historia, eso sí, es la semblanza para-histórica de un Peto Imaginario, existente a medias…Por estos únicos motivos le hago saber mi desavenencia, mi desacuerdo total y mi incredulidad manifiesta ante su relato de ficción pueblerina, aquejado de lo que los filósofos marxistas denominaran a esa mistificación de la realidad: enajenación de la historia. Tlacaélel petuleño, quiero creer que el señor cronista conoce el libro de George Orwell, “1984”. En esa novela, Orwell narra el proceso de creación y recreación de la historia, según los intereses primos del Gran Hermano, que no duda en reconstruir el pasado de acuerdo a sus fines inhumanos. Eso, mutatis mutandis, salvando la universal diferencia que existe entre Orwell y el señor cronista por supuesto, que ni madera le encuentro para ser escribano público como lo fue su fallecido ancestro ilustre, es lo que más o menos quiso realizar con su escrito de poca monta. En dicho texto, el del cronista por supuesto, sólo encuentro vanagloria solipsista, atrincheramiento esquizofrénico en su yo, autismo en grado sumo que niega voluntariamente o excluye la realidad circundante, entrampando a la inteligencia del lector en la gran noche en que nunca llega el alba…
Del libro en comento del cronista existe una sentencia de Walter Benjamin que me sirve para esclarecer mi posicionamiento: “Todo documento de cultura –escribe Benjamin- es también un documento de barbarie”. Aparte de la intrascendencia de los aspectos históricos,[2] los juicios estéticos del cronista son frívolos, a veces parvularios. Al tratar de escribir acerca del estilo del retablo de la iglesia, se refiere a su objeto de análisis con un juicio demasiado facilón que comprueba su olímpica ignorancia acerca de la arquitectura sacra: “El bonito retablo que existe –escribe Arturo Rodríguez –es de madera tallada, retocado con pintura blanca y dorada.” ¡Esa descripción –solamente y malamente descripción- no se la soporto ni al más deficiente bachillerango!
Confieso que mi radical anticlericalismo no me impide reconocer el religioso fervor que siento por el trazado sobrio del templo católico (“Coloso del sur” le llegó a designar el bardo petuleño Orlando Ojeda y Cetina); sus esbeltas torres viriles ascendiendo hacia la noche caliginosa me producen, siempre que las observo, un silencio cómplice de confraternidad. Pero el contraste de luz y sombra, que le da un aire novohispano al perímetro que vigila, invoca la memoria de sus constructores. ¿Quiénes fueron? Respuesta: Mayas esclavos, los sobrevivientes y vencidos del genocidio despiadado de la Conquista. Neruda, en unos versos desesperanzados de su poema “Alturas de Machu Pichu”, pregunta lo siguiente:

“…Piedra en la piedra, el hombre, dónde estuvo?"

Y más adelante, en el mismo poema, se explaya con su rabia:

“Devuélveme al esclavo que enterraste!
Sacude de las tierras el pan duro
del miserable, muéstrame los vestidos
del siervo y su ventana.
Dime cómo durmió cuando vivía.
Dime si fue su sueño
Ronco, entreabierto, como un hoyo negro
hecho por la fatiga sobre el muro.
El muro, el muro! Si sobre su sueño
gravitó cada piso de piedra, y si calló bajo ella
como bajo una luna, con el sueño!"


Y Octavio Paz, en su “Nocturno de San Ildefonso”, escribió lo siguiente:

“golpear con la cruz
fundar con sangre
levantar la casa con ladrillos de crimen
decretar la comunión obligatoria."


Dos poetas hablando sobre el mismo tema: el sufrimiento del indio en las grandes construcciones concebidas por las élites. En Machu Pichu fue la élite inca; en la de Paz fue la gesta nada heroica de las fundaciones que los conquistadores, una vez caída la ciudad de los mexicas, empezaron a levantar “con ladrillos de crimen” sus cotas urbanas de poder.

El tiempo de la tristeza

La justicia histórica al pasado de crímenes nefandos, pasado criminal de los frailes constructores de la iglesia petuleña, en este libro es imposible de encontrar; no se halla ninguna relación de agravios y, error de errores, como si la cosa no existiera, el mundo indígena, de ahora y de ayer, el mundo maya no se vislumbra. El autor escamotea la cuestión, pasa sin querer, brincando con saltitos pequeño burgueses, al decir que “la guerra de castas fue una lucha de exterminio racial pues cada bando trató de acabar con su oponente, hasta la extinción total de sus últimos vestigios de vida…”. Este texto que trascribo es una contumaz falacia de un sicofante. La lucha de castas no se reduce a una guerra simplona y maniquea de la destrucción de dos grupos entre sí. Es impensable que las revueltas mayas del siglo XIX (Léase bien los libros “La Guerra de Castas” de Reed, la novela “Cecilio Chi”, de Javier Gómez Navarrete o “La conjura de Xinum” de Ermilo Abreu Gómez) contra el predominio de los descendientes de los conquistadores, se deba a un hecho solamente: la destrucción sistemática del blanco. Por el contrario, la lucha de castas se mueve en un contexto histórico donde los grupos de poder colonizador, desde el inicio de la conquista, crearon redes de dominación, sometiendo al pueblo maya a exacciones innúmeras, con negación sistemática de su cultura. La lucha de castas fue la explosión de la indiferencia (ante la muerte de un pueblo), la reacción de los oprimidos ante los desmanes desaforados de los conquistadores, el racismo de la casta divina contra los mayas, la explotación inmisericorde en las encomiendas, repartimientos, mitas, naborías, haciendas, la ofensa constante al valor de los mayas como seres humanos dignos de respeto. Los mayas ni por un momento pensaron en el exterminio de los “bebedores de chocolate”, de la cultura de los dzules, profetizado su tiempo hegemónico por el Libro de Chilam Balam de Chumayel de un modo fatalista:

“¡Ay, hermanitos niños, dentro del Once Ahau Katún viene el peso del dolor, el rigor de la miseria, y el tributo! Apenas nacéis y ya estáis corcoveando bajo el tributo, ¡ramas de los árboles de mañana! Ahora que ha venido, hijos, preparaos a pasar la carga de la amargura que llega en este Katún, que es el tiempo de la tristeza, el tiempo del pleito del diablo, que llega dentro del once Ahau Katún”.[3]

Frente a esa negación cultural de los pueblos mayas, el maya, bajo el acaudillamiento de los líderes de la revuelta –en orden de prelación: Cecilio, Jacinto y Manuel Antonio- lo que intentaron fue la reivindicación de lo que desde un principio eran de ellos: estas tierras del Mayab manchadas por las injusticias de los dzules, de los bárbaros casta divina y los frailes pirómanos...Reivindicación que es, a un tiempo, reactivación de sus elementos culturales, de su palabra omitida, su pensamiento “enclaustrado” y sus modos de estructurar libremente su densidad histórica, que imposible fue soslayarla como por ensalmo por el elemento conquistador exógeno. Densidad histórica fraguado por milenios:
"La densidad histórica de los grupos étnicos, su carácter de fenómenos de larga temporalidad, le confieren a la conciencia de la propia historia una importancia especial. La referencia a un pasado lejano, a un origen común, mitificado en muchas ocasiones, se plantea siempre como base de la legitimidad del grupo. En la condición de dominados, la conciencia de una época anterior de libertad le asigna a la dominación un carácter necesariamente transitorio... La continuidad del grupo étnico resulta en una lenta pero incesante acumulación de ‘capital intangible’: conocimientos tradicionales, estrategias de lucha y resistencia, experiencias, actitudes probadas; todo un arsenal difícilmente expropiable, una base creciente de elementos distintivos que posibilitan y fundamentan la identidad." (Bonfil, 1981, p. 27. Utopía y Revolución)
No importa que se perpetre la adoración a la cruz hierática[4] en los templos urbanos de los barbudos, el maya la transforma en cruz parlante en su selva ubérrima y apartada; no importa que la lengua original fuera omitida, por alguna rendija de la gramática hegemónica cruzaron subrepticias las palabras del canto, los nombres verdaderos de los pájaros, los árboles, de los lugares y las pasiones de estos hombres. Atrás, a un lado de las haciendas regidas por la producción a gran escala que quisieron implementar los conquistadores y sus descendientes, la economía de subsistencia de estos pueblos, realizadas desde los umbrales perdidos en el tiempo, persistió con terquedad en la milpa, en el maíz creador de estos hombres, los hombres taciturnos del maíz. La resistencia, la lucha, sus consejas, mitologías, teologías, literaturas orales, cuentos escuchados a los viejos alrededor de las tres piedras del fuego en la choza, la comida, la enseñanza que producen los pájaros y árboles, es capital “difícilmente expropiable”. En el gran crisol de esa “densidad histórica” con que se toparon los conquistadores, el alma de este pueblo venció, a su modo, al duro hierro de los castellanos.
A los nuevos explotadores y denegadores de la historia autónoma del pueblo maya (curas y dzules urdidores de una historia imaginaria, por ejemplo la de esta "Semblanza" que comento), hay que recordarles lo que dijera Nachi Cocom al pirómano de Diego de Landa a través de la escritura del gran Ermilo Abreu Gómez:


“Óyeme, tu. Estas palabras no podrás quemarlas nunca. Esta voz que es mi voz y la voz de los indios, traspasará tus orejas y no podrás olvidarla nunca. Esto que está en mi lengua no podrá repetirlo tu lengua sin caer cercenada. Esto que vuela sobre la tortura y el fuego y la muerte es la Verdad y la razón de la vida de los hombres de esta tierra que tú pisas. Esto que ahora digo quedará alzado delante de tus ojos y tus ojos morirán contemplando el espanto del dolor que causaste.”


Notas:



[1] Comprobará mi respetable cronista, que no cuento con laptop de universitario mimado por papi a mi disposición, ni estilográfica Montblanc de político mafioso que firma cheques a su cuenta personal; un simple porquero como yo sólo cuenta con su vieja Rémington, herencia de mi abuelo, desportillada por los años y el tráfago del tecleo incesante.
[2] Por ejemplo: no conjetura la forma despiadada con que fue realizada la iglesia principal, a punta de esclavitud de indígenas mayas por tonsurados clérigos segados por visiones del infierno; otra conjetura que omite: en el templo inacabado que se encuentra en el descampado conocido como “la placita”, el autor no concluye el silogismo: si fue la primera construcción arquitectónica colonial, la concepción original del centro de Peto no se vislumbró donde actualmente se encuentra. El centro, conjeturo, hubiese sido la placita.
[3] “Libro de Chilam Balam de Chumayel”, con prólogo, introducción y notas de Mercedes de la Garza, editado por SEP cultura en 1985, p. 161.
[4] La palabra para definir la instauración de la cruz parlante entre los mayas rebeldes después de la muerte de los tres caudillos que promovieron la reivindicación por estar sometidos a una discriminación económica, social y cultural sistemática inmediatamente después de que cayera el último bastión de la resistencia indígena contra los españoles en el proceso de Conquista, es el sincretismo. Comúnmente se entiende como aquella disposición de las civilizaciones de conciliar culturas diferentes, doctrinas contrarias, religiones no del todo opuestas. En ese sentido, el sincretismo maya va más allá del concepto y reformula el símbolo de la cruz: la vuelve el baluarte, el imán en el cual gravitan la fe de autonomía de los cruzoob. En 1852, José María Barrera, un mestizo, toma la batuta dejada al garete por Pat; y en un acto de genialidad política y guerrera (tal vez hubiese sido elogiado por Clausewitz o Maquiavelo), y como consecuencia de la cada vez más desesperante persecución a que estaban sometidos los mayas tras la muerte de los primeros caudillos, echó mano de un recurso sobrenatural: No sólo el espíritu, sino incluso hasta la voz de Dios iba a presentarse en la cruz. (Lecturas básicas para la historia de Quintana Roo, Tomo IV, recopilación de textos de Lorena Careaga Viliesid, p. 65). Eligio Ancona, el historiador reaccionario de la Casta Divina que no creía que los mayas tuvieran imaginación, sobre este hecho “sobrenatural” escribe, con la tinta del desprecio, lo siguiente: “La inmensa mayoría de los sublevados sentía un vacío al derredor de sí, al verse desamparada de aquellos signos materiales de la divinidad, y se hacía necesario inventar un medio que neutralizase los efectos de este sentimiento y que hiciera comprender al creyente que se hallaba equivocado. Es preciso decir, sin embargo, que el gran recurso no parece haber brotado de ninguna imaginación indígena, sino de uno de esos hombres de la raza mestiza que desde 1847, venía prestando a la causa de la barbarie, el concurso de su inteligencia y de su valor. Dícese que vagando un día José María Barrera por el despoblado que se extiende á lo largo de la costa oriental de la península, encontró un manantial de agua que brotaba a la entrada de una gruta, y al cual prestaban su frescura algunos árboles corpulentos de aquella selva casi virgen todavía. El descubrimiento de un manantial de agua es un gran acontecimiento en un país árido, como el nuestro, y Barrera marcó el lugar grabando tres cruces pequeñas en la corteza del árbol principal. Pronto se divulgó el hallazgo entre los sublevados y como la fuente se hallaba á ocho leguas apenas de la bahía de la Ascención (SIC), visitada fácilmente por los ingleses, y á notable distancia de los cantones más avanzados de nuestra línea, varias familias indias comenzaron á levantar sus chozas al rededor de la gruta para evitarse la molestia de hacer un viaje diario en busca de agua. Así comenzó a formarse en los siglos anti-colombinos la opulenta ciudad de Chichen, y tal fue también probablemente el origen de todas o casi todas l as poblaciones mayas. Las pequeñas cruces grabadas en la corteza de un árbol comenzaron a ser un objeto de adoración para los moradores de la nueva guarida y con tal motivo sin duda, ésta recibió el nombre de Chan Santa Cruz. El descubridor del manantial comenzó de esta manera á agrupar en derredor de sí un considerable número de sublevados, y temeroso de que desapareciesen las primitivas cruces, mandó fabricar otras de bulto, que hizo colocar en el mismo lugar. Si Cogolludo y el Dr. Sánchez hubiesen conocido á Barrera, habrían dicho de él que era un mestizo muy ladino…Conociendo la inclinación que tiene a lo maravilloso, no solamente el hombre salvaje, sino aun el educado en los países más cultos del antiguo y del nuevo continente, hizo correr la voz de que las cruces que se veneraban en la nueva población, habían bajado del cielo para hacer importantes revelaciones a los sublevados. Pero como por grande que sea la credulidad del vulgo de todos los países, siempre necesita de una prueba cualquiera para hacerse de la ilusión de que ha sido convencido, Barrera asoció á su empresa á un indio llamado Manuel Nauat, de quien se dice que era ventrílocuo, y quien, en las grandes reuniones á que eran llevadas las cruces, pronunciaba largos discursos que parecían proceder de éstas. Estos discursos tenían por principal objeto el de excitar á los indios contra los blancos asegurándoles que pronto iba á cambiar el aspecto de la guerra; y pronto comenzaron a palparse los efectos del fanatismo que se apoderó del ánimo de los primero” (Ibídem, p.65-66). A su vez, Enrique Florescano, en “Etnia, Estado y Nación”, se pregunta si en realidad, la guerra entre los mayas y el gobierno yucateco en el siglo XIX se trató de una “Guerra de Castas”, o bien, fue una lucha de clases o un conflicto agrario (no obstante, no omitamos la negación y el desprecio hacia la cultura de los vencidos por parte de los herederos de los conquistadores). Refiere el hecho evidente de la historiografía existente del conflicto que solamente describe los prejuicios racistas de los historiadores de la clase dominante, que en su mayoría, son criollos muy alejados de la visión rural y selvática de la Península Yucateca. La revuelta indígena fue bautizada por los Baqueiro, los Ancona y los Molina Solís como una conflagración racial, el desprecio de los bárbaros, de los dipsómanos, de los promiscuos, los perezosos e idólatras mayas, contra los civilizados, los sobrios, los continentes, los laboriosos y católicos criollos. Por que dichos historiadores, como refiere Florescano, “eran descendientes de la élite yucateca que acumuló un odio visceral contra los indígenas que resistieron la expansión de la agricultura comercial y el desarrollo capitalista. Consecuentes con sus intereses, elaboraron una interpretación étnica de los conflictos que vivieron sus padres y afirmaron que el origen de la llamada Guerra de Castas fue el odio indígena a la raza blanca, sedimentada a lo largo de siglos” (p. 475, Ibídem).

miércoles, 8 de octubre de 2008

Apuntes de un lugareño

Desde el 27 de diciembre hasta el 4 de enero, la Villa entra en un tiempo de fe, de tiempo bárbaro, simbólico: es la época esperada tanto por creídos como descreídos a lo largo de un año de vicisitudes e historias extintas -la mayoría para olvidar, muy pocas para recordar. Es el tiempo de la feria anual en honor a una virgencita con una arruga estrellada en su frente puritana, y en honor también al reencuentro de los hijos pródigos de la villa con sus demonios familiares, ese criadero de alacranes que dijera el poeta. Es el momento en el que sus calles empolvadas y tapizadas de baches se embotan de gringos cabezudos que regresan a su patria chica execrable; de pródigos hijos –no se descarte, desde luego, a los bastardos y a los descastados- radicados en la blanca Mérida o en la zona turística de Quintana Roo, haciendo de turistas en su aldea.
El calor, no obstante que en este rincón de la Península es donde más desciende el termómetro en las noches y las madrugadas invernales, se deja sentir: es un calor de cuerpos que hace añicos la frialdad canina del aire, la modorra somnolienta de las dos, tres, cuatro de la madrugada. Porque el pueblo está enfiestado, el pueblo no duerme: bebe, y los excesos en el alcohol arrasan la nostalgia de un año más que se pudre, de un año donde nuevos petuleños llegaron; y se fueron otros, esos otros que ahora son imágenes, polvos de la memoria inmarcesible, los fantasmas que andan por ahí.
Ahora sí, como en “La feria” de Arreola, la villa se embaraza nuevamente de sus hijos y de ruidos de parto que hacen difícil la noche del anacoreta. No hay calles recoletas, noctívagos en busca de la doncella más bella o menos impura del pueblo –buscadores inconscientes de la Xtabay (“la Xtabay es la mujer que deseas en todas las mujeres y la que no has encontrado en ninguna todavía”, escribió Mediz Bolio)-, o de una infancia irrecuperable, surcan la colonia “Fátima”, se esperanzan de encontrarla en la “Esperanza”. En estos tiempos no es difícil que alguien por fin encuentre al tan mentado Niño perdido.
Los perros, que antes de estas fechas son, junto con sus hermanos priístas, los dueños indiscutibles de la noche, arredrados por el estallido de las carcajadas humanas o el crepitar de los voladores en el cielo decembrino, se afantasman, pertrechan su miedo en el más solitario rincón del jacal de las goteras o de las casonas céntricas.
En este periodo de comunión, rigor es visitar al “Coloso del sur”, es decir, la iglesia de la Villa. Si se ha dicho que los mexicanos, más que católicos somos guadalupanos, en esta parte central de la Península, no hay descreído alguno que no rinda honor al Coloso del sur. No importa que el descreído sea ateo, agnóstico o beato por interés a las beatas: la admiración por esa arquitectura altiva que mira desde hace más de dos centurias el atardecer adormilado de la Villa, es indiscutible, sin disenso.
Esta feria podría ser una más de las múltiples que se dan en la Península, pero la característica que la diferencia estriba en que se aúna con los festejos navideños y de fin de año. Señalo que el pavo navideño es una hipótesis a comprobar en las casas de los humildes jodidos, y de tanto imaginarlo, indigesta con las complicadas maneras con que es guisado en la marmita imaginaria de los pobres. En esta parte del sureste yucateco, el 24 de diciembre -según la conseja cristiana día del nacimiento del soberano del mundo y del universo-, muy pocos, la minoría selecta, “mata su pavo” y lo “envenena” con chícharos, hongos, pasas, entre otras especias asesinas; o postmortem lo embriagan con vino.
Imaginemos que ahora, mientras leemos este artículo, el pavo de la minoría selecta, o el bacalao si para colmo son extranjerizantes o un poco vizcaínos, se encuentra en el horno infernal, dorándose a fuego lento, reconcentrando sus jugos que los paladares selectos lamerán. Una persona, la más descreída de la familia –puede ser el abuelo cascarrabias-, se quedará para vigilarlo, pues no vaya a ser de malas y que el alma del plumífero regrese a vengarse de sus “caníbales” atroces. Entonces la selectita familia se va, no a la feria que todavía no empieza, sino a “oír misa” casta y católicamente en el Coloso del sur, donde el párroco priísta lanzará las letanías tan manidas, pasteurizadas, des-cristianizadas; contará los pasajes del evangelio que narran la encarnación del Señor, humilde él entre los humildes, que no supo de pavos carísimos y alcoholizados, pues su pan era el pan común de cada día comido con el sudor de su frente sencilla. Si acaso, el bueno de Jesús, en sus banquetes sencillos, se escabechaba una perdicita o una liebre del desierto.
El 24, hemos dicho, es el prólogo al estallido del paganismo de los festejos, a las charlotadas en las que vaquerillos inexpertos no se cansan de lazar becerros sin atinarles en más de 500 ocasiones. En esta feria, ríos de cervezas y “Orinocos” de orines irrigan la tierra de saskab o roja de la villa. El indio maya, que por fin comprobó la inexistencia siniestra para él y su familia de los pavos, y en su resignada comprobación silencia el canto de sus amibas con unas chicharritas, a falta del balché sagrado de sus mayores, bebe “Superior” en un estado inferior para olvidar sus congojas, sus hambres atroces o las injusticias sociales que no logra explicarse, seguramente porque no ha leído al barbudo alemán, excelente para dar explicaciones detalladas sobre explotaciones e injusticias sociales.
Los machos de esta población, misóginos las más de las veces, se enfrascan en peleas idiotas por cosas banales, insignificantes. Porque estamos de fiesta, y el pacto social de concordia que teorizara Rousseau se “des-pacta” cuando el llamado de la tribu obliga a sacar la valentonada irrisoria, y la jerga se convierte en frases de cuchillo, o de hacha. No hay feria sin bronca, pues el pueblo se embroncaría. De vez en cuando una “catarsita” no le cae mal a ningún cristiano. Uno, si recorre los lugares donde los vaquerillos se posicionan para lazar a sus enemigos los mansos becerros, comprobará que la fe de estos hombres se reduce únicamente a comprobar quién tiene más pelo en pecho o se rasca con más pundonor y pericia los cojones. Los actos de “machonería”, si se mal actúan, se vuelven esperpento.
La lascivia es el pecado capital que no puede faltar en la feria de esta población. Las pasiones se encabritan, el ojo no se cansa de buscar redondeces femeninas. Los “condenados de las lajas petuleñas”, los catrines y currutacos hijos de profesorangos, inclusive este escriba lugareño que borronea estos apuntes descabezados y los campesinos que bajan a la cabecera municipal, estimulados por el guaro o la abstinencia franciscana producida por la esposa entrada no en carnes sino en grasas tumultuarias, son embrujados por “La bailarina” que, aunque pasada de peso al igual que la de casa, los ojos beodos omiten ese rasgo fisiológico. Toda una mitología erótica, unos poemas no escritos, una confesión de amor idiota, de lujuria enfermiza, se decanta bajo los gruesos chamorros de “La bailarina”. Medio pueblo, sin faltar las beatas y puritanas, habla desde diversas aristas acerca de “La bailarina”. Nadie sabe su nombre y nadie se atreve a preguntarlo. El que escribe estos apuntes, medio mareado de tanto analizar su bailable entangado, llegó a la conclusión inesperada: la bailarina no es humana, es hija de los dioses gordos del abismo teibolero. Cuando “La bailarina” baila, las letanías del cura se acallan, la moral de mis mayores se emputece, y el presidente municipal y sus adláteres tiemblan de miedo, pues no vaya a ser que “La bailarina” sea mujer de izquierda y marxista comprometida con la frase esa de la violencia partera de la historia, e inste a las masas afiebradas de “bailarinanitis”
[1] a tomar el palacio municipal y quemar todo rastro de iniquidad y corrupción sistemática. A los luchadores sociales de esta villa, si en verdad quieren tomar el poder, es necesario hacer del bando de los izquierdosos a “La bailarina”, pues esta divinidad encalzonada es la líder –no lideresa, pues sonaría a “lideresas de colonias”- que llevaría a Peto a las cumbres de la felicidad, o en su defecto y ya en plan guerrillero, a la sierrita del sureste yucateco.
[1] La “bailarinanitis” es una enfermedad muy contagiosa, y en casos extremos mortal. Es la enfermedad de la bailarina, que sólo se quita de dos formas: bailar con la bailarina, o casarse con ella. Yo prefiero el primer remedio, pues soy un soltero empedernido.

lunes, 6 de octubre de 2008

Un día cualquiera

El presente contiene el pasado
Gramsci



El dos de octubre me levanté tempranísimo. La lluvia griseaba el horizonte, y la humedad del sol caía en los asfaltos encharcados y las aceras bañadas de la ciudad, mientras el recuerdo de la señorita de la esquina iba imponiendo un armisticio a la guerra silenciosa que hace un buen rato traigo comprado con el mundo y sus Susanas. Hurgué entre la mesa repleta de cachivaches, para buscar el libro que me andaba leyendo días previos a esa fecha mortuoria –“Los días y los años”. Después de encontrarlo, lo puse en la mochila y me fui al baño y me afeité lo necesario como requisito previo para replantear, enfrente del espejo opacado por los vapores del agua fría, las infaltables ideas que me ayuden a escribir esta madre de botella virtual que tiro ahora al mar de algoritmos y cliks del mouse conocido como la puta internet, pensando en imposibles encallamientos, en imposibles naufragios con el lector desconocido…Sentí que era un día redondo y feliz como para gritar de odio el grito de lucha que en esa fecha cabalística se acostumbra entre los que aún conservan el mínimo de dignidad incrustado en su corteza cerebral: ¡Dos de octubre no se olvida!

Quería empezar este ensayo botella de escritura con una pregunta que es, al mismo tiempo, una petición de principio: ¿Qué significa el 68, dos de octubre, Tlatelolco? Como por instinto, lo primero que se me viene a las mientes cuando escucho esas palabras, es que dos de octubre, 68 y Tlatelolco significan, irremediablemente, muerte, genocidio, intolerancia cuasi teológica, sangre joven derramada, dictadura vieja y absoluta resguardada en un ficticio Estado de derecho, violencia del Mandril, abuso del criminal sistema represor mexicano diazordacista-echeverrista, inexistencia de garantías individuales en un país oscuro donde hasta las piedras de los eriales con sus indios taciturnos votaban por default por el pinche PRI. En una palabra, injusticia: una notoria, gorda y pesadísima injusticia con licencia para masacrar a un nuevo México que brotaba de la revolución petrificada de los carranclanes, pidiendo, exigiendo a los viejos ex cachorros de la revolución traicionada justicia por igual, radical democracia y libertad y autonomía para la toma de decisiones, sin la corteza de la burocracia y su partido de sátrapas de horca y cuchillo. El dos de octubre fue un destino fracturado por las metrallas, destino hecho trizas, plum, cataplum, plum plum, primero con el bazucaso a rectoría del hoy héroe Javier Barros Sierra, y después con las ráfagas homicidas del Batallón Olimpia y el Ejército en la plaza de las Tres Culturas… Así quería empezar este diálogo, así y no hablando de lluvias, ni de mi dolor de cabeza que es la señorita de la esquina...

¿Eso es todo?, ¿hasta ahí reduzco el significado de esas tres palabras? No, eso es una parte de la moneda, la parte oxidada del níquel. La otra, oscura como la otra cara de la luna, pero con luces que iban creciendo en la marcha del estruendoso silencio que hicieran los jóvenes días anteriores al genocidio de la plaza de las Tres Culturas, significaba el comienzo de la desintegración de un sistema corrupto hasta las heces, con complejo de Saturno devorándose las manifestaciones de libertad de sus hijos. Dos de octubre vendría a ser el año “axial” de esa década de los sesenta (Beatles, LSD, liberación sexual y “haz el amor y no la guerra” de los jipis por un lado; Sartre, Foucault, Revolución cubana, Fannon, la muerte de Guevara y el acabamiento de su mito en pancartas y camisetas; el derecho a la diferencia, libertad, libertad, y radicalismos contestatarios de la izquierda mexicana, por el otro) que materializaron las ideas y el pensamiento revolucionario de Occidente de los últimos 300 años en una frase lapidaria pintado por la mano de un filósofo anónimo en unos de los muros de la Sorbona de París: la imaginación al poder. Un fantasma recorría al mundo en 1968: era el fantasma de la imaginación revolucionando todos los mayos franceses, primaveras praguenses, y todos los octubres mexicanos cuestionando al Estado burgués de la “momiza”, de los que no agarraban la “onda” libertaria, ese choque de generaciones teorizada por Ortega y Gasset...Fue el año de las revueltas juveniles en Praga, Berlín, Berkeley, Ciudad de México. En ninguna, salvo en esta última, otoñal, la visión utópica de los jóvenes desembocó en una matanza que, a cuarenta años de los hechos, los responsables siguen impunes, resguardados por la muerte o la chochez, propia y de su partido.

jueves, 2 de octubre de 2008

¡Sal al balcón, bocón!


Hoy se cumple 40 años de la matanza de estudiantes (300 en cifras oficiales, más de mil en números extraoficiales)...Decir "2 de octubre no se olvida" no es un simple eslogan para salir al paso...Es una propuesta ética, política, y utópica para que ese día persista en la memoria por la justicia social, para que ese negro día quede en un lugar prístino, rodeado de tanta oscuridad y desidia gubernamental, de tanto crimen de los criminales de siempre...Dos de octubre no se olvida, porque las causas que llevaron a ese acto bárbaro del bocón y sus secuaces (grupos empresariales, el perro Ejército, la alta clerecía), siguen, continúan...

lunes, 29 de septiembre de 2008

Grito de Dolores


Después de haberse cumplido 10 días del artero ataque terrorista, ocurrido la noche del Grito en el zócalo de Morelia Michoacán contra gente inocente, al hacer explosión dos granadas en medio de una multitud apiñada –y una más que hizo explosión a la salida de la carretera que conduce a Salamanca-, y que dio como resultado la muerte de 8 personas con más de 100 heridos, las autoridades policiacas de ese estado izquierdista, dieron a conocer el viernes 26 de agosto la detención de 3 Zetas del Cártel del Golfo, ocultos en una casa de seguridad del municipio de Apatzingán… Los narcos, según las autoridades, confesaron ser los culpables de los hechos que enlutaron y ensombrecieron –más de lo que ya estaba con la caída en picada de la economía y la inseguridad nacional- las fiestas patrias de este año; y que el móvil de sus crímenes fue para intimidar y presionar al gobierno federal, y así desista de sus acciones persecutorias.
Sin deberla ni temerla, 8 personas, cuyo único delito fue la intención de desgañitarse con los vivas esperanzadores a una nación anubarrada (por los “Poderes Fácticos” como el narco, la élite empresarial y eclesial, el cínico duopolio televisivo, y los heraldos negros del Gran Capital internacional) y en vías de desaparecer su fuerza estatal, han venido a engrosar las páginas macabras del libro de terror de esta guerra cuyos caracteres cada vez se pintan más con el tinte de lo post-aberrante:
a) Las siembras de descabezados en Chichí Suárez y Buctzotz han corrido el aparente velo de la tranquilidad acostumbrada de los yucatecos. El Diario de Yucatán, en su edición del 25 de septiembre, informaba que nuevas investigaciones de la estúpida policía yucateca -además de corrupto y posiblemente relacionado con el narco, ¿no es idiota Saidén Ojeda después de que elementos de la SSP detuvieron a 15 polleros de la empresa “Bachoco” en Hoctún y Tahmek, por el absurdo hecho de que tenían el acento jalisciense?- determina ahora que “los doce ejecutados pertenecían al mismo grupo que había ordenado la matanza”, y que por esto fueron levantados de forma pacífica, explicándose así el por qué no hubo, días previos del hallazgo de la docena acéfala del 29 de agosto, denuncias de sus desapariciones. La hipótesis de que la docena de los doce eran narcomenudistas de poco calado, explica tal vez su condición “sacrificable” en la mente de los capos que les surtían. La policía yucateca apunta que la causa se debió a que los “sacrificados” coqueteban con un cártel rival, pero conjeturo que sus muertes, aparte de esto, fue un recordatorio no sólo al Saidén, sino a la mesma “Señora del Justám”, para hacerle saber quién en verdad es el concesionario de la “plaza” yucateca, de quién cuenta con el derecho de piso en las lajas yucatecas.
b) Los 24 muertos en el La Marquesa del Estado de México, en el camino rumbo a Chalma, todos jornaleros venidos de Hidalgo, Oaxaca, Veracruz, sin nexos aparentes con el narco, “sacrificados” -¿se pierde la condición humana cuando se utiliza la jerga del matarife del rastro municipal de mi pueblo en homicidios del crimen organizado?- por sicarios de La Familia, grupo delincuencial que posterior de los atentados de Morelia, pintó su raya de “yo no fui” con narcomantas colgadas en diversos puntos de la capital michoacana.
c) La matanza de Guamúchil, Chihuahua: 15 personas, casi todos parientes, entre ellos un bebé, que convivían en una fiesta, cayeron muertos al momento de que sicarios entraran a echar bala por delante.
d) Y ahora esto, el acto de barbarie asesina perpetrado en Morelia, en el que tal vez se rebase con ello todas las escalas de la estupidez. Estupidez, única, de los capos en su conjunto –sin distinción de carteles-, pues estos hechos vienen a ser una fuerza cohesionadora del autoritarismo estatal y la opinión pública en general, que en momentos coyunturales como este –en brutales momentos coyunturales como este- fácil es de que acepte cualquier reducción a sus garantías individuales y al maleable Estado de derecho mexicano, con el fin de que las Fuerzas armadas cuenten con el suficiente terreno como para brincarse trancas jurídicas en pos de la cabeza de los “enemigos de la nación”. Con los granadazos de Morelia, desde luego, se ha causado una psicosis colectiva de miedo en la nación (y más si se toma en cuenta el ignominioso partido mediático que las pinches televisoras, ad nausean, hicieron de ello desde el momento de saberse lo ocurrido), que a su vez redundaría en un mayor Estado policiaco de la derecha en el poder. Esperemos que me equivoque...

lunes, 15 de septiembre de 2008

Alta traición

No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
-y tres o cuatro ríos.


José Emilio Pacheco

(Es decir, uno no puede amar todo el paquete...Por otra parte, la inseguridad, el narco, la corrupción, la impunidad de la élite, la falta de un proyecto de nación, la derecha que atosiga, el 2.4 % de la economía estancada, mi inveterado separatismo, el "espectáculo de la pobreza" del sur, y otros etcéteras que se me escapan: ¿podrían darme motivos de gritar caballunamente vivas a un México prostituido por su imbécil clase política? No lo creo...porque no hay motivos para festejar a un país en vías de desaparecer...)

domingo, 7 de septiembre de 2008

Juan Rulfo - Pagina oficial - Rulfo fotografo



Ahí les dejo esta paginita, para que se vayan ilustrando un poco con el padre de Pedro Páramo..que además del mejor escritor mexicano, era un excelente fotógrafo.


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