Cuando estaba yo en el
chicle, recuerdo que iban diferentes personas a trabajar la resina. No de un
solo pueblo hay en la Montaña: hay de Yucatán, de Belice, de Tabasco, de
Veracruz, de Guerrero y del centro del país. Al terminar las labores del día,
se juntan todos en el jato, y mientras unos comen y otros ponen a secar sus
ropas frente al fuego que nos da calor y aleja a los animales del monte, otros sacan
sus guitarras y cantan sus canciones que saben, y yo canto la que se, y así va
aprendiendo uno a cantar las canciones de otros lugares. Este es el corrido que una tarde de día de muertos escuché una vez cantarle a un viejo chiclero campechano:
El
lunes por la mañana
me encuentro
con un buen zapote
le pego
una calada
le meto
mi recogedora
y la
dejo muy bien forrada.
Más adelante
me encuentro con un zapote conchudo,
le pego
una calada, le digo “estás muy huesudo”.
El martes
por la mañana, temprano,
me voy
al jato y me espera la señora
con el
frijol en el plato.
El sábado
por la tarde
pongo
mi paila en la lumbre
a cocinar mi resina
como
ha sido mi costumbre.
Ya con
esta me despido,
cortando
hojas de hierba,
ya les
canté a mis amigos
Los versos
de este chiclero.
Si quieren
que yo cante de nuevo
sírvanme
otra copa de caña,
les seguiré
cantando
lo que
traje de la Montaña.
Yo traje
dientes de un jabalí
y también
una chuparrosa que una mañana cogí.
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