domingo, 1 de junio de 2014

En defensa de la pancita


Por malestar en la garganta debido a un indicio de gripe me fui hoy al médico. La médico me revisó, me dijo que no tenía nada, que era una gripita mustia y debilucha, y no una de aquellas gripes virulentas, la del estilo "catarro de perro moquiento" que hacen estar a uno en la hamaca día y noche pensando en el “ser para la muerte”. Me recetó unos brebajes estercoleros y unos propóleos del doctor Simi pero, al irme, me dijo que me esperara, y que si era tan amable de pasar a la báscula para que me checara el peso. Hice lo que me dijo, sin quitarme los tenis que pesan (optimista yo) un kilo cada uno, y con admiración observé que había bajado dos kilos desde la última vez que me pesé, hace dos meses, mientras me tomaba un capuchino esperando entrar al cine.

Sonreí satisfecho por esos dos kilos de menos, pero la doctora no fue tan optimista, me dijo que tengo que pesar 78, y yo le dije que ese peso era de maricones, etc., y que me vería flaco, flaquito, como un perro moquiento pero sin moco. Ella, experta en chingar todo optimismo, me recomendó que corriera treinta minutos al día, que tengo 30, y que si me descuido, podría tener la panza de un chelero consumado, etc., etc. Yo le dije: "Es que, fíjese doctora, hago desde hace tres años una tesis dura, voy en la página 580 y me quedan 50 más por redactar, las horas nalga no tienen piedad de mí, aparte de que me gusta comer mondongo (soy un mondongomaniaco), digerir la torta de cochinita, y de vez en vez libar unas a la salud de las pérfidas. Ella me explico algo de grasas de cerdo y músculo de velocistas, que si lograra bajar los diez kilos de más y convirtiera en músculo “esa pancita”, un regimiento de mulatas aparecería de la nada. Y cuando dijo la frase “esa pancita”, la médico –una mujer no mayor de 33 a lo mucho- dirigió sus ojos hacia mi pobre y entristecida y ligerita pancita y yo me sentí acorralado, casi invadido en mis partes pudendas pancísticas por esa médico que, estoy seguro ahora, pasó media hora explicándome las virtudes y sapiencias de los hombres “sin pancita”, cuando lo único que hubiera hecho fue pedirme cuándo saldría por el pan.

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