martes, 20 de agosto de 2013

ERA LA BAHÍA, ERA MI BAHÍA

La noche siempre es propicia para escribir. En Chetumal me sentaba frente a la bahía a veces por las noches, y olía su brisa, sus cabellos despeinados, sus risas de olas extraviadas. Y las ideas venían una a una, a veces en cascada, a veces caminaban, y otras hasta danzaban. De Chetumal solo extraño a ella, la bahía, que no era mar pero tampoco señorita. Luego, al llegar al lugar donde dormía –una habitación que quedaba a 4 cuadras de la bahía- la bahía me seguía, me seguía mientras revisaba mis notas y preparaba café, prendía un cigarro o leía un rato. Abría la ventana y ahí estaba, recién bañadita la bahía niña, la bahía triste, la bahía enamorada. Escribía durante las noches, y en las mañanas despertaba empapado con su cuerpo. Ella, con la noche ovillada a sus ojos, volvía a su lecho de rocas, algas y líquenes. Frente a ella yo una vez le declaré amores eternos a un recuerdo que no sé cómo comienza ya. Pero el amor eterno no era ella. Era la bahía, era mi bahía.

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