Escritor: Si uno se siente, o se cree, escritor, uno ambiciona decirlo todo. Esa es la ambición final, y primera, de todo escritor. Decía don Edmundo Valadés a la pregunta que alguien le hizo: ¿Y qué exige escribir, don Edmundo?: “Exige –decía el fabulador sonorense- una entrega total. Una decisión total: decirse bueno, yo soy escritor y tengo el uso de la palabra, pues voy a usarla. Puedo hacer una gran obra y no hacerlo, eso no tiene importancia, lo que importa es que yo exprese lo que quiero expresar y de la vida por ello”. Dar la vida por ello, eso es, la tumba sin sosiego…una condena, un sacerdocio, hacer chillar a las putas palabras…
Entre lo que desconozco y lo que soy, me siento mucho más familiarizado con lo primero. Me es imposible decir: “soy esto, reacciono monótono frente a esto, etc.”. El yo inamovible es una broma que no puedo digerir, algo, por decirlo de algún modo, como una superchería del alma: temo a ser siempre el mismo, a reaccionar según el guión imbécil de un cafeinómano demiurgo. Por eso se me dificulta la grandilocuente ontología del alma y las disquisiciones supraracionales del ser, esa cosa encasquillada en su abúlico monismo.
No escritor sino lector: Baudelaire, Cendrars, Cervantes, Chesterton, Conrad, Dostoyevski, Faulkner, Quiroga, Gómez de la Serna, Abreu Gómez, Granada (Fray Luis de), Marx, Foucault, Maupassant, Nerval, Paz, Pérez Galdós, Villoro, Pitol, Gide, Proust, Quevedo, Reyes, Stendhal, Marvin Harris, Jules Renard, Sterne, Vargas Llosa, Stevenson, Monterroso, Hawthorne, Eloy Martínez, Cortázar, Onetti, María Luisa Bombal, Zaid, Rulfo, Lara Zavala, Chumacero, Hammet, Unamuno, Pamuk, Halldor Laxness, Hamsum, Genet, Sontag, Moravia, Petronio, Swing, Borges, Borges, Borges, Borges….
¿Somos, en realidad, ser-para- la- muerte?, ¿qué nos salva, que muestra de heroísmo nos salva frente a la gran puta devoradora de hombres que es la muerte, cómo guerrear contra lo desconocido?
No soy cristiano, no creo en la segunda venida del Cristo, no hablo de santos y de curas en mis relaciones cotidianas, me es indiferente la muerte de un Papa. Si fuera católico o creyente de algún más allá, me resignaría a la disgregación del yo, de mi yo-yo.
El creyente cree – ¡válgase la redundancia!- en una vida después de la muerte, yo creo en una nada después de este “gran todo” que es la vida.
Es falso eso que pronunciara Sócrates de la filosofía antes de aventarse la cicuta. No nos ayuda a morir, pero sí a no resignarse a morir. La filosofía nos ayuda –vanamente- a no morir.
Creo que nunca me sanaré de vivir. La vida es una enfermedad incurable que nos aniquila a diario.
Tampoco en el eterno retorno creo; racionalmente no creo en el regreso liberador del instante. Ni ella ha regresado.
Por sentido común, Dios no existe, acabo de sustituir a Dios por Borges, etcétera. Pero también, pascaliano, he conjeturado: Tengo fe de que Dios no exista, y, al mismo tiempo, dudo de esa fe…No hace falta que diga que de teólogo no tengo más que el mínimo barniz de un catecismo infantil. No puedo discurrir, discutir o digresionar como el cura de mi pueblo. Soy un pigmeo con ideas gigantescas de otros, obtuso de miras que necesita de la lumbre, la chispa o el estímulo de otros.
Carroñero de ideas, lector insaciable…
Para mí, el principio del tercero excluido es una exasperación de una mente dogmática. Al enunciar categóricamente que una cosa debe ser o no debe ser, se corre el peligro de entrar en el terreno del fariseísmo, del fanatismo atrincherado. En una palabra: se destruye la polisémica variabilidad de la especie. Pienso que esta cosa llamada condición humanana, nunca es del todo porque no existe la perfección. Una vida, para ser plenamente humana, es apenas un instante quebrado…
¿Puede un autor crear personajes superiores a él?...Borges.
Entre lo que desconozco y lo que soy, me siento mucho más familiarizado con lo primero. Me es imposible decir: “soy esto, reacciono monótono frente a esto, etc.”. El yo inamovible es una broma que no puedo digerir, algo, por decirlo de algún modo, como una superchería del alma: temo a ser siempre el mismo, a reaccionar según el guión imbécil de un cafeinómano demiurgo. Por eso se me dificulta la grandilocuente ontología del alma y las disquisiciones supraracionales del ser, esa cosa encasquillada en su abúlico monismo.
No escritor sino lector: Baudelaire, Cendrars, Cervantes, Chesterton, Conrad, Dostoyevski, Faulkner, Quiroga, Gómez de la Serna, Abreu Gómez, Granada (Fray Luis de), Marx, Foucault, Maupassant, Nerval, Paz, Pérez Galdós, Villoro, Pitol, Gide, Proust, Quevedo, Reyes, Stendhal, Marvin Harris, Jules Renard, Sterne, Vargas Llosa, Stevenson, Monterroso, Hawthorne, Eloy Martínez, Cortázar, Onetti, María Luisa Bombal, Zaid, Rulfo, Lara Zavala, Chumacero, Hammet, Unamuno, Pamuk, Halldor Laxness, Hamsum, Genet, Sontag, Moravia, Petronio, Swing, Borges, Borges, Borges, Borges….
¿Somos, en realidad, ser-para- la- muerte?, ¿qué nos salva, que muestra de heroísmo nos salva frente a la gran puta devoradora de hombres que es la muerte, cómo guerrear contra lo desconocido?
No soy cristiano, no creo en la segunda venida del Cristo, no hablo de santos y de curas en mis relaciones cotidianas, me es indiferente la muerte de un Papa. Si fuera católico o creyente de algún más allá, me resignaría a la disgregación del yo, de mi yo-yo.
El creyente cree – ¡válgase la redundancia!- en una vida después de la muerte, yo creo en una nada después de este “gran todo” que es la vida.
Es falso eso que pronunciara Sócrates de la filosofía antes de aventarse la cicuta. No nos ayuda a morir, pero sí a no resignarse a morir. La filosofía nos ayuda –vanamente- a no morir.
Creo que nunca me sanaré de vivir. La vida es una enfermedad incurable que nos aniquila a diario.
Tampoco en el eterno retorno creo; racionalmente no creo en el regreso liberador del instante. Ni ella ha regresado.
Por sentido común, Dios no existe, acabo de sustituir a Dios por Borges, etcétera. Pero también, pascaliano, he conjeturado: Tengo fe de que Dios no exista, y, al mismo tiempo, dudo de esa fe…No hace falta que diga que de teólogo no tengo más que el mínimo barniz de un catecismo infantil. No puedo discurrir, discutir o digresionar como el cura de mi pueblo. Soy un pigmeo con ideas gigantescas de otros, obtuso de miras que necesita de la lumbre, la chispa o el estímulo de otros.
Carroñero de ideas, lector insaciable…
Para mí, el principio del tercero excluido es una exasperación de una mente dogmática. Al enunciar categóricamente que una cosa debe ser o no debe ser, se corre el peligro de entrar en el terreno del fariseísmo, del fanatismo atrincherado. En una palabra: se destruye la polisémica variabilidad de la especie. Pienso que esta cosa llamada condición humanana, nunca es del todo porque no existe la perfección. Una vida, para ser plenamente humana, es apenas un instante quebrado…
¿Puede un autor crear personajes superiores a él?...Borges.
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