lunes, 2 de febrero de 2009

Sobre la Justicia Social

Frei Betto escribió alguna vez, de las innumerables cosas valiosas salidas de su pluma, un atingente artículo de nombre “Mandamientos del consumismo”, del cual extraigo el siguiente párrafo, por ser una actitud ética indispensable en estos tiempos insolidarios del capitalismo naufragante (por eso de la caída en picada de la economía “pitiyanqui”, según la palabreja del mandril Chávez):
“Solo hay esperanza para quien crea que el diluvio neoliberal no es capaz de inundar todos los sueños e intente navegar, a pesar de que casi no sople el viento, en las alas de la solidaridad con los excluidos, de la lucha por la justicia, del cultivo de la ética, de la defensa de los derechos humanos y de la búsqueda incansable de un mundo sin fronteras también entre ricos y oprimidos…” Esto último, dice Betto, “exige mucha fe y cierta dosis de valentía”.

No dudo que tengo fe en la reivindicación total y absoluta de los oprimidos; y valentía y arrestos no me faltan para ir hacia las últimas consecuencias donde me lleve dicha reivindicación justiciera. Y la última consecuencia de esa lucha revolucionaria, para la obtención de la justicia social es, no veo otras desembocaduras posibles, o la muerte (lo más seguro que existe en mi vida), la cárcel (un distintivo en mi currículum de guerrillero de la pluma), o el destierro. No soy cristiano ortodoxo. El prójimo, mi semejante, para mí es únicamente el oprimido, el SIN-ESPERANZA, los sin nada, “Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada. Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos.
"Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la
crónica roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata”

El amor a los enemigos, para un hombre de poca fe como el quien esto escribe, es difícil que se le conceda. La relación de agravios de la clase oligarca no puede quedar impune amándolos tan pendejamente. Yo no otorgo la otra mejía, pues sería una repugnante condena a la esperanza de los que claman justicia. Si fuera así, sería como el perro que lame su vómito, el vómito del expolio de nuestros enemigos. Prefiero ser la higuera que no da frutos, es decir, la higuera que no complace al santón oligarca o al mal gobierno que nos despieza. Y no temo caer fulminado por su mano asesina, asesina de la esperanza de los oprimidos. La raíz de la revolución persiste, a pesar de la ira de la casta divina o trasnacional. Para mí la fe se reduce en lo que dijo Lenin de ella: “La fe en la capacidad de los hombres, unidos para liquidar los vestigios de los siglos pasados y edificar soberanamente, partiendo de nuevas bases, un orden social”. Un orden social humano, solidario, donde nadie será nunca más nadie.

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