El martes anterior, en la madrugada, comprobé lo jodida que se encuentra la Villa. Habrá sido por el sereno, por el frío que se incrustaba en los huesos y la carne, o por los perros que le ladraban sin rencor a una luna que se resguardaba detrás de las nubes, lo cierto es que la Villa me dio la impresión, apenas bajado del frigorífico-Mayab, tomado en la ciudad de los curvatos (Chetumal), de que se había convertido en un lugar mortecino, estancado por la irresponsabilidad de sus habitantes (sin distinguir gobernados de gobernantes, por eso de que “cada pueblo tiene el gobierno”, etcétera), y en el que la vida era mecida por el recuerdo apagado de la vida. La Villa se había transformado, cosa previsible en estos nuevos tiempos pri-mitivos, en un pudridero lastrado por todas las desesperanzas humanas y por todas las triquiñuelas y las jugarretas de los marranos que la mal gobiernan.
Los focos públicos, encaramados en la punta de los postes, regaban un amarillo muerto dibujando la somnolencia de las calles con polvo, caca de perros y orines de borrachos, y hacían cierta la fétida sospecha mía de que me encontraba en un lugar rubricado por el tedio y la estupidez de sus des-gobernantes, en donde lo único que me une a él son unas cuantas personas, una tumba sin flores, y hasta ahí nomás. No es necesario decir que escribo con la tinta del fastidio, un fastidio entremezclado con las sobras de un odio difícil de digerir: el odio llamado Peto, el fastidio de mirar esa costra de abulia de los ignorantes con la que recubren sus imbecilidades los grillos petuleños.
Se ha dicho que Peto es una aldea de 25 mil almas al sur de Yucatán, en el que la zarpa del hambre y la garra de la pobreza rural de sus taciturnos indios, se contrasta con la ficticia condición “más o menos” de sus profesores analfabetos y la muchedumbre aculturalizada de sus gringos cabezudos, que acostumbraban regresar del Gabacho en estas fechas decembrinas para pasar unos días en sus “jacalitos” al estilo californiano, y, entre otras cosas más terrenales, para empanzonar a la esposa y así agrandar a la chamacada. Digo regresaban, pues una nota del Diario del 9 de diciembre de 2008, me señalaba que de los individuos que cruzan el Bravo, menos del 10 por ciento regresarán esta vez, y más si se tiene en mente este tiempo de recesión gringa, y de la chinga de los recortes laborares en el país de las hamburguesas transgénicas. En una palabra: de la debacle del imperio de los perros gringos.
Se ha dicho también que Yucatán ocupa el noveno lugar en los índices de marginación federal, y que Tahdziú, municipio hermano y cercano, es nuestra “África yucateca”; pero también, un petuleño consciente, como pocos, José Bautista, un “lupano” revolucionario, ha dicho que “en verdad hay mas pobreza en las mentes de nuestros gobernantes”, que en la casa de los pobres del sur yucateco, “la gente que sufre y tiene necesidades” en las comisarías, rancherías y comunidades mayas y periferia de la Villa…
Empecé este diagnóstico indicando lo jodida que se encuentra la Villa. Trataré ahora de explicar el por qué de mi dicho.
El sociólogo gringo, Inmanuel Wallerstein, más o menos desde hace una década ha venido teorizando sobre la crisis del “Sistema Mundo”, es decir, sobre la crisis estructural que aqueja de raíz a los Estado Unidos; y esta caída actual de la economía gringa (ese “catarrito” según Fecal, pero que a huevo a nosotros nos daría triple bronconeumonía fulminante si nos seguimos apendejando al no revitalizar nuestra economía local, soberanizándola), que ha llevado a nuestros paisas a fajarse los pantalones, mandar a la chingada la murria que produce, y cito otra vez a don José Bautista, el exilio forzado de los mexicanos por la muerte del campo mexicano desde 1982 (año del cambio del sistema de importaciones en la economía mexicana con el fin de estructurar una de corte neoliberal, que se agudizó en 1992 con las reformas a la ley agraria en el periodo salinista) podría verse, entonces, como los estertores de muerte de un chacal (léase los Estados Unidos) a punto de ahogarse en su historia de saqueos y crímenes nefandos. Y este hecho, como efecto, sólo y si seguimos dependiendo y mandando mano de obra morena y “barata” (¿barata?) a las vísceras de un imperio caníbal frisando su hora de muerte, sin diversificar nuestro mercado, sin planes urgentes para salvar al campo mexicano, sin mayores incentivos para la educación traería, por deducción simple, un escenario de muerte para la economía mexicana.
Esto que afirmo es, “en efecto querido Watson”, una verdad de Perogrullo: si dependemos absolutamente de alguien, y si este alguien, en medio del puente de San Francisco tiene una soga recesiva amarrada al cuello y cinchada a una lápida, lo aconsejable es estar precavidos cuando este alguien decida aventarse al agua para zafarnos antes de la catástrofe. Hay que predecir las locuras y las enfermedades de los otros, y no realizar diagnósticos extemporáneos como confundir un “catarrito” con una neumonía, similar si confundiéramos el culo con las témporas. En este tenor, una nota de La Jornada del 10 de diciembre, hacía referencia al informe Panorama Social de América Latina 2008, de la Comisión Económica para América y el Caribe (CEPAL), escribiendo que México, con un ochenta por ciento de sus exportaciones destinadas al mercado estadounidense, con una comunidad creciente de mexicanos forzados por el hambre o el paro a cruzar el Bravo en pos de horizontes que se les niegan en su propia tierra, sería el mayor afectado en esta crisis económica global surgida desde Estados Unidos; y recordaba que en los últimos 10 meses de 2008, las remesas de los paisas sufrieron una caída del 1.92 por ciento a tasa anual, es decir, de 19 mil 970 millones de dólares según el Banco de México. Y en estos números entra la Villa, una aldea –si alguien se olvida- desgobernada por un “honrado profesor”, ubicada al sur de Yucatán, jodida y re jodida desde inmemoriales tiempos priístas y panistas.
Si los índices de pobreza, acá en la Villa, son medio subsanados, medio paliados por las remesas de los paisas, y, si como dicen, Peto únicamente existe en el mapa por esos héroes en el exilio económico –no omitamos, desde luego, a esos albañiles que construyen los nuevos Palace de los gachupines al norte de Quintana Roo-, entonces, tal vez, en estas fiestas navideñas, esa caída de las remesas de nuestros “autóctonos gabachos”, se verá concretizada en menos guajolotes para sus familias que se quedan, o en una mayor importancia que le darán las señitos a la “barata” de los huaches. Por su parte, los campesinos petuleños la verán como la han visto desde siempre: negras y frías en su mundo carente de necesidades básicas. Y el alcohol, por más que nos encontremos en los umbrales de una depresión como la ocurrida en 1929 en Gringolandia, no sufrirá una merma en su consumo: va a correr a caudales; al fin y al cabo, el chillido de la barriga de los nenes no es impedimento para que se consumen las chelas en una de la múltiples cantinas de los regidores municipales, o en las chinguerales del “honorable profesor” que saquea el poquísimo caudal destinado a la Villa y que, en estos momentos, se le ha entrado la estúpida idea de candidatear a una de su parentela.
No es posible seguir dependiendo de un país solamente (un país que, si no recuerdo, fue el atracador, a mediados del siglo XIX, de medio territorio nuestro), y es falso decir que los mexicanos se encuentran acostumbrados a la carestía, que otra crisis económica no le hará mal a nadie, que tenemos en nuestros genes el grueso expediente de la chinga, que el fatalismo y la pérdida es nuestra cruz, que al edil lo apapachan las rígidas estructuras criminales de su partido de la ex dictadura Cerverista. Ese discurso de fatalismo (al no exigir lo que al ciudadano lúcido le corresponde; exigir que se cuenten bien los sacos de maíz a repartir, que no son uno ¡coño!, sino tres, tres sacos tres de maíz) no hay que aguantarlo a nadie, ni hasta al pinche cura de la aldea, que un día ve al cielo pintado de azul panucho, y al otro tricolor caníbal. Uno necesita comida, digno techo, vestimenta, educación, cultura, seguridad laboral y seguridad al caminar, además de una democracia efectiva y directa que no se gaste al día siguiente de las elecciones. En Peto, tanto los dos periodos de los panuchos, como todos los de la fauna de los PRI-mitivos, nos siguen debiendo lo mínimo: la efectiva democracia, el poder al pueblo resumido bellamente en la letra de fuego del artículo 39 constitucional: “La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo Poder Público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene, en todo tiempo, el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno”.
Si la mesma Constitución federal nos dice que nosotros, como integrantes del pueblo, somos la fuente de todo poder, ¿Por qué entonces no hacemos cumplir ese precepto constitucional, por qué no monitoreamos a los que nos des-gobiernan? Son preguntas que, me parece, no pecan de inoportunas.
La resignación, remacho, no le hace bien a nadie. Agacharnos y fajarnos los pantalones, aguantar vara, dar la otra mejilla a la prepotencia de los poderositos del solar, son consejos contra revolucionarios a los que uno tendría que oponer, sistemáticamente, un discurso ético soldado en la santidad de la justicia social.
Nadie está acostumbrado a la chinga, señor, lo que pasa es que la conciencia y la dignidad no se da en maceta. Un país, un estado, un municipio, no puede anclarse, fijarse en una economía de exportación de mano de obra al Gabacho. Desde aquí, desde esta trinchera que es México, el remedio se hará.
Y, para empezar la cura al pueblo, considero que lo primero a necesitar son los servicios de un contador y un diagnosticador de obras públicas para “desmaquillar”, en el caso del primero, las cuentas maquilladas del “honorable profesor”; y comprobar costos de construcción en el caso del segundo; ya que, a ojos del pueblo, la certeza de que se ha destripado los erarios públicos para personal servicio familiar del “honorable profesor” es más que sabido. Hoy precisamente, una nota del Diario de Yucatán me informa que con gran desfachatez e inconmensurable cinismo, el “maestro” Canto asegura que la oficina local de la UMAIP funciona a la perfección, y que “todo el que quiera algún tipo de información puede ir a solicitarlo con lo titulares de esa oficina”… El señor edil puede decir lo que se le ocurra, pero sabemos que eso no es así, que no hay UMAIP; y que de las cuentas públicas, estoy seguro que ni los mismos trabajadores de esa UMAIP fantasmática sabrían decirnos de su paradero.
Sin estructura social, sin valores (no moralina, como la moralina hipócrita que pontifica el cronista de la aldea), sin redes en movimiento, en fin, sin sociedad civil, tengan la certeza de que la Villa seguirá jodida como actualmente se encuentra: con la infantil creencia de que la panacea para todos lo males es la emigración al Gabacho, con altos índices de alcoholismo, con calles que parecen sumideros o basurales, con cero planes para el campo, con brutales saqueos al erario público por parte de unos buitres con botitas, con una creciente incultura política para exigir nuestros derechos, la Villa seguirá igual de jodida y rejodida, presa y rehén de chakcsinqueños, catmiceños y anexas bestezuelas.
Los focos públicos, encaramados en la punta de los postes, regaban un amarillo muerto dibujando la somnolencia de las calles con polvo, caca de perros y orines de borrachos, y hacían cierta la fétida sospecha mía de que me encontraba en un lugar rubricado por el tedio y la estupidez de sus des-gobernantes, en donde lo único que me une a él son unas cuantas personas, una tumba sin flores, y hasta ahí nomás. No es necesario decir que escribo con la tinta del fastidio, un fastidio entremezclado con las sobras de un odio difícil de digerir: el odio llamado Peto, el fastidio de mirar esa costra de abulia de los ignorantes con la que recubren sus imbecilidades los grillos petuleños.
Se ha dicho que Peto es una aldea de 25 mil almas al sur de Yucatán, en el que la zarpa del hambre y la garra de la pobreza rural de sus taciturnos indios, se contrasta con la ficticia condición “más o menos” de sus profesores analfabetos y la muchedumbre aculturalizada de sus gringos cabezudos, que acostumbraban regresar del Gabacho en estas fechas decembrinas para pasar unos días en sus “jacalitos” al estilo californiano, y, entre otras cosas más terrenales, para empanzonar a la esposa y así agrandar a la chamacada. Digo regresaban, pues una nota del Diario del 9 de diciembre de 2008, me señalaba que de los individuos que cruzan el Bravo, menos del 10 por ciento regresarán esta vez, y más si se tiene en mente este tiempo de recesión gringa, y de la chinga de los recortes laborares en el país de las hamburguesas transgénicas. En una palabra: de la debacle del imperio de los perros gringos.
Se ha dicho también que Yucatán ocupa el noveno lugar en los índices de marginación federal, y que Tahdziú, municipio hermano y cercano, es nuestra “África yucateca”; pero también, un petuleño consciente, como pocos, José Bautista, un “lupano” revolucionario, ha dicho que “en verdad hay mas pobreza en las mentes de nuestros gobernantes”, que en la casa de los pobres del sur yucateco, “la gente que sufre y tiene necesidades” en las comisarías, rancherías y comunidades mayas y periferia de la Villa…
Empecé este diagnóstico indicando lo jodida que se encuentra la Villa. Trataré ahora de explicar el por qué de mi dicho.
El sociólogo gringo, Inmanuel Wallerstein, más o menos desde hace una década ha venido teorizando sobre la crisis del “Sistema Mundo”, es decir, sobre la crisis estructural que aqueja de raíz a los Estado Unidos; y esta caída actual de la economía gringa (ese “catarrito” según Fecal, pero que a huevo a nosotros nos daría triple bronconeumonía fulminante si nos seguimos apendejando al no revitalizar nuestra economía local, soberanizándola), que ha llevado a nuestros paisas a fajarse los pantalones, mandar a la chingada la murria que produce, y cito otra vez a don José Bautista, el exilio forzado de los mexicanos por la muerte del campo mexicano desde 1982 (año del cambio del sistema de importaciones en la economía mexicana con el fin de estructurar una de corte neoliberal, que se agudizó en 1992 con las reformas a la ley agraria en el periodo salinista) podría verse, entonces, como los estertores de muerte de un chacal (léase los Estados Unidos) a punto de ahogarse en su historia de saqueos y crímenes nefandos. Y este hecho, como efecto, sólo y si seguimos dependiendo y mandando mano de obra morena y “barata” (¿barata?) a las vísceras de un imperio caníbal frisando su hora de muerte, sin diversificar nuestro mercado, sin planes urgentes para salvar al campo mexicano, sin mayores incentivos para la educación traería, por deducción simple, un escenario de muerte para la economía mexicana.
Esto que afirmo es, “en efecto querido Watson”, una verdad de Perogrullo: si dependemos absolutamente de alguien, y si este alguien, en medio del puente de San Francisco tiene una soga recesiva amarrada al cuello y cinchada a una lápida, lo aconsejable es estar precavidos cuando este alguien decida aventarse al agua para zafarnos antes de la catástrofe. Hay que predecir las locuras y las enfermedades de los otros, y no realizar diagnósticos extemporáneos como confundir un “catarrito” con una neumonía, similar si confundiéramos el culo con las témporas. En este tenor, una nota de La Jornada del 10 de diciembre, hacía referencia al informe Panorama Social de América Latina 2008, de la Comisión Económica para América y el Caribe (CEPAL), escribiendo que México, con un ochenta por ciento de sus exportaciones destinadas al mercado estadounidense, con una comunidad creciente de mexicanos forzados por el hambre o el paro a cruzar el Bravo en pos de horizontes que se les niegan en su propia tierra, sería el mayor afectado en esta crisis económica global surgida desde Estados Unidos; y recordaba que en los últimos 10 meses de 2008, las remesas de los paisas sufrieron una caída del 1.92 por ciento a tasa anual, es decir, de 19 mil 970 millones de dólares según el Banco de México. Y en estos números entra la Villa, una aldea –si alguien se olvida- desgobernada por un “honrado profesor”, ubicada al sur de Yucatán, jodida y re jodida desde inmemoriales tiempos priístas y panistas.
Si los índices de pobreza, acá en la Villa, son medio subsanados, medio paliados por las remesas de los paisas, y, si como dicen, Peto únicamente existe en el mapa por esos héroes en el exilio económico –no omitamos, desde luego, a esos albañiles que construyen los nuevos Palace de los gachupines al norte de Quintana Roo-, entonces, tal vez, en estas fiestas navideñas, esa caída de las remesas de nuestros “autóctonos gabachos”, se verá concretizada en menos guajolotes para sus familias que se quedan, o en una mayor importancia que le darán las señitos a la “barata” de los huaches. Por su parte, los campesinos petuleños la verán como la han visto desde siempre: negras y frías en su mundo carente de necesidades básicas. Y el alcohol, por más que nos encontremos en los umbrales de una depresión como la ocurrida en 1929 en Gringolandia, no sufrirá una merma en su consumo: va a correr a caudales; al fin y al cabo, el chillido de la barriga de los nenes no es impedimento para que se consumen las chelas en una de la múltiples cantinas de los regidores municipales, o en las chinguerales del “honorable profesor” que saquea el poquísimo caudal destinado a la Villa y que, en estos momentos, se le ha entrado la estúpida idea de candidatear a una de su parentela.
No es posible seguir dependiendo de un país solamente (un país que, si no recuerdo, fue el atracador, a mediados del siglo XIX, de medio territorio nuestro), y es falso decir que los mexicanos se encuentran acostumbrados a la carestía, que otra crisis económica no le hará mal a nadie, que tenemos en nuestros genes el grueso expediente de la chinga, que el fatalismo y la pérdida es nuestra cruz, que al edil lo apapachan las rígidas estructuras criminales de su partido de la ex dictadura Cerverista. Ese discurso de fatalismo (al no exigir lo que al ciudadano lúcido le corresponde; exigir que se cuenten bien los sacos de maíz a repartir, que no son uno ¡coño!, sino tres, tres sacos tres de maíz) no hay que aguantarlo a nadie, ni hasta al pinche cura de la aldea, que un día ve al cielo pintado de azul panucho, y al otro tricolor caníbal. Uno necesita comida, digno techo, vestimenta, educación, cultura, seguridad laboral y seguridad al caminar, además de una democracia efectiva y directa que no se gaste al día siguiente de las elecciones. En Peto, tanto los dos periodos de los panuchos, como todos los de la fauna de los PRI-mitivos, nos siguen debiendo lo mínimo: la efectiva democracia, el poder al pueblo resumido bellamente en la letra de fuego del artículo 39 constitucional: “La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo Poder Público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene, en todo tiempo, el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno”.
Si la mesma Constitución federal nos dice que nosotros, como integrantes del pueblo, somos la fuente de todo poder, ¿Por qué entonces no hacemos cumplir ese precepto constitucional, por qué no monitoreamos a los que nos des-gobiernan? Son preguntas que, me parece, no pecan de inoportunas.
La resignación, remacho, no le hace bien a nadie. Agacharnos y fajarnos los pantalones, aguantar vara, dar la otra mejilla a la prepotencia de los poderositos del solar, son consejos contra revolucionarios a los que uno tendría que oponer, sistemáticamente, un discurso ético soldado en la santidad de la justicia social.
Nadie está acostumbrado a la chinga, señor, lo que pasa es que la conciencia y la dignidad no se da en maceta. Un país, un estado, un municipio, no puede anclarse, fijarse en una economía de exportación de mano de obra al Gabacho. Desde aquí, desde esta trinchera que es México, el remedio se hará.
Y, para empezar la cura al pueblo, considero que lo primero a necesitar son los servicios de un contador y un diagnosticador de obras públicas para “desmaquillar”, en el caso del primero, las cuentas maquilladas del “honorable profesor”; y comprobar costos de construcción en el caso del segundo; ya que, a ojos del pueblo, la certeza de que se ha destripado los erarios públicos para personal servicio familiar del “honorable profesor” es más que sabido. Hoy precisamente, una nota del Diario de Yucatán me informa que con gran desfachatez e inconmensurable cinismo, el “maestro” Canto asegura que la oficina local de la UMAIP funciona a la perfección, y que “todo el que quiera algún tipo de información puede ir a solicitarlo con lo titulares de esa oficina”… El señor edil puede decir lo que se le ocurra, pero sabemos que eso no es así, que no hay UMAIP; y que de las cuentas públicas, estoy seguro que ni los mismos trabajadores de esa UMAIP fantasmática sabrían decirnos de su paradero.
Sin estructura social, sin valores (no moralina, como la moralina hipócrita que pontifica el cronista de la aldea), sin redes en movimiento, en fin, sin sociedad civil, tengan la certeza de que la Villa seguirá jodida como actualmente se encuentra: con la infantil creencia de que la panacea para todos lo males es la emigración al Gabacho, con altos índices de alcoholismo, con calles que parecen sumideros o basurales, con cero planes para el campo, con brutales saqueos al erario público por parte de unos buitres con botitas, con una creciente incultura política para exigir nuestros derechos, la Villa seguirá igual de jodida y rejodida, presa y rehén de chakcsinqueños, catmiceños y anexas bestezuelas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario