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miércoles, 4 de noviembre de 2009

Del fin de la historia y el socialismo como posibilidad


En días recientes pasados, los ex presidentes de Estados Unidos Bush padre, el de la extinta URSS, Mijail Gorbachov, y el ex canciller federal de la antigua Alemania Oriental, Helmut Köohl, festejaron los 20 años de la caída del muro de Berlín. En años posteriores de los sucesos del 89, que puso punto final al estalinismo zarista (que no socialismo, recordemos a la primavera de Praga con su “socialismo con rostro humano”), el politólogo norteamericano, Francis Fukuyama, en su polémico libro, El fin de la Historia y el último hombre, de 1992, proclamó, sialítico, el triunfo absoluto e indiscutible, a nivel internacional, del credo político-económico norteamericano (con todos sus excesos que este credo expoliador trae consigo, desde luego).

Desde entonces, un lugar común es decir: el último hombre de Fukuyama es el que sólo busca su bienestar material, a toda costa y no importando el desbroce de cualquier predicamento moral que estime cordura solidaria, o diques contra las olas de depredación financiera sin cortapisas, como la actual suscitada en el centro neurálgico del Imperio, la que todavía resentimos. El último hombre es el hombre sin interés en el sacrificio ajeno, indiferente a la grandeza de los actos de fraternidad; es un solipsista ingobernable. La verdad, es que se me hace difícil encarnar en ese monstruo de deseos fáusticos jamás satisfechos. El hombre – también el último, Nietzsche dixit –es algo que debe ser superado. O si no, suprimido, aniquilado. Considero que soy un ser demasiado humano y vulgar, como para sublimar mi espiritualidad en lo puramente material. Para quien tiene la voluntad de león, conocer constituye un placer, y reconozco que el placer de la lectura es lo más fantástico que me ha sucedido. No me rebajo a ser consumista (en primera porque no tengo "centavitos" de más, y en segunda porque me considero un marxista radical).

Vuelvo a Marx. Él resumió, en una feliz frase, el porvenir de la humanidad:

Si el hombre es formado por las circunstancias, entonces es necesario formar las circunstancias humanamente.


No afirmaría que el socialismo –real o irreal- sea ahora una utopía tachada, pero sí algo que debe ser revalorado con las únicas armas de la inteligencia: la crítica y la imaginación. El siglo XX, no podría decir si para bien o para mal, nos ha quitado toda careta de ingenuidad utópica, nos ha vuelto con excesos seres desconfiados ante todo discurso rotundo que no admite interpelación, duda, escepticismo, disensión o extrañamiento. La entrega no es fácil, y se hace rete arto difícil militar en una sola posición. El cambio y la dialéctica del movimiento se han perpetuado en el hombre moderno, por eso es que siento más contemporáneo, más cálido, más familiar, a Heráclito que a Platón, a Diógenes que a Marx.
Se ha dicho que mientras existan hombres existirá la utopía. Hay que preguntar en qué clase de utopía se piensa. Borges tuvo una utopía, Hitler otra. De esas dos, ¿cuál es la que se pretende?

El GULAG, las matanzas orgásmicas de Pol-Pot, y los fusilamientos sumarios de Castro en el Caribe, por supuesto, no es consecuencia obvia del estudio y el análisis del pensamiento marxista, tergiversada criminalmente por los fanáticos apocalípticos del neoliberalismo antropofágico. No es consecuencia explícita, quiero decir. En los escritos de Marx se recurre a imágenes de rebelión, de rompe cadenas y de aniquilamiento del stablishment esclavista de forma rápida y expedita.

Imagínense a Cristo que se imagina la historia de su nombre ligada a la atroz historia del catolicismo venal. El Mesías sentiría asco –esa es la palabra- de sí, al ver que en su nombre se instalan patíbulos de ahorcamiento y se prenden hogueras de verde leña para purificar, con el fuego abrasador, los pecados de herejes, brujas, marranos e incrédulos. Ahora imagínense a Marx. Marx diría: “¡Qué bien! tenemos un imperio de proletarios, seguid así". Pero a veces la violencia es necesaria. La verdad y la libertad no se conquistan solamente con predicamentos bobos de democracias pachonas. Basta un sólo tiro de kalashnikov para que surjan las verdades omitidas.

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