El
13 de diciembre de 2013 murió Nelson Mandela, Madiba, el hombre que luchó contra el apartheid en Sudáfrica. Es
una lástima que en Yucatán no se haya tenido una figura como él en un aspecto
que no tocó Carrillo Puerto, el Lincoln de Yucatán. Y es que Carrillo Puerto no
tocó el perdón que se le debía al pueblo
maya que en más de una década fue presa de los intereses esclavistas y racistas
de las élites yucatecas, coaligadas con los barones del azúcar en Cuba.[1]
A mediados del siglo XIX, de 1847 a 1867 (y muchos dicen
que hasta bien finalizado el siglo XIX), en Yucatán se vendía como bestias de
carga a la población maya: la vendían los dzules, los de la “civilización
yucateca”[2] cuyos herederos
historiaron, desde sus “filtros étnicos” del poder, a la Guerra de Castas, esa
fracasada lucha de liberación anticolonial de los mayas y mestizos del Yucatán
de mediados del XIX. Desde las
páginas del periódico Las
Garantías Sociales,[3]
Manuel Barbachano, hermano del que fuera gobernador de Yucatán en los inicios
de la Guerra de Castas, Miguel Barbachano, vociferaba que “íntimamente
convencidos todos los habitantes [no indígenas, desde luego] de la península”,
de que mientras subsista la Guerra de Castas, Yucatán seguiría en la
“decadencia”, se hacía necesario el “expulsar del país a todos los rebeldes que
sean cogidos con las armas en las manos”.
Después de la caída
de Santa Anna en 1855, Dumond señala que varias administraciones yucatecas –de
las que destacan, por su manifiesto furor en la venta a Cuba de indios mayas
rebeldes y simples mayas pacíficos de los pueblos, el golpista Agustín Acereto,
que valido de cuartelazos e intrigas, dos veces llegó al poder de octubre de
1859 al año de 1861-, la venta de mayas continuó: “[…] y aunque la información
es relativamente escasa, parece bastante evidente que los yucatecos
particulares se involucraron más y más en este tráfico para su propio
beneficio”. Distintos contratistas cubanos prometieron dinero y armas a Yucatán
a cambio de indios, y para el periodo que va de 1855 a 1861 el tráfico de niños
huérfanos, rebeldes o no, tanto indios como mestizos, “se había vuelto extenso,
y algunos miembros de familias principales de Mérida se hicieron cargo de la
tutela de los huérfanos, supuestamente para mejorar su condición, pero en
realidad para venderlos en Cuba”. Incluso varios mexicanos en la Península
fueron a parar a los florecientes cañaverales de la mayor de las islas de las
Antillas.[4]
Muchos todavía, “dzules” en su mayoría, desde su “ciudad
letrada” siguen historiando esa guerra fallida, algunos se han metido a
trabajar el espanto de esa especie de Apartheid yucateco,[5] y siguen
“antropologizando” a los herederos de esa larga guerra en la Península, pero
muy pocos de los “letrados” occidentales –yucatecos o “yucatecólogos”- han
querido no sólo saber de su historia, sino saber de la justicia para el pueblo
maya.
Se sucedieron los gobiernos desde 1847: a los “barbachanistas”
y “mendistas” les siguieron los entusiastas del Segundo Imperio, a estos los
liberales, luego vinieron los porfirianos, siguieron los “revolucionarios” de
Sonora, y después Carrillo Puerto y sus socialistas, luego el PNR hasta la
actualidad, etc., pero nunca de los nunca ha habido en Yucatán un mea culpa por la venta de mayas a Cuba.
A fines del siglo XIX, hasta bien entrado el siglo XX, en
Mérida y las cabeceras de los partidos políticos, se festejaba el 30 de julio
como un día de duelo regional, fecha infausta en el que “el país que no se
parece a otro” estuvo a un paso de sucumbir ante la “barbarie” de los indios de
Yucatán.
Yucatán, tierra adorada, tierra de negaciones y
afirmaciones rotundas, el apartheid
del siglo XIX todavía no ha sido ni siquiera bien a bien estudiado: ¿cuántos
mandaron a Cuba los esclavistas yucatecos, ¿regresaron?, ¿habrá un mea culpa algún día para los que “sufrieron
la historia”?
[1] Aunque, desde
luego, no desconozco que Felipe Carrillo
Puerto, como ha manifestado su biógrafo principal, don Manuel Sarkisyanz, uno de los logros más importantes
del gobierno socialista fue el de revalorar el interés por el pueblo maya no
sólo en el área política sino en el cultural. Con Carrillo Puerto se dio un
proceso de resurgimiento del pueblo maya. Sin embargo, la crítica de Carrillo
Puerto no tocó a fondo ese periodo negro de la historia yucateca que señalamos.
Cfr. Manuel Sarkisyanz, 1995, Felipe
Carrillo Puerto. Actuación y Muerte del apóstol “rojo” de los mayas,
Mérida, H. Congreso del Estado de Yucatán.
[2]
En las prensas de la segunda mitad del
siglo XIX, la lucha sostenida por los mayas rebeldes de Chan Santa Cruz contra
la sociedad yucateca, era vista como la lucha entre la “barbarie” y la
“civilización yucateca”.
[3] Cfr.,
los ejemplares del 12 y 15 de febrero de 1858.
[4] Dumond, Don E., 2005, El machete y la cruz.
La sublevación de campesinos en Yucatán, México, UNAM-Plumsock Mesoamerican
Studies-Maya Educational Foundation, p. 351.
[5]
Aunque si bien el apartheid de
Sudáfrica se dio dentro de esa nación, en Yucatán, el querer excluir al pueblo
maya de las tomas de decisiones –el poder político y económico, a lo largo del
siglo XIX, descansó en el elemento no indígena de Yucatán-, tuvo una fuerza
racista en su exclusión, en su separación y segregación definitiva de la
sociedad blanca y mestiza yucateca, de los mayas de Yucatán (rebeldes y no
rebeldes), mediante su expulsión y venta a la Cuba esclavista.
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