Fotografía de estudiantes de secundaria proporcionada por Raúl Chi. No necesito aclarar, que el autor no aparece en la imagen.
Hoy recordé a mi amigo Edilberto
Sabido Cimá, el que aparece en esta foto de unos estudiantes de secundaria, en
el año antediluviano de 1997. De cuclillas a la derecha, Edilberto se pegaba una
carcajada para ese flash de la eternidad que me ha hecho recordar la frase rubéndariana de "juventud,
divino tesoro", cambiándola por adolescencia, divino tesoro, ¡qué bueno que te
largaste para nunca volver!
Un día, diez años aproximadamente después de
esa foto, caminando una tarde marceña por las playas de Cozumel, me encontré a
Edilberto en una cala de la isla donde los pescadores resguardan sus barcazas
después de las faenas del mar. Me gritó por mi apellido, ¡Avilez!, volteé a
ver para saber quién coños me hablaba, y era él, Edilberto, el más grande
dibujante de hembras desnudas a la tan temprana edad de 13 años (recuerdo sus
dibujos en la paleta de su silla, fue acusado de perverso por unos imbéciles de
la clase, expulsado una semana, muy pocos creyeron en sus dibujos, pero sin
duda prendían a más de uno).
Fue un abrazo de viejos amigos ese
encuentro fortuito que terminó en una borrachera sideral en esa isla de las
golondrinas. Enfiestado y platicador como en mi recuerdo, me dijo que era “capitán
de barco”, que se había casado con una gringuita, y que tenía con ella una prole considerable.
Al salir de la refriega etílica, en
plena madrugada vaporosa caminamos hacia su balandro, siguiendo a la luna que se
ocultaba en ese mar peninsular. El "barco" era una lanchita eduardoño,
jodida, vieja y oxidada pero con potentes motores que Edilberto prendió para
hacerme escuchar el sonido cadencioso y asmático de sus caballos de fuerza. Y con
ese barco, Edilberto y su tribu de hombres de mar iban a la caza de pulpos,
sirenas, endriagos y de un sinfín de peces que me fue resumiendo, aquella lejana madrugada, el catálogo de sus
nombres y virtudes que ya no recuerdo.
A la vuelta de los años, Edilberto se
convirtió en lo que yo mismo he querido ser sin poder lograrlo por miedo pánico
al naufragio: un hombre de mar. Esa misma madrugada, tomando café cerrero para
bajar la borrachera, acompañé a Edilberto y su tribu de hombres de mar, a la búsqueda
de endriagos y perlas marinas. La carcajada seguía siendo la misma.
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