lunes, 31 de marzo de 2014

DON TUFFI ABIMERHI: EMPRESARIO DEL CINE EN TZUCACAB

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De junio a diciembre de 1888, La Revista de Mérida comenzó a dar unas relaciones de pasajeros que arribaban a Progreso procedentes de Turquía. Entre esas listas no aparece el apellido de un personaje singular, Tuffi Abimerhi, hombre que sería de negocios cuando los negocios, o “negociaciones”, atraían como a las moscas a los súbditos del Monte Líbano hasta en pueblos alejados de Mérida como Tzucacab. Apuntemos que a fines del siglo XIX, al tren de la “pacificación” (el tren de Mérida-Peto), en su lucha contra el bárbaro de Santa Cruz, se le ocurrió dividir en dos a los montes de Tzucacab. Un nuevo tiempo le había llegado a Tzucacab: de pasar de ser una colonia militar mal armada frente a la expectativa de los ataques de los rebeldes de Santa Cruz durante la segunda mitad del siglo XIX, a partir de 1890 Tzucacab comenzaría a ser un pueblo donde los trapiches de Kakalná, Hobonil, Caxactuk y Catmís comían los cañaverales y comían los brazos de los hombres.
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Una vez “pacificado” a los “bárbaros” santacruceños, y declinada la época azucarera por sus estertores de viejo y su problemas de manejo durante toda la primera mitad del siglo XX, el chicle agarraría vuelo y pueblos como Tzucacab se convertirían en centrales chicleras desde la década de 1910; y cada año, para mayo, la chicleada comenzaba y el barullo de gentes subiendo a la Montaña Chiclera formaba un ruidero ensordecedor. Ese tiempo del amontonamiento de los chicleros anterior a la subida de la Montaña Chiclera, era dos de los mejores momentos –el segundo sería el regreso de la Montaña chiclera en diciembre o enero- para el auge comercial en el pueblo: los chicleros habían cobrado el “enganche”, tenían dinero en sus bolsillos, y las cantinas y los giros comerciales se atascaban de sus presencias.
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El cine Abimerhi, de don Tuffi Abimerhi, nuestro personaje de este breve relato, tal vez para esas épocas comenzó a trabajar proyectando, con su invaluable cinematógrafo (esa cámara mágica del "Progreso y la Civilización"), las películas mudas o las medio mudas de la época, porque no sé cuándo el sonido hizo acto de presencia en el séptimo arte. A principios de 1930, en las correspondencias de los “reporters” de Tzucacab, más de una vez fiché el nombre del “cinema Abimerhi”, sin darle importancia al asunto, aunque supuse que el dueño era un turco que vino a hacer las Américas en un pueblo chiclero como el Tzucacab de la década de 1930.
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Sin embargo, a don Tuffi todavía se le recuerda por eso: esa cuasi épica de dar el cine en pueblos lejanos, en pueblos casi rurales, como el Tzucacab de 1930. Y es que el cine de los pueblos es un tema poco -o nada- estudiado en la historiografía yucateca. La importancia de don Tuffi Abimerhi tal vez no se deba a sus otros giros comerciales y a su trabajo tesonero y a su extravagante nombre y a su aura de hombre venido de una tierra cercana a la Tierra Prometida donde caminó el Cristo y a su condición semita y a su lenguaje arenoso y desértico y a su condición de desarraigo creando, en tierras inhóspitas como la Península, su nueva tierra, su Tierra Prometida que vino a buscar sin brújula y la encontró en Tzucacab, en esta “pequeña parte de pueblo”, que para Tuffi significó, tal vez, una pequeña parte, un girón transfigurado de su antigua tierra que quedaba cruzando un océano y un Mediterráneo y caminando un desierto. Y Tuffi se arraigó, hizo familia, hizo amigos, bautizó a un ejército de chiquitos tzucacabeños, caminaba de vez en vez en babuchas pero no desdeñaba la alpargata del trópico peninsular, y todavía en 1959, sus negociaciones habían crecido.
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El 15 de abril de 1959, La Voz del Sur, un periódico que se editaba en Tekax, ponía entre sus páginas un aviso de dos giros comerciales de Tzucacab. El primer aviso era de don Manuel Carrillo Milán, un hombre que hizo alguna fortuna vendiéndole tragos a los chicleros. Manuel Carrillo anunciaba a “El esquimal”: la nevería, según él, “que más agrada a los sureños”, y que quedaba a un costado del parque de Tzucacab. Además de helados y paletas de todos los sabores y colores, Carrillo vendía jugos de frutas, pero El esquimal también tenía el apreciado elixir de la vida: la cerveza “bien refrigerada”. El otro anuncio era de don Tuffi. Lo presentaba de este modo:
Negociación Abimerhi. Una empresa que coopera para el adelanto y prosperidad del pueblo de Tzucacab.
En su negociación, don Tuffi contribuía, para “el adelanto y la prosperidad de Tzucacab”, con una miscelánea en general; con un molino para granos; con una “moderna fábrica de hielo” para que todos los Aurelianos de Tzucacab, vayan agarrados de la mano de su padre a conocer el hielo. Pero lo que todos deseaban de los negocios de don Tuffi, la razón por la que más le tenían cariño, se debía a que el turco era dueño de un “Salón de cinematógrafo con equipo a la altura del progreso”. Con su cámara mágica traída desde Nueva Orleans, don Tuffi había alegrado las tardes y las noches de más de una generación de tzucacabeños. ¿Qué sería de ellos si la cámara mágica no se prendiera un día, y la función programada se suspendiera por amenaza de lluvia que traía truenos y relámpagos? Esto siempre era la preocupación constante de medio pueblo: cada vez que amenazaba con llover, o cada vez que llovía, las funciones del “Salón cinematógrafo Abimerhi” se suspendían irremediablemente. Pero los tzucacabeños, pequeños y grandes y hasta los más viejos del pueblo, sabían de qué pie cojeaba don Tuffi Abimerhi. Y ese pie era el cariño que sentía por su pueblo adoptivo. Pero el cariño sólo salía a flote azuzado por otras muestras no menos curiosas de cariño de ese pueblo de adictos cinéfilos de Tzucacab. En las tardes de agosto, o en aquellas tardes remotas de noviembre, los de Tzucacab veían siempre al cielo, que a veces era bueno para las milpas, pero que siempre era malísimo para el cine. Una lluvia repentina que bañase al pueblo significaba que la película Santo contra las momias de Guanajuato o Santo contra las mujeres vampiro se suspendiera para tristeza de todos. Para calmar el temor que don Tuffi sentía por los truenos o la lluvia, los del pueblo se juntaban en la plaza principal, y caminando unos metros, llegaban a la casa de don Tuffi. Ahí, enfrente de esa casa de dos pisos, los tzucacabeños comenzaban a aplaudir y a proferir el grito imprecatorio que descorría todo cerrojo y todo candado del cine del pueblo:
¡Tuffi, Tuffi, Tuffi, Tuffi!
Rara la vez don Tuffi no respondía al llamado de auxilio de ese pueblo de cinéfilos: una luz que venía del cuarto de arriba donde dormía don Tuffi, tanteaba la oscuridad y se acercaba al balcón. La ventana se abría apenas, y un hombre en pantuflas, con las telarañas del sueño adheridas a sus ojos verde grises del Líbano, todavía detrás de la ventana, apuntaba con el foco a aquella muchedumbre que gritaba su nombre. Esto era la señal que esperaban todos, y el grito, ahora no imprecatorio sino de agradecimiento, se hacía más fuerte: ¡Tuffi, Tuffi, Tuffi, Tuffi! Cinco minutos después, don Tuffi, todavía en pantuflas, a dos esquinas de su casa, estaba en la taquilla de su cine vendiendo los boletos.
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sábado, 29 de marzo de 2014

"Quitacalson"

En el Registro de anotaciones de las denuncias de terrenos baldíos, consecuente al art. Primero del Acuerdo de la Excelentísima Asamblea Departamental del 5 de 1844, donde se enumera la lista de los denunciantes de tierras “baldías” momentos antes de la Guerra de Castas, en la foja 12 se asienta el nombre "curioso" de un rancho:
El 3 [de julio] de 1845 denunció D. Manuel Castellanos y Delgado vecino de Peto un cuarto de legua de terreno a inmediación del rancho Kankabchén en la comprensión de dicha villa: sus linderos por el oriente el titulado Boldo; al poniente el rancho Tzuchic; al norte la ranchería S. Luis y al sur el rancho Quitacalson.
Y la pregunta consabida es, ¿qué motivo a su dueño a ponerle tan poco católico nombre a su rancho cañero? ¿Recuerdos de unos amores licenciosos y despóticos?, ¿o acaso se sentía muy siete machos para bautizarlo de esa manera?

miércoles, 26 de marzo de 2014

DISTOPÍA ELEGIACA: ALGÚN DÍA, NO SE CUANDO, EL LECTOR DE PERIÓDICOS DE PAPEL DESAPARECERÁ

El título de este pequeño artículo virtual no era ese, era otro, más ríspido, más bravucón. Lo había titulado así:
UN PROCESO DE "DE-PESO-RACIONALIZACIÓN” PERIODÍSTICA, O LO QUE ES PEOR, DE “DE PORESTO-PROSTITUCIÓN” DISCURSIVA EN LA HISTORIA RECIENTE DE LA PRENSA YUCATECA.
Pero luego, los causes de la escritura me llevaron a elegir otro título, que venía a tono con mi “distopía” personal: la idea de la muerte del lector de periódicos de papel, del último lector de periódicos de papel.

Yo soy un ex lector de periódicos de papel. Aprendí de mi abuelo el arte de leer los periódicos, pero desde hace más de un lustro, no he comprado uno solo desde que puedo servirme de los portales de los diarios virtuales. Las ideas contra el lector de periódicos de papel me surgieron leyendo un artículo de prensa reciente (“Periódicos a la deriva para auxiliarnos en la deriva”, Por Esto!, 26 de marzo de 2014), que se lo dedica su autor, Joed Peña Alcocer, a ese periódico en su 23 aniversario. En el, su autor hace un “elogio” de la prensa escrita, no desdeñando a los medios virtuales que llegaron para quedarse. Los lectores de periódicos que palpan la consistencia del papel, del olor de la tinta, del inconfundible tufo de periódico hecho con las miles de muertes de hectáreas tras hectáreas de los bosques chiapanecos o de las selvas amazónicas, son la gran mayoría actualmente porque en un país de tantas desigualdades sociales como el nuestro, en un país de ágrafos que escriben y lectores que no escriben; en un país, sin duda, devastado por las coloniales desigualdades, muy pocos se dan el lujo de utilizar el internet, de servirse de esa herramienta básica en la vida, que muchos ya la ven como parte de los derechos humanos de nueva generación.

Desde luego, a mi pesimismo más antipático, le pegoteo mí no menos antipático optimismo: tarde o temprano, los lectores de periódicos de papel serán la minoría, espero que así sea. Y no hablo de los lectores de los libros de papel: estos ojalá y siempre estén ahí, como la tarde que siempre regresa. Porque los costos que producen el tener a lectores de periódicos hechos con papel, ¿se han puesto a pensar qué tan devastadores son para el ambiente? Ecológicamente, tal vez la desaparición del lector de periódicos de papel sirva para mucho: ya no se talarían tantos árboles con el único objetivo de que un imbécil santón de la pluma cagado por sus lugares comunes y sus ideologías putrefactas, mande sus ucases de muerte escritural a diestra y siniestra, por el simple hecho de sentirse santón de la pluma robada a la gansada iletrada. Poner como justificación que el periódico de papel servirá a generaciones futuras de historiadores para hacer la historia actual, es una tontería, una burda simpleza si uno no se pone a pensar que la degradación ambiental actual –de la cual, la industria periodística es compañera de las mafias de los taladores- no nos da para pensar en el futuro: ¿qué futuro tendremos como especie cuando el último árbol de la selva quintanarroense caiga muerto por la sierra del talador, y sus escombros, sus maderos fallecidos sean esperados con ansia caníbal por el santón de la pluma para escribir un nuevo ucase contra fulano de tal, o cantar la silueta cachonda de su hembra poetizada, o hacer un sesudo comentario sobre la futilidad de la rosa, o succionarle el vómito e inhalar el pedo al mecenas político?

Dije algo y lo sostengo: que mientras que en casi todo el siglo XIX y buena parte del siglo XX, la prensa yucateca era una de las mejores del país; actualmente, de casi dos décadas a la fecha, se ha entrado a un empantanamiento del discurso periodístico, a una chayotería burda y selvática, a una especie de promiscuidad de la prensa yucateca frente al poder político y económico. Incluso en recintos como la "cultura yucateca", el último "canto del cisne" lo dio el "Unicornio histórico" dirigido por el desaparecido periodista e investigador, Hernán Menéndez Rodríguez. A la muerte de Menéndez, sería mentira decir que el Unicornio siguió en la misma tónica: hoy hasta las cacatúas escriben ahí "sesudos trabajos", y la prensa "independiente" es una simple cámara de resonancia del oficialismo cultural signado por el priato: sus pendolistas y camorristas, no escriben, no, no, sino que entintan el siempre presente "papax k’ab" (aplausos) del mitin del líder y de la lideresa de colonias, y dicen que hacen periodismo. En fin, si para tener una prensa tan "corrientosa", de muladar y de alcantarillas, tendríamos que talar tantos árboles, ¿no acaso la lucidez de ir contra esto nos insta a pedir a los hados el fin del lector de periódicos de papel? Pero el santón de la pluma dirá que no, porque sus papax k’ab consabidos como que pierden brillo, como que no se leen bien, como que la computadora los hace menos ruidosos.

Frente a la sentina actual de periodismo yucateco de los últimos tiempos, los periódicos del siglo XIX eran otra cosa. Se veía calidad en ellos, exigencia literaria ni se diga. De hecho, podría decir que el periodismo yucateco del siglo XIX era la sustancia más valiosa de la literatura peninsular: El Registro Yucateco, los bulliciosos de la isla situada entre el Cabo Catoche y la Siberia, La Revista de Mérida, El Eco del Comercio y tantos otros que se me olvida citar. Y podría decir más: en las corresponsalías mismas de los reporteros de los pueblos de la primera mitad del siglo XX había exigencia a la hora de escribir hasta lo más nimio, así como un prurito literario y una imaginación para contar la vida cotidiana de los pueblos perdidos de Yucatán. Eso, eso ya no se da. Ahora el proceso de imbecilización discursiva, los facilismos y otros bestialismos, abundan en la prensa yucateca, que podría decir que hasta se vive un proceso de "depeso-racionalización" progresiva, por no decir, de PorEsto-prostitución degenerativa…´

martes, 25 de marzo de 2014

CANTABAN DE ZAPOTE EN ZAPOTE


Al caer la noche, en el "jato" chiclero la guitarra comenzaba a ser rasgada, generalmente un tuxpeño era la que la hacía sonar. Y por un momento, el ruidero de la noche, la miríada de pájaros que buscaban refugio en los zapotales sangrantes durante el día, era ocupado por el sonido de las voces de aquellos caminantes solitarios, de aquellos gambusinos de la selva, los viejos chicleros.
Voces africanas de belfos interminables que vivían del otro lado del Hondo, voces mayas bañadas por su lengua tranquila; pero sobre todo, voces de la lejana tierra del tuxpeño que ya no recordaba cómo era su tierra, si había montañas en ella, o si todo ha sido siempre como esta tupida y enmarañada selva que humedece hasta el más seco corazón.
Porque la vida cotidiana en el “Jato” era cruzada no sólo por el rugido del balam, ni por las jeremiqueadas del saraguato y del mono aullador, ni por el sonsonete de cigarra de la perenne lluvia que venía del Caribe y que bañaba a la selva para agosto y septiembre en lo mero bueno de la chicleada, y que a veces traía sus malhadados huracanes que empantanaban y jodían la temporada del chicle.
Estos hombres solitarios, algunos recordando sus jacales en Peto o Tzucacab, donde corrían sus hijos la polvareda de su pobreza antes de ser la siguiente generación de hombres solitarios, después de secar o humear sus trapos frente a la lumbre del jato, se daban el tiempo para humanizar a esa selva que tanto conocían como al vientre de sus solitarias mujeres.
Y otros, viejos ya, y dueños únicamente de la memoria, dicen que a 100 metros de donde picaba por las mañanas y hacía escurrir la resina del zapote, el chiclero escuchaba a otro chiclero subido al árbol, picando como él y cantando canciones a la Montaña. Los chicleros cantaban de zapote en zapote.

sábado, 22 de marzo de 2014

OCTAVIO PAZ EN YUCATÁN, O LO QUE LOS PENDOLISTAS DE LAS ALBARRADAS LOCALES, ASÍ COMO SHERIDAN, DEJARON EN EL TINTERO



La historia es el error…Octavio Paz

El inicio de mi relación como lector (que no “estudioso”) de la obra (poética y ensayística) de Octavio Paz inició a temprana edad, en una biblioteca de pueblo. Sin nadie que me dijera qué leer, di con el libro El laberinto de la soledad, y como aquellos amores radicales nunca curados del todo, quedé entrampado de su escritura diáfana y clara, que hacía transparente hasta la más dura filosofía, y que construía en imágenes la historia mexicana, el ethos y el pathos mexicano, diseccionando el régimen político instaurado en 1929 (si no es que antes), visto en forma piramidal (para pasar más allá de la lectura de este libro clásico mexicano, la edición crítica de Enrico Mario Santí, publicado en Cátedra, es la más acuciosa). En otra biblioteca de pueblo, me agencié Libertad bajo palabra: muladar, chancro, “la soledad de la conciencia”, el “pirú estólido” (y cuando conocí un pirú y un fresno, la alegría pazceana me inundó), “la masturbación en las letrinas”, eran las palabras y las frases con las cuales el poeta resumía en endecasílabos y sonetos escritos con una métrica acerada, todo lo que un adolescente inmaduro quería decir, quería execrar, deseaba vomitar.

En la universidad, una vez desenamorado del derecho, los 15 tomos de las Obras Completas de Paz fueron mi escuela permanente, y de la mano de la prosa del maestro, me interesé por la ciencia de la cultura: Paz era un magnífico etnólogo e interpretador de Lévi-Strauss (hizo un pequeño libro sobre el maestro francés editado por Joaquín Mortiz), de Pierre Clastres, pero Paz también era alguien que dialogaba con las tradiciones de Occidente y del Oriente: el marxismo fue su contrapunto, su amor y desamor; y las visiones tántricas del hinduismo, su empatía por el erotismo representados en El Mono gramático (y qué mejor definición del hombre: un mono gramático), me hicieron descubrir que la India tenía más de una afinidad con el pasado prehispánico, con la piedra del sol, la piedra de los sacrificios. Por cierto, en sus trabajos sobre Sade, así como en uno de sus libros finales, La llama doble…Paz profundiza en esas relaciones ambiguas entre el amor y el erotismo (Cfr. Tomo X de sus Obras Completas).

Y así como centraba con profundidad su mirada poética a la reflexión antropológica y política (podría decirse que, en términos de la política internacional, Paz comenzó en una edad madura, con Tiempo nublado, donde su prosa analizaba la coyuntura internacional en un mundo bipolar anterior a 1989), el poeta dio cabida en su obra, a hablarnos del mundo indígena, de ese pasado todavía vivo, latente y presente: permanencia ubicua de la ineluctable condición multánime del hombre, de su “radical otredad”, haciendo la crítica a los designios imperiales del Occidente católico que en el siglo XVI se presentó a Mesoamérica a imponer una única concepción del hombre. Recordando a Machado, que enseñó que “el Principio de Identidad, sobre la cual se ha edificado nuestra cultura, se rompe los dientes frente a la otredad del ser”, Paz apuntó que “Todo imperialismo filosófico o político se funda en esta fatal y empobrecedora soberbia”: los esquemas unilaterales del hombre, que mutilan al hombre mismo, y que son similares a los imperios, que “chupan la sangre de los pueblos.”

Los diálogos con Ignacio Bernal, David Brading, Jacques Lafaye, sus querellas con O ‘Gorman, Aguilar Camín y la intelectualidad, o supuesta intelectualidad de izquierda de toda laya; sus disensos con la historia oficial (la vena hispánica y la vena indigenista) y las escaramuzas con los santones de la prosa académica, así como sus “reflexiones de un intruso” tocando el arte maya y las nuevas interpretaciones del periodo clásico dadas por Linda Schele (la selva de los reyes mayas era, al final de cuentas, una selva sanguinolenta), sin duda fue una invitación y un reto para volcarme a los estudios sistemáticos de la historia y la antropología: Paz fue el demiurgo que me hizo dejar para siempre mis encorsetadas clases de derecho civil, mi idea vana de litigar y presentarme a los estrados, porque después de haber leído –con vértigos y pasiones intelectuales- su totalitario libro sobre Sor Juana Inés de la Cruz, no concebí otra mejor manera que trabajar en el campo del intertexto donde la historia, la antropología y la literatura, arriadas por las ciencias sociales, sirvieran para el análisis y la interpretación de las sociedades humanas. Por cierto, en Egohistorias, Jean Meyer puso a Paz a darnos su idea de la historia, compartiendo páginas con señeros maestros como don Edmundo O’Gorman, don Luis González y González, López Austin y Antonio Alatorre; posteriormente, Meyer publicaría un texto en el FCE sobre la “poética de la historia” pazceana.

Pero Paz fue también un gran editor: la revista Vuelta, su última empresa editorial iniciada desde el mítico Taller de 1937, la conocí en una biblioteca pequeña de Chetumal, la biblioteca del ISSTE, que quedaba a tres esquinas de donde vivía. No miento si digo que leí todos los números de esa importante revista de la historia de la literatura mexicana. Por cierto, no puedo dejar de señalar, que en una librería de Chetumal compré la Obra Poética (1935-1988) del maestro, una de mis primeras adquisiciones bibliográficas. La revista Vuelta venía en volúmenes de tapas azules, y olía a papel viejo que después comenzaría oler a café y a galletas, por mis constantes préstamos a domicilio. En esos volúmenes había de todo: cuentos, ensayos y poemas de lo mejor de la literatura mexicana, latinoamericana y los trabajos de los “disidentes” del imperio soviético: Arreola, Borges, Elizondo, Zaid, Fuentes, Vargas Llosa (en esa revista se dio un match entre “los dos Marios”, Benedetti y Vargas Llosa), Cabrera Infante, Krauze, Monsiváis, Pitol, Cortázar, Milosz, Aleksandr Solzhenitsyn, Eliot, Steiner, Savater, Hobsbwan, Sánchez Vázquez, Semprún, Rossi, Enzensberger. Kostas Papaioannou…la lista es interminable. Vuelta fue, siguiendo a Flaubert, mi educación intelectual.

En 1990, en Ciudad de México, antes de que los suecos reconocieran con el Nobel al pensamiento universal de este mexicano heredero de Ortega y Gasset, “por su apasionada escritura de amplios horizontes, caracterizada por su inteligencia sensual y su integridad humanística”, Paz convocó al pensamiento libre a que concurra a la gran Tenochtitlan a hablar sobre las ideas de la democracia, del pasado reciente del mundo comunista muerto por su leucemia totalitaria, entre otras reflexiones que la editorial Vuelta puso en forma de libro. El Encuentro Vuelta: la experiencia de la libertad, leyendo sus debates, disertaciones, las ponencias magistrales, por sí sólo son herramientas valiosas para entender la problemática internacional y nacional, la idea del hombre y la conciencia de la orfandad del hombre. En ese encuentro, la genial “ocurrencia” de Vargas Llosa (aunque luego se desdijera) viendo al sistema político mexicano priísta que Paz tanto auscultó, como la “dictadura perfecta”, fue lo de menos, porque en ese encuentro se asistía a una nueva puesta en escena del Banquete de Platón: las ideas y el pensamiento era lo único que contaba.

Paz fue un polemista de primer nivel. En un magnifico ensayo biográfico del poeta que Krauze, su heredero intelectual más importante, presenta en su libro Redentores, vemos a un Paz en vigilia permanente: hombre de pensamiento, su motor era la discusión, y a veces se sentía sólo porque no encontraba un oponente digno de sus herencias culturales: “Paz vivía en un estado de constante exaltación. Tenía la melena de un león y como un león se batió en la querella ideológica que lo aguardaba.” Se recuerda todavía su tremenda polémica sostenida con Monsiváis en 1977: según Paz, “Monsiváis no es un hombre de ideas sino de ocurrencias”. Aguilar Camín, en su libro Saldos de la Revolución, recoge una disección del pensamiento histórico y político del poeta, y señalaba que Paz “envejecía mal”, pues del poeta rebelde del No pasarán y de El Laberinto de la soledad, Paz se había convertido en “un juglar de mitos socialmente vacíos y de imágenes circulares de Postdata”; o algo peor, en un “Jeremías de las últimas épocas”. En su ensayo biográfico sobre Paz, Krauze recoge una anécdota curiosa sobre las desavenencias del poeta en la década de 1970, con los nuevos poetas izquierdizantes –por no decir, “anarquizantes”- llamados “infrarrealistas”, que “gustaban de boicotear a Paz en presentaciones públicas”. Uno de esos espíritus chocarreros e iconoclastas, pero que amaban “genuinamente la poesía”, fue un joven chileno exiliado en México por la dictadura de su país, que con el tiempo llegaría a ser el narrador supremo de Roberto Bolaño. En Los detectives salvajes, esa novela bellamente violenta, los infrarrealistas serían transfigurados en los “realvisceralistas”, y uno de ellos, Ulises Lima, se toparía con el poeta, en un parque de una ciudad de México, transfigurada por la narrativa de Bolaño.

Mientras que toda la “izquierda” mexicana y latinoamericana hacía sus ditirambos, sus felaciones en la plaza pública al santo dogma de la “Dialéctica”, y construía sus falsos silogismos totalitarios en nombre de la sacrosanta "Revolución" que era el nombre de Stalin y después de Mao y de las luciferinas “guerrillas de liberación nacional”, etcétera, Octavio Paz disentía de aquellos botafumeiros del pensamiento cautivo: Paz no era un espíritu “revolucionario” (y a veces los “revolucionarios” resultaban risibles espíritus “revoltosos”), pero sí se sentiría bien si lo pensáramos como un espíritu rebelde: “Las minorías son rebeldes; las mayorías, revolucionarias…La revuelta es la violencia del pueblo; la rebelión, la sublevación solitaria o minoritaria; ambas son espontáneas y ciegas. La revolución es reflexión y espontaneidad: una ciencia y un arte”, decía, para al mismo tiempo negar esa ceguera y espontaneidad que le achacaba a la rebelión:
Guiada por la filosofía, [la Revolución] se transforma en actividad prerrevolucionaria: accede a la historia y al futuro. Por su parte la palabra guerrera, rebelión, absorbe los antiguos significados de revuelta y revolución. Como la primera, es protesta espontánea frente al poder; como la segunda, encarna al tiempo cíclico que pone arriba lo que estaba abajo en un girar sin fin. El rebelde, ángel caído o titán en desgracia, es el eterno inconforme. Su acción no se inscribe en el tiempo rectilíneo de la historia, dominio del revolucionario y del reformista, sino en el tiempo circular del mito: Júpiter será destronado, volverá Quetzalcóatl, Luzbel regresará al cielo. Durante todo el siglo XIX el rebelde vive al margen. Los revolucionarios y los reformistas lo ven con la misma desconfianza con que Platón había visto al poeta y por la misma razón: el rebelde prolonga los presagios nefastos del mito".
Tempranamente señaló los excesos del dogma marxista en la URSS, y al contrario de Vargas Llosa y otros que renegarían después de sus coqueteos con la Revolución cubana, Paz nunca aceptó ninguna invitación de los cubanos, nunca fue a la Habana a rendir pleitesía a una revolución caribeña que rápidamente se convertiría en una Revolución de un solo hombre: Fidel Castro. Porque Paz, un rebelde que no revolucionario, fue un hombre que defendía al individuo, a la libertad creadora, frente a toda sinrazón y la Razón estatal, que fue quemado en efigie por los tonsurados y representantes mexicanos de las máquinas asesinas de las guerrillas centroamericanas por el único delito de haber hablado de la necesaria democracia en Nicaragua y en contra del régimen militar sandinista; un hombre que, en 1987, en el Congreso de Valencia, con sus más de 70 años, se arremangó el saco y a punta de golpes tuvo la caballerosidad de defender a su amigo Jorge Semprún de los ataques de los resentidos y totalitarios de la izquierda: Paz no permitiría que a Semprún, un comunista que había estado en los campos de concentración y había sobrevivido esa barbarie, la sedicente izquierda lo tachara de fascista.

Las vislumbres de Paz del Yucatán de 1937

Pasión y confrontación movían al león de Mixcoac, en dosis no menores al amor por la poesía. Y como poeta, sus poemas son de una belleza que se repite sin cesar, y como han dicho bastantes estudiosos de la obra pazceana (Cfr. Octavio Paz. Entre poética y política, Anthony Stanton editor, El Colegio de México, 2009), no se puede entender sus ensayos, obviando su poesía. Paz era de la idea de que “todos los poemas son poemas de circunstancias”. Ambas, su poética y su ensayística, se nutren de la realidad, pero ambas son más que simple calca de la realidad. Creo que la huella más duradera de la estancia del joven poeta que llegó a Yucatán 20 días antes de su vigésimo tercer cumpleaños, sea su poema Entre la piedra y la flor:

¿Qué tierra es esta?
¿Qué violencias germinan
bajo su pétrea cáscara,
qué obstinación de fuego ya frío,
años y años como saliva que se acumula
y se endurece y se aguza en púas?

Para el joven poeta, el hombre del henequén era visto como alguien que desde hace siglos de siglos da vueltas y vueltas “con un trote obstinado de animal humano.” La salvajada capitalista en Yucatán propiciada por el henequén desde 1870, había convertido a la sociedad maya cercana a Mérida, en simples animales humanos, y la Revolución y el reparto del henequenal realizado por Cárdenas había hecho muy poca cosa, ya que la lógica capitalista subsistía. El hombre del henequén, visto por Paz en 1937, tenía un único patrón, no el reloj del banquero o del líder, sino el sol, el amplio y devastador sol de la laja peninsular que en el calvario cotidiano del hombre “se vuelve una corona transparente”. El hombre del henequén no hablaba el lenguaje que se hablaba en los púlpitos, ni el lenguaje que hablaban los que juraban por su nombre en vano, “los tutores” de su futuro, los albaceas de sus huesos; sino que su habla “es árbol de raíces de agua”, “subterráneo sistema fluvial del espíritu”. En sus propias palabras sobre este poema, Octavio Paz escribió en las “Notas” de su Obra Poética (1935-1988). (Seix Barral, España, Segunda reimpresión mexicana, febrero de 1998), lo siguiente:

En 1937 abandoné, al mismo tiempo, la casa familiar, los estudios universitarios y la ciudad de México. Fue mi primer salida. Viví durante algunos meses en Mérida (Yucatán) y allá escribí la primera versión de “Entre la piedra y la flor”. Me impresionó mucho la miseria de los campesinos mayas, atados al cultivo del henequén y a las vicisitudes del comercio mundial del sisal. Cierto, el Gobierno había repartido la tierra entre los trabajadores pero la condición de éstos no había mejorado: por una parte, eran (y son) las víctimas de la burocracia gremial y gubernamental que ha substituido a los antiguos latifundistas; por la otra, seguían dependiendo de las oscilaciones del mercado internacional. Quise mostrar la relación que, como un verdadero nudo estrangulador, ataba la vida concreta de los campesinos a la estructura impersonal, abstracta, de la economía capitalista. Una comunidad de hombres y mujeres dedicada a la satisfacción de necesidades materiales básicas y al cumplimiento de ritos y preceptos tradicionales, sometida a un remoto mecanismo. Ese mecanismo los trituraba pero ellos ignoraban no sólo su funcionamiento sino su existencia misma”.
Sobre la estancia de Octavio Paz en Yucatán, en el patio meridano se escribió hace mucho tiempo un artículo para el “Unicornio” del Por Esto!, y un espíritu obeso nativo de Mérida dio a la estampa un pequeño libro de tapas rojas. Y en el patio de la ciudad de México, Guillermo Sheridan, en su trabajo Poeta con paisaje. Ensayos sobre la vida de Octavio Paz (Editorial ERA, 2004), le dedica unas 4 paginitas a la estancia del poeta en Yucatán. Sin embargo, quisiera obviar el pequeño artículo del “Unicornio” (para mi gusto, prescindible, escrito con prosa profesoral), y el libro del precitado espíritu obeso (doblemente prescindible por excesos de lípidos), y apuntar algunas estampas que encontré revisando el Diario del Sureste del año de 1937, que aparecen de forma tangencial en los textos citados. Aquí los presento de forma íntegra. En el libro de Sheridan, se cuenta que Octavio Paz llegó a Mérida el 11 de marzo de 1937 “en un Electra X-V de la Compañía Mexicana de Aviación”, con el cual se llevaba dos días de viaje a escales del altiplano a la península de Yucatán. Para Sheridan:
Las razones que llevaban al joven Paz a Mérida son muchas y complejas: vocacionales e ideológicas, lo mismo que literarias y amorosas. Está a veinte días de su vigésimo tercer cumpleaños y ya había “roto con la familia”, aunque seguía viviendo con su madre. El abogado [su padre] había muerto justo un año antes y se antojaría que la fecha del viaje no es azarosa: Paz habrá acompañado a su madre a la misa que cerraba el año de luto el día 8, para embarcarse el 9. Desaparecido quien podía disuadirlo o intimidarlo, abandona la Universidad cuando le falta solamente la materia de Derecho Mercantil para prestigiarse de abogado: un gesto elocuente de la gravedad con que ha asumido su vocación de poeta rebelde. Dejar la ciudad de México era la rúbrica de esas decisiones.
Paz venía a Mérida a cumplir como poeta comprometido con la causa cardenista: sería el director de una escuela para niños proletarios, acompañando a su amigo Octavio Novaro, “Novarito”. Paz se sentía ahogado en la ciudad de México, y aceptó el cargo que se le encomendaba. La palabra Yucatán sonaba, en el oído del poeta, como “un caracol marino”, que:
[…] despertaba en mi imaginación resonancias a un tiempo físicas y mitológicas: un mar verde, una planicie calcárea recorrida por corrientes subterráneas como las venas de una mano y el prestigio inmenso de los mayas y su cultura.
Y fue precisamente en esta Mérida del “caracol marino” donde el poeta se enteraría de la invitación que a iniciativa de Rafael Alberti, se le hizo para ser parte de la delegación mexicana en el Congreso de Valencia de los escritores antifascistas de 1937. Mientras estuvo en Mérida, el poeta, así como su amigo Octavio Novaro, tendrían cabida en las páginas del Diario del Sureste. Paz escribió una serie de textos que no pasaban de seis, pero en los pocos artículos, Paz daría una estampa de la situación política internacional, y de la Mérida que él conoció. El 16 de abril de 1937, el poeta del “No pasarán”, apareció en el Diario del Sureste con unas “Palabras en la casa del Pueblo”, o fragmentos de la conversación que el poeta sostuvo en la velada de la Confederación de Ligas Gremiales el día 12 de abril. Paz respondía a lo que entendía por el “fachismo”: El fachismo es la opresión interior de los pueblos que lo sufren, es la “mecanización del hombre”, su mutilación, y “el criminal y sistemático despojo de lo humano, de lo libre y espontáneo en el hombre”. Paz veía la lucha contra el fascismo realizado en España, la causa de los proletarios de México, “Nuestra causa:
“En el fachismo español se hace visible el fachismo universal. España, así, es un ejemplo para nosotros, trabajadores mexicanos. Pero más que un ejemplo y que una advertencia, España es una causa. Una causa. Nuestra causa. La causa de ustedes, trabajadores de todo el mundo”.
La superficial fisonomía blanca de una sociedad
Sin embargo, para la historia local de Yucatán, lo que interesa de estos pocos artículos que señalan la presencia del poeta en la Península, fue uno que apareció el 29 de abril de 1937 en el mismo diario. Tenía por título la palabra “Notas”, y eran las impresiones de Paz sobre Mérida y Yucatán. Trabajemos en extenso este apunte cuasi etnográfico del joven poeta. Después de haber sido recibido por una “lenta oleada de aire caliente”, y dirigiéndose del aeropuerto a su hotel, cruzando una esquina de Mérida, al joven Paz se le presenta una “mestiza”, con la cual, más que presentársele literariamente a Paz Yucatán, se le presenta todo el peso de la historia: la presencia ubicua del mundo indígena hasta en la misma ciudad construida por los Montejo:
[…] no es la llama dulce del rebozo, ni la tranquila hermosura del hipil, lo que conmueve. Con este encuentro significativo me enfrento, por primera vez, a un hecho frecuente y diario en Yucatán: la presencia de lo indígena, su reiterada y siempre decisiva influencia en la vida social…Y aquí lo indígena no significa, precisamente, el caso de una cultura capaz de sub-vivir, precaria y angustiosamente, frente a lo occidental, sino de los rasgos perdurables y extraordinariamente vitales de una raza que tiñe e invade con su espíritu la superficial fisonomía blanca de una sociedad.
Un hombre que vivió en Mérida, únicamente vio la presencia más constante: el henequén. Obviamente que el poeta se equivocaba: en Yucatán no solamente había henequén para 1937, en el sur y el oriente se daba lógicas productivas distintas al área henequenera. Sin embargo, esto es perdonable en un joven de 23 años que nunca salió más allá de las inmediaciones meridanas, donde el henequén era la segunda presencia ubicua después de la presencia indígena; perdonable para él, pero no para la miríada de “henequenólogos” que vendrían a hablar de Yucatán, hasta bien entrado el siglo XXI, como si tal pareciera que en Yucatán sólo existía el henequén. Pero en la región de Mérida, el henequén era la constante, un monocultivo que había dañado mucho a las estructuras económicas de la población campesina del noroeste yucateco:
Hay una palabra que dice por sí sola todo lo que hay y todo lo que es Yucatán: henequén. La vida de la península, de la ciudad. La muerte, también, de muchos campesinos pobres, de colectividades enteras, de indígenas.
Yo dudaría demasiado de lo que Paz asentó en estas líneas:
El monocultivo, que ha hecho de Yucatán una región con características propias, ha dado a la clase campesina, junto al despojo y al hambre, cohesión nacional y racial, sentido de su destino.
Me pregunto, ¿a qué sentido se refería el joven Paz? El sentido de la muerte, del hambre y del oprobio, tal vez. Sin embargo, refrendo esta siguiente aseveración del poeta:
La única originalidad verdadera, la única riqueza expresiva con valor y alcance humano y nacional (típico, digamos, para emplear la palabra) es la que imprime lo maya a la población. El idioma y las costumbres, el acento autónomo, en suma, (si tiene verdaderamente, un acento nacional Yucatán, y no es, simplemente, un matiz, todo lo singular que se quiera, de la Nación mexicana) es maya. Y lo maya es, justamente, aquello que con mayor horror rechazan los grandes explotadores feudales.
Incluso la ciudad misma, Mérida, tenía al henequén como centro de su nivel. Y en Mérida y sus palacios de la avenida Montejo, “La muerte de los campesinos” estaba y está presente en sus construcciones: “Se cumple aquí, como en todo régimen capitalista, aquello de que el hombre vive a costa de la muerte del hombre”.

“Pero esta gente, tan cuidadosa de la pureza”: La estructura de castas del Yucatán de 1937

La nota tercera del artículo de Paz, creo que es la más interesante, por el hecho de que habla de la arquitectura de castas de Mérida y la influencia unánime del maya en la estructura social. Termino este artículo sobre Octavio Paz en Yucatán, transcribiendo en extenso esta importante nota tercera del poeta:

Al pasar los días se descubre, fácilmente, la composición social de la ciudad. No sólo hay clases divididas por la miseria y la servidumbre, sino que existe toda una orgullosa arquitectura de castas, impenetrable y rígida. No es nada más la pobreza de la ropa, como en Europa, ni la limpieza, todos prodigiosamente albean de pulcros, lo que distingue a los hombres entre sí, sino el traje mismo, su composición y corte. Pero no es la ropa, ni la cultura, lo que separa verdaderamente a los hombres, sino las ganancias. Familias poderosas, con espíritu de casta (maravillosas familias criollas que hablan con entusiasmo del racismo alemán) y que inmemorialmente rehúsan toda mezcla de sangre, presiden orgullosamente la vida “exclusiva” en la sociedad. Pero esta gente, tan cuidadosa de la pureza, (tradicionalmente descastados) habla el idioma maya. Las necesidades del tráfico los obliga a usar el mismo lenguaje que hablan aquellos a quienes explotan y rechazan. Pero no sólo es el idioma. Todo el subsuelo, social, diríamos, está profundamente penetrado de lo maya: en todos los aspectos de la vida brota de pronto: en una costumbre tierna, en un gesto cuyo origen se desconoce, en la predilección por un color o por una forma. El gusto, la suma de aficiones y repulsiones, en lo que tienen de más afinado y genuinamente aristocrático, es maya. La dulzura del trato, la sensibilidad, la amabilidad, la cortesía pulcra y fácil, es maya. Parece que de la grandeza española esta gente (no la clase media, que, a pesar de todo, conserva, como en todo el país, un contenido y sobrio decoro, a punto siempre de naufragar) sólo heredó la rigidez, la dureza…Hay días en que todo, por un instante, se desploma; toda ciudad se despoja de su máscara y, desnuda, deja ver sus vivas entrañas, valientes y calladas: los grandes días de la vida en la calle; y de los mítines. Hay días en los que el campo recobra la ciudad: indígenas y mestizos le dan a Mérida entonces su verdadero carácter. La blanca ciudad se vuelve más blanca aún. Los trabajadores le dan sentido, la dignifican, muestran lo verdadero.

miércoles, 19 de marzo de 2014

TEKAX: UNA CIUDAD SUREÑA EN BUSCA DE SU HISTORIADOR

Murió un hombre que, por el hecho de volcarse a la historia en sus últimos años, es digno de hablar de él. Dicen que al dejar su etapa laboral en su larga vida de noventa años (nunca se pensionó), se dedicó a investigar y escribir sobre la historia de su matria, Tekax, desde la Guerra de Castas hasta la época moderna, del cual fue testigo privilegiado, ya que nació en 1923. Me refiero a Luis Machaín Pereira, tekaxeño.
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Es una pena que muriera tan insigne "todista" tekaxeño, sin que los afanes de su vida intelectual fueran remunerados con los frutos de la letra impresa: “Su meta –cuenta su hija Martha Elena Machaín Sosa- siempre fue escribir un libro sobre la ciudad, pero no le fue posible”.
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La "madrota del Sur" (así se le conocía a la soberbia Tekax, levantada en las estribaciones de la Sierrita Puuc, cuna de Duartes, Romeros y Escalantes, pero también de Chanes de Xaya), que en septiembre de 1857 fue víctima de un brutal ataque de las tropas comandadas por el general santacruceño rebelde Crescencio Poot, no obstante la carnicería que sacudiría y embadurnaría con tinta roja sus cimientos coloniales, sería la que más se recuperaría económicamente, pues para 1890 el partido de Tekax producía casi todas las hectáreas de caña dulce en Yucatán, aunque el partido de Peto no se le quedaba atrás.
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El historiador "por su cuenta", Luis Machaín Pereira, muerto a los 90 años, fue heredero de la casona que se encuentra sobre el camino que conduce a la Ermita: ahí vio la primera luz, en esa casa andaluza de tres pisos construida por el conquistador Francisco de Bracamonte. Machaín Pereira, repito, estaba interesado por esa historia apasionante que vivieron los pueblos fronterizos a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Tal vez esa casona, fue la que no tocaron los rebeldes en septiembre de 1857, perdonándole la vida a su dueño, Anselmo Duarte, tal vez porque Duarte tenía tratos comerciales con los santacruceños rebeldes.
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Sin duda, puedo decir que en mis pesquisas sobre la historia universal sobre el otro partido fronterizo, el más alejado de Mérida, Peto, he encontrado bastante, mayor material para hacer la historia de Tekax, pero opté por la matria en vez de esa ciudad sureña que me interesa demasiado. Además, Tekax tiene algunas referencias bibliográficas, Civeira Taboada escribió sobre la “cuna e inspiración de Ricardo Palmerín”, pero en una búsqueda rápida en el buscador de la Biblioteca Yucatanense y la base de datos de la UADY, la abundancia de fuentes primarias (de archivo y periodísticos) que me arrojaron mis incursiones a los archivos meridanos, no se dio en las fuentes secundarias: resulta que la bibliografía de Tekax es exigua, casi nada hay escrito de esa importante ciudad sureña. Estos textos arrojó la búsqueda:
a). Tekax: cuna e inspiración de Ricardo Palmerín, 1971, de Miguel Civeira Taboada.
b) Tekax: monografía y apuntes para su historia, 1990, de Fernando Romero Ayuso.
c) Canto a Tekax (un rapsoda al final del Siglo Veinte), 1999, de Fernando Bautista Buenfil.
Además de esos tres trabajos menores, existen unas pequeñas monografías sobre el pueblo de Xaya y recolecciones sobre medicina tradicional, escritos por los Sánchez Chan, y una Monografía de la Escuela Rural de Tekax, de un tal “Héctor Herrera”. Fuera de ahí, el desierto y la telaraña.
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Sin embargo, esta parca muestra bibliográfica no debe desalentar al posible historiador o historiadora de Tekax, ya que, como he señalado, la abundancia de fuentes de archivo por sí sola construiría una historia con fuste y cuerpo de Tekax: una historia robusta. No siendo una “ciudad letrada” como Mérida o Valladolid, no obstante Tekax entra de lleno a una categoría que podemos bautizar como “ciudad de archivo” (salvo que los archivos están en Mérida): Tekax fue capital regional de la subregión sureña, en ella estuvieron y están los juzgados de segunda instancia, en ella se concentra el mayor número de libros notariales, en ella existe mayor riqueza hemerográfica, y tal vez entre algunas familias tekaxeñas, todavía ha de haber sorpresas de archivos locales vírgenes, como seguramente el archivo y el trabajo que recopiló en sus largos 90 años de vida, el historiador local Luis Machaín Pereira. Mi región de estudio, Peto y sus pueblos comarcanos, no fue ni “ciudad letrada” ni menos “ciudad de archivo”.
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A los historiadores de pueblo, o a los cronistas del solar materno -no a todos, pero sí a la mayoría-, el olvido o el desdén siempre es la paga con el que se cobran los ignorantes y los bellacos de toda laya. Tarde se les llega el reconocimiento, o a veces el reconocimiento de la importancia del trabajo del historiador o cronista local, nunca se presenta. Esperemos que, en el caso del historiador tekaxeño, Luis Machaín Pereira, su trabajo sea valuado por manos expertas en la historia del sur de Yucatán, y convertido en lo que siempre deseó su autor: en libro, aquel objeto cuadrado de papel manchado de tinta, que es la felicidad de todo historiador de los pueblos y ciudades fuera de Mérida.
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domingo, 2 de marzo de 2014

DE LA POCA ASISTENCIA A "PLAZA CARNAVAL", O REFLEXIONES SOBRE ALGUNAS COSTUMBRES DE LOS MERIDANOS

A Joaquín, caminante profesional, y en recuerdo de las caminatas infernales que hicimos por las calles empinadas de San Cristóbal, y que siempre se ha asombrado por esa costumbre meridana del no caminar
La poca asistencia este año a la nueva sede del carnaval de Mérida, "Plaza Carnaval", ubicado en Xmatkuil, al sur de la ciudad, es simple: no se debe, claro que no, a una protesta consciente, ciudadana y cívica de los meridanos ante un acto autoritario de los beduinos de Mérida, dueños del capital, y la presidencia municipal derechista de la capital yucateca. La razón de la poca, o poquísima concurrencia, es más mundana, y tiene que ver con la mentalidad meridana: a los meridanos, como a la mayoría de los yucatecos, pero en cotas mucho más altas, no les gusta caminar, moverse de su espacio vital. Yo he visto a más de un meridano tomar el camión para recorrer tres esquinas, y eso me fuerza a hacer algunos comentarios sobre el desprecio meridano por el caminar.
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El yucateco es un pueblo que la piensa dos veces para cambiarse de sitio, le gusta la comodidad de la sombrita o el fresco de la hamaca, y ahí puede estarse horas jetoneando o jodiendo el avance por las calles estrechas del centro de Mérida. Si el yucateco es flojo para caminar o para movilizarse, los meridanos son el doble de flojos para caminar o cambiarse de lugar. El meridano tiende a la inmovilidad, y podría decir que a la ataraxia total, y es un ser anti heracliteano de armas tomar (para el meridano, ni el río fluye porque no existen ríos en su laja de piedras inacabables, y sí puros cenotes inmóviles) y la filosofía parmediana es su slogan de batalla: lo que es, es; lo que no es no puede ser: no me interesa caminar más allá de los muros meridanos, lugar donde el es, no es.
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Un pueblo que consume hartos kilos de puerco al año –el yucateco es un comedor de puercos a diestra y siniestra-, el meridano descubre que algo malo pasa en la mentalidad de aquellos que frecuentan caminar por las noches: las noches sólo sirven para tomar el fresco, sentado cómodamente en la mecedora. Si existe un verbo aprendido por el meridano desde sus tiernos años de lactante, es el verbo mecer: puede no saber lo que significa el copretérito y pospretérito, pero el meridano conjuga hasta en tiempos inexistentes el verbo mecer: mece en su hamaca y mece en su silla mecedora, su dicha es mecer como un péndulo de Foucault de aquí hasta la pudrición de los tiempos. Pero su péndulo, su mecer inmarcesible no es avance, es concentrarse en un punto, fijar el tiempo en un espacio bullicioso –porque el meridano es bullicioso- y quedarse ahí, en la eternidad del no avance meciendo su simpleza inmóvil. Inmóvil en la luz pero danzante.
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Y esto de la inmovilidad yucateca tal vez tenga una explicación lógica, geográfica, solar: el yucateco –y más en Mérida, donde los árboles han sido pasados a machete y sierra por el espíritu deforestador de un meridano ecocida, temeroso del recuerdo mitológico de huracanes Isidoros- rehúye como a la peste al sol calcinante del trópico. Dije que busca la sombra como los inmundos bichos nocturnos que temen a la claridad de la mañana, a la radiante frescura de la mañana; de ahí que el meridano, aunque no tenga un peso en sus bolsillos, busque afiebrado la "tranquilidad" de los centros comerciales, únicamente para huir de la luz y buscar el fresco de los aires acondicionados.
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Y de esta última aserción podemos colegir otra: como es un ser de oscuridad y de aire acondicionado, concluimos que en Mérida sea fácil caminar y movilizarse con alta rapidez por las calles del centro si uno conoce las costumbres de este pueblo bárbaro (el meridano), que execra y abomina del dios solar (podría decir que es un pueblo afeminado porque, al contrario de sus ritos con que pretende alejar la fiereza del sol, no le teme a la luna, aunque no he comprobado si existen algunos ritos lunares que profesa este pueblo). De 12 am a 4 pm, y hasta a las cinco de la tarde para los más refunfuñones como el quien esto escribe, caminar por el centro de Mérida se complica si uno no sabe hacia dónde tira la recua meridana: la cadencia solar de las banquetas sin sombra es la rapidez, la movilidad total, el orden de la soledad para el que pretende avanzar; la sombra es el caos, el apiñarse de cuerpos, la piltrafa de personas que no avanzan nunca pero no se asolean y no transpiran. ¡Pobres imberbes!, no saben que, al rehuir del sol, traspiran más, huelen la carcoma del otro, se impregnan de pedos de vieja y constriñen el espacio vital a un mar de gente poco práctica para caminar. Las altas temperaturas que inundan la Península desde los tiempos cuaresmales, y que sólo se aquietan un poco cuando el otoño ha avanzado tres cuartos de su camino, hacen que el meridano la piense más de una vez para caminar por las calles de esa Mérida devastada por la deforestación y el unánime cemento.
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Y cuando llegan las lluvias con su cauda de alegría, a entibiar el verano incinerado de los pueblos más allá de Mérida, acá, en esta Mérida cantada y martillada de ripios por malos poetas y pésimos trovadores, la lluvia es recibida por el meridano inmóvil con desprecio de un hombre nostálgico del desierto que no tiene. Es que la lluvia no es mala para él, ¡es malísima! Y si es un meridano con ínfulas aristocratizantes, frente a su ventana contemplando al maldito chaparrón que amenaza siniestro en el horizonte, mandará improperios contra los antiguos dioses de los indios, porque no se atreven a callar de una vez para siempre esos chaques y esos pahautunes del demonio no extirpados cuando la persecución de las idolatrías. Y al sol que hace arder la memoria del viento, se aúna ahora la lluvia que inunda las calles, que penetra hasta en los sobacos de sus damas morcilludas, que reboza todas las alcantarillas anexas al detritus de los mercados. Y conociendo las costumbres de este hombre que preferiría morirse en su hamaca, que salir a caminar con cuarenta grados a la sombra y sortear las calles del centro convertidas en mar pestilente por una lluvia maldita, ¿le hablan de trasladar su bofo cuerpo a tierras inhóspitas más allá de un sur al que temen los bárbaros?
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