miércoles, 13 de agosto de 2014

El Supremo Capón (cuento contrarrevolucionario)



"Castrar, según el monárquico RAE significa capar, castro tiene sus raíces en este verbo, y capar es extirparle a un macho -animal o humano- los órganos genitales. Fidel Castro, desde el primero de enero de 1959, haciendo honor a su apellido de sátrapa, no ha dejado de castrar a casi todos los cubanos, incluido a sus hembras". (Del libro "Cartas a una joven prostituta", del filósofo petuleño Sergio Salvador Vilax).

“Se acabó la diversión,
Llegó el Comandante
Y mandó a parar.” (Letra de Carlos Puebla, aunque uno preguntaría ¿qué es lo que mandó a parar el Comandante?, ¿El tiempo, su muerte?)

Allá en mi pueblo -un pueblo sin crepúsculos arrebolados que siempre fue conservador y porfiriano en sus tiempos mejores-, se decía cosas de Cuba y del comunismo, que escuchaba desde mis muy infantes años de la última década del socialismo real anterior a la caída del Muro de Berlin. Estas consejas pueblerinas iban desde alabanzas acríticas a esa gigantesca mazmorra isleña, hasta execraciones malignas proferidas por los beatos del pueblo: que de Cuba nada bueno –salvo Reinaldo Arenas, Cabrera Infante y otros grandes disidentes como Huber Matos- salió desde que llegó Fidel y “mandó a parar” y mandó a defenestrar el tiempo para imponer un único tiempo: el tiempo de la “Revolución”, petrificando hasta las olas del mar de aquella inmensa mazmorra tropical.

 Una de esas historias  (algunas, sicalípticas si había una jinetera de ancho caderamen de por medio) que mis orejas no tan inocentes oyeron alguna vez, me la contó un viejo marxista del pueblo que quiso hacer la guerrilla subido a la Sierrita Puuc, pero que a la vuelta de su autocrítica se volvió un descreído de ronco penar de su vieja fe de idólatra “marjijta leninijjta”,  y tocaba directo a la larga longevidad del sátrapa antillano nacido de los testículos estirados de su señor padre gallego feudal, hijo de señor feudal, el sátrapa antillano burgués amanerado que estudió el derecho corrompido salido de la colonialidad cubana donde los negros siguen siendo siervos de la gleba a pesar de revoluncioncitas-sierramaestras-conchadesumadre-pelaná.
El viejo profesor ex materialistahistórico-mao-sendero-ligado23-delincuencial, en una cantina de mala muerte de aquel pueblo de no menos mala muerte, al octavo misil me preguntó algo así (sus palabras estaban trufadas de "coños" y de por "una chingada" y de “comemierdas”):

¿Usted sabe por qué Fidel enterrará a todos esos hijueputas que se inmolan como bestias por una ideología roja del carajo? Ya enterró a Hugo, ahora va por Evo, luego por Correa el hijo de su chingada.

Yo, apenado de mi supina y crasísima ignorancia, dije:              

No, maestro, usted cuente: ¿por qué el dictador enterrará a todos esos hijueputas comemierdas mactaes pelanaes chingada de su madre rojos pútridos sin elegancia?

El ex marxista, descreído de todo dogma y de todo caudillaje y anexas peladajes, contestó:

Es sencillo: el caballo está capado.

¿Cuál caballo está capado?

No sabes ni una chingadera de historia, ¡recoño! El caballo, para que vayas sabiendo mi querido historiador pueblerino, era el apodo que tenía en la Sierra Maestra el camaján que regentea la isla-jinetera aquella.

¿Así?

Sí, dicen que no tiene un huevo el hijueputa, y las malas lenguas aseguran que no uno sino los dos le faltan. Que es un capón, un macho dictador pero capón, como esos cochinitos que capaba tú abuelo para que no sean verracos y anden chingando la carne con sus testosteronas.
Una vez, estando en La Habana en un viaje de turista revolucionario –por las mañanas aprendía con los cubanos estrategias de guerra en un cuartel a las afueras de la ciudad, y por las noches iba de putas con todas las negras y mulatas que me encontraba sin querer, dándome el culo sin pedir nada a cambio, apenas unos mugres dolaritos-, recalé en una lancha de pescadores furtivos porque quería homenajear a Hemingway comiendo pescado frito con pan cazabe y tomando hartos litros de ron. En medio de aquel mar azul-azul de la mazmorra antillana, con algunas aletas de tiburón rodeando la barcaza, los pescadores comenzaron a contarme cosas antirrevolucionarias según yo, porque en aquel entonces todavía no había renegado de mi marxismo pueblerino. Los pescadores me decían que no tenían ni para bañarse bien ni para comer como se debe, que el colectivismo había vuelto conchudo a medio mundo, y que las universidades “revolucionarias” seguían siendo de los blancos, no de los negros ni de los guajiros:

“¿Has visto tú –me cuestionaron- a un médico negro?”

“¡En mi puta vida, ahora que lo dices, no!, pero he observado que el mercado jinetero está copado de negras, pero de esas jineteras, igual hay blanquitas culoredondos”.

Yo ya estaba a punto de sacar mi revolver de guerrillero y mandar a la chingada a los pescadores furtivos contrarrevolucionarios, cuando uno, el más viejo de la tribu, dijo:

Yo pertenecía a la guardia revolucionaria cubana, combatí en África con el asmático asesino, y una vez, en una orgía en que el Sátrapa se cogía a Haydé hasta por las amígdalas, después de sus arrumacos, oía que ésta le decía a Fidel que se siente rebonito que le estén dando por el culo por un supremo capón. Yo entendí, del otro lado de la puerta de la alcoba del sátrapa supremo, al instante que Fidel no tenía huevos. Luego, paré bien la oreja para seguir oyendo: el Supremo Capón, practicante de la santería, le contó a Haydé que la causa de su capada, o emasculada para ser finos en la hablada, se debió a que, teniendo ya a todos sus hijos, el “macuco” santero de la Habana le dijo que por cada huevo que se cortara, 25 años de vida tendría. No había ni terminado de explicar sus razones el brujo, cuando el Sátrapa, amante de la vida, con un “filo” o navajita para rasurar que traía, se descuajó ahí mismo sus mierdas.

El viejo profesor, bebiendo el décimo misil, con un delirio de lucidez tremens, dijo:

Ahora, imagínate que el hijo de su chingada hubiera nacido monstruo como mi tío Tino, que nació con tres huevos en el escroto. Capaz y que nos entierra a todos el hijueputa.

1 comentario:

Karen B. Marin dijo...

Más que antirrevolucionario, tu cuento es un homenaje desde la perspectiva de quién esto escribe, a decir por el léxico tan nutrido del mexicano, situación en donde no aplica el “tenía huevos” para hacer lo que hizo, deja a un lado el sexo y género para transmutarse al ser human@ andrógino.
Y ya que hablas de la Sierrita Puuc, salta cual liebre curiosa el culto fálico claramente expresado, arquetipo machista de un rancio patriarcado aún vigente. Los testículos, desde esta visión, son el contenedor de la simiente/hombría que se esparce por la vía del pene erecto en forma de lluvia sobre la tierra, arquetipo femenino por excelencia.
Por lo menos más de un@ conoce las “leyendas urbanas” respecto a los capones, la vasectomía, golpes bajos, balas perdidas, potencia viril, etc.
Es también un cuento erótico, fantasía de potencia viril que no contenida en los testículos se halla en la figura de poder/símbolo que representa el sátrapa Fidel.
Me gustó el giro de “historiador inocente” que no acabo de comprártela. A manera de historia oral logras llevar esta ficción hacia un final humorístico negro. Los personajes, me queda clara la redundancia en los culos redondos, las relaciones interétnicas de dominio, etc. Y ya para no hacerla más larga Yo digo: Si un capón se aventó una revolución, ¡que haya más capones carajo! Que a los de huevo colgado los podemos tener como zánganos.
En fin, sólo te faltó poner al final ¡Feliz Cumpleaños mi Comandante!

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