Por Denise Dresser (24/05/2009)
“La impunidad es condición necesaria para el funcionamiento de la maquinaria política del país?” le pregunta Carmen Aristegui a Miguel de la Madrid y el ex presidente asiente. Aunque después —amenazado, presionado, acorralado— pide que no le creamos, el diagnóstico queda allí. Y todo lo que ha ocurrido desde entonces tan sólo constata el peso de sus palabras, comprueba la certeza del diagnóstico, valida lo que dijo antes de volverse prematuramente senil. El sistema político mexicano ha sido construido para asegurar la impunidad de la clase política. Opera cotidianamente para lograr ese fin y quienes engrosan sus filas lo saben. La competencia electoral entre partidos no erradica la impunidad, tan sólo la democratiza. La alternancia política no combate la corrupción, tan sólo amplía su espectro ideológico. En la última semana México comprueba que hay demasiados dispuestos a firmar el pacto de impunidad, y aquí está la evidencia: Aunque en privado los priístas reconocen que Miguel de la Madrid tiene razón, en público se unen para desacreditarlo. Saben que dice lo que tantos han sugerido, pero aún así cierran filas para declararlo un demente. Saben que tiene razón, pero precisamente por ello no pueden reconocerlo. De la Madrid desnuda al sistema construido por el PRI, del cual viven, con el cual se han enriquecido, el cual necesitan preservar.
En cualquier democracia funcional, las imputaciones hechas hubieran provocado un deslinde o un distanciamiento entre el ex presidente involucrado y su propio partido. Pero aquí, los priístas optan por matar al mensajero —de la Madrid— con el objeto de acallar el mensaje. En vez de exigir una investigación esclarecedora, Manlio Fabio Beltrones exige el silencio cómplice.
Y el PAN se suma a ello. ¿Dónde están las reclamaciones panistas ante la deshonestidad salinista que Miguel de la Madrid expone? Dónde está el discurso presidencial asumiendo el combate a la corrupción como causa suya? ¿Dónde están las declaraciones firmes y enérgicas que esperaríamos del procurador Eduardo Medina Mora? ¿Dónde está la columna vertebral del panismo que asumió la transparencia como principio fundacional? Si el PAN piensa que las declaraciones tibias y cantinflescas del secretario de la Función Pública constituyen una toma de posición se equivocan. En esta coyuntura crítica, el PAN opta también por callar. Por ofuscar Por sugerir “el juicio en la urnas” para no encarar la impunidad compartida que ha contribuido a perpetuar.
La televisión también. Carlos Ahumada revela en su libro Derecho de Réplica que Carlos Salinas le habló a Bernardo Gómez, vicepresidente de Televisa, para coordinar la salida al aire de los vídeos que involucraban a René Bejarano. Probablemente hubo una llamada similar para coordinar la falta de cobertura en el caso de la entrevista de Carmen Aristegui a Miguel de la Madrid. Sólo así se explica que la nota política más importante de la semana pasada estuviera ausente en la pantalla de los principales noticieros de Televisa y de TV Azteca. Que Joaquín López Dóriga fuera uno en el radio y otro en la televisión. Que el “cuarto poder” mediático no cumpliera plenamente con el papel que le corresponde.
Vicente Fox alimenta la impunidad en la medida en que su propio papel no queda claro. ¿Negoció la libertad de Raúl Salinas de Gortari a cambio de los vídeos con los cuales intentó destruir políticamente a AMLO? ¿Giró instrucciones al Poder Judicial para asegurar un resultado predeterminado como lo hizo con el desafuero? ¿Por qué se dió la devolución de la fortuna del hermano incómodo si no se había esclarecido su orígen? Sólo una investigación a fondo del involucramiento foxista en esta historia podría responder las preguntas indispensables, pero ya el PAN ha dejado en claro que nunca la habrá.
El pesado silencio de tantos en torno al caso de Carlos Salinas constata la complicidad, el doblegamiento, el temor entendido. No es casualidad que en la carta que el ex presidente envió a Carmen Aristegui, mencionara a los beneficiarios de la partida secreta listados en su libro México: Un paso difícil a la modernidad: “partidos políticos, dirigentes empresariales, sindicatos, organizaciones rurales, intelectuales, organizaciones religiosas y medios de comunicación, entre muchos otros, incluidas personas que realizaban otras tareas que se consideraban también necesarias”. El objetivo era mandar un mensaje, una amenaza: “me criticas y te delato”. “Te sumas a la cruzada pública en mi contra y hago público el cheque que te envié como lo hice con Héctor Aguilar Camín”. “Si cuestionas mi reputación destruyo la tuya”. La carta era una exigencia de lealtad ante favores recibidos, dinero entregado, concesiones otorgadas, licitaciones pactadas, puestos repartidos, lealtades compradas. Así ha funcionado la maquinaria y por ello hay tantos incentivos entre sus beneficiarios para mantenerla así.
Por ello México es un país de corrupción compartida pero nunca castigada, de crímenes evidenciados sin sanciones aplicadas, de ex presidentes protegidos por quienes primero los denuncian pero luego pierden la razón, de políticos impunes y empresarios que también lo son. Por ello las procuradurías exoneran, las fiscalías especiales nunca funcionan, las comisiones investigadoras en el Congreso no cumplen con su función, los custodios no custodian, los crímenes persisten. Hay demasiados intereses que proteger, demasiados negocios que cuidar, demasiadas irregularidades que tapar, demasiadas cuentas bancarias que esconder, demasiadas propiedades que ocultar, demasiados pactos que preservar.
Y tan sólo como botón de muestra, la lista de los impunes. La lista que el país produce y amplía cada vez que deja de investigar y sancionar, acusar y castigar. Carlos Salinas de Gortari, Luis Echeverría, Diego Fernández de Cevallos, Mario Marín, Ulises Ruiz, Ricardo Salinas Pliego, Emilio Gamboa, Arturo Montiel, Jorge Hank Rhon, Elba Esther Gordillo, Carlos Romero Deschamps, Manlio Fabio Beltrones, Joaquín Gamboa Pascoe, Kamel Nacif, los Bribiesca-Sahagún, entre tantos más. Como escribió alguna vez Benjamín Franklin, el objetivo principal de una conversación es informar o ser informado. Y la conversación entre Carmen Aristegui y Miguel de la Madrid —junto con la reacción que produce— cumple con ese requisito. Tanto lo hablado como lo posteriormente negado contribuyen a informar, revelar, confirmar y constatar. Comprobar como lo escribe Jorge Zepeda Patterson en el libro Los Intocables que una premisa principal del sistema politico mexicano es “nunca contra alguno de nosotros”.— México, D.F.
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