He rescatado del olvido voluntario el “Diario de un Quijote apócrifo”, especie de libreta de apuntes del ya lejano año 2003; año en el que, con dos décadas a cuestas, ya tenía bien definido –por no decir teorizado- lo que quería ser en este lapso de vida que me tocó morir: un escritor de tiempo completo, un investigador borgeano de la realidad y los meandros de la imaginación, un discernidor del “arte por el arte” wildeiano, arrebatado por el pensamiento puro e indiferente a las rispideces y desigualdades sociales.
Pero llegó, tenía que llegar, el telúrico año de 2005 cuando la intentona de desafuero a Obrador y las mefíticas elecciones del año siguiente –vorágine de “resentimiento social” con incendiantes discursos lapidarios contra las caníbales oligarquías comercializando su bastardo producto derechista a base de platillos televisivos que nos obligaban a tragar sin un puto bebestible. Y del cuasi nihilista lector hedónico y sibarita que era, ya no queda ni las cenizas cuando encontré, posterior al 2 de julio de 2006 -¡oh Marx!, ¡oh Lenin!- mi camino a Damasco de la conversión social que me ha llevado por todas las sendas del engagé y por todos los andurriales de la defensa indígena –raíz nuestra- y la causa del sur pobre que también existe; a entrarle al panfleto cáustico para la defensa de una dama, a enamorarme de díscolas antropólogas fumadoras de mariguana, leer con impúdica lujuria intelectual la literatura roja, verde, amarilla, negra, de todos los colores del espectro humano con la condición de que sean “anti sistemas”.
Hoy -más revolucionario que el Siete Leguas-, me paso los días planeando un método de salto cualitativo que, de aquí a 2010, devaste hasta las heces la estructura opresora de la oligarquía mexicana; un método que haga reventar el perro sistema al momento en que el mandril que esté en la silla –sea ésta municipal, estatal o federal-, haga llorar las campanas de Dolores cuando el segundo centenario de la Revolución de Independencia. Esa va a ser la señal. ¿Por quién doblan las campanas, Hemingway? Doblarán por aquellos a los cuales les habrá llegado su horita fatal.
Pero me he salido un poco del tema. Empecé diciéndoles que había rescatado del olvido voluntario una libreta de apuntes del 2003 ampliamente cínica, corrosiva, anárquica, cuyo autor –ese que era yo- veneraba más el inmenso mostacho de Nietzsche que la profética barba de San Marx.
Como tengo casi nada de lectores en este blog que se den su tiempito para leer los post que van saliendo de los dos únicos dedos que me son útiles para escribir en teclado, no me remuerde mi conciencia revolucionaria si les comparto unas aserciones y frasecitas de mi pasado nihilista…Ahí va, para mis detractores de la derecha, el primer escrito antirrevolucionario:
Pero llegó, tenía que llegar, el telúrico año de 2005 cuando la intentona de desafuero a Obrador y las mefíticas elecciones del año siguiente –vorágine de “resentimiento social” con incendiantes discursos lapidarios contra las caníbales oligarquías comercializando su bastardo producto derechista a base de platillos televisivos que nos obligaban a tragar sin un puto bebestible. Y del cuasi nihilista lector hedónico y sibarita que era, ya no queda ni las cenizas cuando encontré, posterior al 2 de julio de 2006 -¡oh Marx!, ¡oh Lenin!- mi camino a Damasco de la conversión social que me ha llevado por todas las sendas del engagé y por todos los andurriales de la defensa indígena –raíz nuestra- y la causa del sur pobre que también existe; a entrarle al panfleto cáustico para la defensa de una dama, a enamorarme de díscolas antropólogas fumadoras de mariguana, leer con impúdica lujuria intelectual la literatura roja, verde, amarilla, negra, de todos los colores del espectro humano con la condición de que sean “anti sistemas”.
Hoy -más revolucionario que el Siete Leguas-, me paso los días planeando un método de salto cualitativo que, de aquí a 2010, devaste hasta las heces la estructura opresora de la oligarquía mexicana; un método que haga reventar el perro sistema al momento en que el mandril que esté en la silla –sea ésta municipal, estatal o federal-, haga llorar las campanas de Dolores cuando el segundo centenario de la Revolución de Independencia. Esa va a ser la señal. ¿Por quién doblan las campanas, Hemingway? Doblarán por aquellos a los cuales les habrá llegado su horita fatal.
Pero me he salido un poco del tema. Empecé diciéndoles que había rescatado del olvido voluntario una libreta de apuntes del 2003 ampliamente cínica, corrosiva, anárquica, cuyo autor –ese que era yo- veneraba más el inmenso mostacho de Nietzsche que la profética barba de San Marx.
Como tengo casi nada de lectores en este blog que se den su tiempito para leer los post que van saliendo de los dos únicos dedos que me son útiles para escribir en teclado, no me remuerde mi conciencia revolucionaria si les comparto unas aserciones y frasecitas de mi pasado nihilista…Ahí va, para mis detractores de la derecha, el primer escrito antirrevolucionario:
Sobre la Utopía
Me cuestiono, ¿qué es la utopía? Los discursos mayestáticos proponen utopías: La utopía libresca del discurso borgeano, cuando el argentino discurre su particular idea del paraíso como una inmensa biblioteca universal, intemporal, que contiene, en sus innumerables estantes, tanto el presente como el pasado y el futuro de todas las posibles escrituras del hombre. Y más: lo no escrito, que me parece lo mejor por escribir si mal no me acuerdo.
Todo hombre, al nacer, es un proyecto de utopía. Proyecto o no, todo hombre lleva en sus alforjas mentales su utopía propia, el bosquejo de ella. Entre los liberales –al cual me une estrechísimos amores constitucionales-, se encuentra la utopía de Popper, quien sustenta la utopía sociológica de la Sociedad Abierta. Pródigo, teoriza sobre ella, validándola, implícitamente, como la utopía por antonomasia, de universal talante. También los pitagóricos contaban con el reino del número como panacea de todos los males. Los sofistas, querámoslo o no los inflexibles platónicos, hubieron de sustentar, en sus incursiones nómadas por las calles de las polis griegas, sus contradictorias y lábiles utopías. Podría decirse que la historia del pensamiento se puede resumir en unas cuantas utopías.
Todo hombre, al nacer, es un proyecto de utopía. Proyecto o no, todo hombre lleva en sus alforjas mentales su utopía propia, el bosquejo de ella. Entre los liberales –al cual me une estrechísimos amores constitucionales-, se encuentra la utopía de Popper, quien sustenta la utopía sociológica de la Sociedad Abierta. Pródigo, teoriza sobre ella, validándola, implícitamente, como la utopía por antonomasia, de universal talante. También los pitagóricos contaban con el reino del número como panacea de todos los males. Los sofistas, querámoslo o no los inflexibles platónicos, hubieron de sustentar, en sus incursiones nómadas por las calles de las polis griegas, sus contradictorias y lábiles utopías. Podría decirse que la historia del pensamiento se puede resumir en unas cuantas utopías.
La lectura
La lectura –hecha como visión amena, lúdica, jocosa vivencia, con resultados orgásmicos por encima de cualquier porno mecánica- es impúdica. ¡En guardia con los lectores de tiempo completo! Porque ellos vuélvense, a la corta o a la larga –y conste que hablo por mí, muy mucho de mí, ombligo o esfínter del mundo- descontentos con la realidad, imaginativos, descastados, caprichosos, palabra en una: intaxonomizables, radicales hasta la amargura, cruelmente insatisfechos.
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