jueves, 17 de septiembre de 2009

Sobre la poesía de Javier España


Lo primero que me llegó a mi mirada, de la innumerable lista de tropos y metáforas silenciosas que el poeta Javier España nos avienta, fue la intuición, no se si cierta o ilusoria, de que estaba tratando con un poeta definitivamente poeta.

Ser poeta, tener una actitud de poeta, o una simple visión poética de la historia y sus concomitancias, actualmente es dificilísimo. Y Javier España es uno de los poquísimos en poseerla, además de ser de los que no permiten concesiones al “facilismo” (palabra de Javier), poeta hermético, (estamos de acuerdo: el hermetismo dice más que lo puramente explícito, su carácter polisémico lo vuelve obra abierta, inacabada y posiblemente rectificable en cuanto a su interpretación, su discusión, su desentrañamiento por parte del lector. Un poema se hace a expensas del poeta, cierto, pero la poesía es el otro, Homero son los miles de Homeros a lo largo de la historia que han contemplado la caída de Troya y los cascos ligeros de Helena. Javier España son sus lectores), insoslayable con sus travesías de fuegos perseguidos, devastador con sus neblinas que ciegan, decapitan y humanizan a los ángeles; pero también, valeriano en su estructura, poco sentimental aunque erótico en su Agonía de las máscaras, Lezamaniano en sus dos mejores libros: Tras el biombo, suerte de espejo que murmura una vista metafísica, y el provocante e inmarcesible “Azul deseo de la esfinge". De “Azul deseo de la esfinge”, pienso que ahí se encuentra el mejor Javier España de su primera época (pues este articulillo no se refiere a "La suerte cambia la vida" y "Sobre la tierra de los muertos", dos poemarios de su segundo acorde poético): “como un cuerpo que gime conjeturas” voy adentrándome en su lectura con una suerte de vértigo verbal, ya que los hachazos poéticos andan como locos razonadores devastando la lógica consuetudinaria de la cotidianidad común. Llega un momento en que Javier nos dice “Solo un golpe de azar es la palabra…” pero, ¿será cierto? Esto lo digo con el fin de no seguir llenando, en las próximas líneas, este post con ditirambos y loas exclamativas (que por lo demás se lo merece, y no hay que regatearle nuestra admiración más humilde, que es el de leerlo con constancia, denuedo y atención), al modo como lo hacen los escribanillos periodísticos que dan la nota cultural sin saber por donde va la cosa literaria, o como dicen ¿dónde esta el meollo del asunto?
El meollo del asunto es que la poesía de Javier España, donde las significaciones instantáneas del lenguaje cotidiano pierden el presente del habla común, o el ahora de la comunicación funcional, para ensimismarse a la voz sosegada del poeta-lector, ensimismamiento que es un mundo de imágenes hilvanadas por el mismo lenguaje que reclama, con su ritmo de bahía cambiante, la “otra voz” que Octavio Paz descifró: la irreductible necesidad de destruir el significado en un juego de llamas verbales que se conjeturan en el poema asemántico, por ejemplo el siguiente, de título “Lección de sombra”, del libro “Azul deseo de la esfinge”:

Como un antílope en azul
la palma de la mano erige
su carbunclo de ser en agonía:
una lección de sombra crece
bajo la herida orante de las voces
que dispersa palabras marginales,
rudos vocablos de la muerte.

¿Qué decir? ¿Qué hacer? Los significados son un universo de posibilidades. Lo que me sorprende de la poesía es que siempre está floreciendo. Ya sabemos: El presente engendra el pasado o, como dijera Borges, el autor, en este caso Javier, engendra a sus precursores. Omitamos la genealogía poética de Javier para remontarnos a la cuestión siguiente: ¿Cuál sería la reacción del poeta ante la muerte? El poema líneas arriba no niega su origen. Es un poema de arcilla, de barro, de dolor ante la conciencia siempre inminente de la caída del hombre en lo desconocido: la muerte que se fragua en el instante y que constriñe a la mano a escribir los dictados de ¿la razón?: “una lección de sombra crece/ bajo la herida orante de las voces”.


En otro poema, del mismo libro, titulado Hegemonía, leo algo que, a un aguerrido lector de García Ponce y Jaime Sabines como yo, que no concibo a la vida sino como peso, ensanchamiento, nalgas duras de mujer, piel y tacto eréctil, leer un verso como el siguiente me produce molestia, pero una molestia amena, jocosa, disipable. He aquí el verso y el idealismo más lascivo que se podría concebir:

“Todo se prostituye en la materia.”

Similar al idealismo cristiano de Pablo, que llegó a escribir que el espíritu en sus deseos se opone a la carne. Por supuesto que España no es un asceta ni un moralista dogmático. Cuando él escribe esto, para nada nos recomienda poner el hábito, declarar nuestra cuaresma eterna, o pensar en la ataraxia. El piensa en la carne muerta, en el cadáver putrefacto de la musa que se gasta, que pierde lozanía, vigor sexual, que se destroza a sí mismo. Ya al principio de ese mismo poema, nos muestra que “El peso tutelar del polvo/ es la hegemonía de lo eterno..,/ Y pienso: lo que se prostituye es ¿el alma, el espíritu, la razón, la psicología, el ethos, el pathos, la conciencia, la inconciencia, la voluntad de poder ir al cine los domingos, la rabia de no hacer, qué es lo que se prostituye? ¿Hay alma, espíritu, razón, psicología, ethos, pathos, conciencia, inconciencia, voluntad en la desprestigiada humanidad?

La poesía de Javier España nos niega todo lo que ansiamos escuchar: nos niega el bálsamo de una poesía sesgada por el afán de decir lo obvio. Una poesía intransigente al lugar común y al discurso visceral de la ambición amorosa, el idilio narcisista del yo, el chiste ideológico de los proxenetas de la fe, o la razón infalible de la Historia. En entrelineas, escucho a Javier España decirnos: No hay utopías, por tanto, todo puede ser utopiable. Su lectura nos propone la necesidad de ruptura, la cuasi-fisiológica necesidad de violentar al status quo de la fraseología oficial con sus dobles vidas, sus dobles discursos, su bimoral que apesta. Porque sus versos, materia del tiempo hechos en el tiempo, pero al final de cuentas negadores del tiempo, nos invocan fugas, dilapidaciones en la plaza pública al mequetrefe fuego fatuo de los banales poetizos rollizos, lluvias combatiendo al síndrome del consumo totalitario en medio del tiempo obeso, de la noche gorda, de la musa con colesterol y almorranas anales; este tiempo trizado por la liviandad post-moderna, casquivano tiempo que vende su cuerpo en las esquinas del humo. En esta lapidaria sucesión de poemas, el delito mayor de España, considero, es el de golpear con su certero ponch de antiguo boxeador de la poesía, en el hígado flaco de sus lectores descreídos. Y créanme, hoy he salido noqueado.

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