¡Haceos duros!,
predicaba el buen Nietzsche,
para los hombres de corazón podrido por la nostalgia (o por Susanas, que al final de cuentas, viene siendo lo mismo, qué mas da)
como el quien esto escribe
desde la resaca del reencuentro.
El veneno de la tarde se hamaca con la lluvia
y trenza sus mustios capullos en mi muñón adolorido.
De pena y llanto callado,
compongo versos a un pasado que sé a priori de otro.
Pero es bello recordar, pero es enorme ladrar cantos que no dicen nada, salvo la tarde.
Hoy me sé mortal y no me duele,
hoy soy hermano de todos los desamparados,
hoy quisiera estrechar espigas a la mar,
ver sirenas en el cabello de la tarde.
Sé que los versos duelen,
sé que no hay eternidades en este valle,
se que no se puede decir, "buenos días Susana",
con el complemento preciso de lo duradero.
Pero una esperanza, basta una brizna de esperanza entrevista para que todo, la alegría y los panes, broten de nuevo,
y el metro entero y la razón acompasada
bailen juntos en el cairel de la tarde.
Estos no son versos de la tarde.
¿Es Susana la tarde?
5 de agosto, 2009.
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