Una nota de prensa del Diario de Yucatán del día 29 de
diciembre de 2014, apuntaba una
parrafada de crasa ignorancia de la historia de la Villa de Peto, del actual
presidente municipal de ese pueblo. Haciendo eco de las chucherías del cronista local, quien citando a Bretos[1]
concluyó en su librito que la feria de ese pueblo se realiza desde
1799, año de la consagración de la iglesia de Peto; ese presidente municipal, que será recordado, entre otras cosas, por prohibirles los “voladores” y la
quema de muñecos de año viejo a los de Peto por razones peregrinas y poco convincentes, dijo
que
Hace 215 años que fue
edificada la iglesia católica de Nuestra Señora de la Asunción, lo cual
significa que se lleva el mismo tiempo de celebrar a la Virgen de la Estrella. Nos
da mucho gusto ver que a pesar de que han pasado ya varios años, sigue viva
esta tradición, por eso seguimos con el mismo compromiso de impulsar y
preservar nuestra cultura, y hacer que sea revalorada.[2]
Podemos aclarar esta inexactitud, propia de un profesor, mal lector de malos cronistas. En el siglo XIX, aunque en menor medida en la segunda mitad de ese siglo, se
festejaban más las ferias agrícolas a “San Is”, así como la fiesta de agosto.
Pero desde 1847, hasta bien entrado el siglo XX, la condición precaria de la
Villa de Peto, cercana al territorio de los mayas rebeldes del centro de
Quintana Roo, impidió que la cotidianidad se desenvolviera con tranquilidad.
Incluso se llegó a prohibir o regular, en ferias como la de Chumayel, la quema de un
mayor número de “voladores” porque causaban “pánico” a fronterizos como los de
Peto, ya que estas detonaciones frecuentemente eran confundidas con las
descargas de "bombas de aviso" (mecanismos de alarma de los pueblos de frontera que se ponían en los cabos de los pueblos), las cuales señalaban la cercanía al pueblo de “indios
rebeldes”.[3]
Aunque mi opinión podría levantar las cejas de la indignación
a más de un católico fervoroso, digamos que esta feria de fines y principios de
año que celebran los de Peto actualmente, se originó en la primera mitad del
siglo XX, y los que la impulsaron para su origen y consolidación fueron los
viejos chicleros que regresaban anualmente al pueblo para fines de diciembre y
principios de enero, tiempo que coincide con el término de la temporada del
chicle en “La Montaña”. Esta feria cerraba el círculo de ferias, pues las
ferias de abril y mayo servían como despedida a los chicleros que subían a la
Montaña. La feria de diciembre (nunca fiché documentos del siglo XIX que
hicieran referencias directas o tangenciales de que se hacía en ese tiempo) era
receptora de estos trashumantes de la selva chiclera que regresaban al pueblo.
El dinero entonces corría a raudales en la Villa, y esto fue
aprovechado por los riquillos y comerciantes vivos del lugar, y junto con el
elemento reaccionario -el cura y sus parvadas de beatas y meapilas-, armaron la
feria (hablo de 1920-1940), y la virgen de la estrella fue lo de menos, pues el
objetivo era que los pobres chicleros que habían ganado unos misérrimos pesos
durante seis meses en que los explotaban brutalmente en las selvas de Quintana
Roo, despilfarraran todo su dinero en las cantinas, los prostíbulos y el diezmo
al cura, digo, a "la virgen". En fin, esta feria fue una
"invención de la tradición” (es decir, una tradición creada por personas
concretas con objetivos específicos, como Eric Hobsbawm nos ha enseñado) para
vampirizar el dinero de los jodidos.
[1] Cfr. Bretos,
Miguel A., 1987, Arquitectura y arte
sacro en Yucatán, Mérida, Editorial Dante, pp. 204-205.
[2]
“Tradición de 215 años. Peto”. Diario de
Yucatán, 29 de diciembre de 2014.
[3]
El 22 de diciembre de 1874,
una orden del Ejecutivo de Yucatán – dirigido para circular expresamente entre
los jefes políticos de los partidos fronterizos de Ticul, Tekax, Peto, Sotuta,
Izamal, Valladolid, Espita y Tizimín-, prevenía que en las poblaciones y
rancherías fronterizas no permitan las autoridades, “fiestas con tiros ó cohetes sin que con algunos días de anticipación
lo comunique á los pueblos y fincas de campo circunvecinos, con el fin de
evitar las alarmas que muy frecuentemente hay á consecuencia de los temores que
siempre tienen de una invasión de indios bárbaros…” (Ancona, Colección de leyes y decretos, Tomo V,
1886, p. 24, el subrayado es mío).
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