lunes, 11 de febrero de 2013

LA GRAN RENUNCIA

En la Divina Comedia existe un pasaje del Infierno (que sucede en las puertas del infierno, en el antiinfierno) donde el Dante habla de "La Gran Renuncia” que hizo un sumo pontífice de Roma al trono de San Pedro. Como no tengo a mano mi libro de la Divina Comedia de la editorial Océano –con prólogo de Jorge Luis Borges- utilicé el libro que pude cotejar en la biblioteca virtual de Google. Sobre la gran renuncia de estos “indiferentes”, de estos apáticos que no se deciden de una buena vez por todas y rehúyen a su destino, parece que el poeta se refiere al papa Celestino V. La nota al pie del libro que comento, dice que sobre la Gran Renuncia:
“…alude a Pedro Morone, el cual, por su gran virtud, de simple ermitaño fue elevado a la silla pontificia con el nombre de Celestino V; pero él renunció por volverse humildemente a su yermo. Bonifacio VIII, que le sucedió, era aborrecido de Dante”.
Este pasaje, no sé si célebre, me dejó impactado al momento de leerlo, hará más de una década, por eso de las “avispas y abejones” que hacían sufrir a esos pesos muertos que una vez caminaron sobre la tierra. Pregunta el Dante:
“Y yo en tremenda confusión las mientes/ Dije: “¿De quién, maestro, es ese grito/ y quién son esas tan perdidas gentes?”/
El fantasma de Virgilio, dice al florentino:
Y él me dijo: “así el número infinito/ pena de aquellas almas que vivieron/ sin virtud en la tierra y sin delito;/ que a los ángeles luego aquí se unieron/ que no fueron traidores ni leales/ a Dios, mas solo por sí propios fueron./
Al preguntarle el destino que seguirían esas almas grises, que “sin virtud en la tierra y sin delito” vivieron, Virgilio responde:
“Te lo diré –me dijo- sin trabajo. / Esos no esperan bienhechora muerte, / y es su existencia tan amarga y lasa/ que envidiosos están de cualquier suerte. / Su huella el mundo ni conserva escasa: / el perdón, la justicia los desdeña…" /
Y para demostrar que esas almas insulsas no valían ni un momento del preciado tiempo de los viandantes infernales, tajante, Virgilio hace apurar el paso al poeta:
“No hablemos de ellos, sino mira y pasa”.
Es entonces cuando el Dante señala los castigos de estos parias que no entran ni al averno:
Y yo que obedecí, vide una enseña/ que iba girando al tiempo que corría,/ pues en no darse paz tanto se empeña. / Y muchedumbre tal detrás venía, / que al verla junta, vacilando quedo/ si tal riza aun la muerte hacer podría./ Así que distinguir los rostros puedo,/ miro con más fijeza, y vi entre varios/ al que la gran renuncia hizo por medio./
El Dante describe con suma saña divina lo que les espera a los renunciadores:
“Esos, que no estuvieron nunca vivos/ Iban desnudo el cuerpo, y les herían/ Avispas y abejones vengativos. / Y sus rostros de sangre, se cubrían/ que, cayendo entre lágrimas, cuajada/ en sus pies, mil gusanos se comían./
Hoy Benedicto XVI, sumo pontífice de Roma, hizo la Gran Renuncia para pasar sus últimos años de vida enclaustrado, estudiando y escribiendo. Regresará a su yerma biblioteca, y tal vez recuerde este pasaje que el Florentino escribió.

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