jueves, 29 de noviembre de 2012

"Y harán volver las tierras vendidas por el superior Gobierno á varios particulares": causa agraria de la Guerra de Castas

La tesis que sustenta Güemez Pineda en su libro Mayas, gobierno y tierras frente a la acometida liberal en Yucatán. 1812-1847 (2005), estriba en que la rebelión de 1847 de los mayas del sur y oriente de la Península, no tuvo un peso agrario profundo, sino que otros factores, como el fiscal, incidieron en la rebelión de mediados del siglo XIX.
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Si bien no se puede ser monocausal a la hora de señalar orígenes de la guerra de 1847 (en el orbe histórico, ningún fenómeno se puede explicar a partir de una causa única. Bloch ya advertía de eso: “Tengamos cuidado porque la superstición de la causa única, en historia, es a menudo insidiosa de la búsqueda del culpable: es decir, del juicio de valor. ‘¿De quién es la culpa o el mérito?’, dice el juez. El sabio se contenta con preguntar ‘¿Por qué?’, y aceptar que la contestación no es tan sencilla. Prejuicio del sentido común, postulado de lógico o tic de magistrado instructor, el monismo de la causa no sería más que un estorbo para la explicación histórica, que busca haces de ondas causales y no se espanta en que sean múltiples, ya que la vida los muestra así”), es un hecho que en la década de los cuarenta del siglo XIX, los ánimos estaban caldeados por el rompimiento agrario sucedido como consecuencia de factores sociales y económicos iniciados en la etapa postindependente de Yucatán. Sintetizando las apreciaciones del más serio investigador agrario de la primera parte del siglo XIX, podemos señalar que:
[...] Arturo Güémez (2005:309-310) ha calculado que el número de tierras adjudicadas no representaba más de un 7% del total de la superficie peninsular y 32% de las enajenables. Según el, el problema no era la falta de tierras, sino el que las solicitadas eran precisamente las cercanas a los pueblos o ranchos, pues nadie quería irse a las zonas despobladas e inhóspitas más allá de Tekax. Güémez (2003:78) considera que la política agraria no tuvo un corte lineal y triunfante y que no fue un apoyo a la industria azucarera, como lo habían señalado algunos autores, como Cline (1978). Afirma que no hay evidencias de que los azucareros hayan solicitado tierras, por lo que opina que el plan de la Guerra de Castas no consideraba la cuestión agraria. Esta hipótesis está a discusión y es una muestra de las diferentes versiones existentes en torno al problema de la tierra” (Machuca, 2011, el subrayado es mío porque concuerdo con las apreciaciones de la autora).
En una causa seguida contra desertores de Chan Santa Cruz entre febrero y marzo de 1857, es sintomático que los líderes José María Barrera, Venancio Pec y Lira, hayan establecido tantos las causas fiscales, como las agrarias de las ventas de tierras. Esto da indicios de que, a pesar de las cuentas, los dígitos y las "interpretaciones revisionistas" de Güémez, es un hecho que el factor agrario de la Guerra de Castas, no puede ser ninguneado, o en su defecto minusvalorado. A continuación, trascribo unos fragmentos del deteriorado documento donde se asientan los motivos de los segundos jefes rebeldes, tras las muertes de Jacinto Pat y Chi en 1849:
Foja 2.
En la Villa de Hunucmá de los diez y siete días del mes de marzo?, de mil ochoscientos cincuenta y dos años, por…habiéndose denunciado al señor alcalde don Joaquín Pasos la llegada en esta población de varios desertores que…pasaporte del campo enemigo…dispuso citarse en la habitación de los relacionados desertores, para que tomándoles declaración bajo la gravedad…todo cuanto sepan sobre el particular […]
Foja3.
En la Villa de Hunucmá a los diez y siete días del mes de marzo de mil ochocientos ciencuenta y dos años se constituyó el señor alcalde don Joaquín Pasos acompañado de nos los de su asistencia…juramentados a la habitación del desertor Silverio Peña á quien su mujer lo recivio….por el cual prometió decir verdad en todo lo que supiera y fuera preguntado…dijo: que habrá dos meses…¿saliendo, de la villa de Bacalar en compañoa de Doroteo Solís, Leocadio Solís, Eleuterio Canul, Eusebio Bacab, Agustín Canul […deteriorado el documento] y que otros dos últimos quedaron en el campo enemigo…para escribiente de un comandante indígena…
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Preguntado quienes hacen de comandantes principales en aquel punto, dijo: que los señores José María Barrera, Venancio Pec, y José María Lira que dicen entre los sublevados ser Meridano, y que también oyó vociferar entre estos que para Santa Cruz de Mayo del presente año estarán en la capital de Mérida, para quitar las contribuciones, obenciones y toda clase de pagos, principalmente las tierras que tiene vendido el Gobierno ….
Otra foja en donde se pregunta lo mismo a Eleuterio Canul
Preguntado: a quiénes conoció de Gefes principales en el cantón enemigo, y si oyó de qué cosas se tratavan, dijo: que un tal Lira, Barrera y Venancio Pec hacían de comandantes con diferentes puntos, y que las cosas que conocía entre ellos es que en Santa Cruz de Mayo del presente año ocuparán la capital de Mérida, que quitarán toda clase de contribuciones, y harán volver las tierras vendidas por el superior Gobierno á varios particulares…
Nueva Foja. Preguntado a Agustín Canul.
Preguntado: en qué punto los desalojó de sus armas el enemigo, si conoció a los que hacían de Gefes principales, y qué número de gente tendrían, dijo que en Petcacab fue en donde les quitaron sus fusiles, y que según oyó decir, los comandantes heran (sic) Barrera, Lira y un tal Pec, y que la gente de los dos o tres cantones en que pasaron, pasaba de cuatro a cinco mil…
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Preguntado: si conocía a algunos de sus compañeros entre ellos, dijo que sí conocía á José María Aldana y Eugenio Medina, que desertaron unos días antes que ellos, y que el primero servía con el cantón enemigo…y el segundo de criado al comandante Lira, y responde.
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Preguntado: si sabe alguna cosa más, dijo: que oyó decía entre los sublevados que en Santa Cruz de mayo próximo ganaban la capital de Mérida, que quitarían las contribuciones, y tierras bendidas (sic) por el superior Gobierno […]
Fuentes:
AGEY, PE, sección juzgado primero de paz de Tetiz, serie Justicia. Asunto: Causa seguida contra varios desertores a los que se les encontró un pasaporte de los sublevados y en la que describen su estancia en Chan Santa Cruz. Fecha inicial 12/02/1852. Caja 145, vol. 95, exp. 27, fojas 8.
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Bloch, Marc (1975), Introducción a la historia, México, FCE.
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Güémez Pineda, Arturo (2005), Mayas, gobierno y tierras frente a la acometida liberal en Yucatán. 1812-1847, México, El Colegio de Michoacán-UADY coeditores.
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Machuca Gallegos, Laura (2011), Los hacendados de Yucatán (1785-1847), México, CIESAS-Instituto de Cultura de Yucatán

viernes, 16 de noviembre de 2012

EL NEGACIONISMO DEL "ELEMENTO INDÍGENA" EN UNAS PÁGINAS DE SIERRA O'REILLY


El siguiente apunte de lectura me surgió de la revisión de un artículo de Arturo Taracena, que habla del negacionismo historiográfico con que las élites guatemaltecas se han enfocado al estudio del pueblo maya en la construcción del Estado Nación homogéneo del “Guatemala imaginario”. En dicho negacionismo hegemónico, los indios guatemaltecos, prescindibles cultural y políticamente por su supuesta situación secular de “decadencia cultural” que se retrotrae con anterioridad al tiempo de la invasión europea, no son el elemento necesario para la forja de la nación moderna guatemalteca. Por el contrario, es el elemento ladino el idóneo, es decir, el mestizo y el mixtificante discurso mítico del mestizaje; y en un párrafo liminar, el doctor Taracena explicita unos pareceres contra el ahistórico proyecto panmaya de revitalización “lingüística” en esas tierras chapinas –la idea multicultural de poner énfasis en cuestiones “lingüísticas” y culturales, en vez de políticas y sociales-; y que en ciertas aristas de su reivindicativo discurso, pregona un fundamentalismo étnico negador de las sociedades abiertas, del pasado colonial y decimonónico, y oblitera la idea dinámica y procesal continua de creación y recreación de la sociedad maya: Por una parte, en el discurso (del movimiento panmaya y de la mayoría del deshilvanado espectro de movimiento indígena latinoamericano actual, o de los discursos radicales de la "mayanidad" en Yucatán), “se intenta hacer una utopía cerrada en torno al origen maya, utopía que solamente tiene contacto con el actual proyecto político panmaya, y que puede explicarse sin la necesidad de dar luces sobre el ‘vacío histórico’ de los siglos X al XVI y sin abordar el terrible legado del periodo colonial y republicano decimonónico”. 

El mundo colonial, el siglo XIX y buena parte del integracionista siglo XX, en los discursos recientes de reivindicación étnica, son abordados como una etapa de oscurantismo, explotación y negacionismo para el pueblo indígena. Y eso exactamente fueron, pero no solamente en eso se redujo la presencia invasora europea, nacional y republicana en tierras del “Nuevo Mundo”. Frente a un negacionismo historiográfico de las élites no sólo guatemaltecas sino yucatecas o mexicanas, el discurso ahistórico del movimiento indígena se emparenta con una peregrina versión que de la historia mexicana han fraguado las élites del país. Siguiendo a Octavio Paz, esta versión “puede reducirse a lo siguiente: México nace con el Estado azteca o aun antes; pierde su independencia en el siglo XVI y la recobra en 1821. Según esta idea, entre el México azteca y el moderno no sólo hay continuidad sino identidad; se trata de la misma nación y por eso se dice que México recobra su independencia en 1821. Nueva España es un interregno, un paréntesis histórico, una zona vacía en la que apenas si algo sucede”. Y sucedió, ¡vaya que sucedió algo! La reconfiguración, el trastocamiento del mundo cultural, religioso, económico, social, lingüístico, biológico, político y urbano del mundo indígena, aunque esta salga sobrando en las paradisiacas e inmóviles visiones de ciertos discursos antropológicos y políticos del movimiento indígena y sus anexas fundamentalistas.

En lo que respecta a este negacionismo historiográfico, el hombre de letras de Tixcacaltuyub, el polémico y separatista don Justo Sierra O’Reilly (1814-1861, sobre Sierra O'Reilly, un bosquejo de su vida y obra se puede ver en Chuchiak Jonh F, 1997, “Los intelectuales, los indios y la prensa: el periodismo polémico de Justo Sierra O’Reilly”, en Saastun. Revista de Cultura Maya, Mérida, Universidad del Mayab, Año 0 No. 2, agosto 1997., pp. 3-50. ), en la medianía del siglo XIX ya señalaba que una cosa muy distinta eran los pretéritos constructores de las ruinas de Uxmal, Nohpat, Chichén e Izamal, y otra cosa más distinta era el “elemento indígena” explotado en las haciendas de las élites yucatecas, o esos -refiriéndose a los rebeldes del oriente de la Península- “infames que se están cebando en sangre, en incendios y destrucción”. Comprensible en su contexto histórico –no había ni estudios mayistas en esa época, y el Viaje a Yucatán de Stepehens, fue visto en las metrópolis occidentales como el libro de descubrimiento del continente maya-, para don Justo Sierra O’Reilly no había ningún parentesco entre los magníficos urbanistas de la selva yucateca y los brutos infames actuales que vivían en una degradación genésica y cultural.

Empezaré el escolio del negacionismo del elemento indígena de Sierra O’Reilly mediante unas interesantes transcripciones del doctor Taracena, por el hecho de que los juicios, o malsanos prejuicios de los historiadores guatemaltecos, están cortados con el mismo bisturí historiográfico de sus pares yucatecos del XIX. En una sociedad dual, o sistema interétnico signado por el colonialismo interno, y en donde la frontera étnica es cruzada a diario por los grupos dominantes y los dominados, como es concebido el Yucatán del XIX, los prejuicios coloniales, la secular explotación eran, y son, cosa corriente de todos los días. 

Y en este tenor, se puede comprender los epítetos de prejuicios raciales que se les profirieron a los “bárbaros”, a los dipsómanos del Quisteil de 1761, a los perezosos, apáticos, desprevenidos y taimados indios mayas de la Guerra de Castas de 1847, hacia y contra la bondad de los “civilizados”, los sobrios, los continentes, los laboriosos y católicos criollos que escribieron desde una posición e interpretación étnica sobre el conflicto. Porque dichos historiadores –los Serapio Baqueiro, los Molina Solís, los Eligio Ancona, el “anónimo” y, por supuesto, don Sierra O’Reilly-, como refiere Enrique Florescano, “eran descendientes de la élite yucateca que acumuló un odio visceral contra los indígenas que resistieron la expansión de la agricultura comercial y el desarrollo capitalista. Consecuentes con sus intereses, elaboraron una interpretación étnica, por no decir racista de los conflictos que vivieron sus padres y afirmaron que el origen de la llamada Guerra de Castas fue el odio indígena a la raza blanca, sedimentada a lo largo de siglos”. El literato Sierra O’Reilly, de origen humilde –fue un bastardo de cura-, fue consecuente con su nueva clase, e interpretó el pasado indígena desde los filtros liberales en boga, cediendo poco derecho de duda para la libertad creadora de los dominados.

Pero volvamos con Taracena. Este autor señala en qué consiste el negacionismo historiográfico con respecto a los indígenas guatemaltecos: “Como veremos, la polémica sobre los orígenes de la nacionalidad guatemalteca se da en el marco de un preterismo, que sublima el pasado prehistórico monumental, y de un negacionismo que afirma que ya no se reconoce ninguna traza de aquel pasado glorioso en los indígenas contemporáneos –por el olvido de la monumentalidad arquitectónica, de la escritura, de los cálculos astronómicos, del uso calendárico solar, etcétera. Pues han sido víctimas de un proceso degenerativo a lo largo de la historia o son producto de otras procedencias no mayas...” 

En ese discurso historiográfico negacionista, el mejor indio, es el indio muerto y no el actual, que sirve para los designios capitalistas. El 14 de junio de 1926, el historiador guatemalteco José Antonio Villacorta, asentaba que los mayas no eran “ancestros” sino “antecesores” en ocupar las tierras guatemaltecas, eran una “vasta civilización pasada, que no nos ha dejado sino el recuerdo trunco de sus ruinas”. Una civilización parangonada con las más grandes de la humanidad, pero que no guardaba relación alguna con los indígenas contemporáneos que en la segunda parte del siglo XX serían arrasados, muertos y vilipendiados por Ríos Mont y las prácticas genocidas de los militares guatemaltecos.

El caso de negacionismo historiográfico de Sierra O’Reilly es similar pero más radical que la interpretación de Villacorta, porque si bien es cierto que concuerda con la declinación indígena a partir de la caída de Mayapán, el yucateco es un convencido del hiato histórico de quiénes fueron realmente los constructores de los edificios prehispánicos. Por nada del mundo el literato O’Reilly le da cabida a la estrambótica idea de John L. Stephens: “Algunos escritores –señala Sierra O’Reilly-, principalmente Mr. Stephens, creen que aquellos edificios en ruina ni son de una antigüedad remota, ni construidos por una raza diferente de la que hoy existe”. Para Sierra O’Reilly, es un hecho que:

[...] no fue la raza conquistada por los españoles la que construyó aquellos edificios. Este hecho, aunque es puramente conjetural, se funda en un principio lógico irrechazable. Cuantos bustos o estatuas se han descubierto en las ruinas de Yucatán tienen un tipo diverso de la fisonomía de la actual raza indígena, que fue la sometida por los españoles.
Con esa parca prueba “fisonomista”, el “arqueólogo” –además de abogado y novelista folletinesco- Sierra O’Reilly concluye su negacionismo historiográfico, que desborda el hiato desvinculante entre un remoto pasado de gloria de un pueblo perdido en las brumas de una lejana historia clausurada, y una raza conquistada y degenerada, una “ignorante generación indígena que existe en el presente”, y a la cual O’Reilly le da la categoría de esclava de los antiguos constructores de los edificios:

Así pues, no apareciendo esa identidad entre aquellas obras de escultura y los individuos de la presente raza, debemos inferir que fue otra la que poseyó este país en la época de las primitivas construcciones yucatecas. Ni es improbable que esta raza de hoy, hubiese sido la raza esclava que en opinión del barón Frederickshall; construyó para sus amos los edificios que hoy existen en cabal ruina. La una raza pudo muy bien haber sido destruida y suplantada por la otra, ¿La nuestra, no ha estado a punto de ser exterminada o arrojada del país por la raza conquistada?
Concluyo este breve repaso a las ideas negacionistas del hombre que, en su día, hizo gestiones para vender la soberanía yucateca a la vileza imperial yanqui cuando la “raza conquistada” prendió, en la medianía del XIX, a la Península con “la cruz y el machete” de la libertad, diciendo que tal vez las interpretaciones históricas de O’Reilly, como toda interpretación, no fueron neutrales sino que sirvieron para desargumentar posibles ideas reivindicatorias de la “ignorante generación” maya. Los mayas modernos, sin nexos con su grandeza antigua por ser advenedizos como los padres de O’Reilly, en la interpretación histórica de este último no es posible que apelen a ningún derecho histórico, no es posible que aleguen herencias culturales, ni que vinculen su oprobioso presente con un grandioso pasado de una raza extinta, clausurada, fenecida, porque la pluma negacionista de O’Reilly los desheredó. Huérfanos de nada.

Bibliografía
Florescano, Enrique, 1997, Etnia, Estado y Nación, ensayo de las identidades colectivas en México, México, Aguilar. 
Taracena, Arturo, La civilización maya y sus herederos. Un debate negacionista en la historiografía moderna guatemalteca. Texto en línea. 
Paz, Octavio, 1994, Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, México, Fondo de Cultura Económica. 
Sierra O‘Reilly, Justo, 1994, Los indios de Yucatán, tomo 1, México, Universidad Autónoma de Yucatán.

lunes, 12 de noviembre de 2012

"Los libros habían profetizado que un Chachac-mac iría a hacer preguntas y a ver las aldeas": en torno a Nelson Reed

La bibliografía que Nelson Reed presenta en su libro La Guerra de Castas de Yucatán (1964 en su edición en inglés, 1971 en su primera edición en español), aunque parca, no tiene desperdicio alguno a pesar de que hoy su clásico libro lleva 48 años en que se diera a la estampa por vez primera. El libro ha pasado la prueba de fuego de las generaciones, y considero que sigue siendo el más recomendable para comenzar a entender lo que significó esa lucha de liberación anticolonial maya, iniciada en Tepich, Yucatán, el 30 de julio de 1847.
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Tengo a la mano como el 80 por ciento de los libros que el gran Reed utilizó para escribir ese novelón histórico-literario, y esto me lleva a pensar que Reed fue (o es, porque no sé si siga vivo todavía, allá en St. Louis Missouri) un gran escritor de la estirpe faulkneriana dueño de una pluma insuperable, que con poco pero preciso material a su alcance, supo condensar en su libro las gestas, programas, ideologías, estructuras económicas del Yucatán de mediados del siglo XIX, las acciones de batalla, las escaramuzas, los afanes de los caudillos indios, mestizos y criollos, los saqueos y enfrentamientos entre los yucatecos y los rebeldes del oriente, en eso que se conoce como Guerra de Castas.
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Además, era abogado ese gringo, ese Chachac-mac (hombre rojo) que llevó a cabo lo que el señorón de Howard Cline no pudo, o le dio flojera hacer: mediante una bibliografía selecta de la Guerra de Castas presentada por Cline como anexo al libro The Maya of East Central Quintana Roo, de Villa Rojas, Reed entregó al gran público lo que Cline ideó historiar y no hizo: la actualización, en el siglo XX, de la historia de esa rebeldía indígena de los mayas del oriente de la península, que de “todas las rebeldías de los indígenas, desde que los araguacos dispararan sus flechas contra los marinos de Colón, ésta era la única que había tenido éxito. Y si no podían impedirse, el orgullo yucateco decretó que debía ignorarse” en la segunda mitad del siglo XIX. Pero, de hecho, nunca fue ignorada, y hubo intentos infructuosos por parte de los gobiernos yucatecos (republicanos, imperialistas, barones henequeneros y porfirianos) por terminar la guerra con los “bárbaros” a lo largo de toda la segunda mitad del siglo XIX, y que solo fue acabada bien entrado el siglo XX.
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Dice Reed, en su prefacio a su célebre libro, la forma como le entró el interés por escribir esa gesta que cimbró al Yucatán neocolonial en todos sus cimientos racistas e injustos:
Se me ocurrió la idea de este libro cuando visité Bacalar, en 1948. Como no sabía nada del lugar, me sorprendió hallar las ruinas cubiertas de hierba de una ciudad española, con una iglesia y una fortaleza rodeada de fosos y pintorescamente situada en una altura que dominaba un lago. Vivían allí unas cuantas personas, y un sacerdote misionero había reparado parcialmente la iglesia, pero calles y calles de edificios de piedra destechados eran prueba de su pasado. En respuesta a mis preguntas me dijeron que la habían destruido los indios en algo que denominaron la Guerra de Castas.
Reed quedó intrigado por aquello que le contaron los lugareños. Al regresar a Estados Unidos, buscó literatura del tema, y llegó a sus manos el libro de Villa Rojas sobre los mayas de Quintana Roo, que había sido impreso tres años antes, en 1945. En ese texto, Reed quedó fascinado por el alzamiento de los indios, que como una gran manga de langosta, habían estado a un paso de sacar a todos los blancos y mestizos de la Península en 1848, y que después se habían retirado a lo más espeso de la selva del oriente de la Península, para fundar una nueva sociedad independiente, regida por “una cruz que habla”. Reed, al principio, pensó que el facilitador del “Remarks on a Selected Bibliography of the Caste War and Allied Topic”, Howard Cline, trabajaría en el tema y compondría un libro sobre el tópico. Cline nunca lo hizo, pero Reed no se despegaba de esa “obra que pedía ser escrita”:
Mis estudios habían sido más de arqueología que de antropología o historia, y además pensé que Cline probablemente publicaría los resultados de sus investigaciones. Pasaron los años, y de vez en cuando me topaba en mis lecturas con la Guerra de Castas, y en cada ocasión tenía presente el recuerdo de la bibliografía de Cline. Después leí el Ensayo histórico sobre las revoluciones de Yucatán, de Serapio Baqueiro, que daba más detalle de los primeros años de la revuelta, y quedé cautivado: si nadie iba a escribir la obra que Cline había esbozado, yo lo haría.
Una vez embarcado en ese proyecto literario, Reed se puso el overol de historiador, y esa idea fija lo impulsaba a ser sistemáticamente inflexible en la búsqueda de datos: en un año recopiló los trabajos de Cline, revisó bibliotecas y archivos de Mérida, se fue a la antigua Honduras Británica (Belice) a indagar en sus repositorios oficiales, hizo viajes exprofeso para auscultar la memoria oral de los herederos de los rebeldes de la Guerra de Castas, en el centro de Quintana Roo. Papagayos, oropéndolas, canarios y mirlos lo vieron pasar con su guía llamado Mundo, y la selva, la feraz selva del oriente de la Península que servía de barrera para aislar y apartar a los descendientes de los rebeldes, lo vieron recorrer trillos, trochas y veredas a lomo de mula, preguntando y preguntando a los jefes rebeldes que le abrían las puertas entusiasmados por ese Chachac-mac cuya llegada había sido vaticinada:
Fueron momentos –cuenta Reed- muy agradables, con todo los placeres de la investigación: descubrimiento del detalle que corrige una situación mal entendida y del hecho que ilumina un rincón particularmente oscuro de la historia.
En ese viaje exploratorio al centro de Quintana Roo, fue notorio el encuentro entre el historiador con la historia viva, de esas cosas que ocurren una vez en la vida. Cuando Reed se presentó en el pueblo de Chancá, y dialogó con el viejo jefe don Norberto Yeh, toda la historia de resistencia a contrapelo del Estado-Nación de los cruzoob, se presentó con la cauda de la nostalgia por un pasado que revivía en el recuerdo, en la lucha pertinaz de un pueblo por aferrarse a su viejo impulso autonómico. Era el año de 1959, la memoria de los cruzoob (con esta palabra, Reed “bautizó” a los mayas macehuales del centro de Quintana Roo, y que muchos todavía no le perdonan ese neologismo híbrido) estaba fresca, así como el olor a pólvora de sus viejos budtbizones (carabinas). El diálogo entre Reed y el viejo patrón de la Cruz se desenvolvió de la siguiente manera:
Después dijo (refiriéndose Reed a Norberto Yeh) que estaba muy contento de hablar conmigo y, con una sonrisa tímida, como si me participara un secreto, explicó que los antiguos libros habían profetizado que un Chachac-mac (norteamericano) iría a hacer preguntas y a ver las aldeas. Me preguntó si iría a todas y si me mandaba el jefe de San Luis. “Ya no podemos ir a Belice –añadió-, y por eso no podemos comprar las cosas que necesitamos”…, le pregunté qué clase de cosas quería comprar en Belice. “Carabinas” dijo. Y la palabra no necesitaba traducción.
Posteriormente, Yeh le indicó a Reed que Nohoch Santa Cruz Balam Ná (lo que actualmente es Felipe Carrillo Puerto) era de ellos, su ciudad; que ellos, y no los dzulob, la construyeron. Yeh también externó la queja sobre los misioneros protestantes y los legos yucatecos, que iban por los pueblos cruzoob convirtiendo a los mayas: “¿Por qué vienen a nosotros? –preguntaba-. Nosotros no vamos a las ciudades a decirles cómo adorar a Dios. Ésta es nuestra tierra y nosotros la conocemos mejor que ellos”.
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Cuando Reed se disponía a ir por sus mulas para partir de la comunidad de Chancah después de haber hablado con Román Cruz, comandante y subdelegado del lugar, Yeh le dio alcance en la plaza con un gran número de hombres y muchachos del poblado. Iba a terminar la entrevista inconclusa con Reed:
Desnudo hasta la cintura, con pantalones blancos a la antigua, cortados en forma de media luna por las caderas, debajo del cinturón, pasado por bastillas para ceñir bien, como se ve en los dibujos de Catherwood; llevaba un delgado bastón, más bien una varita, y le seguía una caterva de hombres y muchachos… como un sacerdote maya de miles de años antes. Tenía más cosas que decirme. Siguiendo su ejemplo, todos nos sentamos en algunas piedras que había sombreadas por los árboles a que estaban sujetas las mulas. Sin la camisa parecía más pequeño y más viejo, más maya… Yeh le dijo a Reed que “El libro prometió que su pueblo vendría y prestaría ayuda a los macehuales”.
Reed contestó: “¿Qué clase de ayuda necesitan?” La respuesta de Yeh puso nuevamente a la historia de los cruzoob en movimiento:
“Rifles y hombres para ayudarnos a sacar a los mexicanos. ¿Cuándo sucederá? ¿Debo enviar una delegación a San Luis para arreglar el asunto?”
El historiador se encontró con la disyuntiva de, o seguirle el juego, o ser honesto y decirle que eso no sería posible:
Esto era lo que yo había evitado antes –escribe Reed- y lo que sabía que él esperaba, y me lo decía tan claramente que no había evasiva posible. Yo había ido en busca de recuerdos de la Guerra de Castas y ahora me invitaban a enrolarme. La investigación había dejado el lugar a la realidad humana; lo que para mí era una nota al margen era para él la fe y la esperanza de toda una vida; yo tenía la obligación de contestarle honradamente, y le dije que eso ya no era posible…
Paul Sullivan ha señalado, que a pesar de estos pedimentos de armas de los mayas a los extranjeros, son muy pocos los que creen en la guerra, y cuando se habla de esta, se hace referencia a términos apocalípticos. Tal vez haciendo referencia al pensamiento cíclico entre los mayas, explicaría que este nuevo diálogo entre Yeh y Reed, sería la continuación cíclica de los diálogos que en su momento los jefes mayas sostuvieron con Morley: “Para ellos –escribe Sullivan-, tratar con extranjeros para hablar sobre los relevantes asuntos de las conspiraciones pasadas equivale a recobrar por un instante lo que ahora consideran una esencia de su cargo sagrado y oficia”.
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La ayuda solamente podía ser económica, no de otro tipo, les respondió Reed. Los demás asintieron, pero Yeh no seguía en el juego, y contestó: “Hablan, prometen, pero no hacen nada por nosotros…Quieren que tengamos una iglesia libre. Quieren acabar con la Guardia”:
El quid de la cuestión era que el viejo Yeh, como estandarte de su pueblo, nunca se rendiría: “Allí está el quid –escribía Reed-, la rendición que él [Norberto Yeh], por su parte, jamás efectuaría; las derrotas y humillaciones acumuladas durante un siglo no habían acabado con su fe en la legendaria promesa de ayuda o en el destino de todos cuando llegara el fin del mundo”.
No puedo terminar un artículo de la misma forma como quería al principio, si lo dejo a medio hacer omitiendo la manera como un historiador profesional, ponderado y “reflexivo”, comentó el trabajo de Reed…Quiero acabar hoy este boceto sobre el libro de Reed comenzado hace tres días, señalando como J. Ignacio Rubio Mañé diseccionó, con prejuicio de criollo meridano, al libro "politizado" de don Nelson, en el año de 1968. Rubio Mañé lo desdeña de inmediato, dizque porque Reed no era "historiador profesional", porque en su libro existen “inexactitudes” (llamarle “ladinos a los dzules de Yucatán era algo grave, pero la palabra venía siendo lo de menos), discordancias en la escritura, anacronismos garrafales, carencias de notas bibliográficas e historiográficas en el cuerpo del texto, y pecado grave o gravísimo: Rubio Mañé no perdonaba a Reed el hecho de que fuese dueño de una exquisita, amena y magistral prosa de escritor supremo. A pesar de que Cline le dio el visto bueno al trabajo de Reed haciendo una nota preliminar donde señalaba la precisión de relojero suizo de Reed para trabajar las fuentes del mismo Cline (“Le dije –cuenta Cline- que los profesionales verían cómo él había seguido las reglas fundamentales de su arte y que a muchos de ellos les podrían parecer las notas inútil alarde de técnica…”), Rubio Mañé objetaba que:
La carencia de una obra esforzada de investigación que describa fundamentalmente y examine concienzudamente ese fenómeno histórico, ha pretendido el autor de este libro llenarla con una amena narración, fácil, sin preocupaciones bibliográficas, cuya organización cuidadosa se ha sacrificado lamentablemente.
Sin duda, como señaló Cline, a muchos historiadores profesionales les pudo haber incomodado esta elusión bibliográfica, pero el hecho es que Reed estuvo en la libertad para escribir como se le plazca una obra que hoy sigue más actual que nunca. Rubio Mañé, un católico de sepa que no está para “idolatrías”, se quejaba también de que Reed admitiera en su trabajo “razones curiosas y deleznables, concediendo crédito a leyendas que no son más que supercherías. Que una cruz hablaba a los mayas y que esto se hacía con la habilidad de un ventrílocuo. Que el fanatismo de los indios pudo más en su espíritu, profundamente religioso, que la conquista del triunfo total, y entonces por medio de esa cruz fueron gobernados, ordenándoles se retirasen hasta alcanzar las costas del Caribe…Tanto ha creído el autor en tales informes, que denomina ‘cruzob’ a todo lo de este período de retirada de los rebeldes”.
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Es increíble el desdén meridano por estos “informes” que solo sirven para calentar la cabeza a los extranjeros. Sin duda, don Rubio Mañé era un desconocedor total de las etnografías recientes, o de los trabajos periodísticos o informes tanto de la parte yucateca como de la parte inglesa sobre este impulso que la Cruz diera en los primeros años de resistencia. Eso ya no se discute, es una verdad de Perogrullo.
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Aunque las críticas de Rubio Mañé al libro de Reed son demasiado endebles (el colonialista muestra su asombro porque Reed no colgara la pluma de su narrativa hasta 1901, supuestamente, año en que termina la “Guerra de Castas” con la entrada de tropas federales a Chan Santa Cruz, avalado tanto por la historia oficialista de los yucatecos conservadores, como por las campanas de la catedral meridana que repicaron a rebato cuando se supo que Bravo había ondeado el pabellón nacional en la tierra de los bárbaros), se podría rescatar varias preguntas apuntadas por el historiador meridano: ¿Por qué durante los tres siglos de Colonia no acaeció una rebelión indígena en Yucatán como la Guerra de Castas?, ¿por qué con pocas tropas el régimen español pudo acabar con levantamientos indígenas, como el de Cisteil, del año de 1761?
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Rubio Mañé, increíble en un colonialista, no responde a dichos cuestionamientos, pero podríamos apuntar que, como ha referido Nancy Farris, la respuesta a dichas preguntas estriba en la tierra, en la sobrevivencia de las comunidades indígenas durante esos tres siglos de colonia, porque los españoles, acota Farris, “simplemente hacían uso de la economía nativa y dejaban los medios de producción, en su mayoría, en manos de los indios”. En la colonia había tierras “más que suficientes para satisfacer la demanda de los españoles y las necesidades de los indígenas a lo largo de la mayor parte de la época colonial”, que sólo comenzó a cambiar a fines del siglo XVIII, para que la lucha por la tierra se agudizara bien entrado el siglo XIX, y cuyo objetivo era la incorporación (obviamente que en la base de una sociedad injusta y racista como fue la sociedad yucateca cuando el henequén reverdecía el suelo pedregoso del noroeste yucateco) de los mayas a un sistema económico capitalista que iba contra sus órdenes normativos de vida, una acometida comparada por Farris como de segunda conquista. La Guerra de Castas fue la respuesta a ello.
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Al final, el reseñista criollo del libro de Reed, no puede dejar de externar su molestia principal, con un argumento ad hominen. Rubio Mañé dejó un momento su gravedad de historiador cargado de abultadas lecturas, para salir con una simpleza de blanco encabronado, al espetarle a Reed lo siguiente:
Hay en las páginas de este libro –indica don Rubio- un espíritu muy inclinado a darle toda la razón a la causa indígena y hostil a la de los ‘dzulo’. Se desprecia la obra informativa de Serapio Baqueiro, considerándola indigna de confianza porque sus datos fueron proporcionados por los ‘ladinos’, cuyo término es siempre empleado con algún menosprecio y vulgaridad. Considera que el estado social de los mayas en Yucatán era en el siglo XIX de una cruel esclavitud. Un juicio reposado y sereno sólo puede ver en ello una servidumbre muy injusta…
Defendiendo al Yucatán decimonónico y neocolonial (con colonialismo interno por parte de las élites urbanas y rurales yucatecas hacia la sociedad maya), el historiador hispanista le recuerda a Reed, que si en Yucatán hubo abusos y se llegó a utilizar el látigo para castigar a los mayas (a la “servidumbre”, dice Rubio Mañé), no debe olvidar el autor de La guerra de castas de Yucatán:
[…]que en peores condiciones sociales vivían hasta no hace poco los negros en un país que mantiene instituciones políticas de muy elevado nivel humano…No sólo en Yucatán hubo entonces ignominiosa opresión, que algunos se complacen en pintar. También hay hoy desaciertos vituperables y vejaciones criminales en teatros donde debía esperarse una elevada situación social por los superiores progresos científicos en marcha.
Sin duda, la reseña al libro de Reed escrita por Rubio Mañé, dice mucho, bastante, de una sociedad yucateca (me refiero a cierto estrato yucateco) que no perdona todavía la osadía de los rebeldes mayas del oriente y sur de Yucatán, que en 1847 prendieron la tea, siguieron a sus líderes, dejaron de hacer caso a los curas, se ciñeron el machete y se fueron a poner el mundo neocolonial yucateco patas arriba...El pecado mayor de Reed, leyendo entre líneas a don Rubio, no estribó en no ceñirse al aburrido corset de los historiadores de cuna estreñidos, sino al hecho evidente de que Reed, aunque no facilitó armas al viejo Yeh, supo desde el primer momento que él ya había tomado partido de una buena vez por todas. Los antiguos libros, guardados celosamente por los cruzoob, ya “habían profetizado que un Chachac-mac (norteamericano) iría a hacer preguntas y a ver las aldeas”. Reed no sería el último.

jueves, 8 de noviembre de 2012

¿POR QUÉ HAS CALLADO, MARCOS?

Si se hace un estudio de 1994 a 2001, años que van del levantamiento zapatista en Chiapas y el momento en que se llevó al pleno de la Cámara de Diputados la ley en materia indígena federal, uno no puede dejar de sospechar de ese protagonismo del hombre que estuvo detrás del pasamontañas. ¿Por qué el ejército no barrió a los insurrectos?, ¿por qué se detuvo todo en una llamarada de petate de menos de 20 días?
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Lucio Cabañas, en los 70, hizo más como guerrillero que ese burgués barbudo enamorado de su culto a su personalidad revolucionaria...Lucio guerreó, Lucio se jugó el pellejo y murió por sus ideas, y Lucio no escribió poemas, y Lucio no se tomó fotos con intelectuales progres de la Europa in-civilizada, y Lucio no imitaba ni a argentinos ni a cubanos. Lucio era Lucio, un macho de Guerrero, región siempre revolucionaria desde la Independencia...
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¿Y qué hizo Marcos y su ejército virtual? Casi nada, o muy poco, aparte de enriquecer a los coletos de San Cristobal con el turismo revolucionario que desencadenó desde 1994. Lo han llamado referente moral, media izquierda irreal del mundo (desde Saramago hasta Galeano, pasando por Vázquez Montalbán) hizo caravanas a su zona "liberada", ¿y qué más? Pues de 2001 a esta parte Marcos y el EZLN comenzaron a morir, a desaparecer, a mimetizarse en la soledad de las Cañadas, y no ha habido más que "encuentros galácticos" para discutir abstracciones aburridas como la globalización y el "neoliberalismo" que sucede en el texto de los autistas y burgueses académicos.
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Cuando fue lo de Atenco, el encapuchado blandió y restregó en la carretera el machete de los atenquistas, como un intento patético por volver a su frívolo protagonismo. Le duró poco el paseíllo...Cuando Obrador iba a llevar de calle, y la llevó de calle, las elecciones fraudulentas de 2006, el protagonismo insufrible de este camaján "guerrillero" comenzó a tirarle estocadas con sus críticas infundadas, propias de un resentido que había perdido el tren de la historia, hombre del basurero de la historia que sólo está para el ayer nostálgico.
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¿Y qué más? Unas cartas virtuales con un Villoro senecto escritas hace un año, y el silencio brutal ante las defenestraciones políticas de Juan Sabines, el silencio condenable y execrable ante el regreso de ese PRI que tanto aborreció, las complacencias filiares tal vez, por el hecho de que la hermana de Marcos, Paloma Guillén Vicente, es parte del primer círculo del cacaseno elegido para el sexenio que se avecina...
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¿Y qué más? ¡Nada más!

En torno a las "florecillas del rosal": una polémica con el fantasma del estalinista Pérez Betancourt, c.c.p Manuel Sarkisyanz y en defensa de mi tocayo Gilbert Joseph

En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue fusilada. Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque. Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura….Augusto Monterroso.
Thomas Benjamin, en su libro sobre la memoria, el mito y la historia en la Revolución Mexicana, escribe sobre ese regusto de los gobiernos de la “revolución hecha gobierno” por crear a su “mártires”: valiéndose de sus grandes muertos hizo de la Revolución, o las distintas revoluciones acaecidas en el periodo armado de 1910-1920, simples monumentos y estatuas que homogenizan las tremendas contradicciones de sus figuras “míticas”, transformadas a puro mito y retórica de licenciados del Partido. Antes de las estatuas hagiográficas (no podemos escribir historiográficas) de Carrillo Puerto escritas por historiadores oficiales como Bustillos Carrillo (1959), Sarkisyanz (1995) y Sandoval y Mantilla (1994), las estatuas-estatuas dieron la pauta broncística a seguir para los encoñados de Clío. Sobre el ícono de la Revolución en Yucatán, Carrillo Puerto, Benjamin escribió que:
“Carrillo Puerto fue, tal vez, el revolucionario al que se le dedicaron más monumentos en la década de los años veinte. El primero, un busto sobre un pedestal elevado fue erigido en Tacuba (Distrito Federal) en 1925 y se convirtió en el punto de reunión simbólico para los manifestantes de los radicales durante la nueva administración callista. Obregón inauguró un monumento en Mérida, Yucatán, durante su campaña presidencial en la primavera de 1928, ‘un templo y monumento para unir por siempre al pueblo de la Península para defender el precioso legado que [Carrillo Puerto nos] transmitió con su sangre’. En 1932 el gobierno de Yucatán hizo la propuesta de construir, en anticipación del décimo aniversario del asesinato, uno de los monumentos más grandes de toda América Latina. ‘[El monumento] proclamará, por muchos años, que la obra de la Revolución y el esfuerzo de sus mártires no pasará inadvertido para las generaciones venideras. Por esta razón, el monumento que construiremos es de grandes dimensiones’. Un monumento de dimensiones considerablemente menores fue finalmente erigido” (Benjamin, 2009: 169-170).
El himno a Felipe Carrillo Puerto es un elemento broncístico, pero no historiográfico, y ni “cronístico” con el que los gobiernos postrevolucionarios educaron a varias generaciones de yucatecos, y con el que le rindieron o le siguen rindiendo homenaje a un prócer que no sólo repartió tierras y creó leyes laborales y estuvo en sintonía con la defensa de los mayas de Yucatán, sino que también tuvo sus momentos de claroscuro, obsedido por la peste autoritaria:
“Fue tu bandera la unión, Tu escudo, la virtud. Por eso el indio con fe, Te tiene gratitud”
Y la letrilla de marras no dejaba apología sin cabeza, no escatimaba metáforas para el gran “líder socialista”:
“Felipe Carrillo, tu nombre es inmortal”,
Y repite, por si a alguien le queda la duda sobre su condición olímpica:
“Es inmortal”.
¿Y quién asegura la inmortalidad del “Dragón Rojo con ojos de Jade” de Motul? Nada menos que las aves canoras y…
“Las florecillas del Rosal…”
Ex agrimensor zapatista allá en la región morelense, su lema, según el himno, era de
“¡Tierra, tierra y libertad!”
Y esas dos ciudades que hoy son todo menos ciudades prehispánicas a causa del turismo, su
“ausencia llorarán”.
Un resumen de su gobierno puede hacer mención, a grandes rasgos, del reparto de tierras, la creación de la Universidad del Sureste en 1922, la regulación laboral campesina (Carrillo Puerto no estuvo en buenos términos con el elemento obrero de Progreso o Mérida, y eso que era socialista, pero de la tendencia maoísta cuando el maoísmo estaba en pañales), fijó salarios mínimos, le dio “orgullo étnico” a los campesinos, hizo leyes como la de Inquilinato o la ley de Divorcio. Todo eso estuvo bien, estoy convencido de que Felipe Carrillo Puerto hizo varias cosas insuperables todavía, pero no olvidemos un defecto importante de ese motuleño: no era demócrata, ejerció el poder con mano dura (todos los escorpiones son así), y según Gilbert Joseph, torturó y persiguió a sus rivales políticos. Además, era un nepotista de lo peor, a sus 13 hermanos les repartió su poder mediante cargos públicos. Elvia Carrillo Puerto, esa feminista de armas y belleza tomar, llegó a diputada y creadora de la liga feminista Rita Cetina Gutiérrez gracias a la venia de su hermano...
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Cuando Gilbert Joseph escribió en su libro Revolución desde afuera (2010), que Carrillo Puerto torturó e hizo, valido de la policía secreta comandada por su hermano “Wilo” Carrillo Puerto, asesinatos y desapariciones de contrincantes políticos, no sabía que habría un iraní, avecindado todavía en Yucatán, que “desmitificaría” al “desmitificador” de la Revolución desde afuera. En su libro, Joseph escribe que:
Contra lo que sostiene la mitología popular que presenta a Carrillo como un pacifista por naturaleza, imbuido de las cualidades gentiles propias de un mártir ejecutado en unión de 12 ‘discípulos’, las pruebas documentales revelan a un jefe pragmático que no retrocedía ante el uso de la violencia o el homicidio político para obtener el poder o mantenerse en él…por órdenes de Carrillo Puerro, la pequeña pero eficiente fuerza de policía secreta (Policía Judicial) de su hermano Wilfrido, trabajando en asociación con agentes locales, combatía el disentimiento por toda la región, en forma vioelenta y sistemática, aplastando al rival Partido Liberal Yucateco y su prensa conservadora, desbandando los partidos competidores en Campeche, y estableciendo el Partido Socialista del Sureste como el único partido de la península a fines de 1922. A fin de establecer un monopolio de la fuerza dentro de la región, lo que le permitiría implantar un programa socialista, Carrillo no vaciló en aterrorizar y torturar a sus oponentes (Joseph, 2010:235-236).
Esta señalización exacta y certera de la manera como ejercía el poder Carrillo Puerto, emparienta con la de los otros gobernadores radicales del Golfo de México para esos años, como Garrido Canabal en Tabasco, o Tejeda en Veracruz, y es la tónica de la política matona y balacera de esos años “revolucionarios”. Joseph no decía nada que no se pueda leer en La sombra del Caudillo: Carrillo Puerto era de esos hombres que no estaban para complacencias con el viejo régimen que se resistía a perecer para dar entrada a un México menos oligárquico pero, al final de cuentas, igual de desigual, capitalista, asimétrico e injusto a pesar de las revolucioncitas; y el contexto histórico de su acción política sería impensable que estuviese encaminado en el carril de la “civilidad” y las “buenas costumbres democráticas”. Para esos años, el México bronco era de los “caminos sin ley” como tal lo vio Graham Greene. Sin embargo, el iraní que en los noventa hizo la más sentimental biografía de Felipe Carrillo Puerto (rebasa en mucho a las biografías de Edmundo Bolio o de Castillo Torre, y tiene barruntos de New Age), mediante un suplemento a su libro Felipe Carrillo Puerto. Actuación y Muerte del apóstol “rojo” de los mayas, publicado por el Congreso de Yucatán en 1995, intentó componer el rumbo hagiográfico devastado por la profunda revisión documental y bibliográfica que Gilbert Joseph hiciera a fines de los 70 del siglo pasado. El suplemento se llamó “Felipe Carrillo Puerto, Mr. Gilbert Joseph, y la Asociación Norteamericana de Historiadores: Una desmitificación de un ‘desmitificador’”, publicado un año después de la biografía sentimental. En dicho suplemento, hay un texto del estalinista polemista profesor Antonio Betancourt Pérez. Sin duda, el folleto dice mucho con esta síntesis de pensamiento homicida que el fenecido Betancourt refiere:
“Detrás de estas afirmaciones –las de Joseph, obviamente-, y de la labor de zapa que puedan realizar autores, investigadores o intelectuales, está el afán de debilitar el orgullo y la unidad de un pueblo, de reducir a sus héroes, de minar sus elementos de unidad e identidad. La vida contemporánea nos da ejemplos clarísimos de la manera tan burda y tan interesada como se fabrican héroes o villanos, de acuerdo a los intereses de la ‘metrópoli imperial’ en todos los rincones del orbe. Baste recordar la atención brindada por el mundo a aquella caricatura africana: Idi Amín Dada. ¿Y qué decir de las patrañas divulgadas en torno a Nicolás Ceacescu? La Plaza Tianamen, el régimen de Fidel Castro, Chechenia y Bosnia, pudieran ser otros ejemplos de escenarios políticos ‘arreglados’ por la manipulación informativa”.
Me detengo hasta aquí porque no puedo seguir transcribiendo el pensamiento burdo de este connotado historiador meridano que no salía de sus anteojeras ideológicas… ¿Decir del brutal régimen totalitario de Ceacescu que eran puras “patrañas” de la “metrópoli imperial”, en algo benefició a la desmitificación del desmitificador Gilbert Joseph? La perspectiva histórica nos dice que no, y que Betancourt Pérez murió como vivió: entrampado en esa dialéctica homicida de los dogmáticos.
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Mandó o no Felipe Carrillo Puerto a sus esbirros a torturar, la polémica que se presentó en aquel suplemento al libro de Sarkisyanz, giraba en torno a una fuente “única” de la supuesta tortura, la señalada, según Sarkisyanz, por el libro de Álvaro Gamboa Ricalde, Yucatán desde 1910. Sin embargo, en la revisión documental que refiere Joseph, y que yo mismo he consultado (sobre todo periodística), los años socialistas están plagados de imputaciones a la forma despiadada con que solventaban sus diferencias políticas tanto tirios como troyanos: socialistas de pueblo van contra los liberales del mismo pueblo, y ambos son enemigos acérrimos y se comen y se reconcomen. Mediante el método indiciario, no puedo señalar el hecho de que Carrillo Puerto no se comportó distinto a lo que Enzensberger había señalado sobre el poder omnímodo, autoritario:
“Entre asesinato y política existe una dependencia antigua, estrecha y oscura. Dicha dependencia se halla en los cimientos de todo poder, hasta ahora: ejerce el poder quien pude dar muerte a los súbditos. El gobernante es el superviviente”.
Carrillo Puerto ejerció el poder valiéndose, dice Joseph, de los caciques locales de los pueblos. No podemos ni siquiera pensar que ese poder fue tenue cuando lo que se necesitaba, era justamente un poder que practicara seguidamente la violencia. Como un no demócrata, en Motul Carrillo Puerto dejó como presidente municipal a otro hermano, le dio cargos hasta a su yerno, etc., hizo que sus poetas y literatos le compusieran versos y ditirambos a su "querida" gringa, la Peregrina. Pero eso no es lo grave, lo grave fue que Carrillo Puerto haya ejercido el poder mediante caciques de pueblos (los Euan de Opichen, los de Muna, incluso Elías Rivero, de Peto) que contribuyeron al terror político en esos malhadados años "socialistas". Claro que no podemos negar que Carrillo Puerto dio tierras a los campesinos, pero como no soy hagiógrafo de los grandes íconos que son parte del cementerio cívico del Priato, no puedo rendir homenaje a este hombre que ni siquiera dijo, al momento de ser fusilado, la frase inventada por Edmundo Bolio (ver De la tumba al paredón) o José Castillo Torre (ver A la luz del relámpago) de "no abandonéis a mis indios" (como ha señalado Faulo Sánchez Novelo, al momento de ser fusilado, Carrillo Puerto no dijo palabra alguna, estaba callado, tal vez iniciando el diálogo eterno con la nada) porque no puedo ser parte alguna, retrospectivamente o en tiempo presente, de un hombre que le dio la policía secreta a su hermano Wilfrido, y que permitió, tácita o explícitamente, el asesinato y la tortura como forma de ejercer el poder...
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Podría decir, para terminar esta polémica con el fantasma del polemista Betancourt c.c.p. Sarkisyanz, que el general Plutarco Elías Calles tomó nota del Partido Socialista de Yucatán, cómo era la estructura de poder de ese partido, y cómo tejía sus redes mediante estructuras caciquiles en los pueblos de Yucatán, para en 1929 crear un superpartido a imagen y semejanza del nada socialista Partido Socialista de Yucatán: el PNR, abuelo del PRI, fue una calca mejorada y des-ideologizada del "partido de los socialistas" del Yucatán turbulento de los años 20 del siglo pasado.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

ENVIDIA, ENVIDIA DE LA BUENA

Envidia, envidia de la buena...Estados Unidos es potencia no sólo por su arsenal bélico y económico. Es potencia por el nivel de políticos que tiene (pero como es un Imperio bipolar, el otro nivel viene siendo el cacaseno de George W. Bush): Obama es un hombre bueno, lo que en política significa que es una rareza...Un hombre bueno, pero no confundan con un hombre ingenuo.
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Frente Obama observemos nuestra triste, lamentosa, calamitosa y degradada situación política: una eminencia gris va a ocupar los próximos seis años la Silla de los Pinos, y será su sexenio como la metáfora del paquidermo en una casa de cristal. El hombre, un provinciano venido del más involucionado priíato (el de Edomex, el del grupo Atra-comulco, el de la brutal represión de Atenco) estará rodeado de trogloditas de la era terciaria como el Gamboa Patrón, el ganster sonorense Manlio Fabio, y por demasiados regímenes caciquiles de los estados donde el priato es amo y señor feudal...Será difícil ver sin inmutarse, cómo se repartirán el tasajo con sus rojas encías y afilados dientes, porque los prístas han dicho que quieren que los gallegos y demás españoletes vengan a sacar el oro de Moctezuma enterrado a kilómetros bajo el lecho marino del Golfo.
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En ese contexto de oscurantismo político con el regreso por sus fueros de los especímenes del PRI-istosaurio, una izquierda que no es izquierda, una dizque izquierda genuflexa y dispuesta a pactar o "consertar" con la derecha priísta, ensancha la boca del cañón con el cual comenzarán las ráfagas "estructurales" de la desaparición estatal: el estado ya no regulará el trabajo, el estado reprivatizará educación, dará prisas para la invisibilidad de la Salud Pública, y tenderá cada vez a ser solamente un escaparate donde los grupos de poder harán la oferta, crearán la demanda del malestar social, para las masas asfixiadas por el autoritarismo galopante.
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El sindicalismo será lo que siempre ha sido: un medio de control social por un lado, y una mina de oro para el cacique que da su anuencia a lo que el sistema requiera.
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Bajará la violencia cerril del narco impuesto por los 12 años de la barbarie yunquista, pero eso no significa que seguirá la ola de terror social porque el narco no es de aquí, tampoco de acá, es del acuyá globalizado.
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En fin, el próximo sexenio se puede resumir en más desigualdad social, más asimetrías en las regiones, más frivolidad de la dictadura democrática, más corrupción como norma de vida, más indiferencia a comprometerse a fondo con el cambio social, más pobreza, más pobreza y más resentimiento...Sánchez Ferlosío es el dueño de la frase "Vendrán años más malos y nos harán más ciegos". Frente a eso, el deber moral, y ético de la izquierda verdadera, será, no cabe otra cosa, la resistencia frente a cualquier tipo de ceguera.

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