miércoles, 15 de febrero de 2012

Detened el terror y a las mazmorras

El investigador del COLMEX, Sergio Aguayo Quezada, ha escrito un interesante artículo esta semana (País bananero, Reforma, 15 de febrero 2012), donde comenta el golpe neo franquista contra un defensor de los derechos humanos, y recordador de la memoria histórica española, Baltasar Garzón. Posterior de la sentencia inhabilitoria contra Garzón, España se quitó por fin, ya era hora, su careta de país democrático, mostrando a ojos vistas lo que es: un país con grandes y fuertes intereses, sobre todo en México. Y la poca democracia española, se ejemplifica en varios momentos de la difícil transición a la democracia mexicana. Aguayo nos recuerda, que en el fraude del 88, Felipe González fue el primero en reconocer al execrable Carlos Salinas, antes de que éste fuera nombrado presidente de la República; y en el 2001, el propio Felipe González, según fuentes confiables, “tuvo un papel importante en convencer a Vicente Fox de no investigar el pasado, reproduciendo así lo dejado de hacer, por la transición española”. Este flaco compromiso con la democracia de nuestro país, se debe a que la neoconquista española cuenta con más de 41 mil millones de inversión directa en suelo nacional, por abajo sólo de Estados Unidos. Con el acto judicial en venganza contra Garzón, España pasa a convertirse en un perfecto país bananero. Podríamos lanzar la frase de que en nada se diferencia el actual sistema jurídico español posterior del caso Garzón, de los diversos países centroamericanos que en su momento fueron teledirigidos por Washington: “El trato dado a Garzón por el Tribunal Supremo español –señala Aguayo- es propio de país bananero porque sus máximas instituciones judiciales parecen columnas de sólido concreto pero son muy frágiles porque les falta la estructura de acero. En este tema y momento es inevitable evocar la frase atribuida a Pío Baroja: ‘Europa acaba en los Pirineos’”. En ese tenor, al condenar a Garzón, la España de los fascistas y neofascistas se mete no sólo con la memoria de su pueblo, se mete con la memoria toda de las víctimas de las dictaduras de los gorilas sudamericanos salidos con macana en mano de la Escuela de las Américas del Imperio noratlántico. Al condenar al juez, la España monárquica se mete también con los defensores de los derechos humanos del mundo entero. Porque Garzón no sólo se trata de un juez español, se trata del juez que puso en proceso al gorila mayor de Washington y su cauda de terror instaurado por el Pinochetismo. La Ley de Amnistía de España (1977); la Ley de Punto final (1986) y la de Obediencia debida (1987), de Argentina, hermanas gemelas creadas por los rescoldos de las dictaduras de ambos países; así como el escamoteo a la memoria histórica del 68, del jueves de Corpus Christi en México, cuentan con más de un parentesco: son productos del cinismo y el no compromiso por parte de las autoridades estólidas con la justicia a la memoria de los caídos. Y con respecto a la nueva añagaza contra la dignidad del hombre, de la derecha en el mundo salida desde la España baturra, monárquica, fascistoide, la Alta Comisionada de las Naciones Unidas lo ha dicho claramente: “las leyes internacionales establecen que la amnistía no debería ser concedida a responsables de crímenes contra la humanidad” (El País, 10 de febrero de 2012). Los franquistas se valen de una ley, franquista para no variar, de Amnistía de borrón y cuenta nueva, y por eso fueron en contra del juez que se atrevió a dignificar la memoria de los muertos, de los desaparecidos. Con este acto de cacería de brujas, los franquistas en el poder han promovido el regreso a la animalidad jurídica, al bestialismo del garrote. La justicia en España, ha muerto. Asistimos al réquiem de los derechos humanos en el mundo, y la España oscurantista, la que le heló el corazón a Machado (que no así la otra España, la lúcida, la humanística, la que conoció México con los exiliados), lo ha iniciado. El poeta Marcos Ana, preso en las cárceles de la execrable dictadura franquista durante 23 años, en las manifestaciones de varios miles de la España lúcida contra la justicia simiesca de los orangutanes de la España monárquica, y a favor de Garzón, señaló con frases poéticas por qué se manifestaba: “He venido porque me parece una injusticia tremenda lo que le ha ocurrido a Garzón. Se quiere fijar un precedente para que nadie se salga del tiesto, para que ningún otro juez se atreva a hacer lo que hizo Garzón. Nadie puede sentirse seguro en su pequeña libertad mientras haya sentencias como ésta”. Y como sólo los poetas recurren casi siempre a la autoridad de los poetas, Ana terminaba su alocución citando al gran comunista Alberti. “Como decía Alberti: ‘Me hirieron, me golpearon y hasta me dieron la muerte, pero jamás me doblaron…”’. Palabras que no son sólo palabras. Y termino este artículo recordando los últimos versos del poema ¡No pasarán!, escrito en defensa de la República española, por el joven poeta Octavio Paz: “Detened el terror y a las mazmorras/ para que cresca, joven, en España/ la vida verdadera, / la sangre jubilosa,/ la ternura feroz del mundo libre”.

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